Pablo siempre gana

Salvo en los nutridos y crecientemente poderosos clubs de fans de Iglesias Turrión, hay cierto consenso en que la encorbatada última propuesta del ayatolá morado a Pedro Sánchez es la clásica de El Padrino, aunque formulada exactamente al revés. “Tengo una oferta que solo podrás rechazar”, vendría a ser el enunciado adaptado, y a la vista de la enganchada en bucle en que han entrado los negociadores de las formaciones que habrían de componer el (presunto) gobierno de progreso, tiene bastante pinta de que la cosa va por ahí. Bien es cierto que, conociendo media gota los usos y costumbres del gurú, no me quedaría en esa única interpretación.

Quiero decir —y creo que ahí está la clave— que ahora mismo a Iglesias le importa un pito lo que ocurra porque prácticamente todas las opciones le son favorables. Si Sánchez traga, aunque sea la mitad, y él arrampla con la vicepresidencia, la jefatura del CNI que mentó con ojos de lujuria indecible —joder, con el Carrero Blanco de Vallecas—, y la mayoría de los ministerios macizos que exige, jugada maestra. Si el líder nominal del PSOE no tiene más remedio que mandarlo al guano y hay que volver a llamar a las urnas, mejor todavía. Correría a montar la escenita del “Yo puse todo de mi parte, ya lo habéis visto, snif”, y acto seguido, con el auxilio de una claque en la que a los forofos de aluvión se han unido los que hacen cálculos del cacho que les va a caer, se dirigiría con paso firme a consumar el ansiado sorpasso sobre el PSOE. O directamente, a ganar las elecciones, hipótesis que, viendo al PP nadando en mierda, ya no parece en absoluto descabellada.

¿Están fingiendo?

Les confieso mi perplejidad y mi despiste. Al preguntar a personas que están bastante cerca de las negociaciones para la investidura del próximo inquilino de Moncloa si creen que habrá nuevas elecciones, me contestan invariablemente que no. Lo hacen, además, con gran contundencia y dándome a entender que todo está mucho más maduro de lo que vamos viendo en esa rueda de prensa si solución de continuidad en que se ha convertido últimamente la política española. Si es así, pido un Oscar colectivo para los actores de esta farsa porque se están empleando a fondo para que parezca exactamente lo contrario.

Y ahí tienen como ejemplo inmediato —por lo menos, a la hora que escribo; seguro que en los próximos cinco minutos hay cambios— las comparecencias sucesivas del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y del portavoz parlamentario del PSOE, Antonio Hernando. El “Pablo, no sabes ni dónde estás” que le escupió el segundo al primero tenía toda la pinta de genuino hartazgo ante la suficiencia que, una vez más, acababa de mostrar el líder morado. Del mismo modo, la intervención completa del aludido, ofuscado en el reparto de sillones y mostrando incluso un manual de instrucciones sobre cada ministerio, daba la impresión de ser un intento descarado de conseguir que los socialistas se encabronasen y le mandaran a hacer gárgaras. La inclusión del referéndum en Catalunya como condición impepinable apuntaría también por ahí.

Pero vayan ustedes a saber. A lo mejor es verdad que solo estamos asistiendo a una representación guionizada y, como en una mala teleserie, todo se soluciona en el último minuto.

Pablo y el Jemad

Un Jemad no es el que reparte las cocacolas. Es exactamente lo que indica el acrónimo: un Jefe del Estado Mayor de la Defensa. Es decir, un tipo que, para empezar, eligió como ganapán y por pura vocación uno que se basa en la búsqueda de las formas más efectivas de eliminar al personal y su consiguiente puesta en práctica. Sí, como último recurso, para evitar un mal mayor, y todo lo que quieran, pero nos conocemos lo suficiente como para saber de qué va la cosa. Ya es difícil tragarse la vaina con uniformados de estados de cierto pedigrí medio democrático, pero con un ejército como el español, que es un fósil franquista jamás despiojado, definitivamente no cuela.

