Humildad y paciencia

A punto de cumplir dos años del comienzo de la pesadilla, seguimos agarrándonos a los mismo clavos ardiendo. Con un número literalmente incontable de positivos diarios por el simple hecho de que no hay medios materiales ni humanos para hacerlo, los heraldos vuelven a augurar el cambio de tendencia. Fíjense que la intuición y mis propios deseos me indican que no es descabellado que pueda estar ocurriendo. Pero lo que ha ocurrido en todas las olas anteriores, y especialmente la certeza de que ninguna ha sido la última, debería movernos a la prudencia. Es demasiado pronto para cantar victoria. Incluso aunque vayan descendiendo los nuevos ingresos hospitalarios sin que la situación haya llegado a ser verdaderamente crítica, once muertos al día por covid es una cifra que no podemos tomar como asumible.

Por lo demás, lo que está ocurriendo en esta sexta acometida debería movernos a extraer varias enseñanzas. La más obvia y requeteprobada es que las vacunas, incluso no librándanos del contagio, han limitado los estragos de la enfermedad. La inmediata derivada es que los no vacunados son los que están llevando la peor parte, aunque muchos ni aun así toman conciencia de ello. Quizá habría que empezara tomar medidas drásticas antes de que nos venga encima la séptima ola. Porque nos vendrá, y ese sí que es un aprendizaje que nos deberíamos grabar a fuego. Salvo que los expertos me desmientan, la observación del comportamiento del virus en los sucesivos sube y bajas nos da a entender que sigue habiendo muchos elementos que la ciencia actual todavía no es capaz de prever. Así que procede ser humildes y, desde luego, pacientes.

La no confesión de Martín Villa

Grandes titulares que acaban en pellizco de monja: “Martín Villa reconoce que pudo ser responsable político y penal de homicidios y torturas”. Son, presuntamente, palabras del exministro postfranquista de Gobernación en un desayuno informativo a mayor gloria de sí mismo. Al descender a la letra pequeña, lo que resulta que ha dicho el individuo es que “es posible que en un rapto de locura hubiera podido ser el autor material” de los crímenes que le atribuía la juez argentina María Servini y de los que finalmente quedó exonerado por puras cuestiones de forma. Es decir, que el tipo se estaba cachondeando vilmente de la gravísima acusación que pendía sobre él, una vez que tiene claro que se va a ir de rositas. Y aún tuvo el cuajo de añadir que la querella no le quitó ni un minuto de sueño. No deja de ser una prueba más, por si no teníamos suficientes, de su ínfima catadura moral.

Lo tremendo es que en las enciclopedias y en las historietas oficiales, Rodolfo Martín Villa aparecerá como uno de los autores del milagro democrático español. Habrá que aceptarlo apretando los dientes. Quizá fuimos muy ilusos al creer que iba a quedar acreditada y señalada judicialmente su responsabilidad por acción (más que por omisión) en la masacre de Gasteiz del 3 de marzo de 1976, en el asesinato de Germán Rodríguez a manos de la Policía Armada en los sanfermines de 1978 o en otros episodios de aquella Transición sangrienta. A quienes vivimos todo aquello, incluso siendo apenas unos chiquillos, nos queda la convicción indeleble de que esos hechos siniestros de los que ahora hace chistes llevan en todo o en parte su firma.

El negocio de los test de antígenos

En mi caminata matutina de ayer pasé por seis farmacias. Tres de ellas anunciaban en su escaparate que disponían de test de antígenos, aunque sin dar más detalles. En las otras tres, sin embargo, se informaba de lo contrario y, en todos los casos, aportando un matiz con olor a denuncia. “No hemos encontrado un distribuidor que nos haga posible venderlos a 2,94 euros”, se leía en uno de los establecimientos. En otro se limitaban a advertir de que se veían obligados a no servir el producto “por problemas de mercado”. Y en el último, el mensaje no dejaba lugar a dudas: “No podemos permitirnos perder dinero vendiendo test más baratos de lo que nos cuestan”, rezaba el folio pegado en la puerta de la botica.

