El asco que nos da

No debería ser una imagen más, una de las tantas que nos sulfuran durante un ratito antes de pasar al archivo de agravios sin esperanza de vendetta. Ese dedo enhiesto de Luis el cabrón —qué corto se quedó quien lo bautizó así— con jersey color nazareno a la vuelta de su garbeo chulesco por Canadá no puede irse de rositas a la desmemoria ni ser amortizado por cuatro exabruptos de mero trámite. Si la indignación y la rabia que se proclaman por las esquinas son media migaja auténticas y no un pataleo de párvulos contrariados, tendríamos que grabarnos a fuego en las retinas la peineta y usarla como espuela para azuzar la conciencia. Es decir, las conciencias, porque aunque se ha titulado con una benevolencia de manda narices que el gesto iba dedicado a la prensa que le aguardaba en el aeropuerto, canta la Traviata que los destinatarios de la gañanada somos todos los integrantes del censo. Por eso mismo, la respuesta a la monumental faltada del zurullo engominado nos compete también del primero al último contribuyente.

Ya, ¿y cómo? Pues ahí entran el libre albedrío y la mayoría de edad individual y social que se nos suponen. No seré yo tan incauto de dejar negro sobre blanco y al lado de mi firma las ideas que se me ocurren porque algo me dice que, curiosamente, los de las togas cuasi cómplices no tendrían conmigo las contemplaciones que están gastando —¿por qué?— con el infecto tipejo que nos regala saludos digitales desde la cima de su impunidad. Aclaro, en evitación de líos mayores, que descarto, por principios pero también por ineficacia, la violencia física. Ya que parece que vamos a tardar en verlo a la sombra y que, aunque lo viéramos, no perdería un céntimo de marronáceo patrimonio, el objetivo último sería que, sin necesidad de tocarle una cana, el despreciable individuo llegara a hacerse una idea regular del asco que nos da. Que se sepa un apestado y que verdaderamente lo sea.

Interés decreciente

Si el caso Bárcenas fuera un serial televisivo, alguien debería pegar un toque a los guionistas. La trama argumental ha llegado a uno de esos puntos de difícil seguimiento para el espectador medio y, peor que eso, ha perdido intensidad dramática. Quizá es que la historia empezó demasiado arriba. Después del Jabugo narrativo de los sobres y los nombres de notables próceres —incluido el del sheriff del reino— anotados junto a cantidades de cuatro y cinco cifras, era inevitable que nos parecieran paletilla de recebo el resto de ingredientes que se nos han sido sirviendo. No es que sean asuntos menores la aparición de más cuentas en Suiza, las fotos de las impúdicas cuchipandas que sigue pegándose el del abrigo de cuello de terciopelo o la tremebunda revelación de que el PP mantenía (o mantiene, ojo) en nómina a Luis el cabrón mientras juraba lo contrario, pero esperábamos algo más. Lo ideal, ver a algún trajeado salir con esposas de un furgón policial o, bajando el listón, un par de dimisiones y media docena de expulsiones fulminantes de la casa del Gran Hermano mariano. Sin esos golpes de efecto, la tensión languidece por momentos y se hace un mundo seguir prestando atención a la pantalla hasta que definitivamente se opta por cambiar de canal.

No nos engañemos: ese es exactamente el objetivo. Porque aunque por hábito tendamos ya inexorablemente a consumir la actualidad como si fuera un producto de ficción, el caso Bárcenas no es el hipotético teleserial que mencionaba en la primera línea de la columna. Para nuestra desgracia, es realidad contante, sonante, sonrojante… y muy peligrosa, no ya para el partido al que le ha salido la vía de agua, sino para todo el entramado de intereses inconfesables que hay alrededor. Por eso no hay que dar ningún toque a los guionistas sino felicitarlos calurosamente. A fuerza de marear la perdiz, han conseguido desinteresarnos. De eso se trataba.

La ponencia

Ayer no se hablaba de otra cosa en las calles vascas. Por lo menos, en las de la demarcación autonómica. Venga arriba y abajo con la ponencia. Que si los de EH Bildu habían dicho tal, que si los del PP cual, pero que los del PNV y el PSE opinaban que pascual, si bien era cierto que el de UPyD —al que se citaba por el nombre y dos apellidos— había dejado bien claro que tracatrá… Cada esquina, cada farola, cada terraza cubierta o sin cubrir, cada cola de la pescadería, cada ascensor eran réplicas a escala del parlamento donde ciudadanos y ciudadanas cruzaban elevadísimos y documentadísimos argumentos favorables, contrarios o entrambasguas sobre la cuestión. Ni el precio de los abonos del nuevo San Mamés, ni si hay que echar a Montanier a pesar de la resurrección de la Real, ni si la nevada del martes fue la más gorda del siglo, como dijo Maroto, o solo una más. El único asunto de debate, charla, coloquio o comadreo era la ponencia. Así, en genérico, sin añadir lo de “paz y convivencia”, que a estas alturas no hacen falta más detalles porque aquí el menos versado tiene un doctorado en la cosa.

