Tras las pancartas

Políticos en la escalinata del ayuntamiento de Bilbao. Enfrente, cámaras; muchas cámaras. Antes y después, declaraciones perfectamente intercambiables. En esto sí parecen estar de acuerdo y sin duda lo están. Ni una más, tolerancia cero, hay que acabar con esta lacra, una sociedad como la nuestra no puede permitir… y así, hasta agotar el repertorio habitual, que no da para demasiadas florituras. También hablan de medidas. ¡Medidas! Como la última vez, como la anterior y como la anterior a la anterior. ¿Será que no se toman? ¿Será que se toman y no se ponen en práctica? ¿Será que se toman, se ponen en práctica y no sirven para nada? ¿Será que la realidad es más tozuda que los boletines oficiales y la legislación vigente? Elijan la opción que más les convenza, que también puede ser ninguna.

Con todo, aunque en las líneas precedentes lo pareciera, no es mi intención cargar sobre los hombros de nuestros representantes públicos una responsabilidad que les trasciende. Conozco lo suficiente a la mayoría de los y las que aparecen en esas fotos como para estar convencido de que, sin distinción de siglas, este sí es un problema que se llevan a casa, les quita el sueño y les hace sentirse impotentes. Y sé con total seguridad que harían más si supieran qué y cómo.

Ahí estamos concernidos todos los demás, no ya como sociedad, que es un concepto comodín cada vez más difuso y confuso, un especie de refugio colectivo para diluir las culpas y repartirlas de manera que toque a casi nada por cabeza. No, esto hay que afrontarlo de uno en uno y de una en una. Primero, como examen de conciencia, naturalmente, venciendo la tentación de autoabsolverse. Inmediatamente después, fijando la mirada crítica a nuestro alrededor para identificar a quienes por acción o vergonzosa omisión están contribuyendo a perpetuar la violencia machista. A algunos, no necesariamente políticos, los encontrarán tras las pancartas.

Cubatas subvencionados

Hay que ver, con lo tuiteras hasta el hartazgo que son muchas señorías —con Iphone gratis, cualquiera—, qué poquitas han piado sobre sus cubatas subvencionados. Ni a tres euros y medio llega el gintonic de Larios en el bar del Congreso, oigan. Y ya no son solo esos precios con los que no podría competir la tasca más cutre que conozcan; es también la variedad de la oferta espirituosa, propia de Chicote o de Le Cock. Un pelotazo para cada cada ocasión. Del chinchón o el anís Castellana cuando el cuerpo está de jota rojigualda al Jacobet o al Armagnac cuando el culiparlante y bocabebiente se ha levantado cosmopolita. Manolo, ponme un Triple Seco, que hoy toca sesión de control, y échale otro escocés a mi amigo el pepero, a ver si se me ablanda y le arranco una transaccional. ¿Conocen muchos curros en los que el pimple de alta graduación dentro de la jornada laboral esté tolerado y, de propina, financiado? Pues estos gachós y estas gachises, que luego se pasan la vida prohibiéndonos cosas a los demás, tienen lo más parecido a una barra libre que puedan imaginar. Adivinen quién paga las rondas.

¿Que me estoy poniendo demagogo? Conscientemente, además. En realidad, intento escribir en el idioma oficial de las Cortes, a ver si alguien se da por aludido y sale del burladero. De momento, han mandando en avanzadilla a cuatro o cinco moralistas de corps a echarnos la bronca por preocuparnos de estas menudencias, conlaqueestácayendo y me llevo una. Pues de menudencia, nada. Esto no es una anécdota sino una categoría. Esa cantina VIP con aires de economato o viceversa es la reproducción a escala del pudridero en que estamos atrapados. La suerte de los desgraciados a los que no les alcanza para un puñetero chato en el bar de la esquina la deciden tipos que, cobrando un pico público considerable, disfrutan de bebercio y comercio a precio de risa. En el supuesto templo de la democracia, nada menos.

Haberlos, haylos

Igualito que la asamblea de majaras de la canción de Kortatu con que nos dislocábamos el bullarengue en nuestra mocedad decidía “mañana, sol y buen tiempo”, el Parlamento vasco ha decretado que ni en estas tierras bárbaras ni en las de más abajo hay presos políticos. Tal como lo están leyendo. ¿Que en qué línea del Estatuto, la Constitución española o el Reglamento Unificado del Parchís (RUP) pone que la cámara vasca tiene competencias para tirarse estos largos, cuando los supertacañones no le dejan ni determinar sobre una triste paga extra? Oigan, no empujen. Yo les digo lo que he visto en los titulares y lo que servidor en persona ha tenido que píar a sus pacientes escuchadores. Si la semana que viene les da a sus señorías por aprobar una resolución diciendo que la tierra es plana o que Mourinho es más majo que las pesetas, se lo contaré del mismo modo. Mi papel es el de mensajero. Otra cosa es que por dentro no sepa si partirme la caja o llorar el Amazonas ante el espectáculo de nuestros representantes metidos a conductores de un trailer para el que no tienen carné.

