Lo humano y lo político

Después de diez días sin publicar, le debo esta columna de vuelta a Iñigo Cabacas Liceranzu. Creía, de hecho, que ya la había escrito doce o quince veces en mi cabeza, pero ahora, al sentarme frente al teclado, compruebo que todas las certezas que iba apuntando mentalmente se han ido diluyendo, quedando viejas o perdiendo sentido incluso para mí, que una vez las di por buenas. Me queda tan solo una de las primeras ideas que me asaltó al conocer la noticia y fue haciéndose fuerte según sorteaba la torrentera de declaraciones y contradeclaraciones: hemos perdido la capacidad de hacer una lectura pura y simplemente humana de la muerte.

La de Iñigo, perdón por la insultante obviedad, ha sido la de una persona. Luego entran las circunstancias, que la hacen más dolorosa y difícil de digerir, si cabe. No hay mucho que añadir sobre ellas. Más allá de las versiones oficiales y oficiosas, estoy seguro de que todos nos hemos trasladado imaginariamente a ese callejón donde la fiesta se convirtió en la tragedia que nunca deja de rondarla. Tengo la impresión de que no nos damos cuenta de que lo extraordinario, lo casi milagroso, es que no ocurra con más frecuencia.

¿No somos capaces de reflexionar abierta y sinceramente sobre esta realidad y cómo cambiarla sin vencer la tentación de arrimar el ascua a nuestra sardina política? Tal parece, a juzgar por lo que hemos tenido que ver y escuchar durante esta semana larga. ¿Alguien esperaba en serio que Ares dimitiera? Y en el remotísimo caso de que lo hubiera hecho, ¿era ese el justiprecio por una vida? Está claro que no, como también lo está que para el consejero no era eso, lo más primario, lo que estaba sobre el tapete teñido de sangre. Como ha demostrado con sus despejes a córner, sus medias verdades y sus contraataques de manual de comunicación, este ha sido sólo otro asunto incómodo más de tantos con los que su cargo le hace lidiar.

Perdón de saldo

Una vez que parece que por aquí arriba nos vamos a librar del bochorno de la amnistía fiscal, siento una enorme curiosidad por ver lo que dará de sí allá donde sí se aplicará. A ojo de los cuberos económicos del Gobierno español, emergerán de las tinieblas 25.000 millones de euros —pagaría una caña y un pincho de tortilla por saber cómo se calcula eso— de los que, en virtud del mordisquito penitencial del 10 por ciento, quedarán en las arcas 2.500. Acostumbrados a las cifras estratosféricas que escuchamos, eso suena a pedrea miserable. ¿Merece la pena entregar la dignidad y los principios de la justicia recaudatoria a cambio de ese plato de lentejas? Hay quien ha decidido que sí, y como tiene mayoría absoluta y la vergüenza escasa, los demás, a tragar.

Supongo que nos lo ocultarán celosamente, pero me temo que el chasco será comprobar que no se rascará ni eso. Alguien que no se paró en barras para arramplar con mil no se conformará con novecientos, y muchos menos, si al señalarse como antiguo pecador intuye que se está cerrando la puerta a futuros desfalcos. La conciencia no es el fuerte de los depredadores. ¿Y el patriotismo al que han apelado Rajoy, Guindos, Montoro y Soraya? No contesto a eso porque el ataque de risa me impediría terminar la columna.

Tiene toda la pinta de que la única utilidad de esta ocurrencia será alimentar aun más la instaladísima idea que sostiene que pagar impuestos es de imbéciles o de pardillos agarrados la nómina. Por si no fuera suficiente con las fórmulas escrupulosamente legales para llevárselo crudo —siempre a partir de unas ganancias muchimillonarias—, se institucionaliza un perdón de saldo para quien ni siquiera se ha tomado la molestia de rellenar un par de impresos. O, peor aún, cuando a algunos los pillan con la mano en el tarro de mermelada, salen en tromba sus compañeros de partido a clamar por su sacrosanto derecho a la confidencialidad.

Hautsi da anphora

Escribo tratando de ser fiel al respeto para Aralar que yo mismo pedía hace un par de columnas. Lo último que quiero es herir a quienes ya imagino que estarán lo suficientemente jodidos como para tener que soportar, encima, moralistas que vengamos a contarles desde la barrera lo que están viviendo en carne propia. Con datos, además, que seguramente son incompletos, porque incluso en las rupturas ante los focos como ha empezado a ser esta, hay una parte que nunca llega ni a los comunicados ni a las declaraciones. Cualquiera que haya pasando por un proceso similar —y en este país llevamos unos cuantos y nos espera alguno más— sabe que los titulares o las explicaciones que quedan para la historia son un pálido reflejo de lo que realmente ha ocurrido. En otras cuestiones, ya veremos; aquí los relatos compartidos son una quimera.

