Peaje a la vista

Voy dándome por jodido. El ayuntamiento de la ciudad —perdón, villa— donde trabajo ha empezado a sembrar el maíz para cosechar, andando no mucho tiempo, un peaje a los vehículos que penetren en su perímetro. En fino, se llama crear el contexto. Primero, un titular regalado a un medio escogido para ir calentando las barras de bar. Luego, un par de “Bueno, eso lo estamos pensando” o “Es un debate abierto en muchos lugares” soltados aquí o allá por parte del locuaz concejal del ramo y/o algún portavoz autorizado del gobierno municipal bipartito. Y, de momento, lo último, el lanzamiento de una encuesta mastodóntica (en Google Docs, se lo juro) en la web municipal para que vecinos y foráneos se pronuncien sobre la cosa… después de haber echado la tarde poniendo puntitos en las mil y una casillas del kilométrico interrogatorio. Presidiendo la pantalla, junto a un bucólico logotipo con un viandante, un ciclista, un autobús y un arbolito, el pomposo acrónimo PMUS, o sea, Plan de Movilidad Urbana Sostenible. Sonoridad y vaciedad en relación directamente proporcional.

Como no tengo paciencia para completar el cuestionario, desde aquí le comunico a quien corresponda que mi humilde C-4 invade las lindes capitalinas a las 4.55 de la madrugada de los días laborables. Me acompañan en la oprobiosa incursión un puñado de conductores y conductoras con la legaña puesta y aún sin ánimo siquiera para ciscarse en los muertos de los tocapelotas semáforos de Juan Garay. Les juro por lo que me digan que si a la intempestiva hora que les indico me ponen el transporte público que sea, yo les ahorro la presencia de mi carro.

Milonga del Popular

Lecciones sobre el (cruel) sistema financiero en un minuto. Aquí hay un banco, ahora ya no. Se lo ha comido, parece que por encargo, un banco mayor. Por un euro, qué pena no haberlo sabido, bromeamos los perplejos simples mortales. Bueno, no todos. A los accionistas no les hace ni puta gracia. Lo han palmado todo. ¿Todo? Hasta el último céntimo que tenían. ¿Y cómo es eso posible? Por lo que anotaba al principio: igual que dicen del fútbol los entrenadores parraplas, el capitalismo es así. Una veces se gana y otras se pierde. Ahora los aguerridos comentaristas de la cosa deben escoger el discurso para espolvorear en los eructaderos sociales. Unos dirán que así se jodan por codiciosos y por jugar a los tiburones. Otros, que es una injusticia que a los pobres les roben sus ahorros de toda la vida. Y los habrá que combinen ambas martingalas, según el público y las ganas de conseguir Likes o Retweets. Una fiesta, en cualquier caso, para esos bufetes de abogados que cada vez se pueden permitir campañas publicitarias más caras. Volvemos al comienzo: de eso justamente va el capitalismo.

Por lo demás, que me aspen si entiendo algo. No hace tanto, los mismos gurús de la bolsa que ahora pontifican que se veía venir juraban que el Popular era el banco ideal para meter una pasta, verla crecer y cobrar un goloso dividendo. Joder con los profetas. Y joder también con los test de estrés. Que Santa Lucía conserve la vista a los examinadores. Fuera de concurso, el ministro español de Economía, que hace un mes aseguraba que la entidad hostiada no tenía problemas de solvencia ni de liquidez. ¿Mentiroso o inepto? Todo.

Despatarre

menssEs el último grito en materia de pijerío reivindicador, bautizado, cómo no, con un palabro en perfecto inglés. Bueno, ni eso. Porque salvo que venga algún erudito a sacarme los colores, tiene toda la pinta de que el vocablo en cuestión es un invento de anteayer. Manspreading es el cuqui nombre de la cosa, construido provocando una cópula sin lubricante de los términos Man (hombre) y Spreading (expansión). O sea, que el engendro léxico viene a significar expansión o explayamiento masculino. Lo podemos dejar, para que se comprenda fuera del círculo de los que mean colonia, en desparrame o, quizá de modo más gráfico, en despatarre.

