Sí vale todo

Yo tampoco sé a qué vino el gesto de Pedro Sánchez después de saludar a una mujer negra. No fue, desde luego, estético. A primera vista, sí parece que se limpia la mano que le acaban de estrechar. Sin embargo, salvo que sea a base de echarle toneladas de mala fe, cuesta trabajo interpretarlo como una muestra de racismo. Al margen de la opinión que se tenga del secretario general del PSOE, nada en su trayectoria conocida invita a pensar que derrote por ahí.

Ocurre que a una semana de las elecciones no cabe el beneficio de la duda. No hay rival que se resista a meter el morro en tal merengue relleno de demagogia facilona. Y ahí se fueron a degüello Podemos y el PP, componiendo esa perfecta pinza que tanto les cabrea que les nombren, a retratar a Sánchez poco menos que como miembro del Ku Klux Klan.
La dolida respuesta de las huestes socialistas fue de carril. Se lanzaron a las mismas redes sociales donde se vituperaba a su candidato a rasgarse las vestiduras al grito de “¡No todo vale!”. Seguramente, razón no les faltaba. Otra cosa es lo fácil que resulta imaginar lo que habría ocurrido si el protagonista del vídeo viral hubiera sido, pongamos, Mariano Rajoy. Ahí sobrarían las minucias. El linchamiento habría marcado época y, desde luego, en primera fila de acollejamiento tendríamos a los compañeros del actual saco de las hostias… si no a él mismo.

Moraleja: por desgracia, sí vale todo. En la política actual en general y en el fragor de la contienda electoral en particular. Hace ya mucho tiempo que dejó de haber límites. Es un juego comúnmente aceptado. Y lo peor, con el que nadie quiere terminar.

¡Yupi, campaña!

Respiremos con ansia a pleno pulmón los aires perfumados de libertad y ajonjolí. Qué suerte la nuestra, estar llamados una vez más a participar en la fiesta de la democracia, como únicos dueños de un destino que está por forjar. Es para dar una y mil veces gracias emocionadas a quienes nos han permitido volver a ejercer el sagrado derecho al sufragio. Indecible grandeza, la de estos hombres y estas mujeres que, mirando única y exclusivamente por el bien común, quitándoselo de sus bocas, decidieron devolver al pueblo soberano el poder de decidir. Solo escribirlo pone los pelos como escarpias, humedece los ojos del más bragado y deja trémulos los corazones ante lo que ya ha venido y, sobre todo, lo que ha de venir.

No me digan que no desean con cada poro de su piel asistir de nuevo al profundo, sosegado y enriquecedor intercambio de opiniones entre los seres justos y generosos que, siempre con el mayor de los respetos, van a intentar ganarse nuestro voto. Serán, conforme conocemos, debates plenos de intensidad sobre las cuestiones más candentes, urgentes, convenientes y supercalifragilísticas. Desterradas la demagogia y la impostura, ausentes el chachipirulismo populachero y el navajeo macarril, los y las próceres nos hablarán en lenguaje llano y sin concesiones a la galería. Ni una tentación, por supuesto, de echar la culpa al otro ni de reclamar el monopolio de la verdad verdadera. Sin repetirse como guacamayos, sin tirar de lugares comunes, sin frasezuelas de cinco duros. Con pedagogía exquisita, con altura de miras, con nobleza por arrobas.

La única lastima es, mecachis, que no me lo creo ni yo.

Gastos de campaña

Qué tierno, ahora nos vienen con lo de la campaña austera. Casi no apesta a mala conciencia, excusa no pedida y, por todo lo anterior, una nueva muestra de que piensan que nos pueden camelar con un azucarillo. Para que la vaina resulte aun más cínica, citan como argumento de autoridad a Felipe VI, que uno a uno les cascó a los representantes de los partidos el rollete de la necesaria contención del gasto en la última y conscientemente inútil ronda de blablablás que se atizaron antes de aceptar que no cabía otra que volver a las urnas. Los tiene blindados el Borbón menor, a ver cuándo le da por echar cuentas de lo que nos ahorramos si prescindimos de él en este belén perenne en que nos tienen secuestrados.