Tenían que haberlos visto. A los que sostenían que sí, a los que pontificaban que no y a los que, vestidos de lagarterana, se salieron por la tangente. Que si mi cuñado es de Amnistía Internacional y dice tal, que si tengo un amigo que hizo el Erasmus en Dublin y opina cual, que si yo estuve de vacaciones en Johannesburgo y vi pascual. Y entre medio, puyitas cruzadas sobre quién mea democráticamente más lejos o quién lleva la muda ética más limpia. Allá películas con los cadáveres recientes y no tanto que cada uno esconde en el armario. Adelántate, madre, para que no te lo llamen.

¿Y qué pasa con el fondo de la cuestión? Pues lo mismo que con las meigas. Presos políticos, haberlos, haylos. Asunto distinto es que serlo te convierta en aristócrata de la trena, mártir o héroe de la causa. Eso no lo decide ningún parlamento.

El sobrino de Ascensión

A Antonio Basagoiti no lo conocí por su nombre sino por su parentesco. Podía haber sido como hijo, nieto, bisnieto y tataranieto de prohombres de riñón forrado y obras cubiertas por un tupido velo. Sin embargo, esa primera referencia que rememoro 18 años después fue por la vía materna de su árbol genealógico. “Mira, ese es el sobrino de Ascensión Pastor. No le preguntes nada porque no sabe ni por dónde le da el aire”, me lo señaló un compañero suyo de partido y grupo municipal en el Ayuntamiento de Bilbao. Tardé poco en comprobar que mi interlocutor —a quien no delataré, pese a que les resultaría curioso— no exageraba. Cualquier intento de recabar la más nimia información del atribulado concejal semialevín chocaba una y otra vez con idéntica respuesta: “De eso tienes que hablar con mi tía”. La susodicha era, además de la hermana de su madre, la que cortaba el bacalao en el PP bilbaíno de la época.

Alejado ya de la crónica local, asistí no sin sorpresa a la transformación de aquella crisálida política que parecía destinada al anonimato ramplón e insípido de la cuarta fila, subsector enchufados. De pronto, empezó a ser frecuente verlo despegado de las faldas de su protectora y opinando por libre con creciente desparpajo, ora sobre un proyecto urbanístico, ora sobre ETA y el nacionalismo, ora sobre la marcha del Athletic. Muchos se frotaron los ojos en junio de 1999, cuando a la vuelta de un corto recado para Aznar in person, le faltó el pelo de un calvo para birlarle la alcaldía al entonces debutante en la plaza, Iñaki Azkuna. Si no me engaña la memoria, los votos de Euskal Herritarrok impidieron que la vara fuera a manos de la ya promesa consagrada.

Y a partir de ahí, todo recto hacia arriba, manejando con maestría la cintura, el plano corto en el que tanto gana y, por supuesto, la disciplina jerárquica de geometría variable. Pero les ahorro esa parte del relato porque es muy conocida.

Será por modelos

¿De qué hablamos cuando hablamos de modelos? Mayormente, de todo y de nada. Es un tema de conversación como otro cualquiera, una manera de echar el rato mareando una perdiz atiborrada de Biodraminas porque ya se conoce el percal, o una excusa para marcar un paquete ideológico que es puro relleno. De aire, para más señas. Diría mi difunta abuela que mientras nos enredamos con los modelos arriba y abajo, por lo menos, no estamos en la droga ni haciendo botellón. Hay que encontrarle el lado positivo a todo, aunque yo, que soy un agonías, opino humildemente que al tiempo que nos liamos entre galgos y podencos, los que no tienen ninguna duda al respecto aprovechan para comernos la merienda y para que lo oscuro camine sin remisión hacia lo totalmente negro.

Pero si hay que hablar, ea, hablemos. En primer lugar, ponga sobre la mesa cada cual el suyo. Sin trampas, sin faroles, sin subirse a la nube ni a la parra. Dígase de forma diáfana en qué consiste la maravillosa fórmula de la felicidad y la justicia universales. Poniendo plazos, detallando minuciosamente cada paso con su explicación correspondiente y, sobre todo, probando su viabilidad aquí y ahora. Sí, sí: aquí y ahora. No sirven como referencia ni los mundos de Yupi ni un día de estos. Buscamos algo que nos saque de donde estamos, puesto que lo único en que parecemos haber alcanzado un cierto consenso es en que la situación actual nos disgusta.

