Mariano llega entero

En este punto del baile del abejorro electoral es justo y necesario entonar un elogio a Mariano Rajoy Brey. Lo escribo sin haber mediado ingesta alcohólica y, palabrita del niño Jesús, lejos del menor asomo irónico. Al Tancredo lo que es del Tancredo. Que levante la mano quien solo hace año y medio se imaginara que el tipo llegaría a boca de urna tan entero. Cualquiera que no se haga trampas en el yoyó reconocerá que los augurios de apenas anteayer lo pintaban hecho un Ecce Homo —concretamente el de Borja— a punto de caramelo para regalar el juguete a los requetenovedosos del barrio.

Pues ya ven que nanay. Acháquenme si quieren alguna versión extraña del síndrome de Estocolmo, pero a mi estos días el notario compostelano se me está antojando un coloso. Bueno, vale, quizá es solo que sus rivales en la lid están menguando cual filetes con clembuterol al contacto con la sartén. ¿El tuerto en el país de los ciegos? Por ahí creo que va la cosa, sí, añadiendo un curioso fenómeno que aún no han estudiado los gurús demoscópicos: el acojono que provocan los de enfrente, y en particular, Iglesias Alcampo, le está propiciando un tantín así de futuros votantes.

No, por supuesto no le darán ni para acercarse a la mayoría absoluta, pero sí para amortiguar el tantarantán que se le vaticinaba. Con una migaja de suerte, incluso, para poder sumar un nuevo rodillo con quien, a pesar de los disimulos y las bofetadas de pressing catch castizo que se cruzan, no deja ser su media naranja. Literalmente, naranja, ustedes ya me entienden. Nos va a descacharrar que la segunda transición también esté atada y bien atada.

Sangre rentable

Palabras grandilocuentes, golpes de pecho, concentraciones, fotos, lazos, hashtags, ramos de flores, reuniones solemnes, gestos adustos, firmezas ensayadas, compromisos rimbombantes, llamamientos a la unidad. ¿A la qué? Cuento hasta cien. Borro las palabras descarnadas que me había dictado el estómago. Cambio esas expresiones por una pregunta que me urge: ¿De verdad van a aprovechar electoralmente la matanza de París y, con ella, eso que llamamos de forma tan difusa como impotente Amenaza yihadista?

Qué estupidez, faltaría más. Votos son votos. La sangre siempre ha sido muy rentable. Lo hemos visto durante años. Sin vergüenza, sin rubor, a cara descubierta. ¿Cómo no hacerlo ahora que los muertos —de momento— parece que pillan una gotita más lejos? Y luego, que si los suelos éticos, que si el reconocimiento del daño causado, la autocrítica, la contrición, el flagelo público. Váyanse ustedes al guano, demócratas-de-toda-la-vida.

Vuelvo a contar otra vez hasta cien. Mejor doscientos. Respiro hondo. Reparo en que he empezado por el final. Toda esta diatriba, toda esta descarga, todo este cabreo infinito es porque en el Parlamento donde se supone que están mis representantes no ha habido bemoles a consensuar una puñetera declaración de condena de los ataques del otro día. Con ser tremendo eso, lo peor no es la imposibilidad de acordar el puñado de líneas de rigor, sino la infamante constatación de que PP y PSE tenían de saque la intención de provocar el disenso para luego correr a denunciar, como en los añorados viejos tiempos, supuestas tibiezas, cuando no complicidades, con la violencia. Qué asco.

(Otro) día de la memoria

El Día de la Memoria empieza a ser el de la marmota. Con este, van ya seis años en los que, matiz arriba o abajo, hemos vuelto a ver, escuchar y, por lo que a los de mi oficio toca, contar prácticamente lo mismo. Incapacidad para la unidad entre los partidos, desmarques, acusaciones cruzadas de utilización de las víctimas o de hipocresía, intentos de monopolizar el sufrimiento… La tentación del hastío es demasiado grande. Eso, entre los que todavía estamos dispuestos a dedicar tiempo, neuronas y energías a un asunto del que el común de los paisanos —pregunten a sus vecinos en el ascensor— ni siquiera llega a tener conocimiento. Y si lo tiene porque en los medios nos empeñamos en dar la chapa, el interés alcanza la millonésima de segundo necesaria para poner la mente en blanco y hacer que las palabras y las imágenes resbalen sin dejar el menor poso.

