Le copio la frase a mi psiquiatra de cabecera: qué culpa tengo yo, si las veo venir. Con el escrutinio aún caliente e incompleto, a la vista de los números de Nafarroa se me ocurrió conjeturar que daban para el cambalache en otros lugares de la hispanitud. Los listos presentes en el debate corrieron a tildarme poco menos que de conspiranoico y megalómano. A quién carajo le iba a importar fuera de la Comunidad Foral lo que hacían o dejaban de hacer en un terruño ignoto, cuando las habas de verdad se jugaban en Madrid —capital y comunidad—, Barcelona y, por supuesto, en Moncloa.
Pasando por alto la pésima memoria en materia de agostazos y marzazos de los sabios circundantes, osé apuntar la (para mi) bastante verosímil posibilidad de que los dos diputados de UPN en el Congreso facilitaran la investidura de Pedro Sánchez a cambio de permitir el gobierno de esa cofradía de mareantes que atiende por Navarra Suma. Ahí me cayeron de todos lo colores. Poco faltó para que me retirasen el carné de opinatero por verbalizar lo que apenas un día después cobró carta de naturaleza.
Eso ya fue tres o cuatro días después, cuando los medios del ultramonte descubrieron literalmente la pólvora. Queda para la antología de la vergüenza ajena una portada de ABC que sostenía que el PNV le exigía a Sanchez “que facilite el gobierno de los batasunos” (les juro que es cita textual) en Nafarroa. Y qué decir del ignorante amanuense de El Mundo que tocaba a rebato en una descarga titulada “Si Navarra cae”, en la que anunciaba el apocalipsis… ¡con cuatro año de retraso! si los constitucionalistas no gobernaban. Vayan haciendo sus apuestas.