Populacherismo

Es posible que sea un enorme irresponsable, un inconsciente del carajo o ambas cosas, pero desde el viernes a las seis de la tarde, hora de Euskadi y de Aquisgrán, voy de carcajada en carcajada. La penúltima y más conseguida encarnación del mal se hacía cargo del poder en el perverso y diabólico imperio culpable de todas las desgracias del planeta. Hordas de individuos moralmente superiores que piensan exactamente eso se atizaban codazos para ejercer de eruditos tertuliantes en las mil y una transmisiones televisivas y radiofónicas del evento. Caray, con los insumisos, que con su sola presencia en esos saraos del blablablá estaban retratándose como súbditos del lado oscuro. Y esto va por los que cobraron por sus cagüentales y por los que los farfullaron gratis et amore en Twitter.

He ahí la contradicción fundacional. El resto fueron llegando en torrente en cada apostilla al discurso inaugural del presidente con cara de cochino, como dice la canción viral de internet. “¡Qué asco!”, “¡Intolerable!”, “¡Tipejo!”, “¡Eso es fascismo de libro!”, “¡La que nos espera!”, “¿Cómo es posible?”, se iban rasgando ritualmente las vestiduras los recordmen y recordwomen siderales de la progritud. Y todo, vean qué gracia, porque el nuevo inquilino de la Casa Blanca no dejaba de regüeldar en diez o doce versiones con leves matices que había llegado el momento de quitar el poder a las élites corruptas para devolvérselo al pueblo. “No permitas que nadie te diga que eso no se puede hacer”, remató Trump, remedando a su modo, jojojo, el lema de los mismísimos que se ciscaban en su estampa. Los populacherismos se tocan.

Y en eso, murió Fidel

Pues sí, en eso, murió Fidel. Llegó la comandante Biología y le mandó parar. A más de un medio le ha faltado el humor negro para apuntarse el tanto. “Tal y como hemos adelantado muchísimas veces en los últimos años”, podían haber encabezado las informaciones seguidas del obituario que por fin salía de la nevera de modo pertinente.

Y junto a los perfiles biográficos recalentados en el microondas, el aguacero torrencial de castrólogos y cubólogos nacidos de la nada 30 o 40 segundos después de la difusión del óbito. Qué hartura de escuchar sus verdades verdaderas sobre lo que va a pasar o a dejar de pasar en cuanto los magros y gastados restos del finado se convierta, por deseo expreso, en ceniza. Que si mucho, que si poco, que si cuarto y mitad, que si Raúl esto, que si Trump lo otro, que si el papa Francisco. Solo faltó meter por medio a Susana Díaz, aunque quizá alguien lo hizo y me lo perdí.

Bien es cierto que resultaron más cansinos si cabe los eternos de Villarriba y Villabajo. Imposible decir qué proclamas ganaban en ranciedad, si los del “Hasta Siempre, patria o muerte, venceremos” o los del “Ahí te jodas tirano, que has palmado y pasado mañana el pueblo será libre”. Lo escribí sobre Hugo Chávez, y lo repito con más motivo —porque su dimensión histórica es bastante mayor— respecto a Fidel: un personaje así no entra en un puñado de palabras. Menos, si eso que se dice está contaminado por el ramplón simplismo que nos asola. Sí debo decir, con todo, que me asusta un tanto comprobar que a estas alturas del tercer milenio hay jovenzuelos que cacarean estas o aquellas consignas con peste a naftalina.

La Democracia no mola

Apenas hemos cumplido una semana del Trumpazo, y ya podemos certificar que ha dado lugar a una especie de género literario propio. Con honrosas excepciones, la mayoría de las piezas consiste en un encadenado infinito de sapos y culebras, con el aderezo de barateros y contradictorios teoremas sobre las causas de la tragedia. En no pocos casos, las melonadas son de antología. Así, cierta individua echaba pestes del machismo estadounidense que imposibilitaba poner en la presidencia a una mujer dos tuits antes de afirmar que Bernie Sanders, que tiene pito, habría sido mejor candidato que Hillary Clinton.

