Unidad de quemados

Una jodienda, oigan, esto de los ciclos informativos. Pasa el día y pasa la romería. Cada mochuelo vuelve a su olivo, y aquí ya no hay nada más que ver. Les hablo de la tocata y fuga obligada de José Manuel Soria. Como el individuo renuncia a casi nada —ministro en funciones, ya me dirán—, solo una semana después resulta que el asunto está ya cubierto por un espeso manto de olvido. ¿Es que no le caben más responsabilidades a un tipo que, además de haber trasteado en sociedades hediondas, ha mentido en bucle al respecto? Eso, por lo que toca al que se va. Pero, ¿qué me dicen de los que se quedan después de haber puesto las dos manos en el fuego por el gachó?

La unidad de grandes quemados gaviotiles está a reventar. Les hago una lista que empieza por Alfonso Alonso, que porfió que las explicaciones de Soria fueron “contundentes, razonables y suficientes”. Su compañero de gabinete provisional, Rafael Catalá, añadió que “tenían fundamento”, mientras que Luis De Guindos aseguraba que “habían sido convincentes” y José Manuel García Margallo apostillaba que “no había la menor razón para dudar”. Fuera del Ejecutivo interino, María Dolores de Cospedal calificaba al canario como “ejemplo de transparencia”, el bocabuzón Rafael Hernando sostenía con aplomo que “es un caso que no es un caso”, el semialevín Pablo Casado bramaba que las aclaraciones resultaron “totalmente pertinentes” y, por no hacer interminable la relación de piscinazos, el fontanero Martínez Maillo expresaba “todo el apoyo y confianza de su partido” a quien había actuado “con rapidez y agilidad”. Y todos y cada uno siguen en sus puestos.

¿El final de Rajoy?

Compruebo que le van cayendo epitafios políticos a Rajoy. Comprendo la tentación, las ganas de quitarse de la vista a quien ha resultado tan dañino y, cómo no, la argumentación lógica que lleva a pensar que el fulano es ya virtualmente un fiambre. Es mi obligación recordarles, sin embargo, sus capacidades resucitatorias ajenas a la humana comprensión. El ave Fénix resulta una aprendiz al lado del registrador de la propiedad a la hora de resurgir de sus cenizas como si se estuviera levantando de la siesta.

Sin forzar demasiado la memoria, tendrán presente su primera muerte aparente. Fue el 14 de marzo de 2004, cuando palmó en sus elecciones de estreno. Dirán que algo tuvieron que ver los atentados del penúltimo día de la campaña, pero el tiempo ha desempolvado encuestas anteriores a la matanza que ya vaticinaban la derrota ante el por entonces considerado inane Rodríguez Zapatero. Lo normal es que el PP, en esas fechas atestado de gallos que podrían haber ocupado su lugar, lo hubiera mandado al desagüe.

No fue así, y cuatro años después volvió a estrellarse en las urnas frente al mismo rival, que ya había demostrado que era nada entre dos platos. Eso sí debería haber sido el final, porque más allá del fiasco electoral, terminó de hinchar las narices a sus sostenedores de la casposa Diestralandia mediática. Pedrojota y Losantos, entre otros, comenzaron a atizarle con tanta saña como ineficacia. El 20 de noviembre de 2011 Mariano Rajoy Brey ganó por mayoría absolutísima, no sin antes haber laminado uno a uno a todos los que tuvieron la ilusión de haberlo matado. Así que ojo, Sánchez y la compaña.

¡Sánchez, al salón!

Algo hemos avanzado: no fue en un vagón de tren sino en un atril reglamentario del mismísimo Palacio Real donde Patxi López comunicó la buena nueva. Estuvo, eso sí, a un tris de marcarse un Penélope Cruz, porque el nombre que le tocó pronunciar era el de su superior en el organigrama. El rey, también conocido como el jefe del estado o ciudadano Felipe de Borbón, traslada el marronazo de intentar formar gobierno a Pedro Sánchez y Perez-Castejón que, a diferencia de Mariano Rajao (no le echen la culpa al corrector), ha aceptado el envite. O el embate, que le viene marejada al nominal líder del PSOE. Ahora es cuando va tener que demostrar que lo es.