O eso creía yo, que no colaría, que cualquier persona con una sensibilidad medianamente progresista —no digo ya alguien de izquierdas— que pudiera haber en el entorno de Podemos levantaría la mano para protestar por el fichaje en plan galáctico de un individuo con esas credenciales. Ni modo, oigan. El milico elegido a dedazo armado por el generalísimo de las fuerzas castrenses moradas ha sido recibido con marcial disciplina. A sus órdenes, don Pablo.

¿Y los antimilitaristas? ¿Y los ecopacifistas? ¿Y los sermoneadores de la no violencia y el buen rollito? Pues también ellos y ellas en perfecto estado de revista y posición de saludo, y a lo que les manden, como sumisa tropa resignada a su papel de bulto o carne de cañón que se deja pastorear por los que entienden. Reconozco que, desde mi butaca de patio, disfruto de esta película que, miren por dónde, empieza a sonarme a una de hace unos años titulada, creo recordar, “OTAN, de entrada no”.

Citas con Mariano

Al final va a ser un genio de la lámpara. Dice ahora Mariano Rajoy que hay que dejar a Catalunya fuera de la batalla electoral. Como si no cantara a millas que el asunto es el hierro ardiendo al que, tras su cuatrienio negro, fía las posibilidades de no mudarse de Moncloa. Perdido todo lo demás, le queda envolverse en la bandera rojiamarilla y venderse como la reencarnación de Santiago cerrando España.

La cosa es que, de momento no le va mal. Mucho mejor de lo esperado, y cito como prueba que haya conseguido atraerse cual satélites a los líderes (o así) de los otros tres grandes (o así) partidos autodenominados nacionales. Qué inmensa pardillez, por cierto, la de Pablo Iglesias teniendo que rogar ser llamado a la cita con los mayores, y perdiendo el culo para ir cuando el magnánimo dedo del pontevedrés marca su teléfono para convocarlo como plato de segunda mesa.

Podrá rezongar lo que quiera el baranda de Podemos y tratar de colocar la moto de que irá a montar un pollo, que la foto que quedará será la del estadista —sí, Rajoy, es la releche— que se atrajo al supuesto rojo del barrio porque, a pesar del millón de diferencias en prácticamente todo, coincide con él en que el valor supremo es que la patria no se rompa. Y si vuelven a leer la última parte de la frase, se darán cuenta que es verdad, como también lo es si cambiamos a Iglesias por Pedro Sánchez, y no digamos por Albert Rivera. Sin más y sin menos, la encarnación por partida cuádruple de la archifamosa sentencia de Josep Pla: no hay nada más parecido a un español de derechas que un español de izquierdas. Sobre todo, en lo identitario.

Monedero habla claro

Sin el menor atisbo de ironía, me quito el cráneo ante la claridad del número tres de Podemos, Juan Carlos Monedero,  respecto a la independencia de Catalunya. Allá donde algunos de sus conmilitones silban a la vía y componen figurillas dialécticas que valen igual para arre que para so, el de las antiparras redondas ha calificado la secesión primero como “sueño irreal” y luego, por si quedaba alguna duda, como “disparate”. Y en otro aparte, en el mejor estilo de María Dolores de Cospedal, Esperanza Aguirre o cualquiera de los mil y un jacobinos del PSOE, ha colocado la almibarada monserga de los “cinco siglos de aventura en común”. A veces las bromas se convierten en realidad: apenas el día anterior, la reencarnación tuitera de Sabino Arana le atribuía a Monedero la creación de la República Plurinacional Indivisible de España.

