El capitán de miñones que no comulgaba con las dictaduras

Tras sufrir a Primo de Rivera y conocer a Franco y Sanjurjo, el militar Casiano Guerrica-Echevarria se alineó junto al lehendakari Aguirre, que le quiso a su lado

Un reportaje de Iban Gorriti

Tenía 32 apellidos vascos. Nació en Cáceres, de familia bilbaina. De capitán de Miñones de Bizkaia llegaría a ser jefe de artillería del cuerpo del Ejército de Euzkadi. Dos de las personas que han estudiado su curiosa figura a rescatar del olvido son el abogado José Luis Aguinaga y el profesor de la UPV/EHU Aritz Ipiña. 

Una reflexión de este último es muy aclaratoria: “Casiano Guerrica-Echevarria, a pesar de no ser un militar izquierdista ni nacionalista vasco, pagó su participación en la defensa de la legalidad republicana como militar al servicio del Estado que era, con nueve años de exilio en Francia y la expulsión del Ejército”.

A juicio de este historiador, transcurridos 83 años del golpe de Estado franquista, “es necesario desechar la idea que aún perdura en parte de la sociedad de que únicamente fueron los militares los que se sublevaron contra la República, ya que muchos de ellos pagaron con su vida, con la cárcel o el exilio el permanecer al lado de las fuerzas gubernamentales”.

El propio Casiano confirmaba estas impresiones. “No he sido nunca político. Como militar no tenía por qué estar en ninguna tendencia, ni leíamos prácticamente los periódicos políticos. Personalmente me podía encontrar, y me encuentro, como social-cristiano”, daba testimonio a Aguinaga.

En sus tiempos mozos, el extremeño conoció a quien a la postre fue lehendakari porque militaba con 16 años en el Athletic. Además, como en la actualidad el exrojiblanco Koikili Lertxundi, practicaba lucha grecorromana en el Deportivo. “En esas fechas conocí a José Antonio Aguirre, un hombre que no solo hablaba, sino que predicaba con el ejemplo”, valorizaba Casiano. Iba más allá al evocar que cuando le nombraron presidente, él estaba con gripe. “No pude asistir a la sesión de investidura. Aguirre preguntó por mí y cuando le dijeron que estaba enfermo me mandó una carta que me llegó por la noche, diciéndome que me recuperara pronto, ya que me quería a su lado, y encargándome de todos los servicios de municionamiento y armamento. Es más, me dijeron para ser general de División, pero yo solo quería ser miñón”.

Guerrica-Echevarria nació en el 13 de agosto de 1897. Quiso estudiar ingeniero, sin embargo se presentó a la Academia de Artillería de Segovia. Según su versión, se presentaron 1.800 para 40 plazas e ingresó como el número cinco en 1915. Fue destinado a Iruñea y Donostia.

En 1921 fue trasladado a África. Conoció a los militares Sanjurjo y Franco 15 años antes del golpe de Estado de julio de 1936. Le mandaron forzoso como profesor de la Academia de Artillería. El totalitarista Primo de Rivera le echó del cuerpo “sin ninguna explicación, y es que a mí las dictaduras no me han salido bien”, detallaba.

En 1930 fue admitido de nuevo y destinado a Catalunya y de nuevo a Donostia. Durante la República, Ramón Madariaga, diputado, le propuso ir a Miñones y así lo hizo. En 1932, aquel cuerpo estaba dividido en tres secciones: “Encartaciones, que es la zona que mandaba yo, Duranguesado y Gernika”.

Al estallar la guerra, fue integrado en la Comisión de Movilización e Industria, es decir, la reorganización de las industrias para convertirlas en fábricas de armamento. El Gobernador le nombró Jefe de Industria y Servicios de la Artillería, y aceptó con la condición de no separarse de los miñones. Sin embargo, el 13 de junio de 1937 se vio en la tesitura de huir en barco desde Santurtzi a Francia en un barco destinado a mujeres y niños, junto con el jefe de Sanidad Militar, Fernando Unceta, entre otros militares. “Vio la guerra perdida, su vida en peligro y huyó”, apostilla Ipiña.

