Empiezo exactamente donde lo dejé ayer. Si has fundamentado el famoso asalto a los cielos en marcar las diferencias con quienes encarnan y sostienen el sistema decrépito, en cuanto te pintan los primeros bastos, no puedes utilizar su comportamiento como término para la comparación, y menos, la justificación. Unilateralidad es una palabra no solo jodida de escribir o pronunciar, sino de llevar a cabo. ¿Que es que ellos son muy malos y una y otra vez hacen cosas peores que las tuyas y, aun así, se van de rositas? Pues claro, por eso hay que derribar los andamiajes que aguantan y alimentan tales actitudes, pero sin perder la coherencia en el mensaje.
Para mi desazón, aunque no para mi sorpresa, el asunto este de la arqueología de los tuits de los electos del nuevo gobierno capitalino madrileño está sirviendo para retratar a muchos espolvoreadores de verdad, dignidad y justicia a granel. En lo humano, se entiende que se trate de defender al compañero ante un ataque feroz y, desde luego, no basado en principios sino en hacer sangre. Pero esa defensa se convierte en ofensa a la inteligencia, amén de autorretrato, si su argumento es que los otros han acreditado mayores niveles de vileza. Se diría que más que a erradicar las canalladas, se aspira a repartirlas equitativamente.
Eso, en el mejor de los casos. No pocos de los que han entrado a esta gresca están reivindicando, supongo que en función de su probada supremacía moral, la patente de corso para hacer gracietas brutalmente machistas o xenófobas. Y si alguien se molesta, es un puñetero plasta de lo políticamente correcto. Y un fascista, claro.