40 años sin cumplir

El Estatuto de Gernika acaba de cumplir 40 años. Algunos vamos para viejos. Aunque todavía estaba lejos de la edad de votar, recuerdo perfectamente los Bai gigantes pintados con mejor o peor gusto en las paredes. También un coche —juraría que un Renault 12 azul— con megafonía atronadora recorriendo el barrio en bucle para llamar a los vecinos a votar en aquel referéndum. Ese vehículo se cruzaba con otro que profería a todo trapo sapos y culebras contra el texto que se sometía a votación y pedía que no se acudiera a las urnas a dar validez al Estatuto de La Moncloa. La banda sonora entre consigna y consigna era Lepoan hartu. Y para completar el retrato, también tengo grabadas en mi memoria las inserciones publicitarias, creo que en La Gaceta del Norte, de Alianza Popular abogando sin matices por el No a algo que suponía la destrucción de España.

Empezando por lo último, es gracioso que el PP, sucesor sin ruptura de aquella AP de Fraga, Arias Navarro y demás quincalla que había compartido consejo de ministros con Franco, sea quien enarbole con mayor frenesí aquel texto y tenga el rostro de alabastro de decir que es el instrumento que une a todos los vascos. Bien es cierto que tal mentira, defendida al unísono con el PSE, se basa en una circunstancia que no dejo de señalar de aniversario en aniversario: vacío de su contenido, con casi 40 transferencias eternamente incumplidas, el Estatuto resulta un chollo para el centralismo cada vez más asilvestrado. Es triste a la par que revelador pensar que cuatro décadas después, ese documento tan celebrado habría sido echado atrás sin miramientos en las Cortes españolas.

¿Exhumación o exaltación?

Andará preguntándole Pedro Sánchez a su gurú donostiarra de cabecera qué ha podido fallar para que lo que debía haber sido un acto lleno de épica y solemnidad acabara en esperpento circense rezumante de patetismo. ¡Si hasta le tenían dicho al piloto del helicóptero que evitara las farolas traicioneras! Al tiempo, en su recién estrenada nueva morada de Mingorrubio, la momia del viejo carnicero debe de estar retorciéndose de risa y gustirrinín. Miren que es joía la Historia: al cuadragésimo cuarto año resucitó y se pegó el lujazo de comprobar que en la reserva espiritual de Occidente todavía hay quien le añora.

El segundo entierro poco ha tenido que envidiar al primero. ¿Por qué? Vuelvan a cuestionárselo a los brillantes cacúmenes citados al principio de estas líneas. Suya es toda la responsabilidad de que la imagen que vaya a quedar del pifostio de ayer entre Cuelgamuros y El Pardo sea la del féretro de madera nobilísima saliendo a hombros de los familiares del dictador, liderados por uno que se apellida Borbón. Como guarnición, los brazos en alto, unos uniformados cuadrándose ante la comitiva, rojigualdas con el pollo, vítores a Tejero, Abascal profetizando una segunda maldición como la de Tutankamón y el equipo de producción de Ferreras persiguiendo a unos viejos comunistas para que se prestaran a dejarse grabar brindando en un bar.

Resumiendo, que la exhumación se transmutó en exaltación monda y lironda. La pretendida reparación ha resultado una ofensa para las víctimas del franquismo que se suma a las mil y una coleccionadas desde el comienzo de la interminable noche de piedra. Y todo, por un puñado de votos, qué rabia.

Crisis a la vista

Si no fuera por la rabia y la impotencia que provoca, tendría su punto cómico. Lo de anunciarnos las crisis por entregas, digo. Tengan la absoluta certeza de que nos va a caer otra porque los signos son un calco, casi una caricatura, de la vez anterior. Empiezan con un datito vago, siguen con media docena de indicadores que dan mala espina, un puñadito de desmentidos nada convincentes, un ramillete de correcciones de crecimiento a la baja o, por quedarnos en la fase en la que estamos, un llamamiento a ir apretando los esfínteres. A partir de ahí, efectivamente, toca rezar lo que sepamos y pedir que la guadaña se cebe con nosotros lo menos posible. Pero sí, dense —démonos— por jodidos: viene otra temporada de vacas flacas, o sea, de vacas convenientemente adelgazadas.

