Antes de marchar a hacer las Américas, el inminente tiburón financiero Antonio Basagoiti cumple con un precepto muy clásico de su bandería doctrinal: hay que dejar las cosas atadas y bien atadas. Tiene su gracia que lo haga mejorando la ortodoxia marxista-leninista y, en especial, uno de sus engendros teóricos más abracadabrantes, el centralismo democrático, que como todo el mundo sabe, era lo primero pero jamás llegó a ser lo segundo. La cosa consiste (pongo el verbo en presente porque el método es el que aún impera en prácticamente todos los partidos de nuestro entorno) en señalar a la dócil e ignorante militancia el pastor que más les conviene, de modo que su trabajo intelectual se reduce a un balido prolongado de confirmación. Un congreso preparado al milímetro por los duchos fontaneros asegura la mayoría a la búlgara pertinente para que la macedonia tenga el aspecto de una piña.
La aportación innovadora de Basagoiti —o de Rajoy, si vamos al origen— ha sido saltarse el último paso. Por un lado, y aunque suene cínico, se agradece que se evite el paripé y, sobre todo, que no se oculte a la masa, votante o no del PP, que donde manda el dedazo del patrón no pintan nada las cartulinas que puedan levantar los marineros. Por otro, queda claro y cristalino que en realidad se ha hecho de la necesidad virtud. Nadie garantizaba que los espectros del pasado recientísimo no salieran en tropel del búnker a cobrarse la vendetta que rumian en las tertulias de la tedeté donde van a hacer sus terapias de grupo.
Por lo demás, la elección sucesoria no podía ser más salomónica a la par que, según opino a mil millas ideológicas, acertada. Arantza Quiroga es la menos pop de los pop y la menos dura de los duros. Salvo que a los egos heridos por ver sus aspiraciones aplazadas cuando ya se soñaban con mando en plaza les venza la tentación de la pelusilla, la Operación Q puede funcionar. Será cuestión de verlo.