Dos dimisiones

Para que luego digamos que no dimite nadie. En solo cuatro días de esta semana, entre el lunes y ayer, se han echado a un lado los máximos responsables de dos de las cinco fuerzas con representación política en la demarcación autonómica. Iba a haber escrito que se han marchado por su propio pie, pero lo cierto es que no ha sido del todo así, especialmente en el primer caso. A Alfonso Alonso lo ha mandado a casa —o al puesto que le busquen— una coz genovesa de talla XXL.

En cuanto al ya exsecretario general de Podemos en Euskadi, Lander Martínez, parece que quienes le han enseñado la puerta han sido los propios inscritos de su partido o, afinando más, la perversa metodología de participación de los morados. Me he pasado todas las primarias advirtiendo de que por mucho que se sea el sector oficial y se controle el aparato, bastaría movilizar unas decenas de amigos aquí y allá para hacer saltar la banca. Y teniendo en cuenta que enfrente estaba el señor de Galapagar, fan hasta lo obsesivo de Juegos de Tronos, entraba dentro de lo razonable que triunfara su candidatura favorita.

La pregunta es cuánto y cómo van a influir estas dos bajas en los resultados del 5 de abril. Lo de Podemos intuyo que entre poco y nada, porque está comprobado que a sus posibles votantes les importa más la marca que las personas. Diría que la mayoría ni siquiera sabría ubicar a Miren Gorrotxategi. Otra cosa es el Alonsicidio. Si las perspectivas del defenestrado no eran muy halagüeñas, las de Carlos Iturgaiz, su sustituto en sepia, se antojan aun peores. Se decía ayer que la cosa se ponía interesante. Yo creo que solo más entretenida.

Coronapánico

No hay cosa que dé más miedo que el miedo mismo. Y eso lo saben y lo ponen en práctica desde la noche de los tiempos los que pretenden manejarnos como a sumisos corderos. Da lo mismo que el objeto del temor sea cierto o incierto: en cuanto nos sentimos vulnerables, los seres humanos tendemos a desprendernos de los gramos de racionalidad que atesoremos y volvemos al esoterismo más primitivo. Resulta curioso que el aprendizaje no nos sirva como antídoto.

Repasen las veces que en los últimos años hemos vivido crisis muy similares a la del Coronavirus. Pasábamos semanas con el alma en vilo, siendo bombardeados con informaciones y desinformaciones a cada cual más impactante, y cuando llegaba el momento en que deberíamos estar criando malvas junto al resto del planeta, nos encontrábamos en una terracita tomando un vermú y hablando de la marcha de nuestro equipo en la liga. No saben las ganas que tengo de verme en esas. Pero sospecho que aún nos queda un tiempo largo de zozobra por el proceloso mar del acojone sin alternativa.

Lo sobrellevaré como buenamente pueda. A modo de vacuna, procuraré estar tan lejos de los visionarios que anuncian el apocalipsis inminente como de los cuñados que, a veces con la mejor de las intenciones, pretenden que todo esto va a ser un catarrillo sin más. Lo que no podré evitar será desear con todas mis fuerzas que entre los primeros afectados por el bicho se cuenten los difusores a discreción del Coronapánico a mayor gloria de la audiencia. Qué ascazo, por ejemplo, la mengana de siempre, que ayer se tomó la temperatura en directo en la tele amiga. Quizá mañana lo haga por vía rectal.

Viraje a sepia

¡Madre mía! Que paren el DeLorean, que yo me bajo. En un pestañear de ojos nos hemos puesto, oigan, en aquellos infaustos años del cambio de milenio y unos cuantos más que vinieron después. Fíjense que yo nunca he vendido que viviéramos de pronto en tonos pastel, pero nos habíamos ido quitando mugre y caspa. ¿A santo de qué este nuevo viraje a sepia?