Jodido, lo tiene un rato largo el flamante candidato. Por la aritmética, que como dijo la luminaria galaica arriba citada, “es como es y no la podemos cambiar”, pero también por la cola de tipos y tipas armados de un zurriago que aguardan para fostiarlo. Los primeros, dentro de su misma casa; los de la vieja guardia, que apenas son unas pulgas cojoneras, y con un peligro aun mayor, los barones… y la baronesa. Luego, los editorialistas y portadistas, que si llevan seis semanas disciplinándolo a modo, en lo sucesivo le van a brear por cada vez que respire.

Y last but not least, que dicen los columneros finos, se las va a tener que ver con un socio que, además de marcarle hasta los turnos para ir al baño, en los últimos diez días no ha perdido una oportunidad para ponerlo de mingafría para abajo ni para recordarle que si puede ser algo en esta vida será gracias a él, ¡oh, su vicepresidente y señor! Vayan encargando palomitas, que esto se pone (más) divertido.

Negociar… la precampaña

Comparto con ustedes una sospecha con su tanto de mala conciencia: les estamos engañando. Desde el 20-D a las diez de la noche no dejamos de hablar de negociaciones para la investidura. Quizá en los primeros días la expresión se compadecía con la verdad. Sin embargo, conforme corría el calendario y se mareaba a la sufrida perdiz, la cosa ha empezado a oler a precampaña que echa para atrás. Se diría que la mayoría de los actores y actrices de la farsa y no pocos de los espectadores no buscan ningún pacto —que, por lo demás, saben improbable e intuyen escasamente deseable—, sino que exhiben huchas petitorias de votos. En algunos casos, con un descaro rayano en la obscenidad, cuando no con matonismo de nuevo rico.

No tendré el menor problema en desdecirme si, como vimos casi anteayer en Catalunya, en el último suspiro se alcanza algún apaño a la desesperada, con o sin pintas de patada a seguir, y que sea lo que los Hados quieran. No obstante, en el minuto en curso, y por más que los titulares-que-van-a-misa proclamen que ya se negocia a todo trapo, mi escepticismo no deja de crecer.

Y bien que me gustaría, siquiera para ver qué tal funciona, un acuerdo entre PSOE, las cuatro marcas de Podemos y las siglas que hicieran falta para bingo, incluyendo el apoyo activo o pasivo del PNV y, si le cuadra, EH Bildu. Poca pinta tiene de que algo así vaya a prosperar. De entrada, porque es una carambola a demasiadas bandas, pero además, porque se enfrenta a mil resistencias en el seno de cada una de las fuerzas que deberían configurar el convoy gubernamental. Que sea lo que tenga que ser, pero pronto, por favor.

El gallinero

Vaya por San Jerónimo, así que el Congreso de los Diputados no es diferente del cine Fantasio o el Coliseo Erandio —ponga aquí cada cual el de sus recuerdos infantiles—, y tiene gallinero. No me me digan que la imagen no es inspiradora: un puñado de representantes de la voluntad popular ocupando esas butacas que lo mismo servían para echarse un sueño, putear a los de abajo a base de cáscaras de pipas (o caramelos y chicles chupados), montar bulla o, si había suerte, meterse mano. En resumen, para cualquier cosa que no fuera ver la película en condiciones.

Tiene su guasa, y seguro que su moraleja, que de saque no todas las señorías estén en las mismas circunstancias auditivas y visuales. También da mucho que pensar que después de once legislaturas —sumo solo desde 1977 hacia acá— nadie se haya planteado buscar una disposición física que no deje fuera del supuesto juego democrático a prácticamente la mitad de los electos.