La verdad es que no me siento en condiciones de ofrecerles una interpretación de lo que les describo. De hecho, me confunde semejante disparidad para asumir la norma que establece que las dichosas pruebas tengan un precio máximo de casi tres euros, que sigue siendo casi el doble de lo que se paga en otros estados de nuestro entorno. Eso, sin mencionar, que aquí se ha mantenido la exclusividad de su venta en farmacias, cuando en prácticamente toda la Unión Europea se dispensan en supermercados. Todo, no lo pasemos por alto, cuando estamos hablando de un producto de cuya fiabilidad no podemos estar seguros bajo ningún concepto. Como anotaron el otro día atinadamente nuestros viñetistas Asier y Javier, lo único que hemos sacado en claro con la fijación del precio máximo es que nos saldrá más barato saber si somos falsos positivos o falsos negativos. Cuánta razón tiene Rato: es el mercado, amigo.

Sánchez cumple incumpliendo

Y encima, recochineo. Menudo momento escogió el delegado del Gobierno español en la CAV, Denis Itxaso, para plantarse ante los medios a presumir del estratosférico grado de cumplimiento de los compromisos de su Ejecutivo en los tres territorios. Hay que tener poco tacto y muchísimas ganas de tocar la moral para vender semejante moto justo cuando el PNV, paciente socio leal de Sánchez, ha vuelto a mostrar su descomunal cabreo por el enésimo vacile del cachazudo ministro Escrivá a cuenta del Ingreso Mínimo Vital. Después de seis promesas calcadas en bucle, este es el minuto en que seguimos esperando que se transfiera la gestión de esa mala copia de la Renta de Garantía de Ingresos que parió el gabinete bicolor en su incorregible afán de brindar mirando al sol. Pero Itxaso aún tuvo el desparpajo de afear el enfado jeltzale. Algo, también es verdad, que se puede permitir porque sus mayores monclovitas le consienten ese papel de eterno malmetedor.

La jugarreta en su conjunto nos presenta la radiografía exacta del momento político actual. Aunque la literatura diestra oficial asegura que Sánchez es rehén de quienes lo sostienen, los hechos contantes y sonantes prueban lo contrario. Es el presidente español quien no deja de chulear a los grupos a los que debe su permanencia en la poltrona. No es solo el PNV. A EH Bildu y a ERC también se las cuela dobladas una y otra vez. Su gran baza, como he anotado tantas veces, es el miedo a un vuelco que llevara al poder al PP con Vox. Quizá haya llegado el momento de pasar del lamento y el puñetazo en la mesa a algo más contundente.

Villarejo es Villarejo

Nunca dejará de sorprenderme la facultad del infecto ex comisario Villarejo para llevarnos del ronzal. Nos echa un puñadito de maíz, y nos lanzamos a picotearlo con fruición. Sobre todo, claro, cuando la largada del tipejo deja en mal lugar a quienes nos resultan antipáticos o cuando alimentan nuestras tesis. Ocurre así que se le toma como argumento de autoridad si denuncia los marrones del PP o la monarquía, pero si saca trapos sucios de Podemos y su antiguo líder, entonces no procede concederle ningún crédito porque es un cloaquero sin escrúpulos. Y viceversa, por supuesto, en función de la bandería en que se milite.