En una línea similar de coherencia a la remanguillé, los plañidos en zig zag de no pocos conspicuos progresís. Abren la cháchara afirmando que la izquierda tiene que rescatar a sus votantes de las garras de la ultraderecha populista, y en el siguiente párrafo se lían a ciscarse en las muelas de la masa ignorante, insolidaria y fascistoide. “Analfabetos políticos que han incurrido en un acto de criminal irresponsabilidad”, los motejó el cid de la intelectualidad fetén, John Carlin.

Lo divertido o, según se mire, tremebundo es que buena parte de estas evacuaciones de superioridad moral no se paran ahí. Con la carrerilla cogida, pisan la línea de fondo imaginaria y dejan caer que la Democracia —nunca sé si poner la palabra en mayúscula o en minúscula— quizá no debería estar al alcance de todo el mundo. De momento, no lo dicen así, pero sí van sugiriendo con creciente desparpajo la necesidad de buscar el modo para que sobre los asuntos trascendentes —los que dicen ellos, claro— decidan solo los que saben.

Pues ganó Trump

Pues ganó Trump, y probablemente sea una desgracia inmensa, pero resulta descogorciante ver a tanto demócrata del copón y pico ciscándose en lo mal que vota el populacho. Estamos con la gente, con toda la gente, la buena gente… siempre y cuando echen la papeleta que corresponde. ¿Cuál? Vaya preguntita, la que señalan los dueños del camino, la verdad, la vida y, para no extendernos, la superioridad moral. Ese cabreo posturero es el de los trileros del rastro cuando los que están llamados a ser primos les descubren la bolita una, otra, y otra vez.

¿Y ahora qué? Je, menudo chiste es que los que nos están diciendo lo que va a pasar en lo sucesivo sean los profetas —analistas se bautizan a sí mismos— que no han sido capaces de olerse la que se venía. Era materialmente imposible que un bufón homófobo, machista y racista venciese a la candidata apoyada por todos los medios de comunicación de postín, las corporaciones económicas más poderosas y, en general, los apóstoles del bien pensar. Toma planchazo.

Para nota, por cierto, esa recua de santurrones del género y la multiculturalidad que ahora echan pestes de las mujeres —“¡Son las peores!”— y los inmigrantes de varias etnias —“¡Se merecen lo malo que les pase!”— que han respaldado al fantoche multimillonario en un porcentaje nada desdeñable. ¿Cómo es que eligen a un tipejo que las y los insulta de ese modo tan grosero? Quizá porque se sienten todavía peor tratados por quienes, además de tener las santas narices de hablar en su nombre, los arrumban de escoria inculta.

¡Ah! Y por el estabilishment no sufran. Si se llama así es por algo. Jamás sale derrotado.

¿Y si gana Trump?

Como no soy de adorar santos por la peana —más bien, lo contrario—, llevo un par de días descacharrándome de la risa a cuenta del palmo de narices con que ha dejado a sus sumisos fieles el filósofo dizque marxista Slavoj Zizek al pontificar sobre las presidenciales en Estados Unidos. No se preocupen medio grano si no les suena el gachó. Es, sin mucho más, el típico producto premium para pseudointelectuales snobs, de esos que disfrutarán llamándome cuñado por haber escrito esto. Lo encajo con mi entrenada capacidad de fajador del navajeo dialéctico, y sigo adelante con los faroles, o sea, con las palabras del barbudo esloveno.

Después de afirmar que, repugnándole Trump, entiende que el verdadero peligro sería la victoria de Hillary Clinton, redondeó así el razonamiento: “Él no va a traer el fascismo, pero puede provocar un gran despertar”. Como decían en los tebeos de mi mocedad, que me aspen si no es un “cuanto peor, mejor” de libro.

