Jo-der…

Lo mejor de los ególatras es que llevan la matrícula bien a la vista. Se gustan tanto, que en lugar de ocultar sus tropelías, las exhiben con orgullo y satisfacción. Suerte tienen algunos de estos narcisos XXL, eso también es verdad, de contar con legiones de borregos acríticos que al contemplar sus vilezas, aplauden con las orejas y prorrumpen en síbwanas o sísepuedes, que para el caso, pata. Es para no comprender nada —o quizá para exactamente lo contrario, para comprenderlo todo— que ante una de las mayores ruindades políticas que se recuerdan por estos pagos, y miren que está alto el listón, la respuesta fuera un ovación.

Hablo, cómo no, de la propuesta al modo corleonesco del macho alfa —lo de líder se le queda enano— de Podemos. O sea, de Pillemos, que es un nombre ya definitivamente más adecuado para una formación que empieza a negociar asignándose cargos. El gobierno de la gente, pero yo, vicepresidente. Y seis de los míos, ministros de, ojo al dato, Economía, Educación, Sanidad, Servicios Sociales, Defensa y Plurinacionalidad y otras hierbas. Le dejan al PSOE, aparte de una retahíla de insultos y la humillación oceánica de anunciarlo a sus espaldas, Parques y Jardines.

Joder con el que no iba entrar en un gobierno que no presidiera. Joder con el que tiene dicho mil veces que jamás pactaría con los “cómplices de los recortes”. Joder, en definitiva —y le robo el concepto a Niko Moreno—, con la ViceCasta. Pero joder también, y mucho, con los que después de ver que todo consiste en trincar cacho siguen tragando. Y joder con Sánchez, que en vez de ponerse como una hidra, sonríe con arrobo.

La humillación de Pedro

¿Cómo puede aspirar a ser presidente del gobierno un individuo al que en su partido se le discute públicamente su capacidad para ser secretario general? Triste sino, el de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, chuleado de la manera más ruin por los mismos que lo subieron al machito casi literalmente por su cara bonita. Cierto, y también porque sus hechos anteriores —dos trienios de culiparlante en el ayuntamiento de Madrí y otros tantos en el Congreso— lo convertían en la nulidad perfecta para mangonear desde la sombra.

Fausto de andar por casa, Sánchez alquiló su alma a la diablesa Díaz para ganar a Eduardo Madina en aquellas primarias que parecieron la hostia de democráticas y resultaron un remedo de las elecciones que ponían y quitaban a Cánovas o Sagasta. Y ahora está pagando a la cacique de la Bética y la Penibética el préstamo de apoyos a base de humillación sin fin y ninguneo inmisericorde.

Daba lástima verlo, con todo su buen porte de galán de serie B, sudando tinta china y trabucándose al leer un papel por el que en realidad hablaban sus señoritos del comité federal. Qué escasamente convincente, amén de ramplona y de pésima estofa, la utilización de ETA como comodín y excusa de mal pagador. Toda la puñetera campaña dando la brasa con las soluciones políticas a la cuestión catalana, y cuando Pablo Iglesias le pone una a huevo —un referéndum en el que probablemente ganaría el no a la independencia—, el líder nominal del PSOE se rila y demuestra que no pinta una higa. Claro que su culpa y su oprobio son también los de sus compañeros que callan y otorgan, entre otros sitios, desde Bilbao o Iruña.

Peste o cólera

La parte más diabólica de mi desea por lo bajini que se celebren nuevas elecciones. Si hace falta, unas cada domingo hasta que den los números para armar un gobierno español lo suficientemente estable. Luego me entra la razón y la responsabilidad, y me da por pensar que no se va a llegar a tanto. También es cierto que no se me ocurre cómo evitar, por lo menos, una repetición. Mirando y remirando la situación actual, parece imposible lograr una suma con las garantías mínimas para echar a andar.

