A los 150 kilómetros de rigor, observo con cierta ansiedad la campaña en Navarra. Cenizo por naturaleza, me pregunto si el nombre de este mes o del que viene lo diremos también en aumentativo. ¿Habrá mayazo o juniazo? Siento mentar la bicha. Ya sé que desentono en medio de la desbordante euforia anticipatoria que confirman prácticamente todas las encuestas.
Un momento… ¿Lo confirman realmente? Pasando por alto el larguísimo historial certificado de pifias demoscópicas y los extravangantes resultados que señalan algunos sondeos, ¿se ha parado alguien a contar las fuerzas que harían falta para desbancar al llamado régimen? En general, con tres siglas no llega. Serían necesarias cuatro o, según las circunstancias, cinco, siendo el caso que el tal quinto para bingo debería ser el PSN, lo cual resulta entre irónico y lacrimógeno a la vista de los antecedentes y de las intenciones declaradas. Sola y en compañía de Pedro Sánchez, María Chivite ha dejado claro una docena de veces con quién no está dispuesta a sumar.
¿Y los demás? No parecen invitar al optimismo las zigzagueantes posiciones de Podemos y, en particular, que se haya acogido al comodín de la exigencia de condena de ETA a EH Bildu como contrapartida de su apoyo. Por más imaginación que le eche, soy incapaz de visualizar a los parlamentarios de la coalición soberanista pasando por ese aro.
Diría, resumiendo, que por mal que le vayan las cosas a Javier Esparza y sus navarrísimos mariachis —que ya veremos si es para tanto—, no debe descartarse que el domingo por la noche o en las jornadas siguientes las cuentas del cambio no terminen de cuadrar.