Silencios

El escritor Fernando Aramburu ha pedido perdón a sus colegas de oficio de la irredenta Vasconia por haberlos tachado de pesebreros y cobardes gallinas capitanes de las sardinas. Sería un gesto que lo honraría si no fuera porque [Enlace roto.] era una versión con sacarina de [Enlace roto.]. Para mi extraño gusto, casi con más carga ofensiva, tan lleno como iba el texto de paternalismo autosuficiente y de superioridad moral.

La tesis venía a ser algo así como: “Ay, mis confundidos y caguetas polluelos, ya comprendo que no os quedaba otra que ganaros el maíz con el silencio. Sobre todo, los que escribís en esa lengua que, [Enlace roto.]. ¿Quién os iba a leer si picoteabais la mano que os procuraba el grano”. Y luego, con tono curil, los absolvía de sus pecados de omisión y les imponía como penitencia la que ya arrastran: mantenerse en la estrechez estabularia del idioma canijo que apenas sirve para hacer literatura folclórica y costumbrista.

Cuando nos pongamos a redactar la gran enciclopedia de los relatos compartidos, habrá que dedicar unos cuantos tomos a explicar cuatro o cinco cositas sobre los silencios de los cojones. Los habría cómplices, no digo que no, y no faltaron los que simplemente buscaban no enmerdar más el patio. Pero es mentira y gorda que aquí todo el mundo calló y miró para otro lado. Bernardo Atxaga, Anjel Lertxundi, Ramón Saizarbitoria, Iban Zaldua, Jokin Muñoz, Pako Aristi, Karmele Jaio y decenas más que no me caben en esta columna han hablado alto y claro. En euskera, y por si había dudas, también en un castellano que todos ellos manejan como ya le gustaría a más de un ágrafo que va de cervantino. Lo que no ha hecho ninguno de los citados es utilizar a ETA como cebo promocional ni, mucho menos, como taparrabos para sus vergüenzas literarias.

De pronto, Superlópez

Fue un destello, tal vez un fogonazo, una golondrina que seguramente no hará verano o una de esas insólitas ocasiones en que, como canta Fito, se acierta por error. ¿Un pájaro, un avión? ¡No! Era Superlópez, con la capa recién planchada y un imaginario rizo engominado cayéndole sobre la frente mientras le escupía las verdades del barquero al vecino tocapelotas del piso de al lado. En cinco minutos que se antojaron de dibujos animados lo dejó a la altura del musgo. Cacique y antivasco fue lo más suave que le largó el Naranjito jarrillero al Zruspa riojano. De postre, lo de los abortos y, para el que quisiera repetir, un mandoble al PP que lo sostiene y un coscorrón al Gobierno español a la fuga —carne de su propia carne— que lo consintió.

Si se perdieron ese instante mágico, sublime, de conjunción mística de todas las fuerzas del universo tras el atril de Nueva Lakua desde el que habló el Hombre Nuevo (pero nuevo, nuevo), deben buscarlo en Youtube. O en el top-manta, que un prodigio así es digno de editarse en DVD y ser pirateado. Con banda sonora de Encarnita Polo, por supuesto. Pongan la música mientras lo leen, que si no, no tiene gracia: “Suspira el viento, tocando las campanas, Patxi, tocando las campanas, Patxi, tocando las campanas, Patxi, Patxi, Patxi, de los conventos. Patxi, Patxi, Patxi… es mi Patxi, Patxi, Patxi, Patxi”.

Dirán que estoy exagerando, pero les juro que no. El de Portugalete parecía… ¿Con qué se lo compararía yo? ¡Ah, ya sé! Era clavadito a un lehendakari, oigan. Dos años, ocho meses y ciento y la madre de asesores después, consiguió ser, siquiera efimeramente, lo que dice su tarjeta de visita. ¿Se repetirá? Hombre, Iñigo Martínez ha marcado dos goles desde su propio campo en apenas un mes. ¿No podemos esperar que pasado mañana López le diga a Basagoiti que se meta sus enmiendas por donde le quepan o que le mande cerrar la bocaza a Blanco? Por soñar…

Francamente antivasco

Duda metódica o, mejor expresado, sobre el método: ¿escribir tres columnas en diez días sobre el mismo asunto no es excesivamente reiterativo? Seguramente sí, y en otras circunstancias no lo haría, pero conozco con bastante precisión el mecanismo del sonajero. Los promotores sistemáticos de odio siempre juegan la baza del agotamiento de quienes los denuncian. Piensan, y generalmente aciertan, que su contumacia le da sopas con honda a la capacidad de resistencia de sus opositores. Son como esos cabrones que en la carretera se saltan los Stops sabiendo que serán los demás los que frenen por la cuenta que les trae.

