Ojalá sirvan para algo, pero siento escribir que las nuevas medidas planteadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral son un ejercicio de voluntarismo. Loable, desde luego. Necesario, por descontado; nadie entendería que las autoridades se quedasen mirando con la boca abierta la multiplicación diaria de contagios y su reflejo en la sanidad pública. Pero en el punto en el que estamos, marcando récords sucesivos no ya de la quinta ola sino de toda la pandemia, no parece que esta o aquella reducción de horario o aforo pueda ser un gran freno. ¿Lo de la obligatoriedad de las mascarillas en entornos urbanos transitados? Menos da una piedra, si es que no viene el juez jatorra con la guadaña. Quizá la petición de toques de queda (en segundas nupcias en Nafarroa y de estreno, si acaba produciéndose, en la CAV) sea lo que, si se concede, resultaría más efectivo. Aun así, vamos tarde y contra la corriente general. Para empezar, el gobierno español decretó hace meses el fin de la pesadilla vírica y, como se está comprobando, no va a mover un dedo. Que se coman el marrón las comunidades, incluso las gobernadas o cogobernadas por el PSOE. Y si les muestran a Sánchez o a Darias las brutales cifras, les dirán, como en las cuatro olas anteriores, que ya estamos llegando al pico y que pronto comenzará el descenso. Por desgracia, esa pachorra la comparten muchos de nuestros conciudadanos, que siguen viviendo como si estuviéramos a dos minutos de la vieja normalidad. No sé ustedes, pero yo conozco a muy pocas personas que hayan cambiado sus planes o que hayan dejado de incurrir en conductas de riesgo. Así nos va
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No poder; no deber
La autoridad competente ha ajustado las restricciones de cara a la navidad —o sea, ya mismo— en la demarcación autonómica. Realmente, no hay novedades de gran relieve. Se adelanta el cierre de la hostelería en los días señalados y se reduce media hora el toque de queda en nochebuena y nochevieja, con la recomendación (porque no se puede obligar) de que no se junten más de seis personas por domicilio en la cena de fin de año. A la vista de los picaruelos que ya andaban buscándose cámpings, casas rurales u hoteles para bailotear y compartir fluidos, se limita también la posibilidad de reservar con determinada antelación.
¿Tan complicado es? A juzgar por las reacciones de primer bote, sí. Menudo pifostio del quince, resoplan los siempremalistas. Qué ganas de jorobar la marrana, se enfurruñan los chufleros sin fronteras, exhibiendo su inalienable derecho a contagiar y, aunque ellos no sean conscientes, a ser contagiados. Otros, los presuntamente muy responsables, dicen que jopelines, que con solo media hora de margen después las doce, no les va a dar tiempo a llegar a sus casas. Tal cual se lo plantearon a la consejera Sagardui que, después de contar mentalmente hasta mil y respirar profundamente, contestó con su mejor sonrisa que hace un buen rato que todos sabemos que estas navidades no-son-co-mo-las-de-siem-pre. ¡Leñe ya!
Tocaban los bares
Estaba entre el clamor, el temor y el secreto a voces: la demarcación autonómica sigue los pasos de Nafarroa y decreta el cierre total de la hostelería a partir de mañana. Hay otra media docena de medidas más, pero esa y el adelanto a las diez de la noche del toque de queda —uy, perdón, de la restricción horaria— son las que están en los titulares y, más significativo, en las conversaciones en vivo y en los humeantes grupos de guasap. Ahí tenemos un cierto retrato social. Lo que nos duele es que nos chapen los bares, incluso sabiendo íntimamente que es por nuestro bien y que, de alguna manera, han sido muchos de nuestros congéneres —aquí les juro que soy inocente— los que han hecho impepinable la orden de clausura con su actitud abiertamente irresponsable. Ahora lloran como chiquilines lo que no han sabido defender como adultos. Que nos quiten lo bailado, dirán en su incurable inmadurez.
Por lo demás, veremos si seguimos para bingo, o sea, para confinamiento general en nuestras casas. Como he anotado varias veces aquí mismo, tenemos muchos boletos para que sea así. Si el lehendakari le pidió a Sánchez anteayer que le diera un meneo al estado de alarma para hacerlo posible, por algo será. ¿Hay que lamentarse por ello? Yo no lo hago. Menos, sabiendo que es necesario y que no será como en primavera.
