Mi gurú me tima

Pido perdón por llegar al humo de las velas y cuando probablemente ya se ha dicho todo sobre el falso documental —o lo que fuera— con que Jordi Évole hizo morder el polvo a millones de espectadores el pasado domingo. Soy incapaz de resistirme a meter la cuchara en tan suculenta e ilustrativa polémica. Creo que es justo anotar de saque que el solo hecho de que el programa haya levantado semejante polvareda es la prueba irrefutable de su éxito, incluso más allá de la espectacular audiencia que cosechó. Habrá que dar tiempo al tiempo, pero no me extrañaría que dentro de equis se recuerde Operación Palace como hoy evocamos La cabina de Mercero o algunos capítulos de ¿Es usted el asesino? de Ibáñez Menta. Y será cosa de comprobar también cuántas de las trolas sobre el 23-F que se colaron en el espacio se dan por buenas.

Sostienen los enfurruñados críticos que es precisamente ahí, en la difusión de falacias que un día pueden ser tenidas por verdades, donde reside lo intolerable de la emisión de la crónica fulera del Tejerazo. Se comprende la prevención, pero me parecen mucho más graves las fantasías animadas de las versiones oficiales, que ni siquiera incluían un epílogo aclarando que todo era bola. ¿Qué más da que se líe un poco más la madeja?

No es la discusión ética la que más me interesa en este caso. Lo que le aplaudo a Évole, del que no soy fan ni de lejos, es que haya demostrado a sus propios parroquianos lo relativamente fácil que es que se la metan doblada. Sobre todo, si están dispuestos a creerse cualquier cosa que les plante ante los ojos su gurú catódico. Diría que esa es la lección.

Un gobierno que miente

Se pasó trescientos pueblos la vicepresidenta española al fantochear sobre el descubrimiento de una gigantesca bolsa de fraude en el cobro de prestaciones por desempleo. Su gobierno, que es la hostia en bicicleta y el recopón bendito, había pillado llevándoselo crudo a más de medio millón de parados que no lo eran. Eso dijo Soraya Sáenz de Santamaría, y cuadra mal achacárselo a un lapsus o a un baile de ceros, porque lo repitió en tres ocasiones. En tres. Con arrogancia, con suficiencia, con cara de a mi me la van a dar con queso estos desgraciados, amos anda, menuda soy yo.

Aunque los titulares de primer minuto tragaron y difundieron la especie a todo gas, apenas dos horas después de la rajada, se vino abajo la trapisonda. La desparpajuda portavoz, que de natural es más bien chata, quedó retratada con la nariz de Pinocho. Ante los insistentes requerimientos de los plumillas, que echaban cuentas y no les salían, el ministerio de Empleo tuvo que aflojar los datos auténticos. Ni medio millón, ni trescientos mil, ni cien mil. Exactamente 60.004 parados o paradas habían sido objeto de un expediente de retirada de la percepción. Adviértase por añadidadura que en buena parte de esos casos la sanción no era permanente sino temporal: quince días por haber entregado tarde un papel, un mes por no haber acudido a la oficina a una cita de control…

¿A qué vino, entonces, ese brutal inflado de unas cifras que en su verdadera dimensión están al alcance de cualquiera? ¿Por qué un gobierno se arriesga a mentir de modo tan impúdico en una cuestión en la que le pueden cazar en un abrir y cerra de ojos? Barrunto que la respuesta está en la fábula de la rana y el escorpión: porque está en su naturaleza. También porque le ha funcionado. Mariano Rajoy llegó a Moncloa a base de lo que el tiempo ha demostrado como trolas mondas y lirondas, y desde entonces no ha dejado de pasarse la verdad por la sobaquera.

El chollo de Valderas

Aireó una de las terminales requetediestras de más rancio abolengo que Diego Valderas, vicepresidente de la Junta de Andalucía y líder de Izquierda Unida en la Bética y la Penibética, aprovechó el desahucio de un vecino para comprar a precio de ganga un piso al que le tenía echado el ojo. ¿Infundio para malmeter o pillada con el carrito del helado? Ambas posibilidades resultan altamente verosímiles y cuentan con precedentes a punta de pala. La burda patraña con intención de destruir y la doble moral mantienen una peculiar relación simbiótica que provoca que cuando se nos presentan como opciones contrapuestas, renunciemos a buscar la verdad y elijamos en función de las afinidades ideológicas.

