Operación Q

Antes de marchar a hacer las Américas, el inminente tiburón financiero Antonio Basagoiti cumple con un precepto muy clásico de su bandería doctrinal: hay que dejar las cosas atadas y bien atadas. Tiene su gracia que lo haga mejorando la ortodoxia marxista-leninista y, en especial, uno de sus engendros teóricos más abracadabrantes, el centralismo democrático, que como todo el mundo sabe, era lo primero pero jamás llegó a ser lo segundo. La cosa consiste (pongo el verbo en presente porque el método es el que aún impera en prácticamente todos los partidos de nuestro entorno) en señalar a la dócil e ignorante militancia el pastor que más les conviene, de modo que su trabajo intelectual se reduce a un balido prolongado de confirmación. Un congreso preparado al milímetro por los duchos fontaneros asegura la mayoría a la búlgara pertinente para que la macedonia tenga el aspecto de una piña.

La aportación innovadora de Basagoiti —o de Rajoy, si vamos al origen— ha sido saltarse el último paso. Por un lado, y aunque suene cínico, se agradece que se evite el paripé y, sobre todo, que no se oculte a la masa, votante o no del PP, que donde manda el dedazo del patrón no pintan nada las cartulinas que puedan levantar los marineros. Por otro, queda claro y cristalino que en realidad se ha hecho de la necesidad virtud. Nadie garantizaba que los espectros del pasado recientísimo no salieran en tropel del búnker a cobrarse la vendetta que rumian en las tertulias de la tedeté donde van a hacer sus terapias de grupo.

Por lo demás, la elección sucesoria no podía ser más salomónica a la par que, según opino a mil millas ideológicas, acertada. Arantza Quiroga es la menos pop de los pop y la menos dura de los duros. Salvo que a los egos heridos por ver sus aspiraciones aplazadas cuando ya se soñaban con mando en plaza les venza la tentación de la pelusilla, la Operación Q puede funcionar. Será cuestión de verlo.

Rubalnada

Carga de profundidad atribuida de modo muy verosímil a Iñaki Anasagasti: “Rubalcaba, si te descuidas, te la clava”. Pero eso era antes, cuando la sola mención del también llamado Rasputín de Solares provocaba sudores fríos, acopios de ajos y crucifijos y carreras para ocultarse tras la cortina más cercana, donde seguían temblando las canillas y castañeteando la piñata. Entonces inspiraba por igual a propios y ajenos un pavor infinito, solo comparable al que se tiene por la Parca, los dentistas o, en otra división, las metáforas de José Luis Bilbao. Acompañado por su fisonomía siniestra ma non troppo, su gestualidad de trasgo con algo de gremlin y su verbo cortante como los bordes de un folio joputa, parecía —y lo fue— capaz de detener el tiempo y la circulación de la sangre con una mirada. Aunque solo fuera a preguntarte si te apetecía un café o qué tal iba tu suegra de las varices, por instinto te salía arrodillarte y jurarle que fue sin querer, que no volverías a hacerlo y que en lo sucesivo te cortarías un brazo o los dos antes de volver a disgustarlo.

Qué tiempos, no tan lejanos por otra parte, en los que se decía que era Fouché redivivo y se le componían cantares de gesta, églogas y ditirambos que engrandecían aun más su ego y su poder sobre lo animado y lo inanimado. Quién nos iba a decir que llegaría la hora de verlo como materia para el blues más triste, que es el que se les escribe a los que no se sabe si son ya zombies o todavía moribundos y a los que no son siquiera sombra de sí mismos.

Tal desluce hoy Alfredo Pérez, tras combatir y perder con estrépito y deshonra con un cadáver político de nombre Mariano y de apellido Rajoy. Feroz hazaña del otrora invencible cid cántabro, devolver a su enemigo el hálito vital. Y los suyos, aplaudiendo con ardor la zurra autoinfligida. ¿Es que no tienen corazón o es que están tan miopes que no ven que Rubal-todo es ya apenas Rubal-nada?

Sí nos representan

Debate, estado, nación. Solo con esos tres sustantivos tenemos para montar un Bizancio semántico. Diseccionados individualmente, los tres son asaz discutibles. Juntos en una misma expresión resultan, según, una tomadura de pelo del quince o una entretenedera vacía. Mucho más si la presunta nación cuyo presunto estado presuntamente se debate es la denominada España. Y si tal ejercicio se lleva a cabo en el Congreso de los Diputados de la madrileñísima Carrera de San Jerónimo, mejor apagamos y nos vamos. Se me ocurren pocos lugares menos capacitados que ese para expedir cualquier tipo de diagnóstico sobre una realidad totalmente ajena a los frecuentadores de las Cortes. Sucede que ellas y ellos tienen una existencia paralela. Viven en una suerte de cueva de Platón de cinco estrellas y tres tenedores desde donde solo alcanzan a ver unas sombras que toman por personas sobre las que pontifican, polemizan y, ¡ay!, legislan. La mayoría ni siquiera recuerda que antes de ir en una lista y sacarse la lotería de las urnas fueron ciudadanos de a pie. Cuatro mil y pico pavos limpios al mes —dietas, viajes y otras gabelas aparte— son el mejor disolvente de la memoria.

