A lo peor, el bananerismo de las (supuestas) autoridades sanitarias españolas al abrir de par en par las puertas de Europa al ébola tiene su correlato a pie de calle. No sé, es una hipótesis. Miren a su alrededor a ver si la corroboran. Fíjense, por ejemplo, en las 300.000 firmas que a la hora de escribir estas líneas llevaba cosechadas la ya inútil petición para salvar al perro de la auxiliar de enfermería contagiada. A riesgo de parecer insensible, les puedo asegurar que hay causas con implicación de vidas humanas que no recaban ni una cuarta parte de tal apoyo. Ni eso, ni provocan semejante reyerta dialéctica, con la formación instantánea de dos banderías que lanzan espumarajos bajo el sustento de la ignorancia más supina por ambas partes. Claro que el panorama resulta aun más desolador cuando ves que también entran en la refriega, a favor de unos u otros, individuos con el carné de científico en regla. Y como remate del sainete, el marido de la mujer infectada, desde su propio aislamiento, dando la impresión —seguramente, sin pretenderlo— de que le preocupaba más la suerte que pudiera correr su mascota que lo que el destino le depare a su pareja.
Huelgo hablarles del cuñadismo instalado en las tertulias y columnas, incluyendo, quizá, esta misma. Los expertos en sistemas de frenado del AVE de cuando el accidente del Alvia son hoy avezados virólogos. Entre medio se cuelan otras voces autorizadas, como primos segundos de vecinos de la enferma que claman estar en un sinvivir o, claro, los que han descubierto que esto no es un accidente sino, toma ya, una operación de exterminio premeditada.