Ojalá gane Podemos (2)

Arrastro una maldición que, de alguna manera, yo mismo me he labrado. Como soy pródigo en ironías, cuando hablo en serio, (casi) todo el mundo me toma a chunga. Ayer, sin ir más lejos, me hinché a recibir codazos cómplices, guiños, pescozones cariñosos y pulgares hacia arriba en Facebook que, seguramente, no me correspondían. También puyas y puñetazos dirigidos al plexo solar por hacer gracias de cuestiones solemnes. Palabrita del niño Jesús que no bromeaba cuando expresaba mi deseo —diría mi anhelo— de que Podemos arrase en las próximas elecciones generales ni cuando rogaba encarecidamente que se adelante a ya pero ya la cita con las urnas. Léanme los labios: no siendo ni de lejos pablista (y menos, monederista), he llegado al convencimiento de que lo mejor que puede pasar —o si quieren, lo menos malo— es que los morados alcancen el poder cuanto antes.

Para empezar, mucho peor que el PP no parece que lo puedan hacer. Y si la otra alternativa es la gran coalición, que apenas llegaría a mediana, para volver a colarnos la jugada de 1978, qué quieren que les diga: me arriesgo con lo malo por conocer. ¿Cuánto de malo? Pues ahí estará la gracia y/o la desgracia. En los diez meses de fulgurante subida, Podemos se ha comportado como ese cuñado instalado en la certeza de que los demás no tienen ni puta idea. Cualquiera que haya padecido esta peste familiar sabe que la vaina se acaba en cuanto al pavo en cuestión le pones el destornillador en la mano y le dices: “Hala, majo, ahora lo haces tú, a ver qué tal”. Es urgente cederles la caja de herramientas y observar cómo se les da pasar de las musas al teatro.

Ojalá gane Podemos

Tan claramente como lo leen en el titular se lo digo: pido a los dioses del firmamento que las encuestas que traen la buena nueva del sorpasso pablista se hagan carne gubernamental. Con mayoría absoluta si puede ser, y mañana mejor que dentro de un año. Si esa es la voluntad del pueblo español soberano, hágase sin demora.

No me confundan con uno de tantos arribistas que ya el sábado por la noche, cuando El País soltó el supuesto bombazo demoscópico, iniciaron la ciaboga para subirse al carro del futuro vencedor. Va a  ser difícil que me vean bailándole el agua al cliente más célebre de Alcampo, y no les digo ya a sus apóstoles omnipresentes en las salsas rosas politiqueras de Cuatro y LaSexta. De hecho, uno de los motivos de esta urgencia que me ha entrado es que no creo que pueda soportar doce meses más de peñazo televisivo y bombardeo inmisericorde en las redes sociales.

Por lo demás, soy un tipo práctico. Es bobada cerrar el paso a quienes tienen absolutamente todas las soluciones a cualquiera de los mil y un problemas que nos acogotan. Pónganse a imaginar. De saque, referéndum para decidir si Felipín Six se va o se queda, viaje que se puede aprovechar para que Catalunya, Euskal Herria —o Cartagena, si le apetece— escojan estar fuera o dentro. Cero desahucios. Viviendas para dar y tomar. Factura de la luz por la mitad de la mitad. Salario mínimo que de para llenar la nevera y la biblioteca. Enseñanza y sanidad públicas, de calidad superior, y me llevo una. Ni techo de deuda ni de déficit. Las vallas con Marruecos, derribadas. En los CIEs, trato exquisito. Y así, hasta donde alcancen a desear.

