Una final sin principios

Por mi, Florentino se puede meter el Bernabéu por donde le quepa. Y como sobrará, que se lleven también su ración Mourinho, sus legionarios rompetobillos, los ultrasur y, en general, la piara de caballeros del honor —así se autodefinen en el himno— que se pasaron todo el partido del domingo berreando desde la grada “¡La final de Copa no se juega aquí!”. Que les ondulen con la permanén, que diría el Pichi del madrileñísimo chotis.

Pero debo de ser de los pocos que piensa así. Para mi pasmo, asisto a una especie de rogativa vergonzante ante el señor de los ladrillos y de Chamartín para que nos conceda la gracia de dejarnos pacer en su césped. El otro, que no y que requeteno, y la comisión petitoria, humillándose hasta el corvejón insistiendo en la súplica y nombrando —tócate las narices— a Basagoiti como embajador de buena voluntad para que el conseguidor Rajoy achuche al anfitrión que no quiere serlo. Y si no traga, que dicte otro de sus decretazos, ¿no?

Es curioso ver cómo los orgullos indomables pueden plegarse hasta adquirir el tamaño de un kleenex. A ver con qué cara reclamamos a partir de ahora la otra cuestioncilla que tenemos pendiente. Y a ver también cómo explican los sociólogos que ese ardor identitario que suele buscar coartada en un balón sea capaz de evaporarse ante la perspectiva de encontrar un local bien comunicado donde quepan más bufandas con sus respectivas gargantas. Luego, para ahuyentar las contradicciones y que no se diga, una buena pitada al rey, una foto para el Facebook con la ikurriña y la senyera como si hubiéramos conquistado Cibeles, y tan anchos. Gora Euskadi y Visca Catalunya, rediez.

Una pena, que fuera un bulo lo del ofrecimiento de la federación francesa para jugar en Saint-Denis. Habría sido una salida perfecta para este espectáculo que ha pasado de chusco para situarse en lo patético. Yo, que soy un romántico incurable, apuesto por Anduva.

Urquijo, virrey

Los jóvenes turcos del Partido Popular del País Vasco, esos que algún siglo de estos empezarán a quitar las telarañas de su formación, se han quedado con un palmo de narices por el caramelo gordo que le han dado al sangilista y mayororejista pata negra Carlos Urquijo. Nada menos que Virrey de Madrid en la irredenta Vasconia o, en la terminología oficial, Delegado del Gobierno central en la CAV. Del ostracismo por ser talibán y además parecerlo a un puesto que, por mucho que algunos tilden de testimonial, tendrá mucho bacalao que cortar en el trozo largo de camino que nos queda hasta la normalización.
¿Un pirómano declarado enviado a apagar los rescoldos de la violencia? Aunque no lo dicen porque están muy bien educados, que para eso fueron a colegios de pago, eso es lo que desconcierta a los “pop” del PP. Ahora que el partido parecía dispuesto a sacarse de encima el olor a naftalina y rancias esencias, a alguien de la cúpula se le ocurre poner un lobo a cuidar las ovejas. A freír espárragos el discurso buenrollista y, para colmo, a defender en público otra vez aquello en lo que no creen. Ni Maroto, que ha cogido carrerilla en lo de ir por libre, va a protestar esta vez.
Hay una versión más amable de este jarro de agua fría al aperturismo pepero vascongado. Consiste en la creencia de que lo mismo que algunas medidas económicas se toman para tranquilizar a los mercados, determinadas decisiones sobre pacificación hay que adoptarlas tratando de no incendiar los ánimos cavernarios. En este sentido, el nombramiento de Urquijo, con gran caché en el ultramonte español, sería sólo un cebo para aplacar los ánimos de la fiera. El clásico intermitente a la derecha antes de girar a la izquierda, que en el caso que nos ocupa sería, como mucho, otra derecha con sacarina. ¿Será posible que Basagoiti haya aprendido a rajoyear con tanta pericia? El tiempo nos lo dirá, pero no tiene pinta.

De pronto, Superlópez

Fue un destello, tal vez un fogonazo, una golondrina que seguramente no hará verano o una de esas insólitas ocasiones en que, como canta Fito, se acierta por error. ¿Un pájaro, un avión? ¡No! Era Superlópez, con la capa recién planchada y un imaginario rizo engominado cayéndole sobre la frente mientras le escupía las verdades del barquero al vecino tocapelotas del piso de al lado. En cinco minutos que se antojaron de dibujos animados lo dejó a la altura del musgo. Cacique y antivasco fue lo más suave que le largó el Naranjito jarrillero al Zruspa riojano. De postre, lo de los abortos y, para el que quisiera repetir, un mandoble al PP que lo sostiene y un coscorrón al Gobierno español a la fuga —carne de su propia carne— que lo consintió.