Lástima que no sea ni medio verdad. Lástima, en realidad, que sea totalmente falso, y que hasta estas líneas estén condenadas de antemano a la lectura del cada vez menos numeroso puñado de muy cafeteros que manifiestan cierto interés sobre la materia. ¡Pero eso es tremendo, don columnista! ¿Cómo es posible que a un cuerpo social se la traiga al pairo algo tan esencial como el cierre de las heridas del pasado, muchas aún sangrantes, y la construcción de un futuro a prueba de recaídas? Tengo mis teorías al respecto, no necesariamente condenatorias, pero me falta espacio para exponerlas. Solo sé que ocurre. Y estaría bien que se dieran por enterados y enteradas quienes ayer en el Parlamento vasco volvieron a hacer de la ponencia una excusa para lucirse… cuando lo triste es que casi nadie los miraba.

¡Venceremos! (Y tal)

Jolines, qué tarde la de aquel día, martes de carnestolendas en el congreso de los diputados y las diputadas, cuando el empuje del pueblo que unido-jamás-será-vencido (¡ra, ra, ra!) abrió en el muro de la tiranía mayorabsolutista una grieta por donde se coló un rayo de luz y razón. Lívido el gesto cual María Antonieta al pie de la guillotina, el grumete Al Onso, portavoz de la reacción gaviotil, balbuceó su rendición: “Venga, va, aceptamos ladilla como animal de compañía y para que veáis que no somos tan malotes, votaremos a favor de la tramitación de la ILP sobre los desahucios. Luego ya, si eso, la convertiremos en fosfatina con nuestro rodillo, como siempre”. Tal fue el estruendo celebratorio —o la sordera selectiva—, que la última frase, la que contenía la parte fundamental del mensaje, se fue a cascarla a Ampuero. Twitter ardió de júbilo entre Favs y RTs: ¡Sí se puede, sí se puede! Y de este modo se convirtió en triunfo sin precedentes y gesta para contar a los nietos algo tan de carril como que los culiparlantes se avinieran a echarle un ojo —antes de tumbarla— a una propuesta legislativa avalada por casi un millón y medio de firmas.

No fue el único episodio épico de tan gloriosa jornada en el domicilio putativo de la soberanía popular. Un rato antes, un par de heroicas señorías del zurderío fetén se jugaron el pellejo (es decir, los padrastros de los dedos índice y pulgar) subiendo a Youtube de extranjis la ultrasecretísima comparecencia del baranda del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Cierto que en los vídeos ni se jipiaba ni se escuchaba un carajo. Cierto también que el gachó vestido de Armani no había revelado el tercer secreto de Fátima ni cosa parecida y que la chapa requeteconfidencial fue colgada íntegramente en la web del BCE. Más cierto aun, que la directa habría sido un plante y que le fueran dando al buen señor. Pero, claro, eso lucía menos, dónde va a parar.

La descarga de Beatriz

“¿Cómo pretendemos hacer la revolución desde un hotel de cinco estrellas en Cascais y habiendo llegado en coches de lujo?”. Yo también me emocioné, cómo no hacerlo, con [Enlace roto.], secretaria general de la Unión de Juventudes de la Internacional Socialista, a los carcamales de las divisiones superiores de su propia organización. Qué once minutos de certera prosodia dirigida a la yugular de los amos de su calabozo.

Con un tino y una asertividad envidiables, lejos tanto del panfleto histérico como de la parrapla naif y happymaryflower en que suelen naufragar los cachorros de la manada política cuando toman un micrófono, la brillante oradora disparó una salva de verdades del barquero sobre los fósiles mundiales del puño y la rosa. Sin perder las formas ni por un instante, les interpeló por la falacia de sus discursos, les afeó su morro fino, les echó en cara su complacencia y hasta su connivencia con las injusticias, les reprochó el ninguneo sistemático de los que todavía tienen sueños e ideales sin desconchones, y como corolario, les exhortó a deponer su actitud indolente y a mover el culo de una puñetera vez.