“Conocí a Casiano -aporta el exsenador Iñaki Anasagasti- y me dijo en su día que él hubiera hecho la ofensiva de Villarreal de otra forma. Y yo estimo que con más posibilidades de actuación hubiera sido así. Le recuerdo en una foto con Aguirre y el consejero Santiago Aznar allí. Fue un fracaso porque Ciutat, enviado comunista, no estuvo a la altura”.

Cuando acabó la guerra, Casiano cruzó la muga a Francia, a Cambó-Le Bains, donde colaboró con la Resistencia. “Antes de eso hubo un hecho que levantó polémica: recibí la orden de destruir la industria, pero lo que hice fue desorganizar los servicios. Lo hice por una razón clara. Hay un dicho: si quieres herir de muerte a una nación, destrúyele las fábricas, y yo no quería eso para mi pueblo”, explicaba.

Consejo de guerra Durante la II Guerra Mundial, Guerrica-Echevarria trabajó, dados sus conocimientos, como ingeniero en el arsenal de Tarbes. Al terminar la guerra, y como la División Azul había sido beligerante, Franco, como diría Casiano, promulgó una amnistía en la que se conmutaba la pena principal, pero no las accesorias. “Después de pensarlo y de establecer algunos contactos, me acogí a esta amnistía, en la que pasábamos a ser paisanos. Pero antes me hicieron consejo de guerra en Burgos, y el general Martínez Campos firmó una declaración de oficio en la que destacaba mi honorabilidad y dignidad en el campo contrario, sirviendo al juramento que yo había hecho a la República. Y que a pesar del daño que les había hecho en batallas donde la Artillería tenía algo que ver como Villarreal, tenía una historia muy limpia como persona”. Posteriormente trabajó en Luzuriaga, en la Comisión de Productividad.

El miliciano decano del lehendakari Aguirre

Eduardo Larrouy López, bilbaino que mañana cumple 107 años, sobrevivió a dos tiroteos durante la guerra Civil

Un reportaje de Iban Gorriti

Fue herido de bala en dos ocasiones siendo miliciano, enlace del batallón número 24 del Euzkadiko Gudarostea UGT2 Indalecio Prieto. Hoy es el combatiente decano del Ejército vasco del lehendakari Aguirre, a quien conoció y estimaba desde su prisma socialista. Mañana, este esperantista cumplirá utópicos 107 años.

Descendiente por vía paterna de familia francesa, Larrouy tenía madre española, López. Eduardo José, por su parte, nació en Haro (La Rioja) en 1913, un año antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su mente prodigiosa aporta que “era el alumno perfecto”. Al llegar a Bilbao, trabajó en una tienda de calzado. Acabada la Guerra Civil, fue comercial de muñecas y de caballos de cartón hasta que acabó de presidente de la Asociación de propietarios de gasolineras de Bizkaia. No en vano, tenía a su cargo cinco gasolineras: dos en Extremadura, una en Madrid, otra en Irun y dos en Bilbao, en Mazarredo y Olabeaga.

A día de hoy es incombustible. Quizás el haber hecho frente a tantas dificultades con mente de superación le ha llevado al siglo con tanta agilidad. Él, que una vez apresado por caer tiroteado en Santander y llevado a Valdecilla, se escapó de los franquistas, se fugó del internamiento en el Sardinero. “Pero me apresaron de nuevo, era difícil que no te pillaran”, declara a DEIA, y va más lejos: “Yo en la guerra estuve siempre en el lío más gordo, me iba quedando de los últimos”, dice frisando los 107 años.

Quien vivió en la calle Goya de Rekaldeberri, de joven escuchaba las tertulias de los mayores y un día oyó por aquella única radio de un bar alrededor de la que se congregaban los vecinos que había habido un golpe de Estado y que comenzaba la guerra. Aquellos señores eran de UGT y a él le llamó la atención aquel socialismo. En aquellos días, Larrouy abogaba por un idioma con el que se comunicaran los humanos de todo el mundo. “Me dijeron que ya existía, que era el esperanto y fui a clases a Iturribide, que eran gratis. Fui esperantista antes que de UGT”, rememora.

Antes de la guerra, Eduardo conocía ya la figura de José Antonio Aguirre. “Claro, éramos del mismo tiempo”, aporta, y eleva el volumen de la conversación: “¡Yo desfilé ante él! Y le conocimos en persona porque nos recibió en el Carlton, donde estaba la plana mayor de nuestro Ejército”.