Pues esta vez, este humilde utilitario hecho de palabras acelera y le saca el dedo por la ventanilla al que habría sido perfecto jefe local del Movimiento en La Rioja. Pedro Sanz es, sin lugar a matices, un canalla. No tengo que ir al Aranzadi para cercionarme de que la afirmación no es materia querellable. Me basta el diccionario de esa lengua cuyos primeros vestigios escritos están en sus despóticos dominios. “Gente baja, ruin”, anota la primera acepción. “Persona despreciable y de malos procederes”, afina la tercera. Y hay una segunda que alude etimológicamente a una muchedumbre de perros; esta la descarto porque ya quisiera el oberfhürer de Igea tener la mitad de nobleza que un chihuahua. Que algún perito en epítetos me diga si las otras definiciones no son un retrato —incluso corto— de quien se permite jugar con la salud y la vida de los residentes al otro lado de su taifa.

Lo hace, qué gracia, armado de un etnicismo identitario que siempre nos empluman a los de un poco más arriba. Hasta al Consejero de Sanidad del Gobierno López, el tibio Rafael Bengoa, se le han hinchado las narices y lo ha tildado de “francamente antivasco”. La impotencia que denota esa expresión es tan atronadora como el silencio cómplice de Antonio Basagoiti, conmilitón del satrapilla Sanz.

Tragar y callar

Vayamos haciendo acopio de palomitas, que no nos va a faltar entretenimiento en los catorce meses —sí, todos esos todavía— que quedan de legislatura en la CAV. Lástima que no resultará la pelea igualada y emocionante que nos gustaría a los que apreciamos el buen pugilato político. Tendrá más de pressing-catch amañado donde de antemano están repartidos los papeles de los contendientes. Al PSE, ni lo duden, le toca encajar las guantadas y callar. Mejor, con una sonrisa, como la que exhibieron anteayer José Antonio Pastor e Idoia Mendia al proclamar urbi et orbi que les volvía locos de felicidad tener que comerse con patatas el paletón de enmiendas a sus presupuestos que les había echado encima su socio y sostén.

Ojo, que en el paquete va un caprichoso canon de capitalidad que se le ha ocurrido a la supernova en ciernes Maroto y la fumigación de las ayudas a las víctimas de motivación política. Si lo primero pasa como gamberrada, lo segundo es una tarascada lanzada a muy mala leche contra lo poco en que hemos visto medianamente firmes a los socialistas vascos. Pues ni por esas. Testuz abajo y a seguir tragando quina.

Entre tanto asesor con fluorescente adosada en el entrecejo debería haber por lo menos uno que advirtiera de los beneficios de dar un puñetazo en la mesa de vez en cuando. Cada chantaje pagado es el anticipo de otros dos o tres por venir. Acabará López subiendo a la luna para ponérsela a los pies de Basagoiti, y ni aún así dejará de pedir el agasajado más pruebas de amor, o sea, de sumisión.

Que alguien en Nueva Lakua se detenga a echar cuentas y vea si les sale rentable ir entregando los barcos y, además, la honra. En el ejercicio puede ser de ayuda la tabla con los resultados de las últimas elecciones. Innegable, sí, el batacazo del PSE, pero así y todo, le sacó unas traineras de votos al PP. Es la tercera fuerza vasca. ¿Por qué se deja mangonear por la cuarta?

¡Viva España!

Lo siento por las taquicardias que haya podido provocar un titular así en un periódico como este, pero he sido incapaz de resistir la tentación. Si lo están leyendo y el mundo no se ha acabado será porque nuestras rotativas y nuestro equipamiento informático soportan más de lo que sugieren algunos mitos. Y también porque, al fin y al cabo, sólo se trata de palabras. Seríamos menos infelices si aprendiéramos a despojarlas de la carga explosiva con que a menudo las pronunciamos o nos las arrojan.

José Bono, inspirador de estas líneas, nos sirve para iniciarnos como artificieros del lenguaje. Seguramente se soñó épico cuando proclamó con ese verbo tan suyo —que no es precisamente el de Castelar— que el próximo secretario general del PSOE debe ser alguien capaz de gritar “¡Viva España!”. Pretendía ser, y lo fue, una frase redonda para los titulares. Pero sólo surtió efecto en cuatro mentes tan estrechas como huecas. Los demás, incluidos muchos de los que comparten carné con el atrabiliario personaje, sintieron una mezcla de vergüenza ajena, pena y desdén.

