La montaña ha vuelto a parir un ratón. Después de semanas arriba y abajo con la solución al sindiós de la segunda dosis de Astrazeneca para los menores de 60 años, la autoridad sanitaria española (supuestamente) competente ha determinado, tachán, tachán, que sean los vacunados los que escojan si se vuelven a pinchar la marca maldita o prefieren Pfizer. Eso sí, asumiendo la toda la responsabilidad, previa firma de un documento de consentimiento informado. Pasándolo a limpio, lo que va a ocurrir es que un ciudadano mondo y lirondo tendrá que tomar la decisión que no han sido capaces de tomar quienes disponen de sobrados conocimientos en la materia. Sssstupendo, que diría un personaje de Forges.
Si eso no es lo suficientemente esperpéntico, tal movimiento implicará lo que puso sobre la mesa anteayer la consejera Gotzone Sagardui tirando de la aritmética más básica: todas las segundas vacunas de Pfizer se restarán de las previstas para las próximas primeras dosis. El santo que se vista será a costa de desvestir a otro. La manta no llega para tapar cabeza y pies.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Porque esta novedad que estamos difundiendo los medios todavía puede quedarse en agua de borrajas. La ultimísima palabra la tendrá el Comité de Bioética, órgano consultivo al que se le ha trasladado la patata caliente. Eso, con la Agencia Europea del Medicamento clamando a voz en grito desde hace varias semanas que, puesto que los beneficios son infinitamente mayores que los riesgos, lo más sensato es que la segunda dosis sea con Astrazeneca. Entretanto, un millón y medio de personas aguardan una solución.