El no tan adiós de Idoia Mendia

Ahora se dice que era un secreto a voces. Lo cierto, sin embargo, es que hasta que lo escuchamos de sus propios labios anteayer, no estaba tan claro que Idoia Mendia fuera a dar un paso a un lado como secretaria general del PSE-EE. Seguramente, su círculo íntimo estaba al corriente, pero puedo dar fe de que personas a las que se puede considerar cercanas mantenían la incógnita muy pocas horas antes del anuncio de su decisión. Puesto que el rumor se había instalado, eso sí que es verdad, casi todo indicaba que había optado por favorecer una nueva etapa, como así ha sido. Y si hay que poner nombre propio a ese tiempo por venir, nadie duda de que es el de Eneko Andueza, que lleva ya unos años fogueándose en el ruedo político vasco, una metáfora que le es muy propia al eibartarra.

En cuanto a Mendia, la despedida es solo a medias. Quedan tres años de legislatura y seguirá como vicelehendakari segunda y titular de Trabajo, una de las carteras más potentes del gobierno de coalición. Se producirá, por tanto, una suerte de la bicefalia que es seña de identidad de sus socio. En cuanto al partido, podrá presumir de una hoja de servicio más que estimable. No hay que olvidar que cuando Patxi López le cedió las riendas tras el batacazo que lo sacó de Ajuria Enea, todo apuntaba a una caída libre. La irrupción de Podemos no mucho después pareció ser un anticipo de extrema unción. Pero nunca hay que dar por muertos ni al PSE ni a su matriz, el PSOE. La recomposición de puentes con el PNV cuando parecía imposible. y, a partir de de 2019, el efecto Sánchez devolvieron el brío a las siglas históricas. Hay que reconocer el mérito.

Un asesino es un asesino

Siempre me ha repateado el hígado la matraca de la sociedad enferma. Nos lo escupían a los vascos desayuno, comida y cena en los años que siguieron al acuerdo de Lizarra. Luego, los diagnosticadores contumaces volvieron la vista al nordeste peninsular para decretar la misma dolencia a todos los integrantes del censo catalán. Pero de tanto en tanto, regresaban a los pacientes cero que moramos entre el Ebro y el Adur a renovarnos el certificado. La última vez fue el pasado sábado, con la excusa del psicodrama que tirios y troyanos escenificaron en Arrasate o Mondragón, como les gusta pronunciar a papo lleno a las gargantas cavernarias.

Y miren, les niego la mayor y la menor. De entrada, hay que ser muy bruto y muy malintencionado para atribuir a toda una colectividad el comportamiento de un número concreto (bien es verdad que, por desgracia, no pequeño) de individuos. Pero es que además, no cabe achacar a ninguna patología la elección voluntaria de la miseria moral. Centremos, pues, los términos de una puñetera vez. Esas decenas de miles de nuestros convecinos —empezando por sus gurús políticos y su aguerrida vanguardia informativa— que se encabronan porque llamamos asesino a un tipo que se ha llevado por delante (que sepamos) 39 vidas no están enfermos. Su pensamiento y su actitud no son disculpables por razones genéticas ni por la intervención de un virus. Son, para la desgracia y la vergüenza, ahora sí, de la mayoría de la sociedad vasca, opciones conscientes. Simplemente creen que un criminal múltiple puede ser un héroe. Otra cosa es que eso sea así en parte por el silencio cómodo y/o cobarde de los demás.

La cacería infame de Luis Tosar

Dicen que no hay preguntas impertinentes, pero caray. No sé demasiado bien a qué viene preguntarle a un actor si hubiera sido de ETA o Jarrai en caso de haber nacido en Euskadi. Ni siquiera a Luis Tosar, que en Maixabel encarna —magistralmente una vez más, aplauden todas las crónicas— a Ibon Etxezarreta, el sinceramente arrepentido asesino de Juan Mari Jáuregui. Ante semejante interpelación, la respuesta del lucense fue propia del estereotipo gallego: “Quizá sí. O no. Depende de muchos factores”. Incluso añadió, inclinando la balanza hacia el no: “El entono puede mucho, pero también hay una intención. Está en ti”.