Insisto, en todo caso, en que se trata de una honestidad muy de agradecer. Máxime, si tenemos en cuenta que tales perlas no se soltaron en un mitin en Alcobendas, sino frente a las cámaras de TV3, previsiblemente ante unos cuantos miles de los cándidos soberanistas que han amamantado a sus pechos a los principales líderes de la formación emergente y organizaciones aledañas (léase Guanyem o como se llame ahora). ¿Habrán tomado nota o todavía seguirán fantaseando con la llegada de Pablo Iglesias a Moncloa como pasaporte al referéndum e inmediatamente después a la ruptura amistosa? Vale idéntica pregunta para quienes, en esta Euskal Herria de nuestros pecados, no dejan de poner ojitos sandungueros a los de los círculos por si se apuntan a la vía vasca o lo que se vaya terciando.

Ojalá gane Podemos

Tan claramente como lo leen en el titular se lo digo: pido a los dioses del firmamento que las encuestas que traen la buena nueva del sorpasso pablista se hagan carne gubernamental. Con mayoría absoluta si puede ser, y mañana mejor que dentro de un año. Si esa es la voluntad del pueblo español soberano, hágase sin demora.

No me confundan con uno de tantos arribistas que ya el sábado por la noche, cuando El País soltó el supuesto bombazo demoscópico, iniciaron la ciaboga para subirse al carro del futuro vencedor. Va a  ser difícil que me vean bailándole el agua al cliente más célebre de Alcampo, y no les digo ya a sus apóstoles omnipresentes en las salsas rosas politiqueras de Cuatro y LaSexta. De hecho, uno de los motivos de esta urgencia que me ha entrado es que no creo que pueda soportar doce meses más de peñazo televisivo y bombardeo inmisericorde en las redes sociales.

Por lo demás, soy un tipo práctico. Es bobada cerrar el paso a quienes tienen absolutamente todas las soluciones a cualquiera de los mil y un problemas que nos acogotan. Pónganse a imaginar. De saque, referéndum para decidir si Felipín Six se va o se queda, viaje que se puede aprovechar para que Catalunya, Euskal Herria —o Cartagena, si le apetece— escojan estar fuera o dentro. Cero desahucios. Viviendas para dar y tomar. Factura de la luz por la mitad de la mitad. Salario mínimo que de para llenar la nevera y la biblioteca. Enseñanza y sanidad públicas, de calidad superior, y me llevo una. Ni techo de deuda ni de déficit. Las vallas con Marruecos, derribadas. En los CIEs, trato exquisito. Y así, hasta donde alcancen a desear.

Prohibido criticar a Podemos

Cualquiera que no le haga la ola a Podemos es asimilado en juicio sumarísimo de una décima de segundo a Marhuenda, Inda, Tertsch, Federico, o el resto de los latigadores cavernarios. La menor insinuación sobre que quizá esta o aquella cosa implican una contradicción en el discurso o merecería el esfuerzo de un matiz convierte a quien la hace en esbirro del capital, colaboracionista del sistema y, al final de la escapada dialéctica, en casta. Diría, arriesgándome a ser objeto de lo que acabo de enunciar, que esos modos y esas maneras son, vaya por Marx, los que han caracterizado la política rancia que se supone que la formación de los círculos viene a superar y combatir. Esa refracción a la crítica, esa comunión obligatoria, esa intolerancia a la discrepancia, esa disposición a tragar con lo que sea, han venido siendo los usos y costumbres de las siglas convencionales. ¿Dónde está lo nuevo? Supongo que por inventar.

Todavía creo que lo que ha aportado la irrupción de una fuerza que ha alborotado el balneario como no se esperaba tiene más valor que las fallas que enumero. Estoy lejos de los profetas interesados que anuncian prematuramente el descenso de la riada o que, amplificando las supuestas divergencias entre los fundadores, pronostican con ansiedad un final de jaula de grillos. Aunque mi bola de cristal es de todo a cien, estaría por asegurar que Podemos va a seguir provocando quebraderos de cabeza y temblores de piernas durante un rato largo. Lo que ya no tengo tan claro es que, andando no mucho tiempo, no nos vaya a parecer un partido tan corriente y moliente como cualquiera de los demás.