En palabras de Larrouy, Aguirre fue positivo para aquel nuevo gobierno que plantaba cara al goliat de militares golpistas. “Como hombre de Estado me parecía serio, sensato y buena persona. Si yo entré en política fue únicamente porque consideraba que los trabajadores debíamos estar agrupados. Fui socialista a la fuerza y lo sigo siendo, pero el nacionalismo vasco de Aguirre me parece natural”.

Ofensiva de Asturias Hijo y nieto de una familia “muy riquísima”, se vieron en la tesitura de empezar de cero por el episodio bélico que de alguna manera Eduardo iba a acabar superando. Primero se alistó para ser voluntario, pero “me dejaron en lista de espera”. Mientras hacía instrucción en Bilbao fue testigo de los bombardeos de la villa. “Subíamos hasta Artxanda a hacer tiro. Yo no había cogido un fusil en mi vida”, aporta en una entrevista de Kepa Ganuza y Mauro Saravia, miembros de Euskal Prospekzio Taldea y Aranzadi.

Al final, partió con el UGT2 tras hacerle entrega de una chapa redonda con un clavo sobre una correa en la que se lee el número 10.835, “nuestra seña de identidad. Creo que ni me la puse. Encargué otra artística a un joyero en plata. La estrené al ir a Asturias”, tierras en las que luchó como parte del cuerpo expedicionario vasco. “No conocí a Saseta”, agrega en referencia al malogrado comandante de gudaris que murió en aquellos prados.

Larrouy también estuvo presente en las líneas de Berriatua, Lekeitio, donde “dirigí un batallón de gimnasia a modo de instrucción militar”. Su periplo continuó por Villarreal y de allí partió a la ofensiva de Asturias con Toralpi como comandante del UGT2. “Asturias fue muy duro”.

Bala junto al corazón El 31 de marzo comenzó la anunciada ofensiva total de Mola. La unidad debe presentarse en Otxandio. En abril, “el enemigo (Larrouy evita siempre llamarles franquistas, fascistas o como se decía entonces fachis) me hiere por primera vez. De frente, me pegó un tiro en el pie. Durante un tiempo vivía cojo”. Estima que le curaron en un hospital en Areatza.

El bilbaino-riojano continuó su lucha con el fin de defender y reconquistar el Bizkargi. En ese momento, el centenario se emociona. Pide agua. “Los recuerdos…”, esgrime su hija Begoña, única nacida del matrimonio compuesto por Eduardo y la vallisoletana Carmen Norabuena. “Cada minuto había un tiro de cañón dirigido hacia Artxanda”.

El 11 junio, con la ruptura del Cinturón de Hierro, se repliegan. El UGT2 se divide. Eduardo no fue testigo de cómo su mando Toralpi fue herido y fusilado en Derio. “Nosotros fuimos por otro lado”, justifica.

Combatió en Enkarterri, Muskiz, Castro Urdiales, Puenteviesgo. “Fueron días de no dormir y estando más arriba de Reinosa, me entregan una orden del Estado Mayor para llevar una misiva a batallones colindantes. Me acompañó otro. ¡Tonto de mí! Yo, más decidido, me subí a un mojón de tierra y el primer tiro me lo llevé yo. Quedé herido por segunda vez. En el muslo y otro me rozó la camisa junto al corazón. Era el 24 de agosto”.

Le conducen al hospital de Valdecilla, pero un imprevisto más. “Iba todo ensangrentado en una ambulancia y de pronto un río. Para pasarlo tuvieron que hacer un puente”, evoca. Una mujer le vistió de gala y anduvo por Santander “como despistado”. Buscando acomodo. “Me apresaron” y fue una de las “cuatro mil personas hacinadas en un campo con tiendas de campaña. Conocí a gente de Bilbao”.

Antes de acabar sus más de tres años fuera de casa, acabó con sus huesos en un campo de concentración del Monasterio de Monte Corván. “Me mandaron a Extremadura y de allí a Bilbao. Se dijo algo de una amnistía, pero acabé en Mérida, en el batallón de trabajadores (es decir, de esclavos de Franco) número 104”. En Andalucía le declararon libre, en Jimena de la Frontera, Cádiz. “A mí nunca me hicieron un juicio o un consejo de guerra”, denuncia y continúa: “Me dieron cinco duros para ir a Madrid y de allí a Bilbao, donde cada semana tenía que presentarme”.