La respuesta fue un tibio aplauso, uno de esos batires de palmas de compromiso. Seguramente, la mayoría de los destinatarios de la bronca, grandes profesionales de la presencia de cuerpo y la ausencia de espíritu, ni la escucharon. ¿Quién iba a prestar atención a la catilinaria de una alevín entusiasta —ya tendrá tiempo para aprender—, cuando la mente puede volar hasta el comedor donde aguardaban, al terminar las chapas en el salón de actos, el bacalhau à brás y el vinho verde de gañote?

Gracias a Youtube, cuya viralidad escribe derecho en renglones torcidos, la descarga de Beatriz escapó del limbo. Pero murió definitivamente en cuanto un recién reelegido dirigente de su partido proclamó que la hacía suya en lugar de darse por aludido.

No más mártires

Miente el refrán. Por lo que se ve y escucha, la sarna con gusto es de largo la que más pica. Los mártires vocacionales, los que subieron por su propio pie y sin mediar provocación al flagelatorio, son los que gimen con mayor estruendo y, por añadidura, teatralidad. “¡Estaría ganando mucho más fuera de la política!”, se desgañitan estos días carneteros de toda sigla y condición ante cada micrófono que se les pone a tiro. Quizá en otro tiempo y en otro lugar, el espectáculo plañidero llamaría a cierta compasión o a esa indiferencia resignada que dispensamos a los plastas de la cuadrilla que convierten en drama un gintonic servido en vaso de tubo en vez de en copa balón. Pero en medio de esta escabechina social que va alfombrando de cadáveres las cunetas del presunto bienestar, cuando uno de cada cuatro titulares de primera página nos hablan de sirlas perpetradas al amparo de un cargo público, la paciencia alcanza el tope. A tres centímetros de la frontera del exabrupto y la pérdida de los modales, llega el momento de pedir a esa caterva de sufridores exhibicionistas que dejen de sacrificarse por nosotros.

Váyanse con viento fresco en tropel y sin esperar un segundo más a vivir esas despampanantes existencias a las que generosamente renunciaron por servir a unos ingratos que no saben reconocer su inmarcesible abnegación. Vuelvan a lavar coches, a atender el teléfono en una oficina de seguros, a dar clases de solfeo, a mandar currículums huérfanos de enseñanza superior, a ser pasantes del bufete familiar o a todas esas envidiables ocupaciones que disfrutaban antes de que su ingenuo idealismo les llevara por el camino equivocado.

Como no quisiera ser tachado de injusto y extremista, aclaro que el mensaje solo es para la cofradía de sollozantes. Aquellas y aquellos que sabían a lo que venían y no andan haciendo pucheritos por las esquinas —la mayoría, espero— siguen haciendo falta. Más, si cabe.

Partido Popular S.L.

Un clásico del instinto de supervivencia estudiantil: en el examen de Filosofía te preguntaban por las características del ser según Parménides y como no tenías ni pajolera idea, colabas la teoría del alma de Platón, que era el único tema que te habías empollado medio bien. Solo funcionaba si el cátedro o la cátedra eran de los que corregían a peso, pero no habiendo mejor alternativa que firmar y entregar en blanco, merecía la pena jugársela. Veo que en el PP pervive ese espíritu de alumno picaruelo. Cuando anunció a todo trapo que en un alarde de transparencia sin parangón mostraría públicamente sus cuentas, todos dimos por hecho que se refería a las del periodo manchado de sospecha por la presunta tinta del calamar Bárcenas, esto es, los años que van desde 1993 a 2008. Hete aquí, sin embargo, que el striptease contable se ha reducido a los ejercicios inmediatamente posteriores. En lugar de disipar dudas sobre la pulcritud de los balances, lo que han conseguido los sabios de la comunicación gaviotil es triplicar los motivos para la suspicacia. El destape parcial huele a confesión de parte que es un primor.

Por lo demás, los cuatro tristes folios mostrados —uno por año, qué ejemplo de concisión— y a pesar de la tonelada de maquillaje que llevan, tampoco mejoran mucho la imagen del partido genovés. ¿Partido? Más que de una formación política, se diría que los números son los de una sociedad mercantil. Una muy boyante, por cierto, capaz de bandearse en la crisis más brutal que se recuerda en decenios como quien navega con una agradable brisa en el costado. Casi treinta millones de euros de beneficio y un aumento en sueldos del 25 por ciento. No está mal para un negocio que tiene como actividad principal recortar los derechos y las condiciones de vida de los demás.

Y de propina, al presidente del emporio PP S.L. le sale a devolver un pastón en la declaración de la renta de 2010.