Salvo que se me pase por alto alguna combinación, ahora mismo la disyuntiva es peste o cólera. O vuelta a las urnas o Gran Coalición. Ya escribí, y no tengo motivos para haber cambiado de idea, que esta vez el PSOE no va a pegarse ese tiro en la sien. También es verdad que me despistó que a la salida de su cita con Rajoy, Pedro Sánchez dijera que la reedición de los comicios era “la última opción”. Eso cabría interpretarse como que la penúltima podría ser la santa alianza con el PP por la que suspira—¡y presiona!— lo más granado y económicamente poderoso de la carcundia hispana. Como ejemplo, esa portada de ayer del diario Expansión donde Jaime Mayor Oreja, José Luis Corcuera, Carlos Solchaga y otra docena que tal baila clamaban por un “Pacto de Estado”. Insisto en que no veo a Ferraz inmolándose en esa pira.

¿Y un gobierno de progreso? Sonar, suena de cine. Otra cosa es que haya mimbres para trenzar tal cesto. Aun haciendo acopio de todo mi pragmatismo, me resulta muy difícil considerar progresista a un ejecutivo liderado por una formación política con la trayectoria reciente y menos reciente del PSOE.

¿Adiós al bipartidismo?

No dejo de escuchar un responso tras otro por el bipartidismo español. De donde menos me esperaba. Hasta los periódicos de orden lo dan por muerto y, según sus chillones titulares, enterrado. ¿Es eso lo que dicen los hechos? Bueno, recuerden esa frase cuyo autor citó mal Pablo Iglesias en el debate que bordó: todo es cuestión de torturar los números hasta que confiesen. Bien es cierto que en este caso, con 69 escaños para las cuatro marcas de Podemos y 40 para Ciudadanos, la bofetada para la dupla que se ha venido alternando en el machito ha sido de campeonato. No es ya que no recordemos algo parecido los más viejos del lugar, sino que la serie histórica desde junio de 1977 no guarda registro de nada igual. Jamás se había dado un vencedor con un resultado tan paupérrimo como el que cosechó Mariano Rajoy el domingo.

Pero cuidado, que por tristes que hayan sido los guarismos de PP y PSOE —récord negativo en ambos casos—, es la única combinación de dos que suma holgadamente la mayoría absoluta. Estaría por jurar que, incluso con su conocida tradición autolesiva, esta vez Ferraz no va a inmolarse en la dichosa Gran Coalición que tan cachondos pone a media docena de recalcitrantes. Sin embargo, el mero hecho de que exista la posibilidad aritmética debería movernos a una mayor cautela de la que se está exhibiendo. Eso que Iglesias llama con enorme precisión conceptual el sistema de turnos ha recibido una estocada descomunal. Está por ver, en todo caso, que sea definitiva. De lo que sí hay precedentes, y más de uno, es de formaciones que la petaron en unas elecciones y desaparecieron en las siguientes.

Sánchezzzzzzzz

Entre los enormes bostezos que me provoca esta anodina campaña, leo y oigo que Pedro Sánchez está al borde de la extremaunción política. No en un mentidero, ni en dos, ni en tres. Con la excepción de una importante cabecera que, con moral arrendada al Alcoyano, sostiene que su chico se está comiendo al resto de los candidatos con patatas, de babor a estribor del espectro mediático se entonan cantos fúnebres por el cabeza de cartel del PSOE. Noqueado, acabado, finiquitado, desahuciado, apuran cronistas y analistas el diccionario de sinónimos, apoyándose en la, según parece, mejorable actuación del susodicho en el debate de marras.

Como les contaba ayer, yo apenas me aticé medio minuto de la cosa en directo, amén de un liofilizado de momentos escogidos al azar en una de las mil grabaciones que contaminan internet. Si he de ser franco, el Sánchez que vi no estuvo particularmente desacertado. Quiero decir, en relación a las capacidades que ha venido demostrando desde su alumbramiento con fórceps como presunto líder. No nos engañemos: más allá de su indudable apostura —vale, también para gustos—, al hombre le da para lo que le da, que es bastante poco, tirando a absolutamente nada. Es abrir la boca y proclamar de un modo rayano lo ofensivo que no tiene ni pajolera idea de lo que habla.

