A poco menos de tres semanas del 85 aniversario del bombardeo de Gernika, hay que agradecerle al presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, que en su comparecencia ante las cortes españolas lo escogiera como término de comparación con las carnicerías que está perpetrando la soldadesca rusa en su país. La pertinente analogía está provocando un hondo y revelador crujir de dientes entre los que, casi un siglo después de la inmisericorde devastación de la villa foral bajo las bombas nazis de la Légión Cóndor, siguen instalados en la nauseabunda manipulación a la que se entregó la propaganda franquista desde el mismo día de la fechoría.
No voy a decir que me sorprende, porque conozco a mis clásicos requetediestros y llevo lustros escuchando sus bazofias minimizadoras, justificadoras, exculpatorias o directamente negacionistas. Pero no puedo evitar mostrar mi hastío y, al tiempo, mi alarma al comprobar que esa versión insidiosa no solo resiste el paso del tiempo sino que hace fortuna entre los borregos ignorantes se tragan lo que les echen al buche sus referentes ideológicos. Y aquí es donde los extremos vuelven a magrearse impúdicamente porque esa actitud de los que no aceptan la realidad documentada de lo que ocurrió en Gernika tiene su correlato exacto en quienes, ante la evidencia irrefutable de las matanzas de Bucha o Mariúpol a manos de los matarifes de Putin, siguen vomitando que se trata de montajes orquestados por los ucranianos o, incluso, de daños autoinfligidos para explotar la baza del victimismo. Unos son los espejos de la miseria moral de los otros. Y viceversa, claro.