¿Voy a parar al “No nos representan”? Ya quisiera, pero mi gran frustración es saber que sí lo hacen y que no tengo —no tenemos— ningún modo de evitarlo, ni de soslayarlo, ni de limitar sus letales efectos. Ajo y agua. Como lujo, una lengua larga para lamerse las heridas y soltar un juramento en arameo un minuto antes de aplacar la mala sangre viendo el Milan-Barça.

Pero habrá alguno que se salve, ¿no? Son 350 escaños. Por estadística, es probable, ¿pero quién? Descarto a todo el banco azul y a sus sostenedores. También a la oposición mayoritaria de aguachirle con cien armarios llenos de cadáveres. Y en la minoritaria, pues hombre, hay de casi todo, incluyendo pose, panfleto, pasteleo y siesta. Tal vez sea lo que nos merecemos.

Interés decreciente

Si el caso Bárcenas fuera un serial televisivo, alguien debería pegar un toque a los guionistas. La trama argumental ha llegado a uno de esos puntos de difícil seguimiento para el espectador medio y, peor que eso, ha perdido intensidad dramática. Quizá es que la historia empezó demasiado arriba. Después del Jabugo narrativo de los sobres y los nombres de notables próceres —incluido el del sheriff del reino— anotados junto a cantidades de cuatro y cinco cifras, era inevitable que nos parecieran paletilla de recebo el resto de ingredientes que se nos han sido sirviendo. No es que sean asuntos menores la aparición de más cuentas en Suiza, las fotos de las impúdicas cuchipandas que sigue pegándose el del abrigo de cuello de terciopelo o la tremebunda revelación de que el PP mantenía (o mantiene, ojo) en nómina a Luis el cabrón mientras juraba lo contrario, pero esperábamos algo más. Lo ideal, ver a algún trajeado salir con esposas de un furgón policial o, bajando el listón, un par de dimisiones y media docena de expulsiones fulminantes de la casa del Gran Hermano mariano. Sin esos golpes de efecto, la tensión languidece por momentos y se hace un mundo seguir prestando atención a la pantalla hasta que definitivamente se opta por cambiar de canal.

No nos engañemos: ese es exactamente el objetivo. Porque aunque por hábito tendamos ya inexorablemente a consumir la actualidad como si fuera un producto de ficción, el caso Bárcenas no es el hipotético teleserial que mencionaba en la primera línea de la columna. Para nuestra desgracia, es realidad contante, sonante, sonrojante… y muy peligrosa, no ya para el partido al que le ha salido la vía de agua, sino para todo el entramado de intereses inconfesables que hay alrededor. Por eso no hay que dar ningún toque a los guionistas sino felicitarlos calurosamente. A fuerza de marear la perdiz, han conseguido desinteresarnos. De eso se trataba.

La ponencia

Ayer no se hablaba de otra cosa en las calles vascas. Por lo menos, en las de la demarcación autonómica. Venga arriba y abajo con la ponencia. Que si los de EH Bildu habían dicho tal, que si los del PP cual, pero que los del PNV y el PSE opinaban que pascual, si bien era cierto que el de UPyD —al que se citaba por el nombre y dos apellidos— había dejado bien claro que tracatrá… Cada esquina, cada farola, cada terraza cubierta o sin cubrir, cada cola de la pescadería, cada ascensor eran réplicas a escala del parlamento donde ciudadanos y ciudadanas cruzaban elevadísimos y documentadísimos argumentos favorables, contrarios o entrambasguas sobre la cuestión. Ni el precio de los abonos del nuevo San Mamés, ni si hay que echar a Montanier a pesar de la resurrección de la Real, ni si la nevada del martes fue la más gorda del siglo, como dijo Maroto, o solo una más. El único asunto de debate, charla, coloquio o comadreo era la ponencia. Así, en genérico, sin añadir lo de “paz y convivencia”, que a estas alturas no hacen falta más detalles porque aquí el menos versado tiene un doctorado en la cosa.