Consciente, pues, de la imposibilidad de acercarme a una versión fidedigna de lo que está sucediendo y dando por descontando que habrá muchas que pretendan serlo, renuncio intencionadamente a la metodología analítica ortodoxa y busco luz en la pluma de Bernardo Atxaga y la voz de Ruper Ordorika. Leyendo el miércoles la fría nota de ultimátum a Ezenarro, Basabe y Erostarbe, se instaló en mi cabeza —y lleva horas sin salir de ahí— la canción “Hi hintzena” y su poderoso verso central, que da título al legendario disco que la contiene: “Hautsi da anphora”.

No se me ocurre mejor forma de expresar lo que acontece en Aralar. Se ha roto el ánfora, multiplicada en mil espejos y no es más que la última imagen borrosa. En el primer bote, la conclusión es demoledora, pero si yo interpreto bien la letra, bajo la conmoción y la desolación iniciales late también una brizna de esperanza. Cuando ya no se puede volver a ser lo que se fue, no queda otra que empezar a ser alguien o algo nuevo. La política, como la misma vida, está hecha de finales que en realidad son principios.

¿Fiscal o abogado?

Hola amiguitas y amiguitos con toga. Soy Coco, y en esta edición especial de Barrio Sésamo para fiscales superiores os voy a explicar lo que debéis decir ante un micrófono cuando los malvados periodistas os pregunten por cosas sobre las que tenéis el deber de guardar silencio. Es muy pero que muy fácil, repetid conmigo: “Mire, esa es una cuestión que ahora mismo está siendo investigada por el Ministerio Público que yo represento y, en consecuencia, tengo la obligación ética y legal de no pronunciarme hasta que no se emita el fallo oportuno”. Y si insisten, que los plumillas son muy cansos, os encogéis de hombros, ponéis una sonrisa de circunstancias y zanjáis la cuestión con un “No, de verdad que lo siento, pero no puedo añadir nada más, discúlpenme”. ¿Lo habéis pillado? Hala, pues a ponerlo en práctica.

Lástima que este episodio se lo perdiera en su día el locuaz titular de la fiscalía superior del País Vasco, Juan Calparsoro. Bueno, este y uno anterior en el que se detallaban las diferencias entre fiscal y abogado. No se entiende de otro modo que por segunda vez en quince días el responsable último de las diligencias para esclarecer las presuntas irregularidades cometidas por un dirigente socialista —y hermano político del que saben— haya salido con estrépito al rescate del investigado.

En la primera ocasión, recordemos, largó ante las alcachofas que “dado quién es él, quién es el cuñado y quién es el que denuncia, existe el temor de que tras la filtración haya podido haber una motivación electoral o política detrás”. Vamos, ni quito ni pongo, pero ayudo a mi señor. Lo de anteayer fue tres partidos judiciales más allá cuando sostuvo que el marrón Gil “no es grave porque el Código Penal establece como delitos graves los que tienen tipificadas penas superiores a cinco años de prisión y no es el caso”. Luego les extraña que no creamos en la Justicia. O que se infrinja la ley.

Publikoa

Mourinho, presidente de la asociación de peñas barcelonistas. ¿Se lo imaginan? Por qué no, si Patxi López se acaba de presentar como el gran adalid de lo público. Bueno, en realidad, de lo “Publikoa”, para que se vea que le lucen los 48.000 trompos anuales de su euskaldunización novillera. Más que un conejo sacado de una chistera parece un ornitorrinco aparecido de una txapela. O la perfecta adaptación de la leyenda del bombero pirómano. Tres años calcinando las urgencias de los hospitales, abrasando la sustituciones en la educación, reduciendo a cenizas el metro de Bilbao y otros transportes dependientes de la administración cambista, y llega ahora con la manguera salvadora.

Y no crean que la cosa queda ahí, porque el juego polisémico permite un latrocinio múltiple del mismo término. Sin necesidad de ir al diccionario, sabrán que “público” no sólo es lo que depende de las instancias oficiales o lo que pertenece a todos. En la primera acepción es algo “notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos”. Efectivamente, estamos hablando de lo que ahora se nos da en llamar transparencia. También ese significado se lo ha echado a la buchaca el mismo López que considera un atropello que hayan salido a la luz datos no muy edificantes de un alto dirigente de su partido y familiar suyo. Datos, hago notar y me sorprende que nadie lo haya señalado hasta ahora, que la ciudadanía tiene todo el derecho de conocer sin necesidad de que nadie se los filtre.

