Landaburu, la cara visible del nacionalismo vasco en Europa

Se cumple medio siglo de la muerte de quien fuera representante del Gobierno de Aguirre en los foros internacionales e impulsor de la democracia cristiana

Recepción con motivo de la conmemoración del Aberri Eguna de 1945 en París. De izquierda a derecha, José Antonio Durañona, Francisco Javier Landaburu, el lehendakari José Antonio Aguirre, Agustín Alberro y Jesús María de Leizaola. Otras personas que aparecen son Antolín Alberdi, Albert Prieur, que fue director de ‘Euzko Deya’; Gregorio Errazti, Izurieta, Jauregi y Legaza. (Sabino Arana Fundazioa)

Leyre Arrieta Alberdi

Mutriku

Francisco Javier Landaburu Fernández de Betoño (Vitoria-Gasteiz, 5-V-1907; París, 6-V-1963) fue -y sigue siendo- uno de los políticos más importantes de la historia del nacionalismo vasco. Junto a José Antonio Aguirre, Manuel Irujo, Jesús María Leizaola y José María Lasarte, conformó una nueva generación de líderes que, a partir de la década de 1930, dotó al PNV de un tono más moderno que encaminó a este partido hacia la senda de la democracia cristiana. Esta nueva hornada de políticos de tinte pragmático y posibilista sustentó el Gobierno vasco en el exilio. Dos rasgos caracterizaban a todos ellos: una fuerte apuesta por Europa y la defensa del federalismo. Landaburu es el exponente más claro de esa apuesta y de la política seguida por el ejecutivo vasco desde París.

Europeísta

El joven Landaburu estudió en el colegio de los Marianistas de Vitoria-Gasteiz y se licenció en Derecho en la Universidad de Valladolid. Desde bien pronto, compatibilizó sus estudios con su afición al periodismo. Publicó artículos y colaboraciones literarias en periódicos locales como El Heraldo Alavés. Sus trabajos versaban principalmente sobre su ciudad y las costumbres culturales de su tierra. Más tarde, dirigió el diario donostiarra El Día. Participó también en agrupaciones impulsoras del euskera y organizaciones procultura vasca como Eusko Ikaskuntza. En su faceta de abogado, fue letrado asesor de la Cámara de Comercio e Industria de Álava.

Delegación del PNV en el Vaticano en 1936. De izquierda a derecha, de pie: José Antonio Aguirre, Robles Aranguiz, Basterretxea, Doroteo Ziaurritz, Heliodoro de la Torre, EizAguirre y Careaga. Sentados: Manuel de Irujo, Eguibar, Etxebarrieta y Xabier de Landaburu.

Para comienzos de la década de los treinta militaba ya en el PNV. En 1931 entró en representación de este partido en la Comisión Gestora de la Diputación de Álava que debatió diversos proyectos de autonomía y, entre 1931 y 1932, fue miembro del Euzkadi Buru Batzar (EBB). En 1933 fue elegido diputado a Cortes por Álava, cargo que ostentó hasta enero de 1936. Iniciada la guerra civil, fue detenido en dos ocasiones. Después de permanecer oculto prácticamente un año, logró escapar y cruzó la frontera con el apoyo de la denominada Red Álava. Se instaló en Donibane-Lohizune pero pronto fue requerido por el lehendakari Aguirre para representar al Gobierno vasco en foros internacionales, sobre todo europeos. Desde ese momento se convirtió en la mano derecha del lehendakari. En diciembre de 1938 participó activamente en la constitución de la Liga Internacional de Amigos de los Vascos (LIAV). Paulatinamente, el sentimiento proeuropeo fue creciendo en el alavés. Durante esos años finales de la década de los treinta escribió el texto titulado Euzkadi ante la nueva Europa.

En junio de 1940, ante el avance alemán y la ocupación de París, siguiendo instrucciones del PNV, él y su familia se marcharon a La Rochelle. Allí participó en la Resistencia Vasca. Tras la liberación de la capital francesa en 1944, el Gobierno vasco volvió a instalarse en el número 11 de la Avenue Marceau, donde había estado situada su sede durante los primeros meses de 1940. Landaburu redactó entonces, basándose en el texto antes citado, el borrador de un libro no publicado, titulado Un pueblo viejo en la Europa nueva.

