Casado humilla a Alonso

Casi a la par que Real y Athletic consiguieron su brillante pase a las semifinales de Copa tras hacer morder el polvo, respectivamente, a Madrid y Barça, corrió el chauchau de que el Partido Popular había elegido a Rosa de Sodupe como candidata a Lehendakari para las elecciones que —tiene pinta— se nos vienen encima. Era inevitable que las albricias se adueñaran de los memes de las redes sociales. Tanta alegría, aventuraban decenas de malévolos tuiteros, no podía ser verdad. Y la lástima, mirado desde el lado de quienes desean que la franquicia vascongada del PP resulte más irrelevante de lo que ya es en la actualidad, es que no lo vaya a ser.

Pensaba uno cuando se echó a correr semejante especie que se trataba de un bulo de cuarta regional. Ni les cuento la cara que se me quedó al saber por las fuentes cavernarias que he vuelto a frecuentar que, efectivamente, en la Génova del mandarín Casado se había ponderado esa posibilidad muy seriamente. De hecho, va a misa que la doña exmagenta fue llamada a consultas en la sede central del PP junto a Fernando Savater —lagarto, lagarto— y Maite Pagazaurtundua, quien, por cierto, aún no está descartada al cien por ciento para encabezar una hipotética candidatura conjunta de populares y Ciudadanos en la plaza autonómica.

Todo eso, ojo al parche, después de haber ofrecido a Alfonso Alonso la consabida salida digna remunerada a millón en algún chiringo semipúblico bajo la égida pepera. Parece que la estrechez de fechas, sobre todo si hay adelanto, lo va a impedir. Pero como humillación al principal valor político del partido en la CAV no me digan que no es del quince.

Sémper, bandera blanca

No sabe uno muy bien si entonar un Miserere por la nada accidental muerte política de Borja Sémper o si arrancarse por bulerías a la salud de su cuerpo serranísimo, una vez que se ha liberado de una carga que, por más que tratara de disimular, se veía a leguas que ya no era capaz de arrastrar. Quizá sea suficiente con quedarse en el tópico ramplón y plañir que siempre se van los mejores, haciendo verdad la máxima que tanto repitió el difunto con todas las de la ley Pérez Rubalcaba: somos maestros insuperables en el arte de enterrar.

Qué ascazo, anotémoslo aquí, la retahíla de cobardes acuchilladores por acto u omisión que desde que se hizo pública la noticia, procesionan en primer tiempo de falso lamento y elegía desmedida. Con que hubiera habido algo de sincero en sus ditirambos laudatorios, ahora no estaríamos diciéndole hasta luego, noruego. Casi me quedo con sus recalcitrantes enemigos y presuntos compañeros de trinchera y/o siglas, que lo han despedido descorchando cava y retozando en alfombras tan mullidas como aquella que un día denunció el objeto de estas líneas. Otra muesca en la culata de Cayetana Álvarez de Toledo y los extremocentristas; otro fiambre colgado de una grúa a modo de aviso a esos navegantes que de tanto en tanto hacen como que levantan el dedo y fingen un mohín desaprobatorio. Como si no recordáramos quién y por qué se cargó a Arantza Quiroga, protomártir de un PP vasco que pudo ser y se diría que ya no.

En todo caso, ahora qué más da. Déjenme tan solo que en los caracteres que me quedan le desee que le vaya muy bonito a una persona con la fue un gran placer discrepar y coincidir.

¿Qué pinta el PP?

Les hablaba ayer aquí mismo del dilema del soberanismo catalán, y particularmente de ERC, compelida a elegir entre lo malo y lo peor o, como poco, entre dos opciones escasamente gratas. No son los republicanos, sin embargo, los únicos que tras las elecciones del domingo se han encontrado en una encrucijada de difícil salida. Miren, por ejemplo, al otro lado del espectro ideológico, la papeleta que tiene el Partido Popular.