Pero ojo, que esto entra en el examen de chachipirulismo: solo en el caso de que lo practique un hombre. Miren por dónde, no hay denominación equivalente para aquella circunstancia en que sea una mujer quien manifieste su mala educación esparciendo su mismidad hasta arrinconar al prójimo. Y sí, soy capaz de hacerme cargo de la connotación machista que suele (o puede) acompañar a la actitud cuando incurre en ella un varón y la sufre una mujer. Sin embargo, no acabo de ver la procedencia de la generalización, salvo, que sea para marcarse una más de postureo progresí. ¿A qué viene, por ejemplo, que el ente que gestiona el transporte público en Madrid ponga en los autobuses pegatinas para denunciar la conducta discriminatoria e incívica? ¿No es más fácil aplicar las ordenanzas que la sancionan? Por lo demás, qué risas las mil y una fotos que circulan de los hombrecitos de la cúpula de Podemos practicando Manspreading sobre sus compañeras. ¡Ellos, que encabezan la pancarta!

Yihad de proximidad

Gran espectáculo, el que están dando los dos supuestos líderes principales de Gran Bretaña. Ni un minuto después de llamar a la unidad para vencer al terror y blablablá, Theresa May y Jeremy Corbyn se lían a tirarse de los pelos en público y a culparse mutuamente de la barra libre con la que actúan los que asesinan en nombre del Islam. Si es por razón, ambos la tienen. Fue la primera ministra, en su época de responsable de Interior, la que dio un buen tajo al presupuesto de Seguridad. Por su parte, el extravagante líder laborista era de los bocazas que denunciaba como intolerables ataques a la libertad individual cualquier investigación en los pútridos caldos de cultivo de los matarifes. Pero llegan tarde sus reproches cruzados a la caza del penúltimo voto ante las elecciones de mañana. Gran ironía, por cierto, que suspendan la campaña como acto de respeto a quienes han dejado la piel en el asfalto, y la reemprendan en su versión más sucia cuando todavía quedan víctimas sin identificar.

Y mientras, a los atribulados espectadores se nos hiela la sangre y nos hierve la bilis ante la enésima reiteración del fiasco policial. De nuevo muy tarde, nos enteramos de que había mil y un avisos sobre los criminales, pero en un siniestro juego de lotería, se decidió que no eran peligrosos. Para colmo de pasmo e impotencia, nos cuentan que uno de ellos llegó a salir en un documental televisivo titulado “Los yihadistas de la puerta de al lado”, programa que valió al Canal 4, la cadena que lo emitió, y a las personas que aportaron su testimonio durísimas acusaciones de xenofobia e incitación al odio. ¿Les suena?

Democracia según Alba

Como sé que andan ayunos de conocimiento sobre lo que es la democracia verdadera, dejo que la gran chef de la política con dos estrellas pabletín y artista del trapecio intelectual, Nagua Alba, les sacie de un solo golpe de cuchara. En una entrevista en El Correo y Diario Vasco le recordaban a la secretaria general de Podemos en la CAV y diputada en Madrid que su formación no tiene el respaldo suficiente para que prospere la [grotesca] moción de censura contra Mariano Rajoy. Conociendo el paño, mayormente porque llevo semanas haciendo la misma [inútil] apostilla a varios portavoces de la cosa morada, me esperaba una de las peteneras de rigor. Que si ya se verá, que si se trata solo de que los partidos se mojen, empezando por el PSOE recuperado de Pedro Sánchez, que si también decían eso de la Felipe contra Suárez y luego pasó lo que pasó… Y sí, casi toda la retahíla vino después, pero como aperitivo, Alba dejó para las antologías lo que sigue: “El problema está en que la mayoría parlamentaria no refleja lo que es la mayoría social, la mayoría real”.

