Mendia, secesionista

Era lo que nos faltaba por ver. En las últimas entregas del cronicón cavernario, Idoia Mendia es tratada y retratada como peligrosa secesionista. Entre otras jeremiadas, a la secretaria general de los socialistas vascos se le achaca haber “pisoteado la línea roja del PSOE de la unidad de España”. Y eso es casi precio de amigo al lado de la imputación de traición a las víctimas del terrorismo que le ha lanzado Rosa de Sodupe; sí, esa señora que chupó de la piragua un rato largo en un gobierno conformado por el mismo binomio de siglas que ahora le revuelve el estómago. Fuera de concurso, los barones, baronzuelos, pajes y pajuelos que andan haciéndose lenguas de no se sabe qué desconsideración hacia la camarilla interina que manda en Ferraz, también llamada Gestora, por no haberse dejado mangonear durante la negociación del acuerdo con el PNV.

Estamos ante un “ladran, luego cabalgamos” de libro. La Historia reciente demuestra que es un magnífico síntoma tener al ultramonte cabreado. De hecho, el PSE firmó sus mejores resultados electorales de todos los tiempos —más del triple de los votos cosechados en los comicios del 25 de septiembre— cuando, tras liberarse del yugo que lo uncía al PP de Mayor Oreja, se convirtió en pim-pam-pum de la diestralandia mediática que hasta entonces lo trataba con mimo exquisito. No parece casualidad que el declive imparable comenzara en el mismo instante en que, merced a la nueva alianza santa con la sucursal vasca de Génova en el infausto marzo de 2009, volvió a ser objeto de elogio y carantoña de la prensa de choque. Se avecinan tiempos de lo más interesantes.

El PSE, a lo Donald Trump

Venga, va, la perra gorda para el PSE. Quería atención y la está teniendo. Ha conseguido, efectivamente, que corran ríos de tinta y saliva. ¿Por sus propuestas constructivas? ¿Por sus interesantes aportaciones? Más bien no. La sucursal regional de Ferraz debe su cuarto de hora de fama a un vídeo pochanglero, tan pésimamente hecho, que hasta el mensaje principal llega equivocado al espectador. Se entiende exactamente lo contrario que pretende acotar en su parrapla final —entonada de un modo manifiestamente mejorable— la candidata a lehendakari de una formación que está pregonando a grito pelado su terror a la irrelevancia.

De eso va la cosa en realidad: aunque al primer bote sentí la misma oleada de irritación que cualquiera, pronto la bilis se convirtió en una mezcla de pena y vergüenza ajena con vetas de resignación. Fíjense que ni siquiera creo que tras el artefacto audiovisual haya un asco genuino al euskera como parece desprenderse de su guión y ejecución.

Se trata, y ahí está lo triste, de un producto de siniestro laboratorio o Think Tank, como se dice en fino ahora. Buscando nichos de mercado —y tómenlo en sentido casi literal—, alguna luminaria determinó que el único espacio por pelear era el hediondo limo del antivasquismo más cañí. El mismo, claro que sí, por el que se las tienen a dentelladas los naranjitos, el ultramonte (sobre todo alavés) del PP y, desde luego, esa flatulencia llamada Vox. Más que un insulto, esta torpe incursión del PSE en el Donaldtrumpismo apenas llega a desgarrador último cartucho de quien ha concluido que, después de la dignidad, ya no le queda nada que perder.

EITB, ese juguete

Proclama Idoia Mendia, líder apenas estrenada del socialismo vasco crepuscular, que ha llegado el momento de cambios profundos en EITB. Puesto que se come el verbo por el camino, supongo que lo que la sustituta semidigital de Patxi López —¿qué ha sido de él?— quiere decir es que hay que afrontar, acometer, o en politiqués batua, implementar tales cambios. ¿Cuáles exactamente? Bueno, no empujen, que tampoco hay que descender a esos niveles de detalle. La cosa no va de propuestas concretas para mejorar la salud de ese mastodonte reumático que nos ha resultado, casi desde su mismo alumbramiento, el queridísimo ente público. Se trata, sin más y sin menos, de utilizarlo como navaja albaceteña en la reyerta partidista cutresalchichera nuestra de cada día. Y ahí la (ir)responsabilidad no es exclusiva de la dirigente del PSE, pues no hay una sola sigla que, estando en la oposición, haya renunciado a la tentación de atizar al txori a modo.