Lo chistoso y a la vez esclarecedor es que el cuñado aludido fuera, en su calidad de artillero electoral en la sombra (siempre en la sombra) del PSE, uno de los muñidores del sarao donde se hicieron mangas y capirotes con la palabra convertida en fetiche. El otro era, no creo que haga falta que les diga más, Rodolfo Ares. Seguramente por ello no se detuvo a nadie en lo que fue un atraco a demagogia armada para quedarse con lo público.

Aralar, un respeto

En política sí existe el determinismo. Por lo menos, para los pequeños partidos que surgen de la costilla o, más prosaicamente, del michelín de las formaciones grandes y, por eso mismo, mejor preparadas para la supervivencia. Entre las líneas de su registro en el ministerio de Interior queda escrito el sino de las nuevas siglas. No es muy halagüeño que digamos. La mayoría están condenadas a no pasar de su tercera campaña electoral y no son pocas las que sólo ven una vez su anagrama en una papeleta antes de echar la persiana por cese de negocio.

En el caso de Aralar, esa ley casi universal que augura un corto viaje cuando se abandona la nave nodriza se veía acentuada por su propio ADN. Conseguir aquello por lo que en buena parte había nacido, el final de la violencia de la ETA, le dejaría en la encrucijada hamletiana: ser o no ser. Como estamos viendo, ese momento ha llegado y con él, la disyuntiva entre permanecer como cabeza de ratón o conformarse con ser cola de león. El mismo del que se escindió; tal vez con otro pelaje, pero a fin de cuentas, el mismo.

Lo tremendo, como sabemos por la cantidad de ellos a que hemos asistido, es que estos debates se libran a la vista pública. Y es en ese preciso lugar donde se encabronan y se tornan más y más dolorosos para quienes los protagonizan. Ahí suelen aparecer sin ser llamados cizañadores vocacionales y cobradores de presuntas viejas deudas a poner megafonía y alborotar más el patio. Cómo iban a faltar en este momento crítico para un partido al que se le tenían tantas ganas desde el instante mismo en que echó a andar.

Desconozco, aunque me lo temo, en qué acabará todo esto que nos irá suministrando titulares que algunos juzgarán suculentos, ni es mi intención hacer un epitafio prematuro. Sólo pido un respeto para una formación y unas personas que, contra muchos pronósticos y zancadillas, han sido capaces de llegar hasta aquí. Es lo menos.

Ponencia imposible

Supongo que en el Basque Culinary Center ya estarán pensando en poner como asignatura obligatoria la elaboración de una de nuestras especialidades gastronómico-políticas por antonomasia: los panes hechos con unas hostias. El penúltimo salió del horno del Parlamento vasco el viernes pasado, cuando una ponencia creada por y para la concordia tuvo como primer efecto que estallara la discordia en el seno de Aralar. Es verdad que la cosa olía a rosario de la aurora y que cualquiera que conozca este país con tanta querencia por la partenogénesis sabía que tarde o temprano llegaría el momento de hacer el karaoke de María Dolores Pradera: devuélveme el rosario de mi madre —o sea, el escaño y tal vez el carné— y quédate con todo lo demás. Sin embargo, la gota que colmó el tonel de rencores macerados tuvo que ser justamente lo que pretendía ser un paso para que en el futuro nos miremos todos con menos desconfianza. Antes de la suma, la división; no parece el mejor comienzo.

Más triste es aun pensar que la inmolación prematura de Aintzane Ezenarro, Mikel Basabe y Oxel Erostarbe va a servir de bien poco. Me encantaría equivocarme, pero sospecho que su sacrificio tendrá, como mucho, la belleza de los gestos inútiles, y hasta eso se les negará en medio del cainismo imperante. Inspirada en las más loables intenciones y aprobada por una mayoría tan contundente a la vista como ficticia en la trastienda, esa ponencia está condenada a ser nada entre dos platos. Aunque llevemos un buen rato hablando del nuevo tiempo, todavía quedan muchos que no han cambiado la hora, por no mentar a los que usan el reloj como calculadora, que son la mayoría.

No se culpe a nadie. Como mucho, a este cha-cha-chá al que no acabamos de acostumbrarnos después de cincuenta años de heavy metal. Con suerte, un día dejaremos de pisarnos —por descuido o a mala leche— los unos a los otros. Mientras, hay que seguir intentándolo.