Nos quedamos, ¿no?

Que si galgos, que si podencos. Unilateralidad, bilateralidad. Cara o cruz. Piedra, papel, tijera. Pues tú más. ¡Ja, mira quién habla! ¿A que…? ¿A que qué? Y como tanto les gusta citar a los columneros cavernarios —vayan acostumbrándose, por si acaso—, en la grande polvareda, perdimos a don Beltrán. El sentimiento independentista en mínimos históricos. Según el último Sociómetro, y tras un escalofriante bajón de 11 puntos en dos años, no llega ni al 20 por ciento de los censados en los tres territorios de la demarcación autonómica. Calculen a ojímetro los del trozo foral y, si les alcanza el ánimo, los de Iparralde, y tendrán una composición de lugar de lo verde que está el asunto. Si esos que llamamos unionistas no fueran tan obtusos, convocarían mañana mismo la consulta para ganarla por goleada. Aún habremos de dar gracias a su cerrilidad, que es lo único que mantiene viva la llama en los más recalcitrantes.

¿La culpa? Elijan entre Gabinte Caligari o Def Con Dos. El chachachá o Yoko Ono. Siempre está el de enfrente para cargarle el muerto. Pues nada, sigamos en Bizancio, erre que erre, con broncos debates apoyados, según toque el día, en la historia, el derecho internacional comparado o lo que le salga a cada sigla de la sobaquera. Si va de esgrima dialéctica o de quedar bien ante la parroquia, perfecto. Por lo demás, tanto dará que la fórmula para cortar amarras sea por las bravas o hablándolo civilizadamente con el dueño de la llave, cuando a la hora de la verdad, los números simplemente no alcanzan ni para echar a andar. Mucho menos, claro, si los que están dispuestos se dan la espalda.

¿Qué hay que celebrar?

Milagros de este procés aficionado a la ruleta rusa y a darle todo el rato tres cuartos al pregonero: de un minuto para otro pasas de corrupto indecente, recortador de derechos y cáncer para la causa a puñetero amo de la barraca. Y todo, por haber dado un paso al lado, estomagante eufemismo que en realidad quiere decir hacer exactamente lo que ni 48 horas antes habías asegurado que jamás harías. Hasta la incoherencia es digna de vítores, manda narices. Pero así parece que se está escribiendo lo que estaba destinado a ser una obra cumbre del género épico y cada día se parece más a un sketch involuntario de Faemino y Cansado.

Me dirán, remitiéndose a los hechos recientes, que a pesar de todo, la nave va. Ha sobrevivido a la enésima extremaunción, y vuelve a provocar cagüentales incendiarios y amenazas con el apocalipsis en la bandería unionista. Bien quisiera compartir el entusiasmo, pero si les soy franco, lo único que tengo para celebrar es que estoy viviendo el episodio como espectador a más de 600 kilómetros. Aquella envidia inicial se tornó en una suerte de escepticismo que al trote de los meses y de los incumplimientos de la cacareada hoja de ruta ha dejado lugar a la decepción.

Cierto, qué poco fuste, qué pobre ardor soberanista el mío, pero argumento en mi defensa que, por muy cedida que tenga la glotis, hay ruedas de molino que no me pasan. Que una cosa es hacerse media docena de trampichuelas al solitario, y otra, aceptar sin asomo de sonrojo que Artur Mas salga proclamando que el apaño con la CUP ha sido la corrección de lo que habían dispuesto las urnas. Joder con el derecho a decidir.

Podemos es no

Entre los mil y un momentos de pasmo provocados por esa cópula incompleta que (personalmente me) resultó el 27-S, destaca la celebración en las tertulias cavernarias de los resultados de la sopa de siglas —Monedero dixit— en la que se presentó Podemos. Si bien el motivo subsidiario de la felicidad ultramontana era la bofetada electoral de quien andaba galleando que iba a apalear, el principal residía en que, hostiándose y todo, los 366.000 votos de la cosa llamada Catalunya Sí Que Es Pot desequilibraban la balanza en favor del No a la independencia. De miccionar y no echar gota, que Inda, Marhuenda, Tertsch y demás artilleros diestros jaleasen a su bestia negra, pero vuelvo a anotar, como ayer, su divisa, que no es ninguna coña: antes roja que rota.