Llegó al hogar familiar sin avisar. “Mi madre al verme me gritaba, hijo, hijo mío…”.

El bombardeo olvidado de Ugao

Dos personas fallecieron en el ataque de la aviación italiana el 14 de junio de 1937 contra Ugao-Miraballes, la última incorporación al mapa foral de poblaciones bombardeadas

Un reportaje de Iban Gorriti

EL famoso Cinturón de Bilbao, fortificación vasca formada por sistemas de defensa durante la Guerra Civil, forma una U si se ve desde el cielo. Esa U es la de Ugao porque va girando 180 grados. Un total de 33 pueblos forman los 80 kilómetros del perímetro de la infraestructura. Vecinos de Ugao-Miraballes fueron los primeros en constituir una asociación memorialista de cara a posibilitar su conservación y puesta en valor. Corría el año 2011 y la motivación de la entidad sin ánimo de lucro fue saber que el 14 de junio de 1937 dos vecinos del pueblo habían sido asesinados en el bombardeo que la Aviazione Legionaria escupió sobre la localidad. Además, importantes edificios como el hospital del municipio sufrieron la deflagración de los artefactos fascistas de Mussolini, que daban apoyo al bando franquista.

Imagen tomada durante la guerra del nido de ametralladoras de Miraballes. Foto: Asociación Cinturón de Hierro de Ugao

Ocurrió solo cinco días antes de la ocupación de Bilbao por parte de los militares golpistas españoles y afectos. Aquel 14 de junio fue el último con vida de Félix Urrutikoetxea y Simón Agirre, ambos convecinos de Ugao-Miraballes. Aconteció en Santilaurenti, en las cercanías del cruce de Zollo.

Urrutikoetxea, baserritarra, labraba sus tierras. Tenía junto a él a su burro, atado a un poste. En ese momento se cruzó con Agirre, de profesión caminero. Ambos miraron al cielo y divisaron al avión de reconocimiento, por todos conocido como el alcahuete. El etnógrafo de Ugao-Miraballes Iñaki García Uribe revive con pasión ese momento: «Como ya hubo más bombardeos, la población civil estaba avisada. Félix y Simón buscaron refugio a una treintena de metros, en una alcantarilla. La abrieron y se metieron dentro. Una bomba cayó sobre ellos. El burro no murió y de los vecinos no se supo más», lamenta este miembro de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Enfatiza que «ellos son el sentido y el sentir de la asociación Cinturón de Hierro de Ugao. Para nosotros, ese es el Día D y la Hora H, el 14 de junio a las 11.30 horas. Cada año oficiamos en su recuerdo cinco minutos de silencio con familiares, alcaldes de la zona y con únicamente dos rosas en el suelo de la plaza. Este año cae en domingo».

La agrupación memorialista cuenta con el acta de defunción que quedó impreso en Durango. El documento da fe de que el 15 de junio de 1937, Félix Urrutikoetxea Intxaurraga, de 70 años, labrador con cuatro hijos, viudo, murió por una «fractura de cráneo».

Durante aquella jornada, el bombardeo fascista también derrumbó dos casas, la de Joaquín Larreategi y la de la familia Landaluze. En el recuerdo queda también el hospital que se hallaba en el actual polígono industrial de Usila y que quedó en estado de semirruina tras ser alcanzado en el raid. «Lo partió por la mitad. Me acuerdo que de niños pasábamos en bici y ¡zas!, veías paredes colgando, techos… Había sido lugar de acogida para centenares de refugiados guipuzcoanos», aporta García Uribe.

Socializar la memoria Dos curiosidades más se suman a estos hechos históricos: El jeltzale José Isasi Arbide, aún con vida, relató en los años 80 que un miliciano asturiano derribó un caza italiano desde el fortín ferroviario del cinturón, único de carretera que queda en Euskadi. «Fue el primero que excavó Aranzadi. Isasi nos contó que desde allí, el miliciano, hoy aún anónimo, le alcanzó el depósito con una ráfaga. Que el piloto bajaba con chulería y haciendo acrobacias», completa el presidente de Cinturón de Hierro Ugao.

