¿Ciudadanos o Tipejos?

Escarmentado por las consecuencias de dar cuartelillo al chisgarabís magenta local, ni me voy a molestar en anotar aquí el nombre del mediocre cum laude que representa al partido del figurín figurón Rivera en las Juntas Generales de Araba. Aparte (supongo) de algún concejalete, es el único culo naranjito de la demarcación autonómica con asiento institucional, y espero que siga siéndolo después del 20 de diciembre. Igual que un poco de aquel brandy del anuncio era mucho, este destripamociones colma por sí solo el cupo de memos casposos que una colectividad, incluso una tan sufrida como la nuestra, puede soportar.

¿Que si he desayunado fuerte? No. ¿Que si escribo con la arteria carótida hinchada y la bilis en ebullición? Tampoco. Esto no va de visceralidad, sino de elección consciente de términos proporcionales a los empleados por el fulano en cuestión. Y les voy contando, porque su hazaña no ha sido muy difundida.

Resulta que, con todo su derecho —eso no lo negaré—, el jueves, día internacional del euskera, el gachó se negó a apoyar una declaración de reconocimiento a los euskaldunberris suscrita por los otros 50 junteros. Bien podía haberse quedado en el desmarque, pero necesitado de dar la nota, en nombre de su formación (o viceversa), emitió un comunicado de cuatro folios en el que, además de las soplapolleces al uso sobre el adoctrinamiento, la imposición o el robo de miles de puestos de trabajo por no conocer la lengua, vomitaba que el aprendizaje del euskera tiene “perniciosos efectos en la adquisición de competencias y conocimientos” de los alumnos. ¿Ciudadanos? No llegan ni a Tipejos.

Una campaña más

Bueno, pues ya está. Voy marcando una muesca más en la culata. Otra campaña y, de momento, sereno. ¿Con ganas? Tanto como eso no les diré, pero tampoco voy a negar una cierta dosis de incertidumbre. Maldito síndrome de Pandora, que le hace a uno vivir en una noche de reyes infinita, incluso cuando no se juega casi nada.

Ya, que cómo puedo decir eso si estamos ante el final del bipartidismo, o según los más pintureros, en los albores de la Segunda Transición. Supongo que porque no he superado el atado y bien atado. O por la misma memoria clara, y además documentada con infinidad de lecturas sobre la cuestión, de lo que pasó en la primera.

Bienvenida sea, si se cumple, la novedad de las cuatro grandes fuerzas (alguna, a lo peor no tan grande) y lo imperioso que será pactar. Pero me pongo a hacer las cuentas y no acaba de convencerme ninguna de las sumas. De hecho, hay alguna, la que se me antoja más probable, que no augura nada demasiado venturoso para el futuro del trocito del mapa desde el que escribo y respiro.

Por lo demás, no puedo evitar sonreír —antes de ponerme a temblar, como en el enunciado de la famosa sección de La codorniz— viendo cómo no hay encuesta oficial u oficiosa que no vaticine la victoria del PP. Hostiándose un tanto, perdiendo la mayoría absoluta y lo que quieran, pero a la postre, mojando la oreja a todos sus competidores, y de propina, consiguiendo moderar los discursos y bajar los humos de los que iban a tomar al asalto palacio de invierno y ahora ya dicen que llamarán educadamente a la puerta.

Que sea lo que quieran Atresmedia, Mediaset y, por supuesto, Bertín Osborne.

Hastío catalán

Tengan la bondad de despertarme cuando ocurra algo en Catalunya. Algo digno de mención, quiero decir. Y ahí no entran los amagos infinitos que siempre terminan en no dar. Ni las bravatas de pitiminí, ni las amenazas de repertorio, ni el enésimo ultimátum por boca de ganso que impepinablemente desemboca en la promulgación de uno nuevo que tampoco se cumplirá.