Tenemos demasiado calado al falangistazo manchego que abrazó el puño y la rosa únicamente para medrar cuando dejó de llevarse el azul mahón. Lo suficiente para imaginar sin dificultad cuál es esa España (o Ejpaña) a la que hay que lanzar vivas y requiebros de chulapo de Chamberí: una de mantillas y panderetas donde cualquier pícaro como él pueda hacerse un carrerón político que multiplique por ene su patrimonio. Menudo un patriotismo de las pelotas, el que tiene su asiento en la cartera.

Notable alto para Jesús Eguiguren, que le puso las peras al cuarto al barón desmadrado. Lo dijo de otro modo pero, en definitiva, lo que hizo fue recordarle que nunca le ha ido mejor al PSOE y a sus sucursales que cuando sus líderes se dejaron de remilgos y gritaron (o susurraron) lo que de verdad les pedía el cuerpo. No eran más ni menos que palabras.

La tele séptica

Parecía una de las contadísimas ocasiones en que en la vida real ganan los buenos. Hace dos sábados, ese engendro catódico llamado La Noria se emitió sin un solo anuncio publicitario en sus intermedios. Empujadas por el qué dirán y no sin haber echado cuentas, las marcas que se dejaban ver en tan siniestro escaparate (no peor que otros, por cierto) fueron desertando una a una. La mayoría de ellas acompañó el abandono con una nota de apostasía de la telemierda que contenía, de propina, propósito de enmienda y petición de disculpas a sus consumidores.

Sería injusto arrumbar a todas las firmas como hipócritas, pero de momento, una ha vuelto al redil y, casi más triste, se han incorporado cinco o seis de nuevo cuño, atraídas por las tarifas a cero euros con que contraatacó Telecinco. La semana que viene se sumarán otras cuantas y antes de navidad todo volverá a ser normal. El episodio de la entrevista pagada a la madre del tal Cuco quedará amortizado y como lo que no te mata te hace más fuerte, el programa de marras seguirá esparciendo detritus con mayor convicción que antes. A veces es cierto literalmente que no hay mal que por bien no venga: la últimas entregas de la cosa han tenido los registros de audiencia más altos de su historia.

La conclusión es que tenemos Noria para rato. Y aunque una no descartable acción blanqueadora de la cadena acabase por retirar el espacio de la parrilla, no habría motivo para echar a volar las campanas. En un dos por tres sería sustituido por una ponzoña del pelo con otro nombre y las mismas hediondas intenciones. Recuérdese que Tómbola, el Mississippi de Navarro o el denostado Tomate fueron rápidamente relevados por productos que en la comparación los dejaban en pellizco de monja. El pozo séptico que es la televisión (esa televisión; no generalicemos) no conoce límites de profundidad. ¿Demasiados espectadores con alma de espeleológo, quizá?

Pedro Sanz y el odio

Alguien, preferentemente de su propio partido, debería pararle los pies al tiranuelo riojano Pedro Sanz. Antes de que sea tarde, si no lo es ya, que tiene toda la pinta. Su obsesión antivasca, que en su absoluta ineptitud política, es también la forma ramplona que ha encontrado para perpetuarse como mandarín de su taifa, está llegando demasiado lejos. El otro día estuvo a punto de costarle un dedo a una ciudadana cuya culpa consistía en estar censada en la parte de la raya de los que han sido desposeídos del derecho —¿no decían que era universal?— a atención sanitaria. Nos enteramos porque lo contó El País. No es descabellado pensar que otras decenas de casos similares nos pasen desapercibidos. Hasta que muera alguien.

Sin llegar a esos extremos, y más allá de la bajeza humana de utilizar la salud como rehén, el contencioso que se ha hecho a medida el cacique de Logroño tiene otras derivadas muy graves y de alcance imprevisible. Se está atizando uno de los fuegos más peligrosos que se conocen, el de la aversión al vecino. Sólo hay que echar un vistazo a los comentarios que se dejan al pie de estas noticias en los medios digitales o en las redes sociales para comprobar que se ha traspasado el castaño oscuro. A un lado se pide, como poco, el ojo por ojo (“¡Que devuelvan los órganos trasplantados en Cruces!”, he llegado a leer) y el boicot, mientras que por el otro se llama a levantar murallas contra los invasores vascones.

Cuando los sentimientos primarios entran por la puerta, la racionalidad salta por la ventana. Es un hecho desgraciadamente testado en miles de guerras. Nuestra responsabilidad individual consiste en no dejarnos infectar por el virus de la inquina. A los políticos hay que pedirles algo más: que impidan, desde luego, su difusión, pero además, que pongan fuera de órbita a los populistas sin entrañas ni escrúpulos que, como Pedro Sanz, viven de promover el odio.