¿Cómo era aquello de tropezar dos veces con la misma piedra? La segunda ola nos pilló mirando. En aquellos días todavía largos de verano veíamos cómo cada vez estaba más cerca. Fuimos sordos a todas las advertencias, a los indicios cada vez más atronadores de que la curva volvería a dispararse hacia arriba con lo que ello suponía. De nuevo, multiplicación de contagios, ingresos hospitalarios… y muertes. Pero, salvo que te tocara cerca alguno de los dramas, no pasaba nada. La vida seguía más o menos igual. De acuerdo, con la mascarilla como compañera —para muchos, ni eso—, la necesidad de hacer cola para comprar el pan o la fruta y, de tanto en tanto, una rociadita supersticiosa de gel hidroalcohólico. Casi todo lo demás era prácticamente como antes, mientras los números tozudos certificaban que íbamos de mal en peor sin ser en absoluto conscientes.
Lo tremendo, lo definitivamente desazonante, lo brutalmente revelador es que en las últimas semanas hemos repetido idéntica coreografía a pesar de los mil y un avisos de que estábamos engendrando una nueva embestida del bicho. Sin haber sido capaces de doblegar la segunda ola estamos —en el mejor de los casos— a las puertas de la tercera, que según la mayoría de las señales, se promete más devastadora si cabe que las precedentes. Y nosotros, mirando.