Lo divertido —mejor tomárselo así— es que no tienen ni pajolera idea de por cuánto saldrá la broma. Tan pronto te dicen 130 millones de euros, como te lo bajan a 100 o te lo suben por encima de 200. Tomemos, si quieren, la cifra más alta. ¿Es mucho? Hombre, si es para obtener el mismo resultado que la vez anterior, es decir, para tirarse cuatro meses de rueda de prensa en bucle, es un atraco a mano desarmada. Si de verdad va a servir para formar un gobierno y ponerse a las tareas que tan urgentes nos dicen que son, es probable que merezca la pena.

No diré que a la hora de ejercer la democracia, aunque sea esta manifiestamente mejorable, haya que tirar la casa por la ventana, como parece que ha venido siendo el caso prácticamente general. Seguro que se pueden y deben hacer campañas con gastos medianamente razonables. Pero no por demagogia posturera para tapar un fiasco, sino por pura convicción.

Una campaña más

Bueno, pues ya está. Voy marcando una muesca más en la culata. Otra campaña y, de momento, sereno. ¿Con ganas? Tanto como eso no les diré, pero tampoco voy a negar una cierta dosis de incertidumbre. Maldito síndrome de Pandora, que le hace a uno vivir en una noche de reyes infinita, incluso cuando no se juega casi nada.

Ya, que cómo puedo decir eso si estamos ante el final del bipartidismo, o según los más pintureros, en los albores de la Segunda Transición. Supongo que porque no he superado el atado y bien atado. O por la misma memoria clara, y además documentada con infinidad de lecturas sobre la cuestión, de lo que pasó en la primera.

Bienvenida sea, si se cumple, la novedad de las cuatro grandes fuerzas (alguna, a lo peor no tan grande) y lo imperioso que será pactar. Pero me pongo a hacer las cuentas y no acaba de convencerme ninguna de las sumas. De hecho, hay alguna, la que se me antoja más probable, que no augura nada demasiado venturoso para el futuro del trocito del mapa desde el que escribo y respiro.

Por lo demás, no puedo evitar sonreír —antes de ponerme a temblar, como en el enunciado de la famosa sección de La codorniz— viendo cómo no hay encuesta oficial u oficiosa que no vaticine la victoria del PP. Hostiándose un tanto, perdiendo la mayoría absoluta y lo que quieran, pero a la postre, mojando la oreja a todos sus competidores, y de propina, consiguiendo moderar los discursos y bajar los humos de los que iban a tomar al asalto palacio de invierno y ahora ya dicen que llamarán educadamente a la puerta.

Que sea lo que quieran Atresmedia, Mediaset y, por supuesto, Bertín Osborne.

Salir a perder

Para que luego digan que no hay hecho diferencial. Si seremos peculiares los vascos de la demarcación autonómica, que hasta las campañas electorales se hacen contra el canon. Tampoco exagero. Las de los anteriores 30 años, cada una con sus rarezas y hasta con sus trampas —recordemos que no siempre se han podido presentar todas las formaciones—, han podido entrar dentro de la convención. Es en esta que estamos arrostrando con las poquitas fuerzas que nos quedan en la que se ha roto el principio básico según el cual los que porfían por gobernar dirigen su garrota al que ha estado en el poder. A la recíproca, el que quiere conservar la poltrona monta un alcázar desde donde, además de aventar una loa exagerada de sus grandes logros, vierte aceite hirviendo y exabruptos sobre los asaltantes. De catón, pero como digo, en esta ocasión, tal vez para que quede probado que somos el gran oasis de la I+D+I, los estrategas se han puesto creativos y la cosa funciona exactamente al revés.

Tan al revés, que cualquiera sin conocimiento previo que aterrizara hoy en esta Patxinia en liquidación por cese de negocio y viera qué se berrea en los mítines y en los anuncios daría por por hecho que el que ha estado mandando es quien ha pasado tres años y medio de fría y cabrona oposición. Bonito caramelo envenenado para Iñigo Urkullu —que llega a la carrera de aspirante y además, novato— haber sido investido por sus propios rivales como la rueda a seguir o, menos finamente, la espinilla a patear.

