Aún estaban perorando los que saben a pies juntillas que la política migratoria es cuestión de abracitos de oso y terrones de azúcar, cuando se sumaron al jaleo los expertos en psicología infanto-juvenil. Llegaron juntos y revueltos los megafachas, los requeteprogres, y los de cuarto y mitad con sus teorías a cada cual más lisérgica para explicar por qué un criajo de trece abriles se había llevado por delante a un profesor de un machetazo y dejaba heridos a dos adolescentes y otros dos adultos. Se entiende, ojo, que explicar sin que quedara medio resquicio a la duda ni a lo que pudiera desvelar una investigación posterior. Y así empezaron los unos a señalar la letal influencia de los juegos del interné, los de rol, y las sanguinolientas series de televisión. Tres diapasones más arriba, hubo un componedor de perfiles de urgencia que llegó a verter algún grado de responsabilidad sobre Ardá Turán y Valentino Rossi, ídolos deportivos del asesino alevín.
A la recontra, el sector zen dictaminaba con total certeza que, como de costumbre, no había otra culpable que la alienante sociedad que inocula en los seminiños un vacío tan atroz que lo menos que pueden hacer, ¡pobres angelitos!, es liar una escabechina. Pero sin mala intención, ¿eh? Solo como forma poca elaborada de reclamar la atención de sus mayores. Una pena y tal, lo del cadáver y los cuatros heridos, fruto, en todo caso, de no haber profundizado lo suficiente en esa mano de santo que llaman educación en valores.
Tíldenme como equidistante, pero les aseguro que me siento a tantos años luz de las versiones edulcoradas que de las tremebundas.