Albert y Pablo, desconcierto

Qué enternecedor a la par que revelador: en esa papillita televisiva hecha al gusto de la retroprogresía hispana pero que arrasa en Euskadi más que en ningún otro sitio salen Zipi Rivera y Zape Iglesias echando la tradicional meadita sobre el Concierto vasco. Me imagino que, de rebote, también sobre el Convenio navarro, pero como no se menciona específicamente —así me dicen mis informantes; yo ni jarto me trago esa pelea amañada y edulcorada con sorbitol—, cabe pensar que la pareja yeyé y el que preguntaba no tienen ni pajolera idea de la existencia de tal cosa. En consonancia, tampoco nos asombremos, de los conocimientos que manifiestan sobre lo otro. Se ve en los entrecomillados que ambos tocan partituras ajenas.

El figurín de moda, al que hay que reconocerle que la esencia de su chiringuito siempre ha sido el centralismo cañí, ejecuta la que le hayan soplado alguno de los economistas de cabecera del Ibex 35. A programa pasado, dijo el lunes que hay que subir el cupo un 25 o 30 por ciento. Y por qué uno doscientos, no te jode. Por su parte, el intelectual (cada vez más) orgánico, fiel a su estilo, se apuntó a la tesis más en boga, esa de aluvión que sostiene, sin saber de qué narices se está hablando, que “hay que revisarlo”.

Pues, ¿saben lo que les digo? Que me alegro. Porque así quedan las cosas más claras si cabe, pero también porque esto nos da esperanzas para salir de la modorra plácida en la que nos movemos de un tiempo acá. Les daré pelos y señales en otra columna, pero les avanzo que nada nos haría mayor favor que vinieran en serio a por el Concierto y el Convenio. Ya me entienden.

Podemos es no

Entre los mil y un momentos de pasmo provocados por esa cópula incompleta que (personalmente me) resultó el 27-S, destaca la celebración en las tertulias cavernarias de los resultados de la sopa de siglas —Monedero dixit— en la que se presentó Podemos. Si bien el motivo subsidiario de la felicidad ultramontana era la bofetada electoral de quien andaba galleando que iba a apalear, el principal residía en que, hostiándose y todo, los 366.000 votos de la cosa llamada Catalunya Sí Que Es Pot desequilibraban la balanza en favor del No a la independencia. De miccionar y no echar gota, que Inda, Marhuenda, Tertsch y demás artilleros diestros jaleasen a su bestia negra, pero vuelvo a anotar, como ayer, su divisa, que no es ninguna coña: antes roja que rota.

Concedo que hay que tener un rostro de alabastro para arrogarse los votos que en campaña arrumbaban de secesionistas sin remisión. Sin embargo, tampoco parece muy de recibo que los que desde la acera de enfrente situaban en el unionismo desorejado a CSQEP vengan ahora a vender la moto de que esos sufragios son canjeables por síes en el global de la eliminatoria.

En el mejor de los casos, serían ni síes ni noes, postura tradicional y muy respetable de Iniciativa Per Catalunya, el otro gran socio de la alianza electoral dizque de izquierdas. Ocurrió, no obstante, que durante la campaña ICV fue fagocitada vilmente y sin amago de protesta por Podemos, cuyos líderes no dudaron en echar mano de un discurso esencialista español y hasta etnicista que convertía en tibias las soflamas de Albiol o Arrimadas. Quienes echaron esa papeleta sabían lo que hacían.