Fabricando pruebas

Como sabemos de largo por aquí arriba, la policía española opera a menudo exactamente a la inversa de lo que marcan los manuales. En lugar de tirar de un hilo y ver a dónde conduce, decide de antemano a quién hay que echar el guante, y a partir de ahí, se dedica a recopilar las pruebas que demuestren la culpabilidad del que quieren llevar esposado al cuartelillo. Dado que buscar pistas e indicios es demasiado laborioso, máxime cuando el objetivo elegido puede ser del todo inocente, lo más práctico es saltarse ese paso y proceder a la creación de elementos probatorios a medida. Ni siquiera hace falta esmerarse en la confección. Por un lado, está la manga ancha de las togas judiciales, y por otro, que siempre habrá un medio amigo —o un plumilla con ínfulas de sabueso— para que un par de fotocopias chapuceras conviertan en delincuente a quien no lo es.

Tiene toda la pinta de que el alcalde de Barcelona, Xavier Trias, ha sido la penúltima víctima de este modus operandi. Durante cuatro días, ha tenido que sufrir otras tantas portadas del diario El Mundo que le acusaban de haber tenido una multimillonaria cuenta en Suiza. Se aportaba documentación filtrada directamente desde las covachas policiales que ha resultado falsa. Una carta de la Unión de Bancos del país helvético certifica no solo que Trias jamás ha sido cliente de ninguna entidad de aquellas latitudes, sino que la numeración del depósito que se le atribuía es un invento chusco. Y lo más grave es que hay periodistas que aseguran haber recibido presiones del ministerio de Interior para que dieran pábulo a la trola infecta. Pura marca España.

Otro farsante al descubierto

José Ángel Fernández Villa ha salido en los papeles mucho menos que el pequeño Nicolás, a pesar de que le aventaja en miles de trapisondas. Por pura cuestión biológica. Cuando vino al mundo el niñato cuya prometedora carrera parece haber terminado prematuramente, Villa llevaba decenios de maniobras orquestales en la oscuridad. Nada se movía en la cuenca minera asturiana y casi nada en el Principado sin el visto bueno del cacique rojo al que le acaban de descubrir, como a un Pujol de vía estrecha, 1,4 millones de euros de procedencia inexplicable. Igual que el otrora molt honorable, se ha amorrado a la excusa de la herencia familiar, cuando hasta el último de sus paisanos sabe que su padre era un humilde chigrero.

Nadie en su entorno parece estar dispuesto a creerle. Ahí está su incalculable drama y, de paso, la tremenda enseñanza sobre la condición humana. Apenas ayer, su santa voluntad se cumplía con idéntica sumisión en el fondo del pozo que en las plantas nobles de partidos (el suyo y los demás), administraciones o empresas de cualquier tamaño. Caído en desgracia en apenas 48 horas, las que mediaron entre la difusión de la noticia y su expulsión sumarísima del PSOE tras más de 40 años de militancia, hasta quienes fueron sus más próximos reniegan de él.

Y no es que guarden silencio. Peor: han empezado a largar por los codos sobre cómo las gastaba Villa, incluyendo huelgas amañadas, vidas de compañeros arruinadas, trasiego de multimillonarias subvenciones para callar bocas y, de propina, presuntos chivatazos a la Brigada Político Social. Todo muy sucio, sí. Tanto como contarlo justamente ahora.

Teresa en prime time

Supongo que era previsible, pero no por ello menos decepcionante. Antes incluso de abandonar el hospital, Teresa Romero concedió su primera entrevista exclusiva, que en traducción a los usos y costumbres de la prensa de unos decenios a esta parte, quiere decir pagada. Seguramente la auxiliar felizmente curada de ébola ha recibido un pico. Es de imaginar que habría subasta previa con abundancia de postores de chequera alegre. El gramo de intimidad semivirgen tiene un precio, y los que entienden de esto porque están todo el día a pie de mercado sostienen que merece la pena rascarse el bolsillo. Hay tal demanda, que la inversión se rentabiliza casi instantáneamente. Eso también debería hacernos pensar.

Por lo demás, no tengo nada que reprochar a Teresa. Tanto ella como su marido están en su derecho de meterse por su propio pie en la irresistible pasarela de la fama de aluvión. Sospechando que de poco va a servir, les aconsejaría, eso sí, que fueran con tiento. Más que nada, porque los que ponen las reglas son profesionales que no se andan con sensiblerías. En cuanto el respetable pierde el interés, que puede ser muy pronto en un caso como este, se mueve el banquillo y sale a los focos, qué sé yo, la Pechotes, que es ahora mismo una de las piezas más cotizadas de las casquerías mediáticas.