De nada sirvió. En cuanto trascendió el entrecomillado forzado (“De nacer en Euskadi, quizá podría haber acabado en ETA”), saltó como un resorte toda la policía de la moral de Twitter con sus porras dialécticas y abundantes faltas de ortografía y patadas a la gramática. Tosar quedó retratado como actor subvencionado, bilduetarra y, en fin, enemigo de la nación española. No se trataba, como señalan las interpretaciones más benévolas, de déficit de atención lectora. Era pura miseria moral, vocación de manipulación intencionada y linchamiento a un colectivo, el de los artistas en general, que siempre está en la diana de la carcunda. No deja de resultar gracioso y revelador que muchos de los héroes y referencias intelectuales de los acollejadores son individuos que no pueden acogerse al condicional. De Juaristi a Onaindia, pasando por Azurmendi o Teo Uriarte, no son pocos los en su día jóvenes vascos que se enrolaron en la banda, muchos de ellos con un fanatismo atroz. Así que dejen a Tosar en paz.

Lo que va de Maixabel a Parot

Una de esas coincidencias con un toque revelador. El mismo día en que se estrenaba Maixabel en el Zinemaldia, Arrasate se convertía en epicentro de intolerancias y aprovechamientos ventajistas. Iba a escribir “de diverso signo”, pero al final, el signo es prácticamente el mismo, uno que necesita perentoriamente a su contraparte, de la que se retroalimenta en bucle. Cuántas veces habré anotado aquí que los extremos se magrean impúdicamente. Qué pena, en todo caso, comprobar que la lección que nos enseña la película basada en las tremendas vivencias de quien es mucho más que la viuda de una víctima ETA siga sin entrar en tantas molleras.

El balance de la jornada fue el previsto. Abascal y los suyos obtuvieron aquello a por lo que habían venido, unos gramos de notoriedad. Más valiosa, claro, si se acompañaba de unas gotas de sangre, siempre tan fotogénica en las portadas. Con menos épica, también le cayeron al PP unas migajas de esa atención que no rasca en las urnas. Y de los otros, qué les voy a decir que no sepamos a estas alturas. Porque ese es justo el problemón: que sabemos, pero que muchos se hacen los idiotas y otros pretenden tomarnos por tales a los demás. Da igual bajo qué fórmula, la de la primera convocatoria o la de la segunda, era un clamor atronador el objeto de la vaina. Ahí está cierto juglar que atribuyó la condición de gudari al tipo cuya prisión ilegalmente prolongada —yo eso no lo voy a negar— había sido la coartada para el acto en cuestión. ¿Para denunciar la injusta política penitenciaria es necesario tomar como bandera al asesino de 39 personas? Es una pregunta retórica.

Tiempo de recomenzar

Ante ustedes, un estajanovista de la democracia representativa que en el instante de redactar estas líneas lleva a la chepa las ocho horas de discursos, réplicas y dúplicas que se suceden en el debate de Política General del Parlamento Vasco. Mi primera conclusión, de hecho, no tiene que ver con el fondo sino con la forma. Quizá haya llegado el momento de plantearse el sentido de estos atracones dialécticos cuya sustancia se queda —y eso, siendo generosos— entre los actuantes y los que ejercemos de notarios. Pregunten a su alrededor y comprobarán que salvo los muy cafeteros, nadie sabrá darles razón de lo que se dijo ayer en la cámara de Gasteiz. Para empeorarlo, si alguien pretendiera acceder a un resumen de la sesión a través de los medios, hoy se va a encontrar que los titulares gordos lo reducen casi todo a una mención a 1839 de lo más golosa para lucirse en la interpretación. Personalmente, creo que esa alusión fue demasiado arriesgada, pues se prestaba a gracietas y cargas de profundidad como las que inspiran los tuits más salerosos. Qué despiporre, por cierto, que los mismos que se ponen megaserios remitiéndonos a 1714 se choteen de la referencia a otro año histórico de un siglo y pico después.