Es verdad que a primera vista los 89 escaños —contando ya el de la propina de los caprichosos restos de Bizkaia que voló del zurrón jeltzale— parecen un resultado razonablemente satisfactorio. Implican, desde luego, una mejoría significativa (aunque tampoco para echar cohetes) respecto a la bofetada de abril y, junto al desguace autoinfligido de Ciudadanos, le sitúan con nitidez al frente de la oposición. Y ahí se acaba lo positivo, que es todo meramente ornamental.

Si nos fijamos en lo que importa, tenemos ahora mismo una formación a la que los números no le dan para nada. De saque, no suma ni de lejos para ser alternativa, y tras el pacto del insomnio superado entre Sánchez e Iglesias, ni siquiera le queda amagar con la Gran Coalición, aunque fuera en la versión light que les describí en estas líneas. Claro que la cuita mayor para Pablo Casado es la que le viene —¡Quién se lo iba a decir!— por su diestra. En dos vueltas de tuerca electoral, Vox ha pasado de molesto pero llevadero golondrino a tumor con todas las de la ley. Está en juego la hegemonía de la derecha española. El PP debe decidir si luchar por ella distanciándose de los Abascálidos o compitiendo en tosquedad. Témanse lo peor.

Gran coalición light

Desde el primer acto de esta campaña express interminable, Pedro Sánchez anda prometiendo desayuno, comida, merienda y cena que no habrá Gran coalición. Para los que andamos bien de fósforo y estamos avecindados en la demarcación autonómica vasca, es imposible que no nos acuda a la mente el recuerdo de Patxi López hace diez años y pico jurando (o sea, perjurando) que no pactaría con el PP.

Y bien, tampoco exageremos. Aunque en la política lo hemos visto ya casi todo, en el instante actual resulta altamente improbable que se acabe consumando un gobierno formado a pachas o semipachas por las dos siglas que siguen siendo puntales del bipartidismo. De saque, porque ni a ferracenses ni a genoveses les conviene una coyunda pública de semejante envergadura. Pero es que, además, seguramente no va a ser necesario embarcarse en la aventura de compartir gabinete. Bastaría con una abstención patriótica que evitara un nuevo bloqueo.

Quizá es que nos estamos volviendo todos conspiranoicos, pero esa eventualidad explicaría la repetición electoral como el paso imprescindible para crear el contexto en que pudiera resultar entendible un acuerdo que se vendería en nombre del bien común, la responsabilidad y blablablá. El PP de un Casado al que todavía le falta medio hervor para aspirar a dormir en La Moncloa ganaría puntos por su sentido del Estado y, a poco hábil que estuviera, se aseguraría atar por los pelendegues al PSOE en el correspondiente contrato prenupcial. Claro que, conociendo al gurú de cabecera de Sánchez, tampoco es descartable que todo sea una pantomima para terminar haciendo hincar la rodilla a Pablo Iglesias.

La venganza de Cayetana

Ni un mes completo se ha cumplido de la pomposa convención en la que el PP de la demarcación autonómica pretendió haber señalado “perfil propio”. Pues la primera en la frente. El mismo Pablo Casado que hizo como que bendecía la libre determinación, ejem, de la franquicia vascongada ha impuesto las listas para la repetición electoral del 10 de noviembre. Lo ha hecho, además, por las bravas, sin disimulos, con diurnidad y alevosía, y con el agravante que supone que desde hacía unas fechas los dirigentes locales habían empezado a deslizar los nombres que iban a encabezar las candidaturas.

Menudo planchazo, por ejemplo, para Javier de Andrés, un valor muy poco discutido en Araba, que se ve relegado por la paracaidista Marimar Blanco, cuyos únicos méritos políticos son esos que no hace falta citar. Tampoco es moco de gaviota, digo de charrán, la insistencia en la plancha vizcaína de Beatriz Fanjul, cuyo nulo empaque se tradujo hace seis meses en la pérdida de un escaño fijo desde hace quinquenios. Claro que casi es más abracadabrante la reincidencia de Iñigo Arcauz —que deja a muchos de Vox como socialdemócratas— como número uno de Gipuzkoa.