Claro que tampoco hemos de fustigarnos por eso. Mil veces he escrito, y con esta, mil una, que ese desinterés no necesariamente responde al egoísmo o a la falta de sensibilidad de todos los que lo manifiestan. En más de un caso, diría incluso que es síntoma de que, sin necesidad de tanto palabro buenrollista y tanta prosodia, una parte considerable de esta sociedad ya está practicando eso sobre lo que no dejamos de teorizar. A falta de un término mejor, normalidad se llama.

Por lo demás, sigo pensando que la instauración de esta conmemoración no fue una idea muy brillante, y que el bienintencionado esfuerzo por mantenerla conduce a aumentar el caudal común de la melancolía. A pesar de todo, aprecio sinceramente algunos de los gestos que se han dado.

Alonso mueve y gana

Para qué disimular. Quien ejecutó a Arantza Quiroga con sus propias manos es quien se queda con su herencia. Habrá que reconocer a Alfonso Alonso que allá donde otros mandan a un sicario, él ha ido de frente y por derecho a partir las piernas y el alma de la rival que le incomodaba… y con la que guardaba viejas deudas. Se pregunta uno si no lo encargó porque no se fiaba, por dar gusto a su puntín sádico o, como hay motivos para sospechar, por lo uno, por lo otro, y además, porque su ego con elefantiasis le llevaba a reivindicar la fechoría.

El episodio, entre El Príncipe de Maquiavelo y House of Cards con toques de Los Soprano, nos ofrece el retrato fiel no solo del personaje, sino de lo que prima en su partido y, si tiramos por elevación, en la política toda, que como el vino de Asunción, no es vieja ni nueva, ni tiene color. Háganme el favor de no tragarse la bola de la acción inspirada en los principios. Esto no ha ido de la sensibilidad del PP próxima a las víctimas del terrorismo imponiéndose a la corriente más aperturista o razonable. Es circunstancial que el clan de Celedón defendiera lo que ha defendido esta vez. Mañana o pasado, si cambia el viento y la fuente del poder, pueden ver a los cuatro jinetes alaveses del apocalipsis —Alonso, Maroto, Oyarzábal, De Andrés— en la bandería opuesta.

Por lo demás, es el momento del pasen y vean. Amortizado el daño de la ponencia que pudo haber cambiado las cosas, a los que no gastamos carné con la doble P encarcelada en un círculo nos queda solazarnos con el espectáculo de un partido caminando —con pie firme, eso sí— hacia su total irrelevancia.

Quiroga: valió la pena

Rivales, enemigos… y compañeros de partido. Capri c’est fini, game over para Arantza Quiroga, enésima víctima de los cuchillos aleados en la propia forja y empuñados por las mismas manos que no hace tanto le regalaban —ella no podía saber que era a crédito— caricias, guiños dizque cómplices y otras cucamonas de aluvión. Demasiados Brutos como para reprocharles la deslealtad de uno en uno. Como espectador del psicodrama, confieso mi sorpresa ante la gelidez de algunas actitudes. ¿Era necesaria semejante crueldad con quien ya se debía de saber tocada y a punto de hundir? Porque… se sabía, ¿verdad? ¿O será, acaso, que aquel jueves de dolores, nadie salvo una que lleva ese nombre, marcó su teléfono para echarle una gota de árnica a la herida o, siquiera, para preguntarle cómo llevaba la digestión del sapo? Vi el otro día en un documental que el olor a escualo muerto ponía en fuga a manadas de tiburones. Pues tal cual, oigan.