Si se perdieron ese instante mágico, sublime, de conjunción mística de todas las fuerzas del universo tras el atril de Nueva Lakua desde el que habló el Hombre Nuevo (pero nuevo, nuevo), deben buscarlo en Youtube. O en el top-manta, que un prodigio así es digno de editarse en DVD y ser pirateado. Con banda sonora de Encarnita Polo, por supuesto. Pongan la música mientras lo leen, que si no, no tiene gracia: “Suspira el viento, tocando las campanas, Patxi, tocando las campanas, Patxi, tocando las campanas, Patxi, Patxi, Patxi, de los conventos. Patxi, Patxi, Patxi… es mi Patxi, Patxi, Patxi, Patxi”.

Dirán que estoy exagerando, pero les juro que no. El de Portugalete parecía… ¿Con qué se lo compararía yo? ¡Ah, ya sé! Era clavadito a un lehendakari, oigan. Dos años, ocho meses y ciento y la madre de asesores después, consiguió ser, siquiera efimeramente, lo que dice su tarjeta de visita. ¿Se repetirá? Hombre, Iñigo Martínez ha marcado dos goles desde su propio campo en apenas un mes. ¿No podemos esperar que pasado mañana López le diga a Basagoiti que se meta sus enmiendas por donde le quepan o que le mande cerrar la bocaza a Blanco? Por soñar…

Francamente antivasco

Duda metódica o, mejor expresado, sobre el método: ¿escribir tres columnas en diez días sobre el mismo asunto no es excesivamente reiterativo? Seguramente sí, y en otras circunstancias no lo haría, pero conozco con bastante precisión el mecanismo del sonajero. Los promotores sistemáticos de odio siempre juegan la baza del agotamiento de quienes los denuncian. Piensan, y generalmente aciertan, que su contumacia le da sopas con honda a la capacidad de resistencia de sus opositores. Son como esos cabrones que en la carretera se saltan los Stops sabiendo que serán los demás los que frenen por la cuenta que les trae.

Pues esta vez, este humilde utilitario hecho de palabras acelera y le saca el dedo por la ventanilla al que habría sido perfecto jefe local del Movimiento en La Rioja. Pedro Sanz es, sin lugar a matices, un canalla. No tengo que ir al Aranzadi para cercionarme de que la afirmación no es materia querellable. Me basta el diccionario de esa lengua cuyos primeros vestigios escritos están en sus despóticos dominios. “Gente baja, ruin”, anota la primera acepción. “Persona despreciable y de malos procederes”, afina la tercera. Y hay una segunda que alude etimológicamente a una muchedumbre de perros; esta la descarto porque ya quisiera el oberfhürer de Igea tener la mitad de nobleza que un chihuahua. Que algún perito en epítetos me diga si las otras definiciones no son un retrato —incluso corto— de quien se permite jugar con la salud y la vida de los residentes al otro lado de su taifa.

Lo hace, qué gracia, armado de un etnicismo identitario que siempre nos empluman a los de un poco más arriba. Hasta al Consejero de Sanidad del Gobierno López, el tibio Rafael Bengoa, se le han hinchado las narices y lo ha tildado de “francamente antivasco”. La impotencia que denota esa expresión es tan atronadora como el silencio cómplice de Antonio Basagoiti, conmilitón del satrapilla Sanz.

No hay prisa

Comprobada la cualidad de mis profecías para cumplirse exactamente al revés de lo que anunciaban pero de acuerdo con mis verdaderos deseos, me animo a aventar otra. Va: no habrá elecciones anticipadas en la CAV. Es más que un presentimiento. Hasta tengo algo parecido a una argumentación.

Empecemos por lo obvio. Definitivamente mutado en lapa, Patxi López (¿Dónde estás, corazón? No oigo tu palpitar) se va a agarrar a la penúltima chincheta ardiendo que les queda a los socialistas en el mapa peninsular, teñido casi todo él de azul gaviota. Vale más lehendakaritza en mano, aunque sea con fecha de caducidad, que cien primogenituras volando en un partido que ya de por sí se ha convertido en éter. Váyanse dando zurriagazos barones y fontaneros, que si es caso, el de Portugalete se presentará a cobrar la herencia cuando haya acabado con la última alfombra de Nueva Lakua. ¿Que ha dicho que no aspira a ello? Será por palabras incumplidas.

Basagoiti tampoco va a apremiar por el desalojo. A él plim, que duerme en el Pikolín de la mayoría absolutísima de su nave nodriza y hasta lo mientan (ay, que me da…) como ministrable. Si ya era el que marcaba el paso, ahora se puede permitir poner una correa visible a su tamagotchi y hacerle saltar por el aro —¡hop, hop!— al ritmo de una canción de Pignoise cada vez que esté aburrido o el respetable demande espectáculo. No crean que el otro protestará mucho.

