Yo tampoco sé a qué vino el gesto de Pedro Sánchez después de saludar a una mujer negra. No fue, desde luego, estético. A primera vista, sí parece que se limpia la mano que le acaban de estrechar. Sin embargo, salvo que sea a base de echarle toneladas de mala fe, cuesta trabajo interpretarlo como una muestra de racismo. Al margen de la opinión que se tenga del secretario general del PSOE, nada en su trayectoria conocida invita a pensar que derrote por ahí.
Ocurre que a una semana de las elecciones no cabe el beneficio de la duda. No hay rival que se resista a meter el morro en tal merengue relleno de demagogia facilona. Y ahí se fueron a degüello Podemos y el PP, componiendo esa perfecta pinza que tanto les cabrea que les nombren, a retratar a Sánchez poco menos que como miembro del Ku Klux Klan.
La dolida respuesta de las huestes socialistas fue de carril. Se lanzaron a las mismas redes sociales donde se vituperaba a su candidato a rasgarse las vestiduras al grito de “¡No todo vale!”. Seguramente, razón no les faltaba. Otra cosa es lo fácil que resulta imaginar lo que habría ocurrido si el protagonista del vídeo viral hubiera sido, pongamos, Mariano Rajoy. Ahí sobrarían las minucias. El linchamiento habría marcado época y, desde luego, en primera fila de acollejamiento tendríamos a los compañeros del actual saco de las hostias… si no a él mismo.
Moraleja: por desgracia, sí vale todo. En la política actual en general y en el fragor de la contienda electoral en particular. Hace ya mucho tiempo que dejó de haber límites. Es un juego comúnmente aceptado. Y lo peor, con el que nadie quiere terminar.