Quizá me digan que no es poca cosa unas elecciones plebiscitarias y una declaración que recoge la intención de desconectarse —término literal— de España. No lo negaré, pero sí matizaré que el resultado de la cita con las urnas fue, cuando menos, interpretable y, por mucho que se quiera vestir el muñeco, bien lejano a los pronósticos de la lechera. Respecto a la proclama rupturista, aparte de señalar que el papel lo aguanta todo, que el mismo Parlament que la aprobó la dulcificó, y que al unionismo español le está viniendo de cine, les diré que de poco vale alcanzar tal histórico acuerdo, si después no hay manera de llevarlo a la práctica porque las fuerzas que lo han apoyado se enredan en una cuestión que no va más allá del personalismo de aluvión.

Lo pistonudo, además, es que tanta razón o tanta falta de ella tienen los unos como los otros. Es igual de comprensible querer a Mas fuera del proceso a toda costa, que defender con uñas y dientes su derecho a liderarlo. Sin embargo, lo verdaderamente insensato es que una de las dos partes no haya sido capaz de ceder hasta la fecha, amén de que el asunto se ventile impúdicamente a la vista pública para enorme regocijo de quienes, aunque suban el tono de voz, intuyen que no hay de qué preocuparse.

Hacer el chorra

Soy de esos tipos raros a los que sí les interesa el lado humano de los políticos. De hecho, hubo un tiempo en que me perseguía una cierta fama de blandengue porque los entrevistados se me iban vivos, brutal expresión del argot de mi gremio que quiere decir que mis preguntas no habían sido lo suficientemente agresivas como para obtener un par de frases entrecomillables. De la actualidad pura y dura, se entiende, es decir, de esas cuestiones, en general, perfectamente prescindibles, con fecha inmediata de caducidad. Maldigo una y mil veces el periodismo declarativo ramplón… que yo también he acabado porque no se puede ir toda la puñetera vida contra la corriente.

Otro día les cuento cómo y por qué claudiqué. La introducción pretendía aclarar que, en principio, no tendría nada —más bien al contrario— de cualquier intento periodístico de buscar el plano corto de las personas que están en la primera línea política. Sin llegar a la salsa rosa, me interesan sus situaciones vitales presentes y pasadas, sus peripecias más allá de las siglas concretas, sus gustos en diversas materias y, desde luego, las opiniones que salen de su cabeza y no del consabido argumentario.

Y también me resulta simpático verlos en facetas ajenas a su dimensión pública. Pero sin rebasar unos límites tan obvios, tan primarios, que no me voy a detener a explicar. La línea, que es ciertamente gruesa, la marca el sentimiento de vergüenza ajena desde el lugar del espectador, y el del mínimo pudor desde el lado del protagonista, que es quien al final decide si merece la pena hacer el chorra ante una cámara por un puñado de votos.

Lo del clima, otra vez

“Represento al segundo país que más contamina. Asumiremos nuestras responsabilidades”, lloriqueó ayer Barack Obama en París, leyendo palabras escritas por si legión de asesores. Medio rato antes o medio después, no seguí muy bien la secuencia porque estas cosas me provocan una enorme pereza, Angela Merkel se atizó su ración de flagelo, en este caso, con un difuso propósito de enmienda incorporado: “Hemos contaminado mucho. Por tanto, debemos estar en la vanguardia de las energías limpias”. Imposible no imaginarse el tubo de escape de un Volkswagen… o de cualquier otra marca de las que (¿todavía?) no han pillado.

Les prometo que quisiera no ser escéptico. Y sé que muchos de ustedes están en las mismas. Pero me temo que tenemos las canas y las arrugas suficientes para acordarnos de Ginebra (1979), de Río de Janeiro (1992), de Kyoto (1997), de Johanesburgo (2002), de Bali (2007), de Copenhague (2009), de Durban (2011) y de las que me dejo por el medio. En cada una de ellas, con más o menos pompa y circunstancia, se ha ido repitiendo la coreografía que volverán a bailarnos en los próximos días. La secuencia es tal que así: descripción apocalíptica de la situación, concurso de golpes de pecho, hondas declaraciones de las mejores intenciones para el futuro, firma jacarandosa de un documento que incluirá plazos más bien lejanos y objetivos tirando difusos, y cuando nadie está mirando, incumplimiento, incumplimiento e incumplimiento. Pero no hemos de afligirnos porque siempre habrá un lugar del cada vez más castigado planeta dispuesto a acoger una nueva cumbre en la que volver a repetir la manida martingala.