Este mismo caso es de libro en ese sentido. Los de babor tienen clarísimo que se trata de una trola a mala leche, mientras que los de estribor están convencidos de que lo publicado va a misa. Ni unos ni otros están dispuestos a contemplar una alternativa distinta. Peor que eso: si se probara documentalmente que están en un error, no se bajarían del burro, y menos, públicamente. Una vez escogida cabalgadura, no hay marcha atrás. La cacharrería justificatoria está para eso y, como bien sabemos por aquí arriba, se puede llevar a extremos delirantes.

Confieso que en este asunto de Valderas y el supuesto chollo a costa de un tipo al que echaron de su casa, al primer bote me situé en la presunción de culpabilidad. No porque dé crédito al ABC, sino por lo que tardaba el desmentido y por cómo se vestían de lagarterana o desaparecían del mapa ilustres conmilitones del protagonista del titular incómodo. Lo curioso es que ahora que he reculado hasta la duda prudente, casi me da igual si el dirigente andaluz de IU actuó como un buitre. Me parece más relevante —y triste— haber comprobado que una buena parte de los que dan lecciones de ética al contado son capaces de pasar por alto un comportamiento así.

Triunfos que no lo son

El derrotismo no lleva a ninguna parte, pero el triunfalismo conduce directamente al despeñadero. Tiene que haber por narices opciones intermedias entre tirar la toalla sin luchar y levantar los brazos por una victoria imaginaria. ¿Qué tal el realismo? Hasta donde yo recuerdo, hubo una izquierda que, sin perder de vista el horizonte, era plenamente consciente del suelo que pisaba. Alguna que otra conquista se fue consiguiendo así. Casi todas, en realidad. Hoy, sin embargo, parecemos abonados a la bipolaridad que lleva en segundos del patalaeo depresivo —ojalá todas las llamadas protestas lo fueran— a la venta de pieles de osos que no se han cazado.

¿Un ejemplo? El otro día el Consejo de ministros dejó en el cajón la reforma de la ley educativa que lleva por tremendo apellido el de su pergeñador, José Ignacio Wert. Al conocer la nueva, que no por casualidad se filtró de vísperas desde la Rue Génova, los heraldos de la oficialidad retroprogre corrieron a esparcirla con acompañamiento de charangas y cohetes. Sin un resquicio para la duda, daban por hecho que a las huestes rajoyanas les había entrado tembleque de rodillas al ver la dimensión del rechazo. Tengo clavado en el omoplato el tuit jacarandoso de uno de los alféreces mediáticos que se engorilaba así: “Para que luego digan que movilizarse no sirve para nada”.

Punto uno, eso lo dirá quien lo diga y mal dicho está, en todo caso. Punto dos, idéntica machada se escribió cuando, en un hábil escorzo, el PP dejó colar la ILP sobre los desahucios, que acaba de ser hecha fosfatina en las cortes españolas merced al rodillo. Recuerdo haber advertido el previsible desenlace en estas mismas líneas y con parecida desazón a la que hoy me trae a pedir que paren los bailes por el retraso táctico —tác-ti-co— de la aberración legislativa de Wert. En un par de viernes o tres eso estará en el BOE. Por la cuenta que nos trae, mejor nos hacemos a la idea.

Una mentira innecesaria

Espero sentado, ya sé que en vano, una explicación de los medios que difundieron a todo trapo la especie de que la primera víctima de ETA no fue el guardia Pardines sino la niña Begoña Urroz. Como ocurrió prácticamente anteayer, tengo frescos en la memoria los bullangueros titulares y el pifostio casi con tono de celebración que envolvieron esa presunta exclusiva que ahora sabemos que estaba construida a base de bazofia. ¿Ahora? Favor que les hago a los tribuletes que contribuyeron a la bola y a la bandada de buitres sin escrúpulus que corrieron a refocilarse en la intoxicación. Lo que acabamos de conocer es, en todo caso, la prueba requetedefinitiva de algo que ya estaba sobradamente acreditado tanto en meritorios trabajos de investigación como por los abundantes testimonios de personas que echaron los dientes en lo que entonces sí cabía llamar organización. Y ojo, que no me refiero a irredentos justificadores de la violencia, sino a muchos que han hecho una lectura crítica de esos años e incluso a algunos de los considerados abanderados patanegra del rechazo al terrorismo.