La propia Mendia debería acordarse de los obuses dialécticos que se enviaban desde Sabin Etxea durante el trienio largo y oscuro en que su partido (gracias al PP, que hoy también tanto rezonga) tuvo los trastos de mandar, incluidos los medios que pagamos a escote. Eso fue anteayer. ¿Por qué no se emprendieron entonces los cambios que ahora demanda a voz en grito? Me consta, porque yo fui testigo privilegiado del primer año del capataz Surio en el rancho grande, que la intención inicial era sacudir un buen meneo, empezando, oh sí, por el ERE del que ahora despotrican. Pronto se descubrió que era más práctico dejarlo todo igual y disfrutar del juguete mientras durase.

Un premio para Garzón

Son esas cuestiones que pasan de puntillas por la actualidad porque la prensa amiga se hace la sueca y si las cuenta la que no es tan amiga, suenan al raca-raca que se invoca desde Nueva Lakua como comodín del público y encubridor de cualquier fechoría. Pero, como son noticias de aquí a Lima, hay que dejar constancia de ellas, aunque suponga un gasto inútil de fuerzas y neuronas. ¿O es que hay que callarse ante la evidencia de un premio chuscamente amañado como el que pretende darle por la jeró el Departamento de Justicia del Gobierno Vasco al exjuez y mártir Baltasar Garzón?

Como lo están leyendo. Resulta que el negociado que dirige Idoia Mendia en los ratos libres que le deja su tarea como portavoz del patxinato concede anualmente una distinción bautizada con el nombre de René Cassin. Buen sofoco se llevaría el redactor principal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos si se enterara en el más allá de que en el menos acá lo están mezclando con una arbitrariedad bananera. Les resumo: aunque teóricamente el galardón lo decide un jurado independiente, en esta edición (a saber en el resto) ha trascendido que el dedazo de la consejería ha señalado sin género de dudas como futuro laureado al recién destogado Garzón. Un guiño a esa izquierda un tanto olvidadiza que lo ha adoptado como mascota, ya imaginan.

Lo divertido y Al tiempo revelador es que, si bien en un primer momento Mendia salió en tromba con el habitual desmentido bilioso y cabreado, una vez retratada con el carrito del helado, cambió de estrategia. El viernes reivindicó la cacicada en sede parlamentaria y la justificó como una operación para dar bola a un premio casi clandestino. Con un par, la trapisonda hecha marketing sin sonrojo alguno desde el machito institucional. Descubierto el pastelón, la faena tal vez sea para Don Baltasar. Sería demasiado morro que se llevara la placa y los 16.500 euros. ¿o no?

5.000 euros en la muñeca

Idoia Mendia, aventadora de las versiones oficiales de Patxinia y vertedora ocasional de marrones ciegos, lleva en su muñeca un reloj de 5.000 euros. No, no es otra insidia putrefacta de los diarios cuyo nombre ella evita pronunciar. De hecho, se contaba, más como elogio al buen gusto que como nada que sugiriera crítica, en los periódicos del frente amigo. Sin escatimar un detalle, además. Así supimos que la exclusiva pieza que mide los segundos de Mendia es un modelo Classic de la prestigiosísima marca suiza Hublot en acero-oro tamaño señora. El de Soraya Sáenz de Santamaría —chincha y rabia, vicepresidenta española— es la vulgar versión de acero tamaño cadete que sale por mil leureles menos. Todavía hay clases. Que se vea que en Euskadi no estamos tan mal.

Será porque soy un muerto de hambre vocacional al que le da dolor de corazón gastarse más de cuarenta napos en unos zapatos, pero no logro imaginarme lo que se puede sentir portando a diario una fruslería cuyo precio equivale a ocho mensualidades del salario mínimo. Dice en su publicidad el fabricante del pedazo peluco que “el placer de llevarlo justifica el orgullo de poseerlo” . Buff, peor me lo pone. Llámenme intolerante, pero sigue sin entrarme en la cabeza que alguien que a cada rato nos pide mesura y contención y que, de propina, dice ser de izquierdas, no se conforme con mirar la hora en un Casio corriente y moliente.

