Diario del covid-19 (45)

No sé si resulta más siniestra, patética o enternecedora nuestra querencia por hacernos trampas al solitario. Tanta bronca por las fases, tanta literatura chunga sobre la nueva normalidad o lo cambiados que saldríamos de esto, y resulta que el personal ha decidido por su cuenta que el bicho se ha ido, que (en el mejor de los casos) basta con un mascarilla requetesobada como detente-bala y que ancha es Castilla. Qué imagen, la mañana de un lunes laborable, la de las terrazas de mi pueblo llenas a razón de cuatro almas por mesa de un metro cuadrado. Todo un desafío para las matemáticas; todavía estoy esperando que uno de esos listos que regalan clases de óptica venga a explicarnos que si el zoom, que si el objetivo, que si el ángulo. Ni distancia interpersonal ni gaitas: promiscuidad pre-pandemia pura y dura.

Me alegro sinceramente por el sufrido gremio hostelero, pero no puedo evitar pensar con espanto en el lugar al que pueden llevarnos estas actitudes. Ahora que, a costa de un sacrificio indecible de los profesionales sanitarios y del esfuerzo de la gente corriente, los números empiezan a apuntar en buena dirección, no podemos pifiarla. La recaída es una opción muy sería. Apelo, sí, a la responsabilidad individual, pero también al deber de nuestras autoridades de impedir la vuelta al infierno.

Diario del covid-19 (43)

Desde que empezó todo esto, no he dejado de mostrar mi admiración por la enorme responsabilidad con que, según mi opinión, la mayoría de la población estaba cumpliendo con las normas del confinamiento. De hecho, sigo defendiendo que sin ese esfuerzo colectivo con sus sacrificios añadidos —tampoco hablaré de heroísmo— hubiera sido imposible llegar al punto en el que nos encontramos, con la curva en vías de domesticar y cifras notablemente más bajas que hace solo un mes. Sin duda, nos hemos ganado el alivio del encierro, y el otro día, tras mi primera temerosa salida a hacer deporte, me pareció que íbamos a ser capaces de gestionar adecuadamente los primeros sorbitos de libertad.

Siento escribir que he dejado de sostener ese idea. Belcebú me libre de generalizar, así que solo anotaré que creo que una parte no pequeña de mis congéneres da por finiquitada la pesadilla. Lo demuestran paseando en manada, igual adolescentes que cincuentones, pasando un kilo de mascarillas, distancias de seguridad o recomendaciones de puro sentido común cuando el bicho sigue ahí. Se diría que los cincuenta y pico días de arresto domiciliario no han servido para nada, aunque casi más desolador que asistir a estos comportamientos es constatar que se practican con una impunidad absoluta. O se paran o lo pagaremos caro.

Diario del covid-19 (41)

Jamás he destacado por mis dotes proféticas, pero algo me dice que hoy saldrá adelante en el Congreso la cuarta prórroga del estado de alarma. Básicamente, porque en nuestro fuero interno casi todos sabemos que no queda otra. Por más que sea un chantaje infecto, e incluso aunque, como les anoté ayer, destacados constitucionalistas aseguren que en el punto y hora actual basta con la legislación ordinaria, la lógica parece indicar que la extensión es necesaria. Más que nada, por no poner en riesgo lo que hemos ido consiguiendo en estos cincuenta y pico días de apretar los dientes justo ahora que intuimos al mismo tiempo la lejana luz al final del túnel y las posibilidades de volver a la casilla de salida por la irresponsabilidad de una parte de nuestros conciudadanos.

Eso sí, el apoyo deberá implicar la garantía de que no volverá a haber más bofetadas ni más ninguneos gratuitos a quienes desde el minuto cero de esta pesadilla estaban dispuestos a arrimar el hombro sin pedir otra contrapartida que la lealtad recíproca. Se ha puesto demasiadas veces la misma mejilla ante el uso caprichoso y prepotente de una herramienta legal que debe manejarse con extremo cuidado. Sánchez y su susurrador Redondo tendrán que comprometerse de una vez a dejar de ser el escorpión que pica a la rana en medio del río.

Diario del covid-19 (12)

738 personas fallecidas con coronavirus en España en 24 horas. Son tres veces y media las víctimas mortales de los atentados del 11 de marzo de 2004. Junto a la brutalidad indecible de la cifra, el hecho que termina de helar la sangre: lo hemos asimilado como una circunstancia casi normal, que para más escarnio, convive con la certeza de que el siguiente balance será todavía mayor. Personalmente, me parece un escándalo de proporciones estratosféricas, máxime cuando los apóstoles de la progritud, desde su Olimpo de metacrilato, se engolfan en buscar la parte lírica de esta inconmensurable tragedia.

Incluso conociendo el paño a la micra, jamás imaginé que se pudieran convertir en género literario las aleluyas a los malotes que se saltan las medidas contra el contagio, glosados como émulos de El Lute del siglo XXI. Luego, le das media vuelta y la sorpresa decae. Las decenas de miles de seres que sufren y van a seguir sufriendo esta catástrofe sanitaria, social y económica son el mero combustible de los fuegos fatuos y la egolatría de los que están a salvo. Es decir, de los que se creen a salvo. Porque si es seguro que nunca protagonizarán uno de esos naufragios en el Mediterráneo que monetarizan con tanto fingido arte, esta vez yo no apostaría que el bicho no vaya a hacer presa en ellos.

