Maritxu Anatol, el último eslabón de la Red Comète

Eisenhower y Marshall reconocieron el valor de esta mugalari por pasar a 113 aviadores y 39 judíos de Iparralde a Hegoalde durante la II Guerra Mundial

Un reportaje de Iban Gorriti

El viernes hubiera cumplido 111 años. De talante especial y sin afiliación ni simpatía a siglas políticas o sindicales, María Anatol Aristegi murió a los 72 años, «vieja, ciega, reumática», como ella se autocalificaba, «pero con las botas puestas y la cabeza bien alta». Todo ello, después de que pasara la muga de Iparralde a Hegoalde a «113 aviadores y 39 judíos», según declaró a Vicente Escudero en DEIA en 1978. Falleció tres años después: «Mi testamento ya está escrito. No quiero funeral ni entierro. Tampoco que escriban epitafio alguno en mi tumba», manifestó quien nunca tuvo ni sintió «miedo por nada».

Tan desentendida en su último aliento como generosa en su vida de aventura diaria, aquella bronca mugalari de Irun formó parte de la histórica Red Comète, organización franco-belga que germinó en Bruselas en 1940 con el fin de evacuar a combatientes aliados perseguidos por los nazis, y que podría traducirse libremente como camino a la libertad.

El objetivo de esta organización clandestina-defiende el historiador Juan Carlos Jiménez de Aberasturi- era poner a salvo a estas personas con ayuda de embajadas y servicios aliados en España, hasta Gibraltar. La meta final, tras atravesar la Europa ocupada, era Euskadi para el paso generalmente a través del Bidasoa. Allí, «un grupo de vascos de ambos lados de la muga colaboró en esta etapa final del peligroso viaje», resume.

Anatol tenía doble nacionalidad. Era hija de un hombre de Behobia (Lapurdi) y una mujer de Irun (Gipuzkoa). Poseían una agencia de aduanas. Tal como señala Iñaki Rodríguez, en la enciclopedia Auñamendi, aquella joven tuvo un hermano ingeniero, otro cura y un tercero galardonado por sus investigaciones químicas. Inventó el medicamento defatigante Ergadyl y, tras ser preso de los nazis, acabó siendo profesor en la Universidad de Reims.

Al menos cuatro vascos se unieron o fueron captados para la Red Comète. Jiménez de Aberasturi cita en un principio a tres: al bilbaino Martín Hurtado de Saracho, a Ambrosio San Vicente, natural de Gasteiz, nacionalista y miembro del Araba Buru Batzar, y a Alejandro Elizalde, gudari de Elizondo. Maritxu también incluía a Alejandro Iribarren y Florentino Goicoechea.

Fue Elizalde quien captó a Anatol, personaje «audaz y pintoresco» que colabora activamente con el grupo en los contactos, desplazamientos y labores de abastecimiento. Todo el grupo, excepto la irunesa, fue detenido en 1943 y deportado a los campos de concentración nazis en Alemania de donde volvieron, maltrechos y enfermos, al final de la guerra».

En el momento de sumarse a la organización de la resistencia antinazi, Anatol se mostró cómoda en las actividades clandestinas. Llegó a convivir con los nazis en su casa confiscada, al tiempo que se jugaba la vida como último eslabón de la organización. «Éramos un grupo de aventureros, de personas decididas», enfatizaba, según detalla Rodríguez Álvarez. Los recogía en París, viajaba con ellos en el tren nocturno con documentación falsa hasta la casa de Ambrosio San Vicente, de Donibane Lohizune, y luego, desde el caserío Sarobe de Oiartzun, pasaba a la España franquista, rumbo a Portugal-Londres. Ella era la salvación final.

Quienes han estudiado su figura, sostienen que en la Red Comète desconfiaban de sus métodos personales. De hecho, los británicos no la quisieron porque pasaban muchas horas con los nazis. Por si acaso, «portaba una inseparable pequeña pistola Star», quién sabe si fue aquella histórica que tras ser un regalo hecho a Hitler acabó en aduanas. El historiador Txato Etxaniz, de Gernikazarra, confirma la venta de estos revólveres tras el bombardeo de Gernika, «a modo de souvenir por los pilotos».

La resistencia acabó prescindiendo de Anatol y su equipo. Pasaron a encargarle únicamente el cambio de moneda en pesetas para el trayecto a través de España», subraya Rodríguez.

El 13 de julio de 1943 el grupo vasco de la Red Comète fue detenido por la Gestapo. Tres miembros fueron deportados a Alemania, pero sobrevivieron. Maritxu logró salvarse. Ella pasó por la comisaria de la Gestapo en Baiona y por la prisión de Biarritz, se mantuvo firme en los interrogatorios y celebró su libertad.

En 1945, volvió a Irun donde se casó con el comerciante y deportista Eugenio Angoso. Dirigió su propia agencia de aduanas. Su labor no pasó inadvertida tras la liberación de Francia. Los mismos Marshall y Eisenhower lo hicieron. Y es que durante aquellos seis años, Anatol cruzó, entre otros, a André Mattei, que llegó á ministro francés plenipotenciario, o el príncipe Alberto de Ligne.

«En una ocasión», destaca el investigador Aitor Miñambres, «un hombre le preguntó a ver qué número era él de cuantos llevaba Maritxu pasados de frontera. Le dijo que el 69. Pues bien, tiempo después le llegó una notificación para que fuera a recoger un collar con 69 perlas». Ella anotaba todo en un cuaderno y «les pedía una dedicatoria al despedirme», según relataba en un libro de José Miguel Romaña.

El Estado francés también reconoció su entrega. «Podemos afirmar que ha contribuido con su coraje y riesgo de su vida al salvamento de un gran número de aviadores aliados caídos en nuestro país», difundieron. Y todo ello con una curiosidad más: la mugalari amaba el peligro sobre las ideologías. Se sumó a la Resistencia por humanidad. «A mí me daban pena esos chicos, los pilotos, y vi que podía ayudarlos. Por eso empecé a trabajar en la Red Comète», agregaba y concluía: «Si naciera otra vez haría lo mismo. Me volvería a meter en la Resistencia. Me gusta el riesgo, la aventura y me fastidia la vida cómoda, la vida muelle».

El jeltzale Iñaki Anasagasti es una de las personas que más ha reivindicado su figura. «Los nombres de las calles casi solo son de hombres ilustres. Cuando uno pregunta si no ha habido mujeres ilustres te dicen que no se sabe. Sí las hay, y es obligatorio ponerlas en valor. Maritxu fue una de ellas y debiera tener reconocimiento público porque cuando no había más que un futuro incierto arriesgó su vida por los demás. Debe ser reconocida por esta sociedad materialista».

Al respecto, Maritxu vivió en los años 60 en una calle de Irun que desde el 26 de febrero del