Tal vez se tratara de un regalo. En este caso, y al margen de que la malvada asociación de ideas nos lleve —sin fundamento, claro— a recordar las conversaciones entre Camps y su “amiguito del alma”, debemos compadecernos de Mendia. Ya dijo Cortázar que cuando te obsequian un reloj, te regalan “un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo” y además, “el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa”. O de que lo cuenten en el periódico.

Mendia copia a Gila

Gila contaba que detuvo a Jack el Destripador con indirectas. Se cruzaba con él por el pasillo y, sin mirarle, decía: “aquí alguien ha matado a alguien, y no me gusta señalar”. Con la moral minada, el asesino se entregó y confesó. Se ve que Idoia Mendia hizo el mismo cursillo de criminología parda. Cuando hace dos semanas echó a rodar la bola de mierda sobre las presuntas irregularidades detectadas en el Departamento de Justicia (del que se cuenta que ella misma es titular), utilizó prácticamente la misma fórmula: “No estamos señalando a nadie”.

No, claro que no. Por eso, cinco minutos después de la piada, en todas las portadas digitales estaba en letras gordas el nombre de Joseba Azkarraga, si bien es cierto que en las de los medios más afines el tiro por elevación alcanzaba a Juan José Ibarretxe o se demarcaba el alcance del marrón al consabido genérico “en la etapa del PNV”. Algo más que curiosa, la coincidencia entre la puesta en circulación del chauchau con la bronca con los jeltzales sobre el supuesto agujero en la caja. Adelántate, madre, para que no te lo llamen, que se suele decir.

Como estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo terminan, junto al del anterior consejero, empezaron a aparecer en los papeles otros nombres. Una de las personas teóricamente “no señaladas” por la portavoz resultó ser una alta funcionaria nombrada por el socialista Ramón Jáuregui y a la que la propia Mendia había entregado el premio Manuel de Irujo —lo más de lo más en materia jurídica— por su labor. También se han desvelado las empresas que habrían participado en la trapisonda, entre ellas, dos reputadísimas firmas… ¡con las que la actual consejería sigue trabajando!

Ahora el asunto está en manos del superfiscal Calparsoro. Ojalá descubra a los responsables de la evaporación de los 23 millones. Y en el mismo viaje, a quienes guardaron el pufo en el cajón, que eso también es delito.

¿Cuánto se debe?

Una sencilla explicación. Con eso habría sido suficiente. Cualquiera es capaz de comprender que en estos tiempos de arcas escuálidas se produzcan retrasos en los pagos. Les ocurre a las empresas, a las familias y, por descontado, a las instituciones, que por muy potentes que parezcan, también están a la quinta pregunta. Y como lo tenemos asumido, nadie monta un tiberio si el dinero llega —lo importante es que llegue— una semana o diez días tarde. Incluso un mes, si alguien se toma la molestia de ofrecer las razones de la demora a quien aguarda el ingreso. La confianza se trabaja así.
Por lo visto, en el Gobierno López se desconoce este sencillo principio. Cuando los diarios del Grupo Noticias publicaron la primera entrega sobre los impagos, el lehendakari en persona salió como un hidra a proclamarse recordman mundial de celeridad en el abono de facturas. Un titular muy bonito para su claque mediática pública y privada, pero un error de comunicación de parvulario. Muchos que no le habían dado mayor importancia al asunto se sintieron aludidos y salieron a escena. Becarios, ONGs, asociaciones culturales, contratistas y proveedores varios  dieron cuenta de lo que les adeudaba Lakua en una segunda remesa de informaciones.
Otra vez, en lugar de calmar los ánimos, los mandarines de Patxinia optaron por negar la evidencia y, de regalo, por la soberbia. Con su proverbial tacto, la portavoz Idoia Mendia hizo un paquete de malos vascos con los que aportaban su testimonio y, por supuesto, con los periódicos y la emisora de radio que se estaban haciendo eco de la situación. Más allá de la indignidad de decretar la mentira como prueba de patriotismo, el resultado de la nueva torpeza fue que la bola siguió creciendo. Aparecieron más acreedores y, por si faltaba algo, supimos de un crédito de 500 millones de euros que hubo de pedirse a toda prisa. Ahora es cuando estamos preocupados de verdad.