Diario del covid-19 (5)

No sé si ha sido maldad o casualidad. En algún sitio informan sobre el cierre de fronteras decretado por el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, con una foto del susodicho a pie de pancarta en la manifestación del 8 de marzo. Para mi, que estoy obsesionado con la relatividad del tiempo desde que se aceleró todo esto, es una prueba irrefutable de la elasticidad del calendario… y, siento anotarlo, una muestra de la desidia que junto a otro millón de factores nos ha situado donde estamos ahora.

Como me tengo por un ciudadano concienciado y responsable, acataré las órdenes que vayan llegando, desde el toque de queda al confinamiento domiciliario obligatorio, pero no aceptaré lecciones de quienes no tuvieron el cuajo de actuar cuando ya era un clamor que teníamos los cuernos criminales del bicho en nuestro culo. Y ojo, que no lo digo solo por las manis. También por los partidos de fútbol y el resto de concentraciones multitudinarias que no se suspendieron en la esotérica creencia de que se obraría un milagro. No puede ser que un domingo te llamen a bañarte en una masa y al siguiente persigan a un runner solitario.

O bueno, sí, claro que puede ser. De hecho, es. Uno de los aprendizajes de estas jornadas alucinógenas es que la capacidad de sorpresa resulta superada en décimas de segundo. ¿O acaso se habían imaginado dirigiendo una mirada asesina a un congénere que se les acerca demasiado en el pasillo de supermercado con los anaqueles llenos de calvas? Por no hablar de la necesidad de circular con un salvoconducto y el temor a ser requerido a enseñarlo. Tremendo. Y aun así, ya verán cómo lo superaremos.

Irresponsables o algo peor

Lo de Cagancho en Almagro quedará en broma menor al lado del sofoco que se va a llevar algún estadista de cuarto de kilo cuando le toque anunciar que no hay otra que abstenerse y dejar gobernar a Rajoy. Será por responsabilidad, por altura de miras y por el resto de mandangas habituales que sueltan por la bocaza los mangarranes venidos a más, pero unos miles de contribuyentes con un par de dedos de frente sabrán que es un digodiego como una catedral. La lástima es que no faltarán palmeros con y sin carné que se encenderán en aleluyas, y que la memoria de pez que gastamos dejará sin castigo la enésima tomadura de pelo de unos tipos a los que se elige para que representen a la ciudadanía.

Parecía imposible empeorar la tragicomedia que nos hicieron vivir tras las primeras elecciones, pero en dos semanas y media que han pasado desde las segundas, hemos comprobado que los récords, incluidos los de ruindad, están para batirse. Mandan quintales de pelotas que, salvando a los partidos minoritarios, que por mucho que los señalen, ni pinchan ni cortan, los comportamientos menos deleznables estén siendo los del PP y Ciudadanos.

Sí, eso he escrito, y no sin rabia. Miente como un bellaco quien diga que Rajoy está volviendo a hacer el Tancredo. A la fuerza ahorcan, esta vez está meneando el culo a base de bien; hasta con los supuestos diablos de ERC se ha reunido. Y en cuanto al recadista del Ibex, ha sido el primero en tragar el sapo de la rectificación en público. Mientras, los de la nueva política se rascan la barriga a todo rascar y el PSOE acumula boletos para la rifa del hostión que evitó por un pelo.

Vivienda y demagogia

El chaval de los recados de Rosa Díez anda propalando urbi et orbi que él solito ha solucionado el problema de la vivienda en Euskadi, oséase, la autónoma comunidad. Aparte de lo que nos vamos a reír cuando en la TDT-party se enteren de que ha sido gracias a un acuerdo diferido y simulado con los por él mismo llamados filoetarras (y cosas peores), resulta enormemente revelador cómo está vendiendo la moto el chisgarabís magenta. Viene a dar a entender que muy pronto bastará levantar la mano y rellenar un impreso para recibir a cambio un piso bueno, bonito y gratis allá donde le pete a cada cual.

Maneiradas, dirán ustedes con razón. Ocurre, sin embargo, que los dos socios de propuesta, PSE y EH Bildu, no lo están explicando de modo muy diferente, cuando saben perfectamente que ese escenario de cuento de hadas no atiende ni siquiera a las difícilmente realizables cuestiones que contiene su pacto. Ese engaño consciente a la sociedad es una profunda irresponsabilidad, por mucho que estemos en campaña electoral. Bien es cierto —aquí hay para todos— que no mejora mucho la cosa que el Gobierno vasco desenvaine el comodín del “efecto llamada a escala mundial”, cuya sola pronunciación nos evoca el nombre de cierto munícipe dado a las demagogias.

Tenemos una suerte fatal con las leyes y proyectos de ley de vivienda. Entre las utopías y las líneas rojas para no perjudicar el negocio ladrillero y bancario, no hemos pasado de un sistema de lotería —literalmente; de hace tres días son los sorteos de pisos en frontones—  y de agravios comparativos reales o percibidos. Y da la impresión de que seguiremos así.