La otra curiosidad hace referencia a los históricos Talleres de Miraballes del siglo XIX, aquellos que multiplicaron por diez la demografía del municipio. La fábrica fue siempre fiel a la República y al Gobierno vasco. «Tenían un silbato grande que al ver a los aviones aproximarse lo hacían sonar desde el barrio alto de Udiarraga para avisar a la villa y seguido hacían sonar las sirenas», detalla el portavoz de este colectivo que investigó en archivos y recopiló testimonios del Cinturón de Hierro. Asimismo, fueron precursores en la excavación de esta gran infraestructura. «Para ello contamos -apunta Iñaki- con la arqueóloga Mari Jose Sagarduy, del pueblo. Y nos gusta difundir lo que trabajamos con el objeto de socializar la memoria».

García Uribe recuerda por este proyecto a una persona en especial, el fallecido Juan Goikoetxea Eskuza. «Él fue quien se fijó en que Miraballes no aparecía en el mapa de 36 pueblos bombardeados que publicó la Diputación en 2012. Acudió al ayuntamiento gobernado entonces por Izaskun Landaida, hoy directora de Emakunde, y gracias a él aparecemos y somos 37 pueblos de 1937», concluye.

El dibujante de la Euzkadi antifranquista

Luciano Quintana ‘NIK’ fue el ilustrador de referencia del Gobierno vasco durante la guerra Civil y el franquismo

Un reportaje de Iban Gorriti

Tuvo que empezar de cero tres veces, en Bilbao, París y Caracas, lo que le pasó factura y acabó mermando su salud en su otoño particular. Se llamaba Luciano Quintana Goiti y sus ilustraciones, carteles y grabados tuvieron una repercusión de alcance mundial en el apoyo propagandístico al Gobierno vasco durante la Guerra Civil, la Segunda Guerra Mundial y el franquismo. Firmaba de forma clandestina como Nik.

Su obra, de la que pocos originales sobreviven tras un seísmo, fue sublime. Su vida, nada estudiada aún. Las incógnitas se solapan. Internet sabe poco de él. Ni siquiera le pone ni cara. Hoy podemos ver su rostro por primera vez en una de las pocas fotografías que conservó. Las guardaba en una caja cuando, tras haberse exiliado a Venezuela, el edificio en el que vivía se vino abajo engullido por el terremoto que sacudió a Caracas el 29 de julio de 1967. De todo el inmueble solo salió con vida una persona, su hijo Luken.

Ese día perdió toda su obra gráfica atesorada con mimo. Y también la ilusión. Él, que había bocetado aquellos infranqueables gudaris con la ikurriña ondeando ante el fascismo, que dio vida visual a algunos Aberri Eguna, que, dicen, diseñó el primer logotipo de la cerveza Polar, la más importante de Venezuela. También ingenió el logotipo del partido Acción Democrática. “Es una especie de leyenda urbana por confirmar que ambas cosas son obra suya”, previene Luken Ignacio, nieto del artista vasco. Su abuelo falleció nueve años después, en 1976.

Estos días, sus descendientes residen temporalmente en Barcelona y Madrid. Solo una hija, Alazne, permanece en Caracas. “¡Un nuevo exilio que vive esta familia!”, resume a DEIA Luken Ignacio desde Catalunya. La familia, mientras tanto, trata de recomponer sus piezas y dar respuesta a las incógnitas de sus ascendientes. Para empezar ya en lo básico: el nacimiento de Nik y su segundo apellido. A pesar de que su acta de nacimiento da fe de que el autor fue dado a luz “en Tolosa”, su esposa siempre lo negó y dijo que, como ella, su marido era “de Bilbao”.

Las biografías, asimismo, le denominan Luciano Quintana “Madariaga”. Consultado al respecto, su nieto ha heredado que “el segundo apellido era Goiti, como confirma el registro civil. Desconocemos de dónde salió lo de Madariaga”.

Pero, ¿quién fue a grandes rasgos este recordado ilustrador? Una biografía escrita por Alazne, una de las hijas del autor, asegura que nació el 27 de octubre de 1904 “en Bilbao”. Cursó estudios en la capital vizcaina, en Escolapios y en la Escuela de Artes y Oficios. Todos sus títulos los obtuvo con la máxima puntuación. Logró trabajo en Astilleros Euskalduna, “pero su meta era el dibujo publicitario, industrial y las artes gráficas. Trabajó intensivo hasta convertirse en el gran dibujante que fue”, agrega Alazne a este medio. De hecho, viajó para seguir formándose en Leipzig, Alemania, “donde asimilaría las técnicas gráficas y un ejercicio plástico de lo que se conocía como cubo-futurismo”, según el análisis de Bernardo Estornés Lasa.