Les juro que soy muy poco dado a las teorías de la conspiración. Sin embargo, cuesta mucho no pensar mal cuando ves cómo se repite por enésima vez una coreografía que apesta a profecía que se cumple a sí misma. Anuncian que va a ocurrir y, efectivamente, ocurre, ensañándose siempre en los mismos, o en los siguientes en la lista, y pasando sin siquiera rozar a otros que, por lo visto, no nacieron para martillos. Ojo, que no necesariamente hablo de Ortegas, Roigs y demás archimillonarios. Unos cuantos escalones más abajo, hay una porción de suertudos sociales, es decir, económicos —muchos de ellos, los que más van a poner el grito en el cielo— que no solo se libran sistemáticamente del tantarantán, sino que les vendrá de perlas que bajen los viajes, los adosados, los coches, los gintonics y las raciones de ibéricos. Los demás, pónganse a temblar.

Exhuma, que algo queda

Menos mal que el traslado de la momia del ferrolano de la voz aflautada iba a ser discreto para no dar tres cuartos al pregonero ultramontano. Pues solo ha faltado indicarnos qué marca de gayumbos llevarán los miembros del equipo exhumador habitual. Menuda profusión de detalles nos han suministrado los que ya para los restos —valga la redundancia— quedarán como los que sacaron la basura de donde llevaba cómodamente instalada desde hace cuarenta y cuatro años de vellón. Qué casualidad, pensará algún suspicaz, que el punto álgido de la tragicomedia coincida con unas elecciones inminentes y el (anunciado) incendio social en Catalunya tras la sentencia del Procés.

No cuela. O no debería. Lo que han hecho los amorrados al pilo monclovés en funciones roza el insulto a la inteligencia, a la dignidad y, en síntesis, a la tan cacareada Memoria histórica. Se ha convertido en espectáculo circense a mayor gloria de Ferreras, Ana Rosas e imitadores varios lo que debería haber quedado en un acto austero, casi de trámite, porque ni el abyecto matarife ni sus deudos podridos de pasta se merecen más. Qué asco da ver a los descendientes del carcamal de plató en plató reclamando, manda huevos, justicia y denunciando, jódete y baila, que se han vulnerado sus derechos. Pena de expropiación forzosa de todos sus bienes adquiridos por expolio y pena más grande, que antes de la reinhumación no le vayan a degradar al generalísimo a chusquero. A eso no ha habido bemoles. Y todo esto que voy anotando casi será mal menor si la nueva morada de los residuos no acaba siendo santo lugar de peregrinación de franquistas de viejo y nuevo cuño.

Todas las violencias

Como hacen los compañeros que informan desde el epicentro de la bronca en Catalunya, habrá que empezar poniéndose el casco. Bien sé que no me libraré del mordisco de los que en lugar de chichonera llevan boina a rosca, pero por intentarlo, que no quede. Efectivamente, queridas niñas y queridos niños del procesismo de salón, no hay nada más violento que meter en la cárcel por la jeró a personas que, con mejor o peor tino, solo pretendían hacer política. Una arbitrariedad del tamaño de la Sagrada Familia; lo he proclamado, lo proclamo y lo proclamaré.

Y hago exactamente lo mismo respecto a la brutalidad policial. En la última semana hemos visto un congo de actuaciones de los uniformados autóctonos o importados que deberían sustanciarse con la retirada de la placa y un buen puro. Es una indecencia que Sánchez, Marlaska y demás sermoneadores monclovitas en funciones no hayan reprobado la fiereza gratuita de quienes reciben su paga para garantizar la seguridad del personal y no para dar rienda suelta a su agresividad incontenible.