 

El PNV y el gobierno ya habían empezado a valorar lo que Europa podía ofrecer. El triunfo de los aliados en la II Guerra Mundial y el surgimiento de propuestas de construcción de una nueva Europa sustentada no sobre Estados sino sobre naciones, alimentó aún más sus esperanzas. De hecho, durante ese primer quinquenio tras la contienda, el PNV se constituyó en la fuerza antifranquista peninsular con mayor presencia en el continente, siendo la única representante estatal en organizaciones europeas. Por eso defendía Landaburu en febrero de 1949 que «si siempre hemos rebatido la calumnia que hacía ver de nosotros una especie de albañiles dedicados a construir una muralla que nos aislase del mundo por todas nuestras fronteras terrestres, hoy podemos probar que somos la fuerza política peninsular más avanzada en el progreso de lo internacional. Y en ese itinerario seguiremos siendo lo que éramos».

Esa postura proeuropea se tradujo en la participación en varios organismos democristianos y federalistas. Fue entonces cuando Landaburu se convirtió definitivamente en la cara visible de los nacionalistas vascos. Lo hizo, por un lado, intensificando sus relaciones con líderes europeos de ambas tendencias y entrando en contacto con diversos organismos. Y, por otro, escribiendo numerosos artículos sobre Europa, democracia cristiana y federalismo en la prensa vasca. También enviaba semanalmente a la clandestina Radio Euzkadi crónicas internacionales que firmaba con el pseudónimo Francisco de Armentia. A partir de 1951 se encargó de la sección Ecos de Europa de la emisora.

Democristiano y federalista

Las relaciones con personalidades y asociaciones de la democracia cristiana y el interés por esta corriente fueron consecuencia natural de la propia evolución del PNV y de los contactos que, durante los años treinta, Aguirre, Landaburu y Alberto Onaindia principalmente, habían establecido con líderes de esta tendencia como Luigi Sturzo. Tras la guerra, Landaburu fue el principal representante del PNV y del Gobierno vasco en los foros democristianos. El triunfo electoral de partidos de esta tendencia en Europa, favoreció la publicación en prensa nacionalista de artículos referentes a esta doctrina. Muchos de ellos fueron escritos por nuestro protagonista, quien definía la democracia cristiana como un movimiento político y social que intentaba organizar la vida nacional e internacional de cada pueblo según los principios derivados del cristianismo.

En 1947 el PNV participó en la fundación de los NEI (Nouvelles Equipes Internationales), el organismo democristiano más importante en Europa. En su primer congreso a Landaburu se le atribuyó un puesto en el comité directivo en representación de Euskadi. En octubre de 1948 se constituyó el Equipo Nacional Vasco de los NEI, que estuvo dirigido, lógicamente, por el alavés.

Además de democristiano, Landaburu se autodefinía federalista. De hecho, fue uno de los más fervientes defensores de esta doctrina en el seno del PNV. Ésta es su definición de federalismo: «El federalismo es la proyección democrática de la nación en el Mundo y es de tesis federalistas que el federalismo es integral, que no hay uno para afuera y otro para adentro, como practican muchos Estados actuales, no hay un federalismo interno y otros externo, sino un solo federalismo». Consideraba que el federalismo era una doctrina que parecía «haber sido creada y practicada por los vascos y para los vascos inicialmente». «Somos federalistas sin darnos cuenta, que es la mejor manera de serlo».

En 1946, en el Congreso Mundial de Federalistas celebrado en Luxemburgo, se convirtió, junto con Juan Carlos Basterra (de Acción Nacionalista Vasca, ANV) en el fundador del MFV (Movimiento Federalista Vasco). Manuel Irujo fue el presidente de este organismo; Landaburu ejerció labores de secretario y fue su principal representante en las reuniones y congresos federalistas europeos. En 1949 participó activamente en la creación del Consejo Federal Español del Movimiento Europeo (CFEME) y en 1951 en la constitución de Consejo Vasco del Movimiento Europeo (CVME, actual Eurobask). También fue miembro del Congreso de Comunidades y Regiones. Hito importantísimo en la trayectoria del político alavés fue su presencia -junto con Aguirre y Basterra- en la famosa Conferencia del Movimiento Europeo celebrado en La Haya en mayo de 1948, considerada punto de arranque del proceso de construcción europea.

