Cuánta murga sobre la nueva política, para que al final consista en que media docena de tuits antiguos pongan en el disparadero a un concejal recién nombrado. Debe de ser tremendo el viaje en catapulta desde el conocimiento en un ámbito reducido a ver tu careto en todas las portadas sin excepción. Claro que, si es comprensible el cabreo por las malas artes, lo que no se entiende es la sorpresa. ¿Tantos Doctores en Ciencias Políticas por centímetro cuadrado, y nadie había previsto que los expulsados del paraíso emprenderían la madre de todas las acometidas cuando los buenos aún anduvieran con la resaca de la verbena —anticastas, sí; pero castizos— en Las Vistillas?
Era de parvulitos de agit-prop que así sería y así fue, con el resultado seguramente no esperado ni por los linchadores de cobrarse la pieza. Eso también merece una apostilla: cae Guillermo Zapata, un tipo que quizá estuvo muy desafortunado pero que claramente no es un desalmado, y se va de rositas el tal Pablo Soto, autor de kilo y medio de piadas abogando por la elegancia social del apiolamiento de enemigos del pueblo. Háganselo mirar los perros de presa, pero también los que han preferido sacrificar a uno y salvar al otro. Que con 36 añazos es muy joven y tiene mucho que aprender, le justificó Manuela Carmena. Toda la razón, otra vez, Don José Mujica, hablando del infantilismo eterno de cierta izquierda.
Respecto a las otras mil lecciones de este episodio, anoten las fuerzas del cambio —lejanas y cercanas, ojo— que si conquistaron los votos asegurando que no son como los de enfrente, ahora les toca demostrarlo… aunque duela.