Lo digo, sí, por el retorno a primera línea de desbarre politiquero de Carlos Itugaiz, que en sus primeras 24 horas fuera del sarcófago nos ha puesto los niveles de furanos dialécticos en la estratosfera. Pero la cuestión es que el duplicador de votos no llega solo. Junto a él nos ha caído otro revival de ese jurásico que es apenas anteayer.

¿Recuerdan aquel pesebre disfrazado de causa nobilísima que atendía por Basta ya!? Pues vengo a contarles que, como esas bandas de rock requetrasnochadas que se vuelven a juntar al olor de la pasta, los integrantes principales del combo anuncian una nueva gira por toda la pecaminosa piel de toro. Vaya usted a saber si por problemas de Copyright o porque se huelen que lo otro ya no vende una escoba, ahora se hacen llamar Unión 78. Colaría si no fuera porque a la cabeza del invento están (¡tachán!) Rosa de Sodupe y Fernando Savater, el sujeto que tiene confesado ante las cámaras habérselo pasado cañón luchando contra ETA. Su nueva misión, según va pregonando por ahí el filósofo más dicharachero a tanto la pieza es “defender la ciudadanía”, signifique eso lo que signifique, que mayormente consistirá en montar barrilas aquí y allá para mendigar un tantito de atención. Ahora que lo pienso, les acabo de conceder la mía. Mecachis.

Alonsicidio en re menor

No fue casual que en la línea de cierre de mi última columna enviase un recuerdo a Arantza Quiroga. Como gozo de memoria más que regular, tengo bastante fresca su defenestración como presidenta de los populares vascos en octubre de 2015. La mano ejecutora entonces fue, oh sí, Alfonso Alonso, que acaba de probar de su propia medicina, confirmando el adagio que sostiene que quien a hierro mata a hierro muere.

Cautivo, desarmado y, sobre todo, humillado, uno de los políticos más ambiciosos que hayan conocido los tiempos ha tenido que echar la rodilla a tierra y morder el polvo amargo de la derrota. Para que sea más dolorosa, su verdugo ha resultado Pablo Casado, un chisgarabís manejado por el siniestro capo gaviotil Don Aznarone. Ni palabras hay para expresar la afrenta de verse sustituido como candidato a lehendakari por una medianía sideral que tiene como mayor hazaña registrada haber votado con el codo por el ausente Mayor Oreja en el Parlamento. Bueno, eso, y según le escuché ayer a Isabel San Sebastián, cantar “unas trikitixas muy buenas”.

Confieso que como informador y opinatero echaré de menos a Triple A (por Alfonso Alonso Aranegui, no se asusten), pero tampoco le voy a dedicar una elegía desgarrada. Me consta que a diferencia de algunas de sus víctimas, le costará poco encontrar un ganapán, y ya si eso, caviar para poner encima y Dom Perignon para mojar. No descarten que se lo procuren los mismos que le han dado pasaporte porque puede que Roma no pague traidores, pero siempre tiene un remanente para asegurar silencios. Y quién sabe. La vida da muchas vueltas. Fíjense en Iturgaiz.

PP contra PP

Dos barreños de palomitas, preveía yo a la ligera en la anterior columna. Con menos de media docena no llegamos para lo que parce que va a dar de sí esta versión de Kramer contra Kramer en que se han enredado el PP español y el PP vasco. Y ojo, si no vamos a necesitar también una caja gigante de pañuelos de papel para secarnos las lágrimas, en su mayor parte, de risa. Pensaba uno ingenuamente que, llegados al borde del precipicio, la casa madre entraría en razón, y aunque fuera a regañadientes, dejaría la coalición con Ciudadanos para mejor momento y se comería con patatas las listas al estilo de Alfonso Alonso, o sea, con los paracaidistas naranjas relegados al quinto anfiteatro, que es lo que les corresponde por peso real.