Y si se van al otro lado de la línea imaginaria con el trillo de separar palabras de auténticas intenciones y/o intereses, comprobarán que aunque se pida el anticipo porque es lo que toca, no hay ninguna urgencia. No nos engañemos: el PNV y la izquierda abertzale pueden y (creo que) quieren esperar. Primero, porque dos elecciones seguidas agotan a cualquiera. Segundo, para que López llegue hecho una pasa a la convocatoria. Y tercero, como diría el alcalde Izagirre, ¡kontxo, por razones obvias!

El mérito de Basagoiti

En cuatro o cinco censos de perdedores del 20-N he visto que junto a los fracasados de manual —Zapatero, Rubalcaba, López—, en los capítulos finales figuraba el nombre de Antonio Basagoiti. Si nos atenemos a esa aritmética maleable de la que hablaba ayer, es rigurosamente cierto que los populares vascos han sido la deshonrosa excepción del ascenso gaviotil. En la CAV apenas han rebañado 700 votos más que en 2008 y han mantenido los 3 escaños que le vienen de serie por la normativa electoral. Ha sido gracioso ver cómo culpaban a ese forúnculo llamado UPyD de haberles afanado papeletas, y más despiporrante aun, escuchar a Iñaki Oyarzábal y Laura Garrido que si se miraba el conjunto de Euskal Herria (ahí estaba el chiste), eran la fuerza más votada.

Excusas de pésimo pagador al margen, reitero que el resultado de la sucursal mariana en esta parte del mundo no ha sido, a primera vista, para descorchar txakoli. Sin embargo —aquí viene la paradoja—, eso no le resta ni un solo mérito al líder del PP vasco. Lo mismo que en los equipos de fútbol hay delanteros centro y centrales rompepiernas, en la política hay figuras que tienen la misión de marcar goles y otras, no menos importantes, que deben destruir el juego del rival. Ahí es donde se las pinta solo Basagoiti, que ha convertido en guano no pocos de los 180.000 votos que ha perdido el PSE, su adversario —no lo olvidemos— en estas elecciones.

También es verdad que López y la pléyade de áridos y pastóridos que lo circundan son especialistas en marcar en propia puerta, pero podrían haber obtenido un resultado un poco menos bochornoso si no hubieran metido al enemigo en casa. En estos tres años ejerciendo de sostén con encaje de Nueva Lakua, lo que realmente ha hecho el PP ha sido vaciar la despensa de votos socialistas en Euskadi. Los otros, hipnotizados por la makila, no se han dado ni cuenta. Y aún queda otro año para rematar la faena.

El Gandhi de Oion

Otro más para el martirologio. Rubén Garrido, enfermero, alcalde de Oion y militante del PP, ha levantado un campamento (talla monoindignado) frente a la sede del Gobierno de La Rioja, ese chorretón incomprensible que cayó al mantel en el tiempo del café para todos. Desafiando el aroma de las chuletillas al sarmiento que suele transportar el aire del lugar, el comprometido edil guardará ayuno riguroso en señal de protesta por la negativa de la sanidad riojana a dar árnica, clamoxiles y juanolas a sus convecinos, que en su condición de riojanoalaveses, llevan el estigma del vascón.

No digo que su gesto no esté alimentado (uy, perdón; qué verbo más desafortunado) por las más nobles intenciones. Sin embargo, sería más fácil creerlo y hasta sentir un culín de empatía si el calendario no señalase que el domingo toca echar la papeleta. El lunes, el Gandhi oiondarra tendrá exactamente los mismos motivos que ayer para darse a la abstinencia reivindicativa. Por lo demás, es discutible que haya escogido el mejor sitio para plantarse. ¿Por qué no frente la Diputación de Araba, gobernada por el silente popular Javier De Andrés? ¿Qué tal junto a la sede central de la sucursal autonómica de su partido en Bilbao o, más efectista todavía, en las inmediaciones del domicilio particular de Antonio Basagoiti, que tiene exabruptos para todo el mundo menos para su conmilitón y pachá de la comunidad aledaña, Pedro Sanz?

Demasiado cómodo, aguerrido alcalde, hacer como que esto sólo es un conflicto interinstitucional y pedir que lo resuelva el maestro armero, llámese López o Pajín, cuando también tiene mucho —es decir, debería tener— de bronca de partido. Si su formación tuviera una quinta parte del sentido de la responsabilidad que le exige a los demás, hace tiempo le habrían soltado cuatro frescas al caciquillo Sanz para que deje de explotar de una puñetera vez su contumaz y rentable obsesión antivasca.