¿Se dará el bofetón que le vaticinan casi todos? Solo puedo decirles que hace un par de semanas me comprometí en público a suscribirme seis meses a La Razón si, como apuntaban algunas encuestas, Ciudadanos relegaba al PSOE a la condición de tercera fuerza, y que empiezo a arrepentirme muy seriamente de mi ligereza.

Lozano, qué rostro

Qué caras y qué silencios tan elocuentes entre algunos militantes y simpatizantes del PSOE que aprecio sinceramente. No son nadie sus gerifaltes, y particularmente el elevado —cualquiera sabe aún por qué— a líder supremo, pegándose tiros en el pie. Ni el mismo (Felipe) Froilán (de Todos los Santos) superaría la autoagresión que supone el fichaje, procedente de la cuadra o quizá pocilga magenta, de esa enorme vividora del cuento que lleva por nombre Irene Lozano.

Anda que la doña, que iba de azote del bipartidismo cuando eso le rentaba, no las ha soltado gordas del partido fundado por el Pablo Iglesias auténtico. Y ahora que su chiringo —UPyD, cuatro siglas, cuatro trolas— está de liquidación por cese de negocio, cruza la acera a Ferraz para ir de número 4 en las listas por Madrí, Madrí, Madrí, pedazo de España en que nací. Sin devolver el acta de diputada ni el correspondiente estipendio. Y por lo que parece, en pack con la comandante Zaida, lo que acaba de demostrar que las desgracias y las injusticias, sin dejar de ser tales, pueden convertirse en momio.

Queda por discernir la vieja disyuntiva de mi profesor de latín: ¿Tiene más pecado el que peca por la paga o el que paga por pecar? Tanto da, supongo. Importa más, opino, lo que este episodio cutre salchichero nos cuenta sobre la política actual. La regeneración era eso, una mierda pinchada en un palo, o si quieren que se lo escriba en más fino, uno de esos trampantojos que tanto se llevan ahora. Bien es cierto que aquí sí tengo meridianamente claro que la culpa mayor no es de los burladores, sino de los que se dejan burlar sin mudar la color.

Dar y recibir

Tengo escrito aquí mismo que ignorancia y maldad no son carencias excluyentes. Al contrario, lo frecuente es que la una se apoye en la otra —y viceversa—, formando una sociedad de consecuencias letales para quien se ponga a tiro. Acabamos de ver una vez más el fenómeno en la chorripolémica respecto al Concierto y el Convenio que se han maravillado por centésima vez los tiñosos tocapelotas del centralismo cañí, incluyendo en semejante concepto a pajes periféricos como ese tal Miquel Iceta, cuya talla política es, y así lo muestra al mundo sin vergüenza, la del cuñado piripi que se viene arriba en una boda; algún día, alguien analizará que toda su aportación al debate catalán sea un bailoteo.

Con todo, el chistezuelo (también de cuñado, subsección más gracioso que la puñetera eme) que hizo el secretario general del PSC convirtiendo cupo en cuponazo no es la mayor de las desventuras que hemos oído desde que empezó la martingala de marras. Peor fue, entre otras cosas, por la reincidencia, el par de veces en que la nulidad sideral que atiende por Susana Díaz metió la pezuña en el charco y habló —insisto: dos veces— de modular el cupo. La muy zote piensa, y parece que ningún conmilitón se ha preocupado en sacarle del error, que la cosa funciona exactamente al revés. Es, literalmente, el ladrón creyendo a todos de su condición. Como la comunidad que gobierna sí recibe de la cacareada caja común un pastón que se va en corruptelas y/o en la compra desparpajuda de votos a través de ese escándalo intocable llamado PER, Díaz está segura de que el cupo consiste en recibir. Pues no, calamidad, es dar. Y mucho.