¿Dos bloques?

Simplifica, que algo queda. Leo, escucho y hasta en ocasiones digo y escribo yo mismo que en las elecciones impuestas del 21 de diciembre en la Catalunya de la DUI y el 155 habrá dos bloques frente a frente. Cuela, quizá, como verdad a medias, pero en cuanto te quitas las anteojeras y te sacudes las legañas, empiezan a no cuadrar los números. ¿En qué bando colocamos a los autodenominados comunes de Ada Colau y Pablo Iglesias? Según la costumbre, antes de votar, se les acusa de ser “de los otros”, y una vez contados los sufragios, pasan a ser “de los nuestros” para vender la sobada moto de la mayoría pro o anti. A no ser que pretendamos hacernos trampas en el solitario, parece razonable pensar que no son ni esto ni aquello exactamente.

Anotada la salvedad, procede ver si cada una de las dos facciones lo son con todas las de la ley. En la constitucionalista (o sea, unionista), se ven a kilómetros las navajas. Y el fulanismo, claro, que casi no se nota [ironía] lo que le revienta a Albiol salir de paquete de la advenediza Arrimadas. En cuanto a Iceta, ese baila solo. O, dándole la vuelta, solo baila. Su mensaje se reduce a eso.

Más sorprendentes se antojan las zancadillas cada vez menos disimuladas en el flanco soberanista, que es donde se diría que hace falta mayor unidad. Si ya resultó extraño que en las circunstancias en que se dio la convocatoria, fuera imposible consensuar una sola lista, la perplejidad ha crecido ante los mensajes algo más que contradictorios. Como coda, la competitividad imposible de ocultar y el intercambio de cargas de profundidad sobre quién debe ocupar la presidencia.

Dar y recibir

Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.

Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.

Tres tristes diputados

Los que se mueven no salen en la foto, previno Alfonso Guerra a su rebaño sobre las consecuencias de no balar de acuerdo con la partitura. Mil veces se ha cumplido la nada velada amenaza desde entonces, tanto en la congregación del Rasputín sevillano como en el resto, pues en materia de trato a los discrepantes no hay gran diferencia entre siglas. En la ocasión que me ocupa, sin embargo, los renegados sí aparecen en las instantáneas… ¡pero cómo! Relegados literalmente al córner del Parlament de Catalunya, en la última fila, más cerca de los apestados de Ciutadans que de sus todavía compañeros nominales, que aprietan el culo hacia el lado opuesto para que corra el aire, no sea que se contagien del virus librepensante o que el jefe de personal les acuse de no hacer el vacío adecuadamente.

Qué imagen, la de los tres tristes diputados del PSC sometidos a escarnio público por haber votado lo que no debían. Expulsarlos habría sido demasiado compasivo. Cuánto mejor un martirio lento ante los focos, no se sabe si para que entren en razón y vuelvan arrepentidos o para empujarles a abandonar el paraíso por su propio pie. Y el mensaje no es solo para ellos. Como la frase con la que arrancaba estas líneas, es todo un aviso a navegantes por los procelosos (qué ganas tenía de usar esta palabra) mares de la disidencia de uno a otro confín ideológico. A buenas, el aparato es muy bueno: reparte chuches entre los niños dóciles y proporciona cobijo y generosa manutención a auténticas nulidades que en la vida real las pasarían canutas. A malas, es mejor no comprobarlo.

No es casualidad la terminología empleada en el relato. Se cuenta que el trío calavera ha sido degradado a la condición de diputados rasos. También militante viene de militar. Ayer, hoy y siempre los partidos han sido, son y serán organizaciones que se rigen por códigos castrenses levemente dulcificados. Y quizá deba ser así, quién sabe.