Con ser siempre así, lo penúltimo ha batido todos los registros. La insinuación, luego matizada por él mismo, de que el CNI no fue diligente para evitar los atentados islamistas de 2017 en Barcelona porque quiso dar un susto al independentismo ha sido tomada más allá de la literalidad. Prácticamente, se está vendiendo la especie de que el organismo de inteligencia español urdió la matanza como escarmiento. Comprendo lo goloso políticamente de un planteamiento así, pero se parece un congo a las teorías conspiranoicas que nos largaron Losantos y Pedro Jota sobre el 11-M. Sí parece, porque eso está documentado y nadie ha sido capaz de desmentirlo, que el Imam de Ripoll, cerebro de la masacre, tenía tratos con el CNI. Era, teóricamente, confidente, aunque a la vista de lo sucedido, queda claro que se la metió doblada a los espías españoles. Esa torpeza y otras deberían investigadas. Pero de oficio, no porque un enredador nauseabundo como Villarejo suelte no sé qué porquería en sede judicial.

¿Gripalizar o no gripalizar?

No ganamos para nuevos palabros. Sin asimilar todavía lo de flurona, que presuntamente alude a una infección simultánea de gripe y coronavirus que la OMS asegura que todavía no ha ocurrido, nos llega el verbo gripalizar. Pasando por alto que juraría que está mal construido de acuerdo a los parámetros lexicológicos (joder, qué fino me pongo a veces), la pura intuición nos señala que se refiere, de nuevo, a la gripe común. Se trataría, pues, de abordar el covid como si fuera una gripe común.

De entrada, el planteamiento acongoja porque recuerda a los inicios de la peste, hace ahora dos años, cuando los más sabios del lugar nos aseguraban que el virus entonces recién censado no nos daría más quebraderos de cabeza que el que nos visitaba, convenientemente mutado, una vez al año. Poco tardamos en comprobar que su capacidad mortífera era muchas veces más alta. Seis olas después, y en medio de una explosión incontrolable de contagios con predominio de casos no excesivamente graves, se nos dice que ha llegado el momento de dejar de contar y rastrear cada positivo, salvo que afecte a los colectivos vulnerables. Puede que tenga su lógica científica (ahí no voy a entrar), pero suena más a lo que ya apunté por aquí: a asunción del principio de realismo. Dado que, pese a las ensoñaciones lúbricas de los que no van a verse en el marrón de gestionar el cataclismo, es imposible que haya una docena de sanitarios por barba, se tira por la calle de en medio. Se priorizan los casos más graves, se vigila el resto en la medida de lo posible y se acepta el imponderable: en seis semanas uno de cada dos habremos pillado el bicho.

El PP desoye a las víctimas de ETA

El respeto a las víctimas de ETA quizá debería empezar por el respeto al deseo expresado por sus familiares. Por segundo año consecutivo, Mikel Iruretagoyena, hijo del concejal del PP en Zarautz José Ignacio Iruretagoyena, asesinado tal día como anteayer hace 24 años, pidió a Pablo Casado que se abstuviera de hacer política a costa de su sufrimiento. El tuit, que terminaba con un “¡Basta ya!” seguido de un “¡Cuánto te echo de menos, aita!”, respondía a una intervención por vídeo del presidente de los populares en la que aprovechaba la efeméride del crimen para cargar contra el gobierno español por blanquear a ETA y blablablá, requeteblá. Poco tardó Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez, otra victima referencial de ETA, en mostrar su comprensión y solidaridad con Mikel, y en sumarse a su petición de no manchar el recuerdo con el politiqueo de baja estofa.

Parece que los mensajes eran muy claros, ¿verdad? Pues no. El PP vasco mantuvo el homenaje a Iruretagoyena previsto para ayer en la localidad donde le quitaron la vida cobardemente. Y eso en sí mismo no es criticable ni censurable; no hay nada en contra de recordar a un compañero de partido asesinado. Ocurrió, una vez más, que el recuerdo era la coartada para echar la red y colar el mensaje partidista de rigor. En este caso, Carlos Iturgaiz, presidente por designación digital de los populares locales, cargó contra PNV y PSE por (atención a la tontuna) “ayudar desde los despachos a la izquierda abertzale, que ha cambiado de consigna y ya no pide el acercamiento de los presos de ETA a cárceles vascas sino su puesta en libertad”. Lo de menos, el homenajeado.