Borrar tuits

Me estoy acordado mucho estos días de un amigo que queriendo convencerme de las bondades del entonces recién nacido Twitter, remató su alegato más o menos así: “Y lo mejor es que cualquier cosa que hayas escrito desaparece automáticamente al de una semana”. Desconozco de dónde había sacado tal idea —que no fue, ni mucho menos, la que me inclinó a hacerme adepto de la secta del pajarito azul—, pero hoy está claro que no era verdad ni por aproximación. En los infinitos anales cibernéticos queda constancia de cada una de las melonadas que hemos ido evacuando desde que nos abrimos la cuenta. También de las frases ingeniosas, pero aparte de que en la mayoría de los casos son excepcionales, en esas no va a reparar nadie. Las que buscan los espeleólogos de pozo séptico son únicamente las susceptibles de ser utilizadas en contra de cualquier mengano que acabe de adquirir relevancia, y no hay que dar ejemplos, ¿verdad?

La cuestión es que estos rastreadores de pasados digitales ajenos han tocado pelo. Están consiguiendo que muchos personajes públicos de nuevo cuño —y, por si acaso, otros que ni lo son ni lo serán— hayan emprendido el frenético borrado selectivo o total de tuits.

Asistiendo con creciente perplejidad a esta neurosis preventiva, me pregunto qué he de hacer yo con las más de 32.300 piadas que registra mi contador. Aunque tengo la convicción (o quizá es que quiera tenerla) de que ninguna me incriminaría gravemente, sin necesidad de echar un vistazo, sé positivamente que muchísimas de ellas me harían pasar gran vergüenza. Pero ahí se van a quedar porque el memo que las aventó sigo siendo yo.

Los otros desalojados

Cierto, qué gloria ha dado ver cómo iban desfilando estos días los que se consideraban intocables. Esas caras de funeral de tercera con rictus de no puede ser que me esté pasando a mi, ese pésimo perder en sus parraplas biliosas de despedida o ese rencor sulfuroso que han ido ladrando por los chaflanes han sido un regalo añadido a su propio desalojo. Incluso para los educados en no alegrarse del mal ajeno ni hacer leña del árbol caído ha resultado imposible no disfrutar, siquiera una migaja, del patético espectáculo de esta cofradía de poltroneros metafóricamente muertos. Ayudaba a no sentirse demasiado mezquino, también es verdad, saber que a muy buena parte de estos recién devenidos en zombies políticos les aguarda, como escribí el otro día, una bicoca mejor remunerada que la que perdieron en las urnas.

Déjenme, sin embargo, que en este punto vuelva blanda la columna y dedique las líneas que quedan a aquellos y aquellas que se van con una mano delante y otra detrás. Aunque les cueste creerlo, haberlos, haylos. De diferentes siglas, además, incluidas varias con las que no comulgo especialmente. Personas que, guiadas por unas ideas, abandonaron una vida más o menos llevadera por otra incierta, y en no pocos casos, peligrosa; tendemos a olvidarlo, pero las escoltas son de anteayer en este país. Con suerte, algunas podrán regresar, sudando para el reenganche, a sus antiguas ocupaciones. Otras quedarán a la intemperie, exactamente igual que tantísimos que han perdido un trabajo convencional. Quizá se pregunten si les mereció la pena haber dado aquel paso. Si soy sincero, no sé qué contestarles.

No ser como ‘ellos’

Empiezo exactamente donde lo dejé ayer. Si has fundamentado el famoso asalto a los cielos en marcar las diferencias con quienes encarnan y sostienen el sistema decrépito, en cuanto te pintan los primeros bastos, no puedes utilizar su comportamiento como término para la comparación, y menos, la justificación. Unilateralidad es una palabra no solo jodida de escribir o pronunciar, sino de llevar a cabo. ¿Que es que ellos son muy malos y una y otra vez hacen cosas peores que las tuyas y, aun así, se van de rositas? Pues claro, por eso hay que derribar los andamiajes que aguantan y alimentan tales actitudes, pero sin perder la coherencia en el mensaje.

