Es el precio de un plato de lentejas, una makila y un puñado de puestos bien remunerados para la colegada. Quien te lo paga adquiere el derecho de arrastrarte por el barro, soltarte unos fustazos y, si se tercia, escupirte en un ojo, en el otro, o en los dos. Y para que la humillación sea completa, ni te dejan el mínimo alivio de ser tú quien anuncie la ruptura. Un día, mientras tú celebras la victoria de un pariente lejano como si fuera propia, el que te ha chuleado a modo durante tres años vuelve a jugártela regalando la exclusiva. En la víspera del tercer aniversario, qué ingratitud infinita. Podría ser una canción de Chavela Vargas, pero ni eso. Apenas llega a un karaoke de los Chichos: te vas, me dejas y me abandonas, mal fin tenga tu mala persona.
No será porque no se veía venir. Desde el mismo instante en que se firmaron las capitulaciones (para el PSE, en sentido literal) matrimoniales, quedó claro que la gaviota iba a jugar a gavilán en la relación. Fue tan hábil, que ni siquiera quiso mancharse las patas entrando al Gobierno. ¿Para qué, si desde fuera iba a mandar más y mejor? Repásese la magra media docena de decisiones de esta raquítica semilegislatura, y se comprobará que todas derivan del credo del PP. Las que tienen que ver con lo identitario, como la liofilización de EITB, pero también, ojo al parche, las otras, las de tajazo al bienestar que cada martes anunciaba la portavoz Mendia sin saber dónde meterse porque no iban ni en su programa ni en su ADN.
¿Y ahora qué? Pues tiene toda la pinta de que nos aguardan unos cuantos meses de sartenazos entre los viejos amantes, que en realidad nunca llegaron a serlo. “Kramer contra Kramer” va a parecer una comedia en comparación con el divorcio socio-popular. Resultaría divertido asistir al espectáculo, si no fuera porque este país ha perdido ya un trienio completo, seguramente el más delicado de nuestra historia reciente.