La cosa es que sin ser un pensador de moda sino un opinatero de pueblo, yo mismo me he descubierto llegando a parecida conclusión. Tal vez el revulsivo que necesitemos para salir de tanta tontería chachiguay es tener como comandante en jefe del primer país del mundo libre [ironía] a alguien que encarna como nadie el simplismo ideológico que campea por casi todo el planeta. En ese sentido, y ya me escuece esta nueva coincidencia, comparto el titular de portada de El País de anteayer: “El populismo mundial libra su batalla en Estados Unidos”. He ahí la lacerante cuestión: Trump no solo es Trump, ya quisiéramos, sino otro puñado de mesías salvadores que nos acechan.

¿Por qué Trump?

Como cualquiera con un gramo de corazón, en lo personal y en lo político desprecio a Donald Trump con todas mis fuerzas. Sin embargo, no puedo evitar que me fascine como fenómeno. Y cada vez más. Empecé escuchando de refilón sus casposas melonadas, sin sospechar que llegaría a tener la menor opción de aspirar a la presidencia de Estados Unidos, y hoy es el día en que sigo con notable atención sus andanzas y con interés aun mayor, el pánico que su posible victoria en las primarias provoca incluso dentro de su propio partido.

Esto último, por cierto, resulta muy divertido si tenemos en cuenta que el otro aspirante republicano con opciones, Ted Cruz, es un chalado ultramontano que dice recibir instrucciones directas de Dios. Frente a tal adversario, a esta hora de la entretenida carrera electoral —sobre todo, cuando se contempla a 9.000 kilómetros—, Trump lleva una ventaja, dicen que ya muy difícil de salvar, de 255 delegados. No hay analista que no se pregunte por qué, y de hecho, en aquel lugar del mundo se ha disparado la búsqueda en Google enunciada como “Why Trump?”.

Me temo que buena parte de los millones de individuos dispuestos a votarle lo que se preguntan es por qué no. Si le dan media vuelta y se fijan en singularidades políticas pujantes de la Europa que exporta superioridad moral por toneladas, verán que en el fondo no hay tantas diferencias. Por más que nos moleste a quienes detestamos el trazo grueso, estamos en una época en la que triunfa la ausencia de toda sutileza. Poca queja nos cabe. Trump y el resto de vendedores de humo son la radiografía del sistema que llamamos Democracia.

Revival cubano

Ciertamente, no soy un gran experto en política internacional, pero me llega, creo que como a todo al mundo, para comprender el carácter histórico del anunciado deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos… o viceversa. No estoy tan seguro, sin embargo, de que la cuestión se pueda vender como una grandiosa victoria del pequeño y corajudo caimán sobre el monstruo imperialista de siete cabezas. Quizá sí sobre la gusanera de Miami, entendiendo por tal, no a todos y cada uno de los exiliados, sino a los elementos de extremísima derecha que, igual que hace cada colectivo que vive de la bronca, andan ladrando su cabreo por este principio de entendimiento. Tampoco digo, ojo, que se pueda atribuir el triunfo a Washington, porque fue el mismo Obama quien reconoció que  el líder del mundo libre llevaba 55 años haciendo un pan con unas hostias. ¿Y si lo dejamos en un éxito tardío del sentido común combinado, seguramente, con un puñado de intereses que no se dejarán fotografiar?

Siendo, según coincidencia bastante general, el episodio que pondría fin a la guerra fría, resulta sorprendente (o tal vez, ilustrativo) que haya despertado actitudes y proclamas propias de la época que supuestamente se entierra. Desde que los teletipos atronaron con la noticia, se ha desatado un peculiar revival de furibundos anticastristas y procastristas desorejados, los unos con su sulfuro con hedor a fascistela, y los otros, con la proverbial ceguera voluntaria hacia las incontables imperfecciones (sí, es eufemismo) de un régimen que ha demostrado no ser el que muchos soñamos. La verdad, suena todo muy antiguo.