Podrá cada cual hacer su comentario de texto, pero incluso las interpretaciones más benévolas tendrán que concluir que, dado que la gente no tiene ni pajolera idea de votar, la representación social es la que se le pone a ella en la punta de la nariz, y al que no le guste, que le eche azúcar. Es difícil escoger si despatarrarse de la risa, llorar un océano o empezar a ciscarse en lo más barrido. Sin desdeñar ninguna de las opciones, apuesto por tomar tal demostración de descaro como un preciso retrato ideológico de quien la ha aventado y de su partido.

Lo que debe callarse

Otra de esas realidades incómodas que se tiende a ocultar. O a justificar cuando saltan los setecientos cerrojos impuestos por los tiranuelos que decretan lo que se puede y no se puede contar. Ya sé yo que tras estas líneas llegarán enojadísimas hidras de la moral correcta a gritar, quizá con otras palabras, que es que no se puede ir pidiendo guerra, que hay cosas que pasan y son imposibles de evitar o, como gran comodín, que peor es lo de los corruptos del PP. Me ocurrió cuando escribí sobre los miles de secuestros y violaciones continuadas de niñas en Rothertham o sobre las centenares de agresiones sexuales de Colonia, Hamburgo, Düsseldorf u otras ciudades alemanas.

Vacunado contra los que defienden la intolerancia en nombre —qué asco— de la tolerancia, vuelvo a citar a Marieme-Hélie Lucas, argelina y radicalmente feminista: “La izquierda postlaica tiene miedo de que la tachen de islamófoba”. También cito, porque es de justicia, al autor y medio que publican la noticia. Fue Enric González, nada sospechoso de racista machirulo, espero, quien daba cuenta el viernes en El Mundo de una denuncia firmada por más de 20.000 mujeres —en muy buena parte, musulmanas— que viven o trabajan en las inmediaciones del Boulevar de La Chapelle, en París. Cada día son sometidas a todo tipo de acosos físicos y verbales por parte de los varones que campan a sus anchas en el lugar. “Salope (puta) es lo más bonito que te gritan”, lamenta una de las mujeres que aportan su testimonio en el reportaje. ¿Y no ha habido consecuencias de la denuncia pública? Sí, sus firmantes han sido acusadas de ser del Frente Nacional.

La guerra del taxi

Tengo para no olvidar los cachetes autosuficientes que me llovieron del sector más chic por haber escrito que Uber era una sanguijuela empresarial de la peor especie. Por entonces, empezábamos a oír hablar de la cosa por estos andurriales, y lo que se llevaba era presentarla poco menos que como una oenegé que había venido a ayudarnos a retirar coches del asfalto por el bien del medio ambiente y la movilidad. Plataforma de transporte colaborativo, se cacareaba, y hasta parecía que colaba, cuando cantaba La Traviatta que se trataba de unos vivales que habían dado con la piedra filosofal. Se habían convertido en imperio del taxi sin tener ni un solo vehículo ni un solo conductor en nómina. Por supuesto, libres de pagar las carísimas licencias, los impuestos correspondientes y hasta los seguros de rigor para llevar y traer pasajeros. Para más inri, por esos birlibirloques perfectamente legales, los cuatro duros en tributos que sí apoquinan se marchan a Haciendas lejanas.

Afiliados impepinables a lo negro o a lo blanco, ahora que ya ha quedado el trile al descubierto, lo que se estila es pedir la prohibición incondicional de Uber y otras compañías del pelo para defender al sector tradicional. Opina servidor que ni tanto ni tan calvo. Cualquiera diría, para empezar, que hemos olvidado o que damos por buenos los abusos sin cuento que hemos sufrido en el tiempo del monopolio de la bajada de bandera. Hay una solución que uno juzga más razonable: igualdad escrupulosa de condiciones en materia de contratación, impuestos, seguros y cualquier otra obligación, y venga a la carretera a ganarse la clientela.