Los doctores de Sabin Etxea se las van a ver figurillas para bajar la posible fiebre victoriosa inducida. Me llena de curiosidad saber cómo se gestiona en boxes una lehendakaritza de humo. Pero aun me intriga más el porqué de la patética táctica perdedora de los dos partidos —sí, Basagoiti, el suyo también, no disimule ahora— que han sostenido la makila. Ni siquiera para el final reservan un gramo de dignidad.

Publikoa

Mourinho, presidente de la asociación de peñas barcelonistas. ¿Se lo imaginan? Por qué no, si Patxi López se acaba de presentar como el gran adalid de lo público. Bueno, en realidad, de lo “Publikoa”, para que se vea que le lucen los 48.000 trompos anuales de su euskaldunización novillera. Más que un conejo sacado de una chistera parece un ornitorrinco aparecido de una txapela. O la perfecta adaptación de la leyenda del bombero pirómano. Tres años calcinando las urgencias de los hospitales, abrasando la sustituciones en la educación, reduciendo a cenizas el metro de Bilbao y otros transportes dependientes de la administración cambista, y llega ahora con la manguera salvadora.

Y no crean que la cosa queda ahí, porque el juego polisémico permite un latrocinio múltiple del mismo término. Sin necesidad de ir al diccionario, sabrán que “público” no sólo es lo que depende de las instancias oficiales o lo que pertenece a todos. En la primera acepción es algo “notorio, patente, manifiesto, visto o sabido por todos”. Efectivamente, estamos hablando de lo que ahora se nos da en llamar transparencia. También ese significado se lo ha echado a la buchaca el mismo López que considera un atropello que hayan salido a la luz datos no muy edificantes de un alto dirigente de su partido y familiar suyo. Datos, hago notar y me sorprende que nadie lo haya señalado hasta ahora, que la ciudadanía tiene todo el derecho de conocer sin necesidad de que nadie se los filtre.

Lo chistoso y a la vez esclarecedor es que el cuñado aludido fuera, en su calidad de artillero electoral en la sombra (siempre en la sombra) del PSE, uno de los muñidores del sarao donde se hicieron mangas y capirotes con la palabra convertida en fetiche. El otro era, no creo que haga falta que les diga más, Rodolfo Ares. Seguramente por ello no se detuvo a nadie en lo que fue un atraco a demagogia armada para quedarse con lo público.

Otra campaña igual

Preparémonos para la enésima reedición del día de la marmota pre-electoral. En los estertores de su mandato, ya con la ley pret-a-porter firmada para que el 21 de noviembre pueda volver tan ricamente a vestir la toga con puñetas, el ministro español de Justicia ha desempolvado la lupa de buscar contaminados de batasunez. Blandiéndola cual si fuera la misma Tizona del Cid, ha jurado ante las fuerzas vivas de la Democracia congregadas en torno a un sustancioso desayuno que el Gobierno impugnará las listas de Amaiur ante el sacrosanto Supremo “si hay resquicios legales suficientes”.

Traducido: nos aguarda otra vez la martingala de los informes hechos con recortes, pasquines encontrados en el suelo, árboles genealógicos de encargo e imaginativas redacciones escolares del guindilla de turno. Con todo eso, claro, incendiarios titulares y columnas de la prensa troglodita, las correspondientes respuestas de los que no tendremos otro remedio que entrar al trapo y, en fin, interminables horas de tertulias, debates o francachelas gastadas en el mareo ritual de la perdiz. Luego vendrán los inevitables cachondos —los estoy viendo y escuchando ya— a gimotear que “les estamos haciendo la campaña gratis”.

Inspirado por el toro que ante su asesino lamentaba estirar la pata sin haber probado las pipas Facundo, no quisiera yo irme para el otro barrio sin haber sido testigo de una contienda electoral como las de toda la vida. No hablo siquiera de una confrontación de altura programa en mano y a calzón quitado, qué va. Me conformo con el clásico intercambio de consignas huecas, espolvoreadas de promesas incumplibles, encuestas sobrecocinadas, besos a los niños y reparto de quincallería diversa. Esas, por resumir, que terminan en una noche donde todos ganan, dicen haber escuchado la voz del pueblo y se van a beber para celebrar o para olvidar. La última fue, creo recordar, en 2001. Ya ha llovido.