Ea, ea, ea, el Borbón mayor se cabrea. Con su hijo, concretamente, que lo excluyó del festejo oficial de los cuarenta años de las primeras elecciones tras la muerte del bajito de Ferrol, que fue, como nadie ha olvidado, quien lo designó literalmente “sucesor a título de rey”. Vaya por delante que al campechano le sobran razones para encabronarse por el feo. No se entiende que uno de los principales protagonistas del cambiazo se quede fuera de la casposa foto conmemorativa del birlibirloque. Pero ya debería saber que los de su regia estirpe son muy dados a las guarradas filiopaternales desde que el felón Fernando VII le afanó el trono de malos modos al incauto Carlos IV, a la sazón, presunto autor de sus días. Sin ir más lejos, él mismo le hizo la trece-catorce a su viejo al quitarle el puesto por todo el morrazo. El tal Don Juan se fue a la tumba sin perdonarle la sucia jugarreta.
Así que, ajo y agua, don abuelo de Froilán. Donde las dan las toman. Si le pega una pensada, concluirá que hasta debería henchirse de orgullo y satisfacción al ver cómo su vástago continúa con la tradición familiar de los Capetos de mearse en el ojo de la generación anterior. ¿Y lo preparado que le ha salido? A sus 49 tacos, el niño ya balbucea la palabra dictadura, y sabe relacionarla con lo que pasó entre 1936 y 1975, para pasmo de propios y extraños, que corrieron cortesanamente a repicar la buena nueva, como si el chaval hubiera descubierto la pólvora. No se aflija, pues, gran vaciador de vasos y copas. Aguante vivo y coleando hasta el próximo aniversario, la Constitución del 78, que ya verá como a ese sí lo invitan.