La efervescencia europeísta de ese segundo lustro de los cuarenta disminuyó sensiblemente en la década siguiente. El PNV se vio inmerso en una crisis interna, a la que se vino a sumar, a raíz del nacimiento de la Guerra Fría, el desencanto que provocó la política de sonrisas que EE.UU. estaba mostrando para con el régimen de Franco. Consecuentemente, también los países de la Europa Occidental bascularon hacia posiciones más conservadores. Pero aun así, Landaburu y su equipo siguieron apostando por la vía europea. No obstante, esta apuesta no resultó sencilla porque a las dificultades propias de la coyuntura, se añadieron los debates y enfrentamientos en el seno del propio partido. Las actividades del grupo de París fueron duramente criticadas por aquéllos que temían que el mensaje nacionalista quedara difuminado en la maraña de representaciones españolas. El punto álgido de estas divergencias tuvo lugar a finales de 1957 y principios de 1958. Las discusiones internas mermaron muchísimo el innato optimismo del alavés, cuyas cartas de finales de la década reflejan una tristeza hasta entonces inusual en él: «Si en un momento dado dejásemos de existir como colectivo, nadie se daría cuenta. Estamos perdidos en el espacio como un robot americano. Se me están derrumbando todas las ilusiones mantenidas durante años y en tiempos que parecían más catastróficos».

Si los años cincuenta culminaron con un Landaburu triste, los años sesenta no podía comenzar peor. En marzo moría el lehendakari, su gran amigo. El alavés confesó sentirse huérfano: «Me ha costado mucho superar sentimental y hasta físicamente la emoción que nos causó la muerte brutal de José Antonio. A mí, que estaba tan cerca de él, esa tragedia me dio la impresión de quedarme huérfano, completamente desamparado y sin guía». Son palabras escritas en agosto de ese año, cuando llevaba ya dos meses ejerciendo su cargo de consejero y vicepresidente del Gobierno vasco.

Hasta su fallecimiento, Landaburu continuó siendo la cara visible del nacionalismo vasco en Europa. Fue el representante del PNV en la Unión Federalistas de Comunidades Étnicas y una de las personalidades vascas que estuvo presente en 1962 en el Congreso de Munich (el famoso contubernio) que reunió a personalidades de la oposición al franquismo tanto del interior como del exilio.

El legado de Landaburu

En 1957 veía la luz la principal obra del alavés, La causa del pueblo vasco. Este libro recoge sus reflexiones en torno al presente y al futuro del pensamiento nacionalista y compendia perfectamente los planteamientos del PNV durante el franquismo. En él, Landaburu critica el sistema y la moral internacional que habían permitido la rehabilitación del régimen franquista y, tras bucear en la historia del pueblo vasco, se detiene en el problema de las nacionalidades. Insiste en la crisis del Estado-nación y, partiendo de la convicción de la existencia de unas características nacionales de Euskadi, cree firmemente que los vascos deben trabajar en pro de la consecución de una nación vasca, que pueda ejercer el derecho de autodeterminación y decidir su articulación en el Estado español, que debería ser democrático, confederal e internacionalista. En la disyuntiva entre un régimen monárquico o uno republicano, se inclina decididamente hacia éste último. Lógicamente, también aboga, cómo no, por una Europa federal salvaguarda de las naciones sin Estado. Su alegato europeísta finaliza con un mensaje plenamente optimista, la esperanza en una Europa de los Pueblos. Este libro lo escribió Landaburu especialmente para la juventud vasca de aquella época. Pero hoy, cuando se cumplen cincuenta años de su fallecimiento, sus ideas son de plena actualidad, lo cual evidencia hasta qué punto fue trascendental la aportación del vitoriano europeísta al discurso del PNV y del nacionalismo vasco en general.

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