A nadie se le ha escapado que este aniversario, el 85 ya, del bombardeo de Gernika no ha sido uno más. La despiadada invasión rusa de Ucrania y las tremendas imágenes que llevamos viendo desde hace dos meses le han dado otra dimensión, otro significado. El propio presidente Zelenski contribuyó a ello cuando, en su comparecencia en las cortes españolas, escogió la destrucción de la villa foral como término de comparación con lo que estaban sufriendo sus conciudadanos en Mariúpol, Bucha, Irpin o tantos otros lugares arrasados por la soldadesca rusa, que se lleva cobradas miles de vidas.
Es altamente probable que esa mención del dirigente ucraniano haya sido el impulso definitivo para que por primera vez un gobierno español legítimo haya condenado expresamente la agresión de las huestes franquistas ejecutada por la Legión Cóndor. Con buen tino, se añade en la declaración que Gernika se ha convertido en símbolo internacional contra la barbarie por lo que tuvo de ataque contra personas indefensas. Por descontado, se trata de un gesto meritorio por parte del Ejecutivo de Sánchez que, en cualquier caso, demuestra que quienes venían reclamándolo hasta ahora no estaban subiéndose a los cuernos de la luna. Es un buen comienzo que muy bien podría tener continuidad en algo que incluso trascendiera lo simbólico y se reflejara en un compromiso práctico para la reparación efectiva de las víctimas. Desde luego, no sería nada que fuera contra la vocación tantas veces manifestada por este mismo gabinete de mantener viva la llama de la memoria histórica, no por espíritu de revancha sino de pura justicia.