Diario de la segunda ola (7)
Cojamos el toro por los cuernos: solo un milagro nos va a librar de un nuevo confinamiento domiciliario. Quizá no sea mañana o pasado. Y no porque no haya motivos puramente sanitarios. Si leen entre líneas y no se dejan llevar por las querencias partidistas, sabrán que andamos en el enésimo pantano jurídico. Tanto aspaviento para aprobar el cojo-estado de alarma de medio año, y resulta que no sirve para que los gobiernos locales nos manden a casa. Llega a los cierres de bares, a limitarnos los movimientos hasta el municipio colindante “de tránsito habitual” (ejem, ajum) o, ya si eso, al toque de queda al que no hay bemoles a llamar toque de queda. Pero para lo otro, para lo que hasta el cuñado más cuñado sabía que venía, hay que convocar otro consejo de ministros extraordinario y una nueva sesión convalidatoria en el Congreso de los Diputados.
Hemos hecho, casi literalmente, un pan con unas hostias o una casa sin puertas ni ventanas. Pero sea para bien. Si la solución es esa, hágase sin perder un minuto, que mirando a nuestros vecinos de toda Europa, ya vamos tarde. Entretanto, a modo de aviso y preparación para lo que viene, decrétense las restricciones intermedias que quepan. Y cuando el BOE esté listo, venga de nuevo al encierro en el dulce hogar, aunque —espero— no tan estricto como el primero.
¿Queréis alarma? ¡Tomad!
Bueno, pues ya tenemos el deseo concedido por nuestro particular genio de la lámpara. Recién llegado de fotografiarse contumazmente sin mascarilla en El Vaticano —¿qué decíamos de Trump y Bolsonaro por lo mismo?—, el redentor Sánchez Castejón ha escuchado las preces de sus vasallos y nos ha concedido un estado de alarma de toma pan y moja. ¡Hasta el 9 de mayo de 2020, oigan! No lo hay más largo en nuestro entorno inmediato, a ver qué dirigente europeo se atreve a bajarse la bragueta ejecutiva y medírsela con el mejor dotado de los gobernantes de este lado de Occidente. Bien es verdad que te tienes que reír (por no llorar un río) al aplicar la lupa y comprobar que el toque de queda en Hispanistán comienza a las once de la noche, cuando los componentes del populacho hemos tenido tiempo de sobra de socializar el virus a modo con nuestros compadres.
Más allá de la melonada horaria, qué gran triunfo para los conspicuos defensores de las libertades civiles. Resulta que para evitar que cercenaran (supuestamente) una, la de reunión, nos encontramos ahora mismo con un decreto que permite tumbar durante medio año ese derecho fundamental y otras diez docenas más sin dar ninguna explicación. En resumen, se ha hecho un pan con unas hostias. Hasta tendría gracia si no fuera porque hay gente que sigue muriendo.
No es «tomar el mando»
¡Albricias! En su bondad infinita, el magnánimo presidente españolísimo, Pedro Sánchez, ha accedido a convocar un consejo de ministros extraordinario —¡en domingo!— para decretar el estado de alarma en sus dominios, tal y como le han solicitado los presidentes de ocho comunidades autónomas. ¿Solicitado? Bah, eso es precio de amigo: en la cabeza del mandarín monclovita y en la pluma de sus succionadores, se lo han rogado, implorado o mendigado, con el lehendakari a la cabeza, chupaos esa, disolventes eternamente disconformes con el centralismo. ¿Veis cómo no se os puede dejar solos porque, a la hora de la verdad, tenéis que venir con la testuz baja a pedir sopitas al primo de Zumosol para que os saque las castañas del fuego?
Ya habrán comprobado que por ahí va la doctrina oficial, que para sorpresa de nadie, es exactamente la misma que la de los locales cuantopeormejoristas, doblemente felices ahora porque se llenan las UCI y el tipo que les arrea un buen meneo en todas las elecciones ha tenido que dar el paso que comentamos. Cómo explicar a unos y otros obtusos vocacionales que esto no va de humillarse ante Sánchez para que “tome el mando”, sino de reclamarle el puñetero paraguas jurídico necesario para que cada autoridad tome medidas que salven vidas y empleos en la realidad que mejor conoce.