Concedo que hay que tener un rostro de alabastro para arrogarse los votos que en campaña arrumbaban de secesionistas sin remisión. Sin embargo, tampoco parece muy de recibo que los que desde la acera de enfrente situaban en el unionismo desorejado a CSQEP vengan ahora a vender la moto de que esos sufragios son canjeables por síes en el global de la eliminatoria.

En el mejor de los casos, serían ni síes ni noes, postura tradicional y muy respetable de Iniciativa Per Catalunya, el otro gran socio de la alianza electoral dizque de izquierdas. Ocurrió, no obstante, que durante la campaña ICV fue fagocitada vilmente y sin amago de protesta por Podemos, cuyos líderes no dudaron en echar mano de un discurso esencialista español y hasta etnicista que convertía en tibias las soflamas de Albiol o Arrimadas. Quienes echaron esa papeleta sabían lo que hacían.

Sencillo ciudadano Felipe

Epístola de San Pablo a los corintios, o sea, de Felipe González Márquez —llámenle equis— a los catalanes. Difundida a todo trapo, y no por casualidad, en el diario global en español, que ni quita ni pone rey, pero ya ustedes saben, ¿verdad? Resulta graciosa esta circunstancia porque como primera providencia, el gachó representa el numerito de quien ha recuperado “la sencilla condición de ciudadano” y dice opinar en calidad de tal. Vamos, que lo normal es que a un mindundi de a pie se le concedan honores de portada en uno de los periódicos (todavía) de mayor difusión en Hispanistán. No cuela.

Y también es para descuajeringarse un rato largo que el principal recado que lanza a la ciudadanía de Catalunya sea que “no se deje arrastrar a una aventura ilegal”. Viniendo de quien viene, nunca juzgado master y commander en ilegalidades, ilicitudes y hasta tropelías del quince, manda bastantes pelotas. En cuanto al resto, casi nada entre dos platos: la consabida retahíla de lo maravilloso que es estar juntos y lo fantástica que es la diversidad… siempre y cuando quede claro quién es Tarzán y quién es Chita. Como corolario, el igualmente sobado inventario de las mil y una calamidades que sobrevendrían a la ruptura con la madrastrona patria para convertirse —tal cual lo suelta el muy tunante, hay que joderse— en “la Albania del siglo XXI”.

He asistido al cabreo de más de media docena de soberanistas por la filípica del en otro tiempo conocido como Isidoro. Sinceramente, creo que procede lo contrario, alegrarse y animarle a que se descuelgue con una parida diaria similar hasta el 27 de septiembre.

¿Qué pasó el domingo? (2)

Me reprochan cierta crudeza y más cinismo de la cuenta en la columna de ayer sobre las movilizaciones del domingo a favor del derecho a decidir. Comprendo perfectamente los motivos de esas críticas que, de alguna manera, tenía amortizadas antes incluso de enviar el texto a los periódicos que lo publican. Confieso con un tanto de rubor que mi primera tentación fue evitar el asunto, y la segunda, subirme a la ola voluntarista que sostiene con la mejor de las intenciones que las decenas de miles de personas que vimos en calles y —algo menos— estadios son asimilables a la mayoría de la sociedad vasca. He leído o escuchado tal interpretación a comentaristas que se dejan llevar más por el entusiasmo que por los hechos, y también a políticos de diferentes partidos. ¿Porque era lo que sentían o porque era el discurso que tocaba? Allá cada cual.

En todo caso, y más allá de las lecturas a posteriori, no creo que nadie pueda declararse sorprendido de que, aun con la nutrida asistencia que innegablemente registró, el acto no alcanzara la magnitud suficiente para marcar un antes y un después. Pura cuestión —anda que no habré escrito veces de ello— de ausencia de temperatura social.