Y sí, se dice, se cuenta y se chamulla que entre los mandarines del terruño, empezando por el propio Alfonso Alonso, hay un cabreo sideral. Sin embargo, hasta el momento de teclear estas líneas, no hay un cagüental oficial. Todo se queda en declaraciones tan sulfúricas como anónimas que dan la medida de quién es Tarzán y quién es Chita. Se diría, al cabo, que Cayetana Álvarez de Toledo se ha tomado la revancha de los desplantes previos y posteriores a la convención de marras.

Game Over

Ya lo dijo aquel filósofo cañí que daba matarile a los toros que le ponían por delante: lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Nótese que en el caso que nos ocupa, la imposibilidad no radica en el hecho en sí sino en quienes debían ejecutarlo. Había un congo de formas de evitar las elecciones que se nos vienen encima el 10 de noviembre, pero la maldición divina disfrazada de signo de los tiempos (o viceversa) ha querido que el asunto estuviera en manos de cuatro mastuerzos ególatras metidos a estadistas de chicha y nabo. Con suerte, entre todos juntarían masa gris para regir los destinos de la cofradía de las albóndigas de Alpedrete.

Vaya tropa, diría el chorizo ilustrado Romanones. Pena, penita, pena que ninguno vaya a emular a Don Estanislao Figueras, aquel presidente de la primera República española que espetó a sus compañeros de gabinete: “Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco. ¡Estoy hasta los cojones de todos nosotros!”, antes de coger un tren a París. Descuiden, que esta recua de ineptos ventajistas —de acuerdo, unos más que otros, pero todos por un estilo— tendrán el cuajo de encabezar las listas de sus respectivas formaciones, donde sus acólitos y palmeros todavía les reirán la gracia. Y aquí es donde la responsabilidad se traslada a los fulanos que seguirán haciéndoles la claque… y a las ciudadanas y los ciudadanos que les votarán dentro de menos de dos meses. Qué rabia, no poder decir que con su pan se lo coman porque su decisión nos alcanzará querámoslo o no. El único consuelo es pensar que en estos lares podremos optar por siglas que sí han sabido estar a la altura.

Aguirre, por fin

Parece que se acaba la leyenda de la baraka, o más castizamente, de la flor en el culo de Esperanza Aguirre. Después de salir ilesa de un hostiazo de helicóptero y de una mascare terrorista en Bombay, y de haberse ido de rositas de los quintales de casos judiciales contra su partido, por fin un magistrado la cita como imputada. En octubre, en lo que se diría un adelanto de San Martín, la otrora llamada lideresa deberá declarar en compañía de su delfina fallida, Cristina Cifuentes, y de otros cuarenta presuntos mangantes en el sumario del caso Púnica. Y, parafraseando al jubilado Rajoy, no es cosa menor sino muy mayor la acusación que le hace el instructor. Negro sobre blanco, se le atribuye la organización y supervisión de la caja b del PP madrileño para financiar unas campañas electorales “dirigidas fundamentalmente a fortalecer y vigorizar su figura política y consolidarla como presidenta de la Comunidad de Madrid”. Fin de la cita, diría el arriba mentado Mariano.

Genio y figura hasta más allá de la sepultura política en la que ya descansa desde hace un tiempo, la doña proclama que acudirá al juzgado “con mucho gusto” para defender su (¡ja!) inocencia. Entretanto, sus vástagos políticos que ahora ocupan la cúpula gaviotil o el mismo gobierno gafado —¡todos imputados, desde Gallardón!— que presidió ella ya la han convertido en “esa señora de la que usted me habla”. O en algo peor. Cuenta La Razón, uno de los órganos oficiosos de Génova, que en el núcleo duro del PP se ha llegado a calificar a Aguirre y Cifuentes como “dos cadáveres políticos que siguen lastrando la imagen del PP”. Más palomitas, por favor.