Acabaremos haciéndolo bien del todo cuando no haya nadie mirando. Ahora estamos en casi nadie. Que levante la mano el común de los mortales que prestó más de veinte segundos de atención a los actos de solidaridad con las víctimas del terrorismo que se desarrollaron el viernes en Gasteiz e Iruña. Quizá el de la capital navarra, justamente por la división y las sonoras ausencias, mereciera un enarcamiento de ceja más prolongado. Y ni eso, que coincidir con un terremoto tampoco favoreció su relieve. Algo nos llegó de los enésimos desmarques de UPN y PP acompañados de las letanías sobre la equiparación. Oportunidad perdida, pero no hay que desesperar. También es verdad que en la comunidad foral existe menos costumbre de estos homenajes con vocación de pluralidad.
En el caso de la demarcación autonómica, llevamos tiempo intentándolo. Otro asunto es que solo nos acordemos los muy cafeteros. Acordarnos a medias, porque he tenido que mirar en Google para cerciorarme de que el primer gran acto que buscaba la unidad fue el que organizó el lehendakari Juan José Ibarretxe hace casi un decenio, en abril de 2007. “El circo de Ibarretxe”, lo descalificaban los mismos que hoy se han convertido en sus tardíos admiradores. Desde el otro flanco, el de las asociaciones oficialistas, el boicot fue feroz. Aun así, hubo un puñado de gentes de buena voluntad que dieron el paso de estar. A fuerza de pruebas y errores en los años sucesivos, llegamos a la inspiradora estampa del viernes pasado en la plaza de la Virgen Blanca. Ahí sí estaban prácticamente todos, aunque no fuera la gran noticia que habría sido en otra época.