Desprecio a la izquierda

Qué barullo, oigan, allá al fondo a la izquierda. O quizá solo al fondo, que últimamente la otra palabra empieza a repeler a los doctores en Ciencias Políticas con calculadora porque han echado cuentas, y la conclusión ha sido, por lo visto, que ya no vende una escoba. “No es la izquierda la que va a traer el cambio; va a ser la gente”, pontificó el otro día el cátedro y caudillo de masas Iglesias Turrión en frase que bien podía haber firmado el remilgado Rivera. Respondía, después de acusarles de chantajistas, a las miles de personas que proponen concurrir a las elecciones generales en una sola lista, siguiendo la estela indiscutiblemente triunfal de las candidaturas plurales que ya gobiernan, por ejemplo, en Madrid y Barcelona. “La izquierda, quedáosla”, remató, a la diestra (ejem) de Dios Padre, el apóstol Iñigo Errejón, como si él mismo y su señorito no tuvieran acreditadas centenares de soflamillas de la más pura ortodoxia dizque zurda. Incluyendo, oh sí, medio loas al padrecito Stalin, que mató lo suyo, pero trajo —palabras de Pablo que, como casi todas las que ha pronunciado, están grabadas— el estado de bienestar.

Daría un rublo por saber qué opinan sobre estos gargajos despectivos de sus líderes los muchísimos fundadores de Podemos que siempre llevaron a gala ser de izquierda. Y no digamos ya los que exhibían el vocablo junto a un apellido aun más contundente: anticapitalista. Desde —lo reconozco— mi cómoda posición de escéptico resabiado al que le va poco en la vaina, aguardo el desenlace del enésimo encontronazo entre el fulanismo y los principios. Sospecho, eso sí, quién ganará.

Cada vez más Pablemos

Y luego hay quien se enfada cuando le llaman a la cosa Pablemos. Pero ahí está, es el chiste del gato, que como es suyo, el gurú de Vallecas se lo beneficia cuando y como quiere. El doctor Iglesias Turrión es el camino, la verdad y la vida, y tan asumido lo tiene, que ni pierde el tiempo ciscándose en los críticos, arrumbándoles de michelines o recordándoles, a lo Guerra, que el que se mueve no sale en la foto. Al contrario, cuando le vienen setecientos cargos (¿ya hay todos esos?) y 5.000 militantes arrugando el morro porque se ha maravillado unas primarias —qué risa, tía Felisa— para que las ganen sus sí-buanas, el gachó se eleva tres palmos sobre el suelo, se pone condescendiente y declara con suficiencia que qué alegría da tener un partido en el que se puede discrepar de la dirección. Entonces, los protestantes, o por lo menos, la mayoría, sacan cuentas de lo que pueden perder si persisten en su actitud, sonríen al pajarito, bajan la cerviz y se resignan a su papel entre la cuota, el adorno o la mascota del patrón.

La nueva política, por lo visto, es eso. Y también ponerse en plan Santiago Bernabéu a fichar —es decir, a reclutar— mercenarios para que la tan cacareada unidad popular sea a su imagen y semejanza. El primer fichaje, qué sorpresa, Tania Sánchez, que obviando el comentario sentimental, es aquella que al abandonar IU dijo “No, punto, no vamos a entrar en Podemos. No sé de cuántas formas más decirlo”. Junto a ella y otras destacadas lumbreras de ámbitos progresís diversos, se incorpora al proyecto el baranda de la Asociación Unificada de la Guardia Civil. Saquen sus conclusiones.

Política de reservados

No hace ni un año, el entonces sputnik recién lanzado Pablo Iglesias Turrión proclamó en dos entrevistas diferentes que había que terminar con las reuniones políticas en los reservados de los restaurantes. En una (nueva) muestra de su fidelidad grouchomarxiana a los principios aventados, el miércoles pasado, el líder de Podemos se reunió con el secretario general del PSOE y miembro de la casta en proceso de revisión, Pedro Sánchez, en el reservado del restaurante de un hotel madrileño. Como buen ególatra reivindicador, la mañana siguiente lo largo él mismo en el programa de Ana Rosa con palabras que recordaban a cancioneta etílica de Ortega Cano: “Era un reservado, muy a gusto, un sitio en el que podíamos estar cómodos”.

La cosa es que salvo la contradicción —o la incoherencia— de talla XXL entre lo pontificado y lo practicado, no hay mucho más que reprocharle a Iglesias. Los encuentros discretos, e incluso los secretos, qué caray, son, además de muy frecuentes, absolutamente necesarios en la práctica política. Igual para menudencias de rutina que para desatascar cuestiones cruciales, los contactos lejos de la luz y los taquígrafos resultan de enorme utilidad.