Para mi desazón, aunque no para mi sorpresa, el asunto este de la arqueología de los tuits de los electos del nuevo gobierno capitalino madrileño está sirviendo para retratar a muchos espolvoreadores de verdad, dignidad y justicia a granel. En lo humano, se entiende que se trate de defender al compañero ante un ataque feroz y, desde luego, no basado en principios sino en hacer sangre. Pero esa defensa se convierte en ofensa a la inteligencia, amén de autorretrato, si su argumento es que los otros han acreditado mayores niveles de vileza. Se diría que más que a erradicar las canalladas, se aspira a repartirlas equitativamente.

Eso, en el mejor de los casos. No pocos de los que han entrado a esta gresca están reivindicando, supongo que en función de su probada supremacía moral, la patente de corso para hacer gracietas brutalmente machistas o xenófobas. Y si alguien se molesta, es un puñetero plasta de lo políticamente correcto. Y un fascista, claro.

Pieza cobrada

Cuánta murga sobre la nueva política, para que al final consista en que media docena de tuits antiguos pongan en el disparadero a un concejal recién nombrado. Debe de ser tremendo el viaje en catapulta desde el conocimiento en un ámbito reducido a ver tu careto en todas las portadas sin excepción. Claro que, si es comprensible el cabreo por las malas artes, lo que no se entiende es la sorpresa. ¿Tantos Doctores en Ciencias Políticas por centímetro cuadrado, y nadie había previsto que los expulsados del paraíso emprenderían la madre de todas las acometidas cuando los buenos aún anduvieran con la resaca de la verbena —anticastas, sí; pero castizos— en Las Vistillas?

Era de parvulitos de agit-prop que así sería y así fue, con el resultado seguramente no esperado ni por los linchadores de cobrarse la pieza. Eso también merece una apostilla: cae Guillermo Zapata, un tipo que quizá estuvo muy desafortunado pero que claramente no es un desalmado, y se va de rositas el tal Pablo Soto, autor de kilo y medio de piadas abogando por la elegancia social del apiolamiento de enemigos del pueblo. Háganselo mirar los perros de presa, pero también los que han preferido sacrificar a uno y salvar al otro. Que con 36 añazos es muy joven y tiene mucho que aprender, le justificó Manuela Carmena. Toda la razón, otra vez, Don José Mujica, hablando del infantilismo eterno de cierta izquierda.

Respecto a las otras mil lecciones de este episodio, anoten las fuerzas del cambio —lejanas y cercanas, ojo— que si conquistaron los votos asegurando que no son como los de enfrente, ahora les toca demostrarlo… aunque duela.

Tras el desalojo de Maroto

Supongo que sabrán lo de aquel científico que, tras arrancar las patas a una araña, la dejó en el medio de la mesa del laboratorio y comenzó a llamarla: “¡Chist, arañita, ven aquí!”. Como el bicho no se movió después de varias intentonas, el erudito anotó en su cuaderno: “La amputación de las extremidades de los arácnidos les provoca sordera”. Palmo de exageración arriba o abajo, el argumento se parece mucho al que, viendo la suerte que han corrido Javier Maroto y su maestro badalonés, Albiol, se está aventando por las esquinas ortopensantes en el sentido de que quienes hacen del racismo su estrategia electoral acaban en la oposición.

En medio de la algarabia y el calentón del desalojo, cabe echarle lírica a una suma pedestre y al producto de unas prosaicas negociaciones, y convertir los deseos en principios elementales de la termodinámica. Pero en frío, y aunque no se confiese ni a los íntimos, hay que bajar el diapasón de las proclamas. Como baño de realismo, bastaría pensar que la continuidad o no de Maroto estuvo en manos de un concejal del PNV en Andoain que salió por peteneras. Una vez que el PSE se puso de morros por el desplante, si no es porque en el último segundo —y desobedeciendo, ojo, el mandato de su Asamblea—, el edil de Irabazi apoyó a Gorka Urtaran, la vara de mando no habría cambiado de manos.