Al proclamarse la República en 1931 colaboró con el PNV dejándose ver en portadas de libros, revistas, carteles y demás ilustraciones, sobre todo con motivo de la publicación del Libro de Oro de la Patria y el del Aberri Eguna de 1932.

Con la guerra se incorporó al Departamento de Propaganda y Publicaciones. Fue director artístico de la revista Gudari y otras divulgaciones. “Las portadas de Gudari eran preciosas, pero ¿las originales dónde están?”, se pregunta la familia. También fue obra suya el cartel de cuestación pro avión Euzkadi.

En 1937 se replegó a Santander y Asturias. “Mi abuelo utilizó sus conocimientos de trabajar en la Naval para exiliarse a Francia. Viajó escondido en una bodega donde sabía que no le encontrarían. Sabía cómo evadir las patrullas portuarias porque había trabajado en ello”, analiza su nieto Luken Ignacio.

Quintana contrajo matrimonio con la bilbaina María Luisa Urrutia y tuvieron tres vástagos: Aintzane, nacida en Francia, y Alazne y Luken, en Venezuela. En París sobrevivió como pudo, haciendo trabajos para la Delegación del Gobierno vasco. “Entre otras labores, pasaportes falsos”, confirma la familia.

Volvió a mudarse buscando la estabilidad y la halló en Caracas. Sin embargo, el terremoto de 1967 le acabó de trastocar. Lo rememora su amigo Iñaki Anasagasti. “Le recuerdo acodado en la barra del centro vasco de Caracas con una cerveza toda la tarde, con la mirada perdida. Triste por el terremoto en el que murió el delegado del Gobierno vasco en Venezuela -Lucio Aretxabaleta- y su esposa. Perdió toda su obra, con un sentido de la propaganda maravilloso. Jugaba con los colores, la imagen. Mi último recuerdo suyo es esa tristeza, la de un autor a reivindicar”.

Homenaje Otra creencia sobre su persona que hay que desterrar es que Nik no fue el autor de los billetes del Gobierno vasco (denominados eliodoros por impulsarlos Eliodoro de la Torre) como suele confundirse. Fueron obra de Nicolás Martínez Ortiz (Bilbao, 1907-1991) con un estilo similar, eso sí, al de Quintana.

Una de las pasiones de este afiliado al PNV era dibujar retratos de Sabino Arana con aerógrafo. “En una época los vendía a otros miembros de la comunidad de la Eusko Etxea. Uno de esos retratos está en Sabino Arana Fundazioa”, agrega la familia, que proyecta hacerle algún tipo de homenaje para lo que piden la colaboración ciudadana: “Por si alguien tiene obras, material, correspondencia o información que trate de comunicarse con nosotros”.

Desde Caracas, su hija Alazne resume las cuitas de Luciano. “El terremoto fue un fuerte golpe para la familia y en especial para él. Moralmente sufrió mucho, siempre pensando en su archivo de recuerdos de Venezuela y lo poco que conservaba de su trayectoria en su querida Euzkadi. Él, que fue muy buen padre de familia y un gran artista con un carácter afable, alegre y humano”, resuelve su hija Alazne.

Siguiendo la estela de las mentiras de Franco

Un mojón conmemorativo nazi evidencia aún en Eskoriatza que los alemanes fueron aliados de Franco en la guerra

Un reportaje de Iban Gorriti

La mentira tiene las patas cortas y la historia pone a cada mentiroso en su lugar. Es el caso de la negación «oficial» de que la Alemania nazi participó aliada con el bando golpista de julio de 1936 contrario a la Segunda República. Franco, por ejemplo, mintió al señalar a los mineros asturianos y republicanos vascos como autores de la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937, cuando se acabó demostrando que la Luftwaffe ejecutó el bombardeo contra la villa vizcaina junto a pilotos fascistas italianos, y tras el beneplácito de los militares españoles sublevados.