Ocurre, me temo, que en el vaciado ritual de los conceptos, lo que se estila ahora es apelar a una transparencia de pitiminí, de esa que llena mucho en la boca pero no cunde nada en el plato. Y como ejemplo rayano en lo ridículo, las delegaciones extremeñas y zaragozanas del PSOE y Podemos, por mandato de los morados, transmitiendo en vivo sus negociaciones a través de internet. Como ejercicio de exhibicionismo light, pase, pero no más.

Plácida Borbonidad

Francamente, no sé si decirles que parece que fue ayer o hace un par de glaciaciones cuando vimos la imagen que nos van a atizar tres o cuatro millones de veces a lo largo de esta jornada. Un año redondo de la tocata y fuga del Borbón mayor a sus borbonadas crepusculares y de su inmediata sustitución por el joven pero sobradamente preparado. ¿Recuerdan a los que, igual con un canguelo notable que reventando de felicidad, vaticinaban el desparrame para siempre jamás de la monarquía? Pues ya ven qué tino en el pronóstico. Aunque al vástago de Juan Carlos le pitan lo reglamentario en las finales futboleras que ahora le cumple presidir, si hacen números en serio, comprobarán que su reinado marcha con una enorme placidez.

Reconozcámoslo: la operación Borbón y cuenta nueva ha sido un éxito. No diré que sin precedentes, pues gracias a mi provecta edad, tengo muy presente que estamos ante una repetición. Este cambiazo de trileros del Retiro nos lo dieron prácticamente idéntico con su viejo, al que los optimistas llamaron El breve para asistir después a su eternización. Bastaron entonces dos pases de magia mediático-cortesana y, sobre todo, unas manos de barniz legitimador a cargo de presuntos republicanos de tronío —mayormente, Carrillo, Felipe y (me parto) Tierno Galván— para consumar el birlibirloque.
¿Y quiénes están jugando hoy el papel(ón) de palafreneros? Ahí tienen a Ken Sánchez, corriendo al teléfono para expresarle al marido de Letizia Ortiz su solidaridad tras el trago del Camp Nou. O a la vanguardia de Podemos proclamando a lo Pujol que el debate Monarquía-República no toca hasta nuevo aviso.

Cantada de Podemos en Bilbao

La sucursal bilbaína de Podemos ha hecho un pan con unas hostias. Las dos concejalas electas de la lista que apoyó tarde y mal —Udalberri— pertenecen, respectivamente, a Equo y Ezker Anitza. Consecuencias, supongo, de ir a unas primarias con unas formaciones que les llevan unas cuantas traineras en organización y que se toman muy en serio concurrir a las urnas. Y si todo se hubiera quedado ahí, ni tan mal. Lo definitiva y pasmosamente patético ha sido que dos militantes  del partido morado —¡y miembros de su parafernalia orgánica!— sí han conseguido entrar en el ayuntamiento gracias a una candidatura fulera que jugaba no ya al despiste sino al engaño puro y duro bajo la denominación de Ganemos-Sí se puede. Abran paréntesis para reflexionar medio rato sobre el voto informado y consecuente del personal, que regaló más de 10.000 sufragios a una manga de rufianes, de los que un par se han hecho con un curro guapo para cuatro años. Como el fútbol, la democracia es así.

Consumado el trile, a los chuleados les ha quedado el recurso al pataleo. El secretario general de la cosa, que es un zagal que ayer andaba por Twitter acusando al lehendakari de robar, anunció la expulsión de la pareja de granujas, como si les fuera a importar algo después de haber pillado dos concejalías en bruto. Para dotar de más patetismo al episodio, se nombra como autor intelectual del desfalco a un tal Madrazo, que de algo quiere sonarme. Y la cuestión de fondo es que las opciones de haber sido de largo la segunda fuerza en el consistorio de la capital vizcaína —números cantan— se han rebajado a una honrosa representación.