Me consta que lo que se estila es creer lo que a cada cual le salga de la entrepierna, pero también que las conclusiones al gusto del consumidor son pésimas consejeras. Será ceguera voluntaria, amén de cara a la larga, pensar que en Gasteiz ha triunfado, así sin más, el bien sobre el mal.

ETA enfurruñada

Ea, ea, ea, ETA se cabrea. La cosa es que no se enteró casi nadie porque aquellos comunicados que paraban los pulsos y las rotativas han dado paso a unas excrecencias informativas que, salvo en los medios que hacen de altavoz de oficio, no encuentran sitio ni en las portadas digitales ni en las de papel. Una competencia muy dura con las noticias de perritos y gatitos, la última de Mariló Montero o el viral que toque. A ver a quién le va a interesar que una banda en estado ectoplasmático se ha cogido un rebote del quince porque la pestañí franco-española, en misión casi de Traperos de Emaús, se ha llevado de uno de sus agujeros un puñado de material de matarile. “Un ataque al proceso de sellado de armas”, se subió a la parra el amanuense de turno en medio, ya digo, de la indiferencia —o más bien inopia— general.

Solo dijeron algo, porque les va en el sueldo y porque les tocaba retén en la tertulia de la radio pública —¡Qué recuerdos!—, los políticos de guardia. La mayoría, para bostezar la respuesta de repertorio (“El único comunicado bla, bla, bla…”) y el resto, para echarle ese entusiasmo digno de encomio pero que apenas tiene eco en la parroquia más cafetera. Sí, justo entre quienes ahora mismo están mascullando que por escribir esto soy un fascista, un enemigo de la paz, y me llevo una.

Es sintomático que, vaciada de su carga mortífera, ETA haya quedado para hacer la prueba del algodón sobre el cacareado suelo ético. O, en un uso más extendido, como espantajo y asustaviejas que agita la fachundia histérica para tratar de evitar la victoria de las fuerzas del cambio. Y ni para eso cuela ya.

Demasiadas mayorías

Jamás dejará de asombrarme el desparpajo con el que muchísimos políticos se arrogan en régimen de monopolio la representación de las mayorías sociales. Constituye todo un prodigio de la matemática parda y del rostro de alabastro escuchar a un mengano con un puñadito más o menos cumplido de votos hablar en nombre de todo quisqui con nariz y ojos. Es gracioso que el vicio se practique en cualquier lugar o tiempo, pero más todavía que se haga inmediatamente después de unas elecciones que han puesto a cada quien en su sitio. Pues con un par, estos días nos estamos hartando de asistir a una torrentera de apropiaciones indebidas de la supuesta voluntad popular en bruto a cargo de quien no le corresponde.

Ni siquiera señalaré a estas o aquellas siglas porque, si bien algunas destacan ampliamente en la martingala, no hay ni una sola que esté libre del pecado de echarse al coleto la portavocía del censo al completo. Y sin un resquicio para la duda razonable ni el menor de los matices, oigan, aunque según quién largue la soflama, ocurra que la misma colectividad quiera dos cosas totalmente contrapuestas. Ahí tenemos, como ejemplo —uno entre mil— de este grosero secuestro conceptual, a la ciudadanía de Vitoria-Gasteiz. En labios de Hasier Arraiz, desea al unísono y sin fisuras, incluyendo los 35.000 que le votaron, darle la patada a Javier Maroto. Pero si quienes hablan son el aludido o cualquiera de sus conmilitones, entonces resulta que no hay en la capital alavesa una sola alma que no desee con todas su fuerzas la continuidad del munícipe por antonomasia. Seguramente, ni lo uno ni lo otro sea cierto.