Desconcierto en si bemol

Quién le iba a decir al tal Pere Navarro, político de talla champiñón y carisma cercano al de un zapato, que su necedad sobre el Concierto y el Convenio iba a dar para tanto. Tiene que sentirse un hombrecito viendo cómo la bocachanclada que soltó desde la más osada de las ignorancias se ha convertido en algo parecido a debate público. Un chisgarabís liliputiense que no ha empatado en su vida con nadie marcando las agendas, manda pelotas. Pero es lo que hay, y no merece la pena malgastar bilis por el enésimo síntoma de la mediocridad imperante entre los que, queramos o no, nos representan.

Nos aprovechará más si hacemos de la necesidad virtud y rescatamos dos o tres aprendizajes que han venido de carambola con la soplapollez de Navarro. El primero es que en los territorios afectados, esos supuestamente privilegiados e insolidarios, hay un notable consenso sobre la validez del instrumento jurídico —no otra cosa son el Concierto y el Convenio— cuestionado por el líder accidental del PSC y otros voceras. No sé a ustedes, pero a mi ver a UPN y al PP vasco defendiendo las peculiaridades me provoca tanto gustirrinín como a Gila afeitarse con Filomatic. Y también tienen su qué otras adhesiones, bien es cierto que matizadas y como quien no quiere la cosa, de quienes nombraban el asunto en diminutivo despectivo. Fuera de concurso, la reacción del PSE, queriendo nadar en casa y guardar la ropa en Ferraz, destino ansiado ya saben ustedes por quién. Sopas y sorber, no va a poder ser, señor López. Vaya optando por las setas locales o por el Rólex español.

Por lo que toca al partido que gobierna en Gasteiz, bien haría en bajarse de la defensa historicista, que aparte de oler a rancio, implica aceptar una u otra forma de vasallaje. El pacto vale no porque lo firmaran los antepasados sino porque lo respaldan los contemporáneos. Si desde el otro lado quisieran romperlo, ya sabríamos qué hacer, ¿verdad?

Pinchos y ensalada

Pinchos y ensalada de lechuga y tomate. Menú frugal, anotaba la compañera de El País que susurró ayer el chauchau de una reunión secreta en Ferraz. ¿Secreta? Perdón, discreta. Ahí está el matiz, que diría el filósofo postsocrático Cantinflas. Derecho de admisión reservado a barones y baronesas de confianza, principalmente con un buen batacazo electoral acreditado. López, Fernández Vara, Pérez Rubalcaba; tres mayorazgos, incluyendo Moncloa, entregados con deshonra al enemigo en las urnas. Junto a ellos, nombres que hay que buscar en la wikipedia, excepción hecha de Elena Valenciano, intelectualmente tan liviana como las viandas que había sobre la mesa. ¿Cónclave de perdedores? No exactamente, porque tuvieron gran cuidado en mantener al margen a Tomás Gómez, el que pasó de invictus a hostiatus en medio suspiro. Tampoco fue avisado Griñán, el que ganó perdiendo en la Bética y la Penibética. Dejó escrito el profeta Guerra que los que se mueven no salen en la foto. Ni siquiera aunque se haga de extranjis, como esta. Por cierto, ¿a santo de qué tanto misterio?

La militancia inasequible al desaliento e impermeable a la realidad podría pensar que el sigiloso conciliábulo marcaba el día D y la hora H de la catarsis, el toque a rebato, la firme determinación de abandonar la posición fetal y empezar a ser un poquito de lo que se espera. Verdes las siegan entre los puños y las rosas. Era solo una junta de escalera para pedir una nueva derrama de labia con la que afrontar el enésimo tortazo que se venía encima. Convocado nueve días antes de las elecciones catalanas, el único objetivo del encuentro era juramentarse para vender como grandioso éxito el descomunal varapalo que iba a cosechar el PSC. Fue así como el peor resultado histórico de un partido que anteayer gobernaba se convirtió en motivo para sacar pecho y levantar la mandíbula. Se decidió entre pinchos y ensalada de lechuga y tomate.