¿Ven qué fácil? Pues lo siguiente debería ser denunciar sin lugar al matiz a la panda de matones que siembran el caos y la destrucción. Curiosa empanada, la de los eternos justificadores —siempre desde una distancia prudencial— que pontifican levantando el mentón que ningún logro social se ha conseguido sin provocar unos cuantos estragos para, acto seguido, atribuir los disturbios a no sé qué infiltrados a sueldo del estado opresor. La conclusión vendría a ser que debemos el progreso a esos infiltrados. Todo, por no denunciar lo que clama al cielo, amén de beneficiar a los de enfrente.

Final no tan feliz

Siento ser cenizo, pero no me cuento entre los que creen que la historia de Vitori ha tenido final feliz. Primero, porque todavía no ha terminado. A esta mujer de 94 años le queda aún un viacrucis burocrático-judicioso del nueve largo. Y aunque sea cierto que gracias a la emocionante presión de sus vecinas y vecinos y de las centenares de personas de ese gran barrio que es toda la Margen Izquierda, consiguió recuperar su casa, no podemos pasar por alto el estado en que la han dejado los asaltantes y que le han robado prácticamente todo. Se me caía el alma hace una rato leyéndole en una entrevista que nunca se había sentido tan triste porque se han llevado los recuerdos de toda su vida.

Aquí es donde la bilis vuelve a hervir al pensar que sus desvalijadores están perfectamente identificados pero no sufrirán la menor consecuencia. Una línea más para el kilométrico currículum delictivo, y a buscar otra morada que asaltar, a poder ser con un inquilino que no resulte tan mediático como una nonagenaria. Casas usurpadas por el procedimiento que acabamos de ver las hay por decenas por estos y otros castigados lares. Con el consentimiento cobardón de las autoridades locales y, desde luego, la bendición de jueces y legisladores. Pero no solo de ellos. Diría que es más sangrante la complicidad de esos beatíficos seres que el otro día echaba yo en falta en la concentración a pesar de que normalmente pierden el culo para estar a pie de pancarta. Algunos ya han reaparecido, es vedad que con sordina, para denunciar los derechos vulnerados de los ocupadores o para poner en duda —se lo juro— que Vitori viviera en esa casa.

¿Quién protesta por Vitori?

(***) No es solo la sentencia del Procés o la de Altsasu. Hay mil y una injusticias cotidianas que hacen imposible creer que vivimos en algo parecido a un estado de derecho. Una de las más lacerantes es la que le ha ocurrido a Vitori, una mujer de 94 años de Portugalete. O para ser exactos, del orgulloso Grupo El Progreso, una zona de modestas viviendas construidas en los años 20 del siglo pasado para acoger, fundamentalmente, a los trabajadores de las industrias del hierro de los alrededores. En una de esas casas baratas ha vivido Vitori desde 1931.

Y lo escribo en pretérito, porque el pasado domingo, a la vuelta de unos días con unos familiares, la mujer se encontró con que su humilde morada había sido ocupada por unas personas que no se mostraron precisamente amistosas cuando trató de ponerles al corriente de que aquel era su domicilio. Le dieron con su propia puerta en las narices. Pero lo más terrible vino cuando al ir a poner la denuncia pertinente, le informaron de que, en el mejor de los casos, tardaría más de un mes en volver al techo que la ha acogido desde que era una mocosa de seis años. En el juicio que se celebrará el 20 de noviembre será ella quien tenga que demostrar que es la propietaria. Como lo leen.

Tecleo estas líneas aún con la emoción inmensa de haber asistido a la impresionante concentración que ha tenido lugar ante la casa robada. Hacía tiempo que no se producía en Portu una movilización tan numerosa y tan variopinta en cuanto a sus participantes. Solo faltaban, qué raro, los habituales de primera línea de pancarta en otras ocasiones. Por lo visto, esta vez la protesta no era de buen tono.

****Después de enviar estas líneas a los periódicos, ha habido novedades. La concentración se extendió hasta bien entrada la noche. La tensión fue creciendo, pero finalmente, los ocupantes fueron desalojados de la casa de Vitori.