Eso, sin perder de vista los niveles de crueldad que gastan los consumidores del género. Lo suyo no son las medias tintas. Pasan en décimas de segundo y sin causa aparente de la adoración absoluta al odio más visceral. Y cuando eso ocurre, es muy tarde para protestar. Aunque no esté escrito, viene en el contrato.

Corruptos soberanos

De nuevo, las columnas y los comentarios se llenan de alusiones a la Tangentópolis italiana. He perdido la cuenta de las veces que, tras la aparición de un nuevo caso de corrupción en Hispanistán, creemos estar a las puertas de un derrumbe de régimen como el que ocurrió en la península de la bota a principios de los noventa del siglo pasado. Quizá, quién sabe, esta sea la buena. Desde luego,  la Operación Púnica —qué arte en el bautismo tiene algún benemérito— marca el récord de trincones detenidos en menos tiempo. Parece, además, que se trata de un menú degustación. Por lo que se va conociendo e intuyendo, hay una larga lista de mangantes aguardando turno (es decir, la recopilación de indicios suficientes) para ser emplumados. A diferencia de otras ocasiones, todo apunta a que en sus partidos nadie va a mover un dedo por ellos. Por una parte, porque hemos entrado en la fase del sálvese quien pueda, y por otra, porque, según nos cuentan, las presuntas rapiñas no eran para compartir con la caja B común, imperdonable egoísmo.

A la espera de nuevos y jugosos capítulos de la novela marrón recién inaugurada, que los habrá, les propongo una reflexión sobre sus protagonistas. Y más concretamente, sobre los que tienen la condición de políticos. ¿Se han parado a pensar cómo llegaron a los puestos desde los que han podido ejercer su latrocinio? Tristemente, a golpe de voto popular. Varios de los ahora encausados pueden exhibir pingües mayorías revalidadas elección a elección. Buena parte del mismo pueblo que ahora echa pestes sobre ellos les dio la llave del pillaje. Son corruptos, sí, pero soberanos.

Baiona, un paso atrás

Al primer bote, parecía algo maravilloso. Representantes de todas las sensibilidades (aunque no de todas las siglas) de Iparralde, con subrayado especial para las no abertzales, suscriben un texto para avanzar en el camino de la normalización. Qué envidia, Bidasoa abajo, ver a destacadas figuras del PSF o la UMP prestándose a aparecer en una fotografía que aquí ni nos atrevemos a soñar. Y no solo eso: mientras en la demarcación autonómica —y no digamos ya en la foral— una coma se convierte en una barrera infranqueable, los políticos del norte del país han sido capaces de ponerse de acuerdo en nada menos que dos folios completos. La decepción, en mi caso, llegó al leerlos.

Pintaban muy bien los primeros párrafos. Poco que objetar a la petición al gobierno francés para que se implique en el proceso y busque una interlocución con ETA. Completamente de acuerdo en el catón penitenciario, es decir, fin de la dispersión, acercamiento, libertad condicional con los mismos requisitos que cualquier otro preso, o liberación de reclusos gravemente enfermos. ¿Ayudas para la consecución de empleo, vivienda o acceso a ingresos de jubilación a quienes abandonan la cárcel? Empieza a sonarme a agravio comparativo con el común de los mortales.

A partir de ahí, simplemente me rebelo. ¿“Suspensión de los procedimientos jurídicos y policiales contra militantes de ETA”? ¿“Exclusión de los delitos políticos en la aplicación de la Orden de Detención Europea”? ¿“Elaboración de una ley de amnistía para los asuntos ligados al conflicto vasco”? El de Baiona es, siento escribirlo, un documento de parte. Y un gran paso atrás.