Pronósticos

Hay, como poco, cuarenta formas distintas de interpretar los resultados de las elecciones catalanas. Basta arrimar el ascua a la sardina propia para extraer la conclusión deseada. Depende a dónde se mire, uno se encuentra con la inapelable victoria de la españolidad rampante o del independentismo más radical. Es posible, sin embargo, que no haya ocurrido ni lo uno ni lo otro, sino todo a la vez y nada al mismo tiempo. Digo solamente posible. No me atrevo a ir más allá porque me cuento entre los que pifiaron estrepitosamente el pronóstico. A las ocho menos un minuto del pasado domingo, mi única duda era si CiU estaría dos escaños por encima o por debajo de la mayoría absoluta. Ni por lo más remoto esperaba que el marcador se atascase en los cincuenta que, finalizado el conteo, certificaron lo que siempre hemos llamado hacer un pan con unas tortas.

Mientras casi todos los que se habían lucido como profetas junto a mi se pasaban al bando de los que decían haberlo visto venir y empezaban a aventurar nuevos e infalibles vaticinios, yo me quedé rascándome la coronilla. No he avanzado mucho más en estas horas. Me declaro incapaz de hacer un análisis medianamente solvente de la macedonia que han dejado las urnas. Anoto al margen que los que leo o escucho ni me convencen ni me dejan de convencer. Simplemente, los pongo en fila india en cuarentena, a la espera de que la terca realidad los sitúe donde merezcan.

Ese es, de hecho, el único aprendizaje de fuste que creo haber obtenido de estas elecciones que le han salido al convocante por la culata: hay que tener mucho cuidado con las sugestiones colectivas, los estados de opinión… y no digamos ya con las encuestas, esas escopetas de feria. Lo que parece que va a pasar no es necesariamente lo que pasa. Otra cosa es que nuestra tendencia a la desmemoria haga que resulte tan fácil pasar de patético diagnosticador a esplendoroso forense.

Federalismo tardío

A buenas horas mangas verdes, Alfredo Pérez Rubalcaba descubre el modelo federal como bálsamo de Fierabrás que acabará en un pispás con las irritaciones y los eczemas territoriales que han reverdecido en la sensible piel de toro. Mira tú que entre 1982 y 1996 primero y entre 2004 y 2011 en segunda convocatoria, su partido tuvo tiempo —21 años, que se dice pronto— de llevar por ahí el balón. Pero entonces no hizo ni un amago. Ha esperado a ser una oposición en imparable aguachirlización que compite en descrédito y despiste con el Gobierno para brindar al sol, a ver si se echaba un titular a la boca, que buena falta le hacía.

Cierto, lo consiguió. En esos caracteres de humo que se lleva la brisa informativa sin mayor esfuerzo, pudimos leer la propuesta de reformar la Constitución —ja, ja, ja— para calmar con un azucarillo a los que quieren hacer las maletas. Si es la mitad de lumbrera de lo que dicen, debería ser el primero en comprender lo ridículo, o quizá lo patético, de su tercio a espadas. Puede que hace un par de décadas o incluso menos el tal federalismo hubiera sido un precio razonable. Hoy, sin embargo, la inflación de mala leche y agravios encadenados lo convierte en una broma. Según parece que estamos a punto de ver en el Parlament, la tarifa mínima actual está en derecho a decidir. Un mal paso, otra bofetada gratuita, y nos ponemos en autodeterminación como nada. De ahí a la independencia hay medio Petit Suisse.

Como escribí hace unos días, sigo pensando que no llegaremos a esa pantalla del videojuego tan pronto como algunos celebran por anticipado. Pero no será, precisamente, por el papel que hayan de jugar ni el PSOE ni su sucursal catalana, reducida a convidado de piedra en el momento más decisivo de la historia de su país. Gran ayuda, por cierto, la que envía a sus compañeros el Gunga Din vasco Patxi López presentándose como “dique contra los independentismos”.