Muy significativo, lo mismo que el modo propio de instituto casposo de secundaria en que los veteranos del lugar han despachado a los novatos —también llamados manzanillos— de Podemos al culo del hemiciclo. Sin derecho a quejarse, claro, porque si lo hacen, les berrean que hay cosas más importantes que dónde sentarse, o traducido, que si no aguantan una broma, mejor que se vayan del pueblo. Y para colmo, por parte de las siglas que se repartieron la Mesa de la cámara como si fuera un botín, con la cobardía estomagante de acusarse mutuamente de la fechoría. Hasta desde el punto más alejado de ese gallinero, salta a la vista que una vez más han actuado como el sindicato que son.

Peste o cólera

La parte más diabólica de mi desea por lo bajini que se celebren nuevas elecciones. Si hace falta, unas cada domingo hasta que den los números para armar un gobierno español lo suficientemente estable. Luego me entra la razón y la responsabilidad, y me da por pensar que no se va a llegar a tanto. También es cierto que no se me ocurre cómo evitar, por lo menos, una repetición. Mirando y remirando la situación actual, parece imposible lograr una suma con las garantías mínimas para echar a andar.

Salvo que se me pase por alto alguna combinación, ahora mismo la disyuntiva es peste o cólera. O vuelta a las urnas o Gran Coalición. Ya escribí, y no tengo motivos para haber cambiado de idea, que esta vez el PSOE no va a pegarse ese tiro en la sien. También es verdad que me despistó que a la salida de su cita con Rajoy, Pedro Sánchez dijera que la reedición de los comicios era “la última opción”. Eso cabría interpretarse como que la penúltima podría ser la santa alianza con el PP por la que suspira—¡y presiona!— lo más granado y económicamente poderoso de la carcundia hispana. Como ejemplo, esa portada de ayer del diario Expansión donde Jaime Mayor Oreja, José Luis Corcuera, Carlos Solchaga y otra docena que tal baila clamaban por un “Pacto de Estado”. Insisto en que no veo a Ferraz inmolándose en esa pira.

¿Y un gobierno de progreso? Sonar, suena de cine. Otra cosa es que haya mimbres para trenzar tal cesto. Aun haciendo acopio de todo mi pragmatismo, me resulta muy difícil considerar progresista a un ejecutivo liderado por una formación política con la trayectoria reciente y menos reciente del PSOE.

¿Adiós al bipartidismo?

No dejo de escuchar un responso tras otro por el bipartidismo español. De donde menos me esperaba. Hasta los periódicos de orden lo dan por muerto y, según sus chillones titulares, enterrado. ¿Es eso lo que dicen los hechos? Bueno, recuerden esa frase cuyo autor citó mal Pablo Iglesias en el debate que bordó: todo es cuestión de torturar los números hasta que confiesen. Bien es cierto que en este caso, con 69 escaños para las cuatro marcas de Podemos y 40 para Ciudadanos, la bofetada para la dupla que se ha venido alternando en el machito ha sido de campeonato. No es ya que no recordemos algo parecido los más viejos del lugar, sino que la serie histórica desde junio de 1977 no guarda registro de nada igual. Jamás se había dado un vencedor con un resultado tan paupérrimo como el que cosechó Mariano Rajoy el domingo.

Pero cuidado, que por tristes que hayan sido los guarismos de PP y PSOE —récord negativo en ambos casos—, es la única combinación de dos que suma holgadamente la mayoría absoluta. Estaría por jurar que, incluso con su conocida tradición autolesiva, esta vez Ferraz no va a inmolarse en la dichosa Gran Coalición que tan cachondos pone a media docena de recalcitrantes. Sin embargo, el mero hecho de que exista la posibilidad aritmética debería movernos a una mayor cautela de la que se está exhibiendo. Eso que Iglesias llama con enorme precisión conceptual el sistema de turnos ha recibido una estocada descomunal. Está por ver, en todo caso, que sea definitiva. De lo que sí hay precedentes, y más de uno, es de formaciones que la petaron en unas elecciones y desaparecieron en las siguientes.