Pero no, para chulo, el pirulo de Casado, que ha acabado firmando el pacto con Arrimadas, dejándole claro a su hemorroide vasca que son lentejas, y que si le apetece dimitir, tanta gloria lleve como paz deje. El otro ha contestado negándose a presentarse en la calle Génova, donde había sido convocado por un guasap enviado a horas intempestivas y provocando que su jefe cancelase una excursión propagandística a las inmediaciones del vertedero de Zaldibar. También ha difundido la especie de que ni él ni su junta directiva piensan renunciar aunque les toque jalarse la rueda de molino que les han endilgado sus señoritos de los madriles. Suena eso a la enésima humillación, pero también puede ser que el todavía presidente del PP vasco sea discípulo de Pedro Sánchez y esté pensando en escribir su propio Manual de resistencia.

Un recuerdo para Arantza Quiroga, a la que todo esto debe de sonarle.

¿Suman o restan?

Menos mal que en medio de los dramas de verdad nos quedan tragicomedias de chicha y nabo para echarnos unas risas. Lo de la coalición esa entre PP y Ciudadanos para las elecciones en la demarcación autonómica, por ejemplo. No me digan que no es para llenar dos barreños de palomitas y disponerse a disfrutar del espectáculo. Lo penúltimo a la hora de escribir estas líneas es que después de haber anunciado con toda pompa el matrimonio de conveniencia, al PP vasco se le han hinchado las narices y ha bramado en Twitter que no va a tragar con que le cuelen en puestos de salida —de presunta salida, dada la precariedad electoral de los pop-ulares locales— a submarinos naranjas que no los conocen ni en su casa a la hora de merendar.

Iba siendo hora, jopelines, de que a Alfonso Alonso le saliera el carácter. Era demasiada tomadura de tupé que sus señoritos de Génova le estuviesen montando una plancha nada menos que con Rosa de Sodupe como cabeza de cartel y que solo lo salvara de la quema el lehendakari al adelantar las elecciones. Y luego, que el presunto pacto lo negociasen en Madrid el mandamás Casado y la mandaloquesepuede Arrimadas.

Espero con ansiedad el próximo episodio del astracán. ¿Se mantendrá Alonso en sus trece o, como ha hecho de manera impropia en alguien que le saca mil largos a su jefe genovés, volverá a bajar la testuz? La pura lógica y el más básico instinto de supervivencia llevarían a pensar que el PP español va a recular y, quizá, a decirle a la heredera de los restos de serie que dejó Rivera que donde dijo digo ahora es Diego y, bueno, Inés, ya tú sabes. Hoy mismo saldremos de tan divertida duda.

La fantasía de Veleia

Los gravísimos acontecimientos que han marcado la actualidad de los últimos días me han impedido seguir con mayor atención el juicio por el presunto timo de la estampita, o sea, de los grafitos de pega, en Iruña-Veleia. Con todo, he ido coleccionando, a modo de aquellas viejas selecciones del Reader’s Digest, los momentos más relevantes del proceso que ayer quedó visto para sentencia. Puestos uno detrás de otro, formarían una pieza a medio camino entre Golfus de Roma, Amanece, que no es poco, The good wife y El ministerio del tiempo. Quien tuviera la intención de llevarla a las pantallas, grandes o pequeñas, debería pensar en Karra Elejalde para encarnar al personaje principal, el extravagante arqueólogo y birlibirloquero Eliseo Gil.

Como título, propongo Grandes mentiras para grandes crédulos, que es donde enlazamos con casi todas las cuestiones que nos ocupan estos días. Quizá la diferencia, y ojalá cunda, es que esta patraña parece que sí se ha logrado desmontar. No crean que ha sido fácil. Por burdos que nos resulten los detalles que han aparecido en sede judicial, como el tipo que confesó haber falsificado un grafito “pero en bromas” o la revelación de que las inscripciones amañadas contenían acero inoxidable, hubo un tiempo en que se creyó a pies juntillas en la autenticidad de los hallazgos. Si rebuscan en las hemerotecas, comprobarán el desprecio entre chauvinista y aldeano con que fueron tratadas las primeras personas que se atrevieron a poner en duda la fantasía animada que tantos quisieron (¿quisimos?) tragarse porque los deseos son siempre más bonitos que la puñetera realidad. Jode reconocerlo.