Lástima que no sea ni medio verdad. Lástima, en realidad, que sea totalmente falso, y que hasta estas líneas estén condenadas de antemano a la lectura del cada vez menos numeroso puñado de muy cafeteros que manifiestan cierto interés sobre la materia. ¡Pero eso es tremendo, don columnista! ¿Cómo es posible que a un cuerpo social se la traiga al pairo algo tan esencial como el cierre de las heridas del pasado, muchas aún sangrantes, y la construcción de un futuro a prueba de recaídas? Tengo mis teorías al respecto, no necesariamente condenatorias, pero me falta espacio para exponerlas. Solo sé que ocurre. Y estaría bien que se dieran por enterados y enteradas quienes ayer en el Parlamento vasco volvieron a hacer de la ponencia una excusa para lucirse… cuando lo triste es que casi nadie los miraba.

¡Venceremos! (Y tal)

Jolines, qué tarde la de aquel día, martes de carnestolendas en el congreso de los diputados y las diputadas, cuando el empuje del pueblo que unido-jamás-será-vencido (¡ra, ra, ra!) abrió en el muro de la tiranía mayorabsolutista una grieta por donde se coló un rayo de luz y razón. Lívido el gesto cual María Antonieta al pie de la guillotina, el grumete Al Onso, portavoz de la reacción gaviotil, balbuceó su rendición: “Venga, va, aceptamos ladilla como animal de compañía y para que veáis que no somos tan malotes, votaremos a favor de la tramitación de la ILP sobre los desahucios. Luego ya, si eso, la convertiremos en fosfatina con nuestro rodillo, como siempre”. Tal fue el estruendo celebratorio —o la sordera selectiva—, que la última frase, la que contenía la parte fundamental del mensaje, se fue a cascarla a Ampuero. Twitter ardió de júbilo entre Favs y RTs: ¡Sí se puede, sí se puede! Y de este modo se convirtió en triunfo sin precedentes y gesta para contar a los nietos algo tan de carril como que los culiparlantes se avinieran a echarle un ojo —antes de tumbarla— a una propuesta legislativa avalada por casi un millón y medio de firmas.

No fue el único episodio épico de tan gloriosa jornada en el domicilio putativo de la soberanía popular. Un rato antes, un par de heroicas señorías del zurderío fetén se jugaron el pellejo (es decir, los padrastros de los dedos índice y pulgar) subiendo a Youtube de extranjis la ultrasecretísima comparecencia del baranda del Banco Central Europeo, Mario Draghi. Cierto que en los vídeos ni se jipiaba ni se escuchaba un carajo. Cierto también que el gachó vestido de Armani no había revelado el tercer secreto de Fátima ni cosa parecida y que la chapa requeteconfidencial fue colgada íntegramente en la web del BCE. Más cierto aun, que la directa habría sido un plante y que le fueran dando al buen señor. Pero, claro, eso lucía menos, dónde va a parar.

Partido Popular S.L.

Un clásico del instinto de supervivencia estudiantil: en el examen de Filosofía te preguntaban por las características del ser según Parménides y como no tenías ni pajolera idea, colabas la teoría del alma de Platón, que era el único tema que te habías empollado medio bien. Solo funcionaba si el cátedro o la cátedra eran de los que corregían a peso, pero no habiendo mejor alternativa que firmar y entregar en blanco, merecía la pena jugársela. Veo que en el PP pervive ese espíritu de alumno picaruelo. Cuando anunció a todo trapo que en un alarde de transparencia sin parangón mostraría públicamente sus cuentas, todos dimos por hecho que se refería a las del periodo manchado de sospecha por la presunta tinta del calamar Bárcenas, esto es, los años que van desde 1993 a 2008. Hete aquí, sin embargo, que el striptease contable se ha reducido a los ejercicios inmediatamente posteriores. En lugar de disipar dudas sobre la pulcritud de los balances, lo que han conseguido los sabios de la comunicación gaviotil es triplicar los motivos para la suspicacia. El destape parcial huele a confesión de parte que es un primor.

Por lo demás, los cuatro tristes folios mostrados —uno por año, qué ejemplo de concisión— y a pesar de la tonelada de maquillaje que llevan, tampoco mejoran mucho la imagen del partido genovés. ¿Partido? Más que de una formación política, se diría que los números son los de una sociedad mercantil. Una muy boyante, por cierto, capaz de bandearse en la crisis más brutal que se recuerda en decenios como quien navega con una agradable brisa en el costado. Casi treinta millones de euros de beneficio y un aumento en sueldos del 25 por ciento. No está mal para un negocio que tiene como actividad principal recortar los derechos y las condiciones de vida de los demás.

Y de propina, al presidente del emporio PP S.L. le sale a devolver un pastón en la declaración de la renta de 2010.