«La España sublevada negó su responsabilidad y su autoría en estos hechos. Tras la guerra, se reconstruyeron edificios encima de las ruinas, pero todavía permaneció una materialidad que evidencia la participación nazi en el conflicto: las estelas de los caídos alemanes en combate», detalla el investigador de la UPV/EHU e integrante de la iniciativa memorialista Memoria Gara de Gasteiz, Josu Santamarina (Urrunaga, 1993).

Y la evidencia continúa ahí. Aún hoy se conservan vestigios materiales de la Legión Cóndor sobre suelo vasco. El ejemplo más claro es una estela alemana que -esto es importante- «por decisión popular», se mantiene en la zona de Zarimutz, un barrio de Eskoriatza. «Quizás en estos días ya es la última y hay que dejar claro que el vecindario decidió que siga ahí. Son importantes las decisiones colectivas a la hora de ver qué hacer con estos símbolos», pide tranquilidad Santamarina, y lo argumenta de la siguiente manera: «Yo estoy a favor de quitarlos, pero decidido en proceso colectivo, me revienta que haya decisiones técnicas o clandestinas con alevosía que los revientan. Deberían poder guardarse y mostrarlos contextualizados en un lugar cerrado».

En el caso de la estela de Zarimutz, el historiador alavés incide en pedir cautela: «El pueblo ha pedido que esté ahí y aunque es una estela que recuerda a un piloto nazi, estiman que es algo que ocurrió en el lugar y que hay que recordarlo quitándole todo significado de loa», defiende en declaraciones a DEIA. Santamarina es coautor de un estudio titulado con humor: ¿Qué hace una estela nazi como tú en un pueblo abertzale como este? Los vestigios materiales de la Legión Cóndor en el País Vasco. La investigación la firmó junto a Xabier Herrero.

El capítulo histórico de lo sucedido aquel 1 de abril de 1937 en Zarimutz es conocido. Son muchos los autores que han recordado el suceso en el que un piloto de la Legión Cóndor era derribado y ametrallado mientras saltaba en paracaídas. Junto a la de Zarimutz han sobrevivido hasta hace breves fechas otras estelas germanas en Urbina -eliminada en 2018- y Larrabetzu. «El caso de Urbina fue curioso porque es un pueblo muy combativo, muy militante», rememora el investigador alavés quien evoca que fueron tres los artilleros gravemente heridos el 31 de marzo y poco después fallecidos.

La muerte de los efectivos alemanes que conmemoran estos memoriales está relacionada con la ruptura del frente al inicio de la campaña en Euskadi. Fuera de este episodio, otra estela ubicada en Larrabetzu -hoy guardada- conmemoraba la muerte del sargento August Wilmsen, abatido tras recibir un disparo al arrojarse en paracaídas, el 1 de junio de 1937.

Santamarina recuerda que «estos vestigios demuestran que los nazis sí estuvieron aquí durante la guerra. Son casos que hablan del carácter incómodo de una materialidad que, si bien homenajeaba a miembros del bando ganador y por lo tanto pertenecía al paisaje de la victoria, evidenciaba una realidad negada: la decisiva participación de la Legión Cóndor en el bando de Franco», pormenoriza el miembro de Memoria Gara, una plataforma ciudadana que ha conmemorado esta semana las jornadas Martxoak 3, relativas a la matanza de Estado ocurrida en Gasteiz aquella fecha de 1976.

«Testimonio vivo» El historiador alavés pide una reflexión porque acabada la guerra, el Estado totalitario de Francisco Franco continuó rindiendo homenajes a la Legión Cóndor. Incluso con posterioridad a 1945, cuando el nazismo había sido derrotado en toda Europa. Hoy, 75 años después de aquel tributo, y casi 84 del golpe de Estado, el caso de la estela nazi de Zarimutz continúa confirmando la actuación de la fuerza aérea alemana al servicio de los generales Mola o Franco.

«Estas estelas son el testimonio vivo del recurso permanente a la violencia y a la mentira que fue un pilar fundamental en la dictadura de Franco» -concluye Santamarina-, «siendo evidencias empíricas que refutan frontalmente las tesis revisionistas que ocasionalmente se intentan imponer». Y es que tal y como dejó escrito el investigador británico Laurence Rees, «la historia no da lecciones ni se repite, solo advierte».