En todo caso, y puesto que, como les he dicho, estuve pendiente de cada ripio que se aventó ayer en pleno que abre el curso político, me quedaré con lo que para mí su espíritu más allá de las proclamas y los cruces de declaraciones. Por primera vez en más de un año volvimos a ver todos los escaños ocupados. Un paso hacia la luz que se atisba al todavía lejano final del túnel de la pandemia. Es el momento de recomenzar.

A propósito de Joseba Arregi

Respecto a la muerte, sostengo dos máximas. Por un lado, no nos hace mejores personas. Por otro, cuando acontece la de cualquiera con quien mantuviéramos diferencias, no es el momento de saldar cuentas sino el de manifestar respeto. Y es lo que pongo por delante al redactar estas líneas tras conocer el fallecimiento de Joseba Arregi, una figura que indiscutiblemente tiene un lugar destacado en nuestra historia reciente. La prueba está en la visceralidad de las palabras que hemos podido leer y escuchar desde que trascendió la noticia. Las loas excesivas han tenido su contrarréplica en aceradas diatribas revanchistas.

Incapaz de glosarlo con hipérboles ni de escupir bilis sobre un cadáver reciente, mi reflexión me lleva a lo que, a día de hoy, para mí sigue siendo un misterio insondable. Jamás comprendí qué pudo provocar su radical ciaboga vital y política. El Joseba Arregi que yo conocí y traté a cierta distancia a principios de los 90 del siglo pasado defendía absolutamente lo contrario de lo que sostuvo en el último tercio de su vida. En el tránsito, hubo un trueque diametral de filias y fobias. Los que lo consideraban un sectario sabiniano antiespañol lo acogieron, a la postre, como muestra de la vasquidad entendida como la sublimación de lo español. Y claro, viceversa: los que ponderaban su condición de abertzale ejemplar terminaron apostrofándole como españolazo contumaz. En ese sentido no fue un caso único en nuestro país. En el último medio siglo hemos asistido a no pocos cruces de líneas ideológicas, incluso de extremo a extremo. Los porqués, insisto, se me escapan. Descanse en paz Joseba Arregi.

El juez Garrido se alía con Tebas

Cuando supe que la Liga de Fútbol Profesional había presentado recurso ante el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco contra la limitación de aforos en los estadios determinada por el Gobierno vasco, no tuve la menor duda de cuál sería la resolución. Sí, justamente la que ha sido. Al ya celebérrimo juez Luis Ángel Garrido solo le faltaba aliarse con el incalificable Javier Tebas, y lo ha acaba de hacer en este dictamen que se ha sacado de la sobaquera de la toga en medio santiamén. Se trata de una nueva muesca en su mazo en lo que se refiere a decisiones contrarias a las medidas puestas en marcha atendiendo a criterios sanitarios.

Cabrá decir que este último auto tampoco es tan grave, pues con la pandemia remitiendo, era cuestión de días que se aumentaran los aforos de los recintos deportivos. Todo apuntaba a que, como poco, el LABI tenía pensado subirlo hasta el 50 por ciento. En cualquier caso, no estamos ante una anécdota sino frente a una categoría, un patrón de conducta que se ha venido repitiendo sistemáticamente desde la irrupción del virus. Prácticamente en cada oportunidad que se ha presentado, la Justicia en general, la vasca en particular y este magistrado aun más en concreto se han decantado por dictámenes que dificultaban o directamente impedían los intentos de frenar los contagios. No negaré, como me señaló el sabio Juanjo Álvarez, que se han enviado a los tribunales patatas calientes que deberían haber sido resueltas en otras instancias o que la política ha sido perezosa para mejorar la (según dicen) poco útil legislación previa. Pero, con todo, muchas de sus señorías deberían hacer examen de conciencia.