Ahí es donde quienes se declaran partidarios de lo que se reivindicó el otro día tienen que hablar. Y hablar no es arrojarse mutuamente a la cabeza las razones del enfriamiento, sino plantear con total sinceridad si se está en disposición de tejer (o zurcir) las complicidades necesarias para alcanzar el punto de ebullición. Tan básico, tan pedestre, pero a la vez, tan complicado como eso. De ello depende que esté en nuestra mano.

¿Qué pasó el domingo?

Todo es según el ángulo de la fotografía y el entusiasmo en la narrativa. El mismo acto puede ser un fracaso descomunal o un éxito sin precedentes en función del titular y la imagen que lo acompaña. Entre las impías calvas de las gradas y una panorámica abigarrada de cabezas y telas al viento debe de estar lo más parecido a la verdad. Otra cosa es que interese contarla. O, qué caray, que se sea capaz de verla, porque al final, los ojos son un apéndice del corazón, que cada vez tolera peor las frustraciones. Créanme que en muchos de los grandes engaños no hay intención de darla con queso sino incompetencia para percibir la realidad. Llámenlo ceguera del alma y quizá lo disculpen.

Y ya, apeándome del lirismo, ¿con qué lectura sobre lo que ocurrió el domingo en cinco capitales de Euskal Herria hemos de quedarnos? Tienen para escoger la versión de la épica multitudinaria que avanza un mañana inminente plagado de urnas en las que decidir lo que seremos o la interpretación pinchaglobos que reduce la movilización al clásico de los cuatro y el tambor. Claro que si prefieren salirse de lo maniqueo, lo binario y lo trillado, pueden huir de la disyuntiva entre el triunfo y el fiasco, y plantearse si las mareas de color salmón han cubierto su objetivo.

Ahí, de nuevo, les cabe la opción de hacerse trampas o no. Piensen si se trataba de abrir un camino imparable para cambiar el estado actual de las cosas o si, siguiendo la estela de lo que ya se vivió el año pasado, el fin era fijar en el calendario una nueva tradición festivo-reivindicativa para soltar adrenalina patriótica y que siga sin pasar nada de nada.

La resolución ene

Ocurrió en jueves y víspera de fin de semana largo, así que no se sientan culpables por no haberse enterado. En otro tiempo quizá habría sido un notición del carajo de esos que nutren portadas, editoriales, columnas y tribunas. O incluso, animan charlas de barra. Pero esta vez no pasó de cierta sensación de día de la marmota para parte de los que lo vivieron en directo y, desde luego, para aquellos a los que por oficio nos tocó contarlo. Y miren que intentamos hacerlo, con una migaja de trampa y dos de cartón, currándonos un enunciado efectista tal que así: “El Parlamento de Gasteiz asegura que el pueblo vasco constituye un sujeto político con derecho y capacidad para decidir sobre su futuro [pausa dramática] en una consulta cuyo resultado [otro silencio valorativo] debe ser respetado”.

Se supone que más de un proceso histórico arranca o cobra impulso con una declaración como esa. Pero el nuestro (o medio nuestro, o lo que sea) no. Entre otros motivos, porque no es la primera ocasión en que la cámara aprueba una resolución similar sin que haya pasado gran cosa. Pero, en este caso en particular, por el modo en que se dieron los hechos. Resulta que las dos formaciones que apoyaron la proposición, ya imaginan ustedes cuáles, fueron las que se atizaron con más brío en la tribuna de oradores y en los escaños. Los representantes de los otros tres partidos —PP, PSE y la excrecencia magenta— se limitaron a disfrutar del espectáculo, dándose el capricho de tanto en tanto de soltar alguna de las cargas de profundidad de costumbre. Por ellos, como si se aprueban noventa resoluciones más. Total, ¿para qué?