Devoción por Kant

Como espectáculo, no estuvo nada mal el combate de egos y labias que protagonizaron el viernes en la Universidad Carlos III de Madrid Pablo Rivera y Albert Iglesias, o al revés, que siempre me lío. Una esgrima dialéctica de quitarse el tricornio, se lo juro. Ni Rajoy ni Sánchez habrían aguantado medio asalto a ninguno de los púgiles. Qué maravilloso cruce de propuestas tan brillantes como, en general, irrealizables —el éter aguanta lo que sea— y qué impresionante recital de chuches discursivas tan al gusto del consumidor-votante (o viceversa) actual.

Iba todo como la seda, con las respectivas claques pilongas ante cada intervención ingeniosa de su gurú, cuando de entre el público emergió no se sabe si un cándido, un tocapelotas o, simplemente, ese universitario pedantuelo (a algunos nos dura) que hemos sido tantos a los veinte, pidiendo a los contendientes que recomendaran un libro de Filosofía. Ética de la razón pura, de Kant, patinó engolado Pablo, y su parroquia aplaudió con las orejas, ajena a la patada que le había dado al verdadero título, Crítica de la razón pura. Luego fue Rivera el que remedó a Cagancho en Almagro, aconsejando cualquiera de los libros del filósofo prusiano, un segundo antes de reconocer ante la pertinente pregunta del moderador (Alsina otra vez, qué cabrón) que en realidad no había leído nada del mentado autor. ¡Y ahí estallaron las redes sociales! Los mismos que ni habían olido la cantada de Iglesias mandaban a la hoguera a Albert por su agravio a Don Immanuel. Yo imaginé a José Sazatornil rezongando: “¿Es que no sabe que aquí sentimos auténtica devoción por Kant?”.

Califa, ríndete

Un lamento estremecedor atraviesa de norte a sur y de este a oeste las montañas y los desiertos lejanos de los que un día farfulló José María Aznar. Ha salido de la garganta desgarrada de Abu Bakr al-Baghdadi, autoproclamado gran baranda de musulmanidad a título de califa. El matarife en cap del ISIS no cabe en sí de rabia, dolor, frustración y zozobra. Ahora sí que sabe que está jodido. A su brutal maquinaria de la muerte no le queda ni un cuarto de hora. Un heraldo, imaginamos que convenientemente apiolado por cenizo, ha traído la pésima nueva: en la infiel Al Andalus se acaba de ampliar el pacto antiyihadista, aterrador documento.

Si a Abu Bakr primero —les juro que se hace llamar así— ya le costaba conciliar el sueño desde que los generales de cruzados Mariano Rajoy Brey y Pedro Sánchez Pérez-Castejón rubricaron el texto original, en lo sucesivo la cosa se le pone en sánscrito. Alá, que también debe de escribir en renglones torcidos, ha dispuesto que a la amenazadora entente se sumen siete fuerzas de la cristiandad cañí, a cada cual más temible. Que una cosa es hacer frente a los cazas yankis, a los de Putin o a los del encabronado Hollande, pero a ver quién es el guapo, por muy califa que sea, que le planta cara a los nuevos firmantes. Oigan, que es que estamos hablando de Ciudadanos y su líder figurín (y más cosas, según insinuaba el otro día Monedero), pero también de referentes universales del acojono como Foro Asturias, Partido Aragonesista, Coalición Canaria, o las a punto de descomposición Unió y UPyD, sin olvidar la UPN del navarrísimo Esparza. Califa, ríndete, te tenemos rodeado.