Los resultados de las últimas consultas en los municipios no invitaban al optimismo. Al contrario, se había instalado algo que, no siendo exactamente una moral de derrota, sí tenía un punto de resignación. De ahí que 100.000 participantes, esa medida casi universal de tantos acontecimientos del terruño, se antojaba una cifra excelente. Y al final, miren por dónde, poco faltó para que fuera el doble. 175.000 ciudadanos y ciudadanas se dieron la mano el pasado domingo de Donostia a Gasteiz pasando por Bilbao para reclamar el derecho a decidir. Como decían ayer los editoriales de los diarios del Grupo Noticias, hablamos de una de las mayores movilizaciones sociales que se recuerdan.
Es obvio que ahí hay varios mensajes. El primero, que es el que se quieren saltar algunos por incómodo, nos dice que el respaldo activo del partido mayoritario en los tres territorios de la CAV, con la presencia a pie de asfalto de su plana mayor, ha sido un factor fundamental en el éxito de la convocatoria. La prueba es el encabritamiento sulfuroso del PP que se siente cada vez más cornudo y apaleado y que ha vuelto a tirar de repertorio cavernario. Anótenlo —o mejor, grábenselo a fuego— los que pretenden sumar restando, creo que ya me entienden.
El otro recado es más simple. De hecho, ni hacía falta una demostración de fuerza como la que acabamos de ver, porque es una circunstancia ya evidenciada en decenas de encuestas, sí, pero también en cada cita real con las urnas. En este país hay una amplísima mayoría social que quiere ejercer el derecho a elegir su futuro y que está dispuesta a aceptar el resultado de un referéndum.