Daría una peseta con la efigie de Franco joven por los pensamientos mejicanos de Antonio Basagoiti, cuyo dedo invistió a la ahora caída en desgracia. Y añado a la puja un duro como los de los tanguillos de Cádiz por las cavilaciones de la propia interesada, aunque puedo imaginarme que se parecen un potosí a la letra de Yira-Yira: Aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor. Por si sirve de consuelo, y aun sabiendo que quizá un futuro giro de puerta haga innecesarias mis palabras, le diré que lo que ha provocado estas horas amargas merecía la pena. Me alegra oír de sus labios que una y mil veces volvería a hacerlo.

La decisión de Arantza

A la hora de enviar estas líneas a los diarios que las publican, Arantza Quiroga no ha dimitido. Desconozco, pues, la decisión final, así que puedo comerme con patatas lo que escriba, pero me consta que la idea le ha rondado por la cabeza. Y no como calentón ni para hacerse la despechada. Mucho menos para marcarse un órdago, pues de sobra sabe que se juega los cuartos con profesionales del navajeo político que no solo no cederían en su vil comportamiento, sino que lo recrudecerían hasta arrancarle la última tira de piel. La triple A —Alfonso Alonso Aranegui— no deja heridos, salvo para reconvertirlos en fieles lamepunteras.

Sí, eso es lo jodido de todo este vodevil para los que ni somos, ni hemos sido, ni seremos del PP. Aquí la normalización —o la paz, como nos gusta decir exagerando— no tiene ningún pito que tocar. Como tantas veces, solo ha servido de coartada. En este caso, para dirimir una riña de familia, o más exactamente, para satisfacer una vieja afrenta. Es verdad que la talibanada que juega al victimeo (no se confunda con las auténticas víctimas) ha montado la barrila de rigor por los términos de la ponencia que iban a presentar los populares vascos. Eso estaba, sin embargo, amortizado. Con más datos que ayer, puedo anotar que Génova no vivía en el limbo. Si algo caracteriza a Quiroga aparte de su candidez, es su lealtad. Jamás habría dado un paso que perjudicase a sus superiores jerárquicos, y menos, sin consultarlo.

Se vaya o se quede, le deseo lo mejor a quien, aunque tarde, ha dado un paso muy valiente. Lástima que esté rodeada de esos amigos que hacen innecesarios los enemigos.

Quiroga, otro papelón

Le salva a Arantza Quiroga que el personal está a otras cosas, y solo los muy cafeteros, que apenas sumamos un puñado, hemos asistido al ridículo estratosférico que ha hecho con su propuesta de ponencia que ha durado medio suspiro. Miren que a un par de horas de la presentación de la iniciativa vista y no vista, le pregunté a la secretaria general del PP en la demarcación autonómica, Nerea Llanos, si en casa les iban a dejar quedarse hasta tan tarde, y me dio a entender que a ciertas edades ya no hay que pedir permiso. Servidor, que es bastante mal pensado porque las ha visto de casi todos los colores, imaginó que estaba asistiendo a una de tantas escenificaciones con que nos deleitan los políticos.

En mi errónea composición de lugar, se habría tratado de aparentar que el PP pop, camino de la irrelevancia sin remisión en Euskadi, sacaba su genio, daba un golpe sobre la mesa que conseguía la atención mediática y una cierta consideración, y Génova rezongaba un poco, pero no llegaba a cortar el vacilón. No me cuadraba la proximidad de las elecciones generales para montar un happening así, pero menos me entraba en la cabeza que los siempre dóciles dirigentes populares de por aquí arriba se tirasen a la piscina sin consultarlo a sus señoritos en Madrid.

Pues ya ven. En menos que se dice Mariano, Alfonso Alonso, que le debe unas cuantas a Quiroga, le ordenaba el freno y marcha atrás desde los micrófonos de COPE, nada menos, y a pregunta lanzada para provocar tal efecto por Carlos Herrera, que por lo visto, manda más que la de Irun. Al PP vasco le debería hacer el himno Sabina. Qué manera de palmar.