Era imposible que aquella incipiente ETA que todavía no sabía lo que quería ser de mayor ni disponía de más infraestructura que la justa para hacer unas pintadas o soltar unas octavillas estuviera detrás de un atentado como el que costó la vida a Begoña Urroz. ¿A santo de qué, entonces, parir un engaño tan fácilmente desmontable? Seguramente, por exceso de confianza. Acostumbrados a colar trolas gigantescas que hoy pasan por certidumbres impepinables, estimaron que también nos tragaríamos esta cuyo objetivo estúpido e innecesario era presentar a la banda como más sanguinaria de lo que ya sabemos que fue.

Mi tremenda duda es si, a pesar de todo, no habrán conseguido su propósito. El desmentido no ha tenido ni la centésima parte de repercusión que cosechó el fraude inicial. Otro socavón para el cacareado suelo ético.

Miénteme

La verdad y la política nunca se han llevado bien. Da igual las siglas o las presuntas ideologías en que nos fijemos, los discursos, las proclamas y hasta las actitudes llevan indefectiblemente cuarto y mitad de engañifa, de pose, de disimulo o de trile mezclado con trola. Nos mienten por principio y por sistema, incluso en los asuntos más triviales o cuando no sería necesario en absoluto. A veces, por pura inercia, simplemente porque han perdido la costumbre o la facultad de decir las cosas sin maquillarlas, sin reservarse una parte de la información por temor a que tarde o temprano pueda volvérseles en contra o porque mola sentirse dueño de un secreto, aunque sea una chorrada que no va a ningún sitio. Están convencidos de que el fin, sea el que sea, justifica los medios y nadie les va a apear de esa mula.

No, nadie, porque lo que he descrito es posible gracias a la complicidad —a veces, por omisión y desidia, pero en muchas ocasiones también por acción y convicción— de todo un cuerpo social que lo ampara y lo legitima. Nos quejamos mucho en la barra de un bar, en las encuestas del CIS y del Eukobarómetro o en columnas como esta, pero cuando llega la hora de contar las papeletas, resulta que, nombre arriba o abajo, acabamos renovando los mismos contratos. Aplicamos poco más o menos el mismo principio que la CIA con el dictador nicaragüense Somoza en los años 70: sabemos que esos a los que votamos son unos mentirosos, pero son “nuestros” mentirosos.

El resultado de esta connivencia sorda es que las mentiras crecen en tosquedad y ordinariez cada día. Un rescate del sistema bancario, que viene a ser como la quimioterapia más salvaje para el cáncer económico, nos lo hacen pasar por un motivo para dar saltos de alegría. Más cerca, unos multiplicadores de deudas por ocho que han dejado el bienestar en las raspas se ufanan de no haber tirado de tijera. La culpa será de quien se lo crea.

Mentir como programa

Se dice mucho que esta crisis, además de ser económica, también es de valores. Cuando lo escuchaba, me parecía que era una de tantas frases resultonas pero vacías. Sin embargo, después de asistir al bochornoso comportamiento de la camarilla López en el asunto del agujero en sus arcas y la petición desesperada de sopitas al PNV, no tengo más remedio que concluir que es cierto lo que sostiene la letanía. De hecho, ahora mismo esa ausencia estratosférica de unos mínimos de decencia en Nueva Lakua me parece mucho más preocupante que el pedazo de pufo en el que nos ha metido una gestión tan inepta como malvada.

Extiendo la consideración a todos los cómplices de la fechoría, como Basagoiti, que sabiendo lo que hay (es decir, lo que ya no hay en la caja), invierte la carga de la prueba y se lía a estacazos, empeñado en mirar el dedo y no la luna. Mención deshonrosa especial para los grupos mediáticos de cabecera (el que pagamos todos directamente y el que pagamos en un buen trozo indirectamente), que han pasado olímpicamente del boquete en las finanzas para convertir en noticia la disquisición semántica. Resulta que la miga está en que Urkullu dijo “quiebra” y Egibar lo dejó en “situación delicada”. Ya se sabe, la eterna bronca interna jeltzale, según los amanuenses. Hay que joderse.

Fuera de concurso, Rodolfo Ares, que sale hecho una hidra desde Sevilla y olé a desmentir categóricamente la llamada… ¡que hizo él mismo! Que alguien rastree el diccionario en busca de una palabra para calificar ese comportamiento, porque a mi se me han agotado todas. Monta la escenita, consigue que el cándido presidente del EBB se lance al rescate para recibir una tarascada a lo Pepe de Idoia Mendia, y cuando se desvela el pastel, pone cara de yonofuí y hasta se ofende por la duda. Otra mentira para la colección. Mientras, estamos cada vez más cerca del despeñadero económico. Pero a quién le importa.