Tic tac, tic tac… ¿Vale decir que mi modelo es exactamente el que se opone al vigente o al que nos ha traído hasta donde estamos? Valdría, claro que sí, si fuera acompañado de una alternativa contante y sonante. Los blablablás y los eslóganes de quedar como Dios nos los sabemos todos de memoria. Lucen preciosos en los titulares y en las arengas, pero a la hora de llevarlos a la realidad se vuelven humo, los muy joíos. ¿La realidad? ¡Anda! Pero… ¿un modelo tiene que funcionar en la realidad?

Ganar y perder

Al Gobierno vasco y a los partidos de la oposición les salva que los ciudadanos pasamos un kilo del cotorreo que se traen con los dichosos presupuestos. Muy triste, sí, la indiferencia o la desidia ante una cuestión en la que se juegan, y no de modo figurado, muchas alubias. Pero también es el resultado lógico de sumar un cuerpo social con tendencia creciente a la pereza y una jet-set política que pide a gritos ser mandada a esparragar. Lo pongo blanco sobre negro asumiendo la injusticia que supone la generalización. Soy consciente de que hay excepciones y de que no toda la tropa se ha resignado a verlas venir ni todos los mandos y aspirantes a mandos son unos desgarramantas que miran primero por su culo y por sus siglas. Sin embargo, al sacar la media a ambos lados un día que uno se levanta un poco atravesado, la conclusión es desoladora.

Voy al juanete que me duele, que son estas cuentas arrojadizas devueltas al redil tarde y regular. Nos decían que eran lentejas de deglución impepinable y tras una caída del caballo en el camino a Bruselas, resulta que había plato optativo: la prórroga como mal menor mientras se cocina algo que no amargue tanto. Un papelón por parte del ejecutivo, de eso no hay duda, pero al mismo tiempo, el cumplimiento de la teórica demanda de la oposición. Lo esperable habría sido un tirón de orejas inmediatamente antes de remangarse para ponerse a la tarea. Pues no: lo que hubo fue cohetes, olas y congas de la victoria, en la enésima reedición del cuanto peor, mejor. “¡Fracaso, fracaso, fracaso!”, se marcaron un ilustrativo hat-trick dialéctico EH Bildu, PSE y PP. Eso era lo que importaba, y me apresuro a señalar que si hubieran estado los papeles cambiados, el escenario habría sido exactamente igual.

Que no, que esto no va de ver cuánto tenemos y cómo lo repartimos mejor tirando de realismo, sentido común y honradez. Se trata de ganar. Aunque la sociedad pierda.

¿Sabía que…?

Fruto, sin duda, de la envidia por una de las secciones más exitosas de este periódico, destapo el tarro de las exclusivas que me guardaba para mi y, susurrando, las comparto confidencialmente con la concurrencia.

¿Sabía que la libertad puede ser la peor de las tiranías y que por eso hay personas que prefieren añorarla a gozarla? ¿Sabía que, aunque lo parezca, los columnistas no estamos tan seguros de lo que escribimos? ¿Sabía que muchos de los que más vociferan son los que más tienen que callar? ¿Sabía, por contra, que buena parte de los que callan, si no forman parte de la especie que otorga, son los que más deberían gritar? ¿Sabía que respecto a varios asuntos hay más de una verdad y respecto a otros, ninguna? ¿Sabía que pensar mal no es necesariamente garantía de acertar, de igual modo que tampoco lo es pensar bien? ¿Sabía, ya que nos ponemos, que pensar a secas no es gran cosa porque es algo que podemos hacer, valga el contradiós, sin pensar?

¿Sabía que hay políticos que se van a tomar una caña tan panchos después de haberse puesto mutuamente de chupa de dómine en público? ¿Sabía que otros que se tratan con maneras versallescas cuando hay focos no irían juntos ni a cobrar una herencia? ¿Sabía que en dialecto parlamentario la palabra acuerdo equivale a veces a trapicheo? ¿Sabía que en ese mismo idioma jurar que de tal agua no se beberá puede ser la forma coloquial de pedir dos garrafas? ¿Sabía que principios, medios y fines se suelen guardar en el mismo bolsillo y que acaban echándose a perder por el contacto recíproco?

¿Sabía que es estadísticamente probable que una de cada equis veces que porfiamos algo estemos profundamente equivocados? ¿Sabía que a la mayor parte de la gente esto último le importa una higa y que si le importa, lo disimula? ¿Sabía que cada vez que elige algo está dejando de elegir miles de otros algos y que tiene que apechugar con ello? Pues, ea, ya lo sabe.