No hay proyecto político completo sin su disidencia convenientemente oficializada. Es importante esto último, porque en tanto las corrientes y banderías internas se muevan fuera de foco, en el terreno de la especulación, su peligro resultará mayor. Una vez medidas, tasadas y retratadas, lo normal es que se pierda casi toda la emoción y en el mismo viaje, la atención.
Es lo que preveo que ocurrirá en poco tiempo con el grupúsculo recientemente desgajado de la izquierda abertzale convencional, si es que existe tal concepto. Mientras actuaba en la penumbra, como rumor no pocas veces interesado, dio lugar a un ramillete de interpretaciones que iban desde la simple curiosidad al miedo cierto a una vuelta a las andadas violentas. Una vez vista la fotografía del pasado sábado en la explanada del Arriaga y escuchadas las presuntas bases programáticas de los escindidos, la impresión es que no hay gran cosa que ver en lo sucesivo.
Si no fuera porque todavía tenemos demasiado cercana la herida, el conjunto movería más a la conmiseración y hasta a la sonrisa contenida que a la preocupación. Ahí había un puñado de recalcitrantes con el calendario parado y una lista de agravios sobre el movimiento del que habían decidido separarse. Como resumen y corolario de todas las quejas, la acusación de que la nave nodriza se había desviado del camino correcto y la proclamación de ser ellos, los desmembrados, los guardianes de las esencias fundacionales. Mil de cada mil cismas son así. Pura ley de vida de las entidades políticas. Y en el caso que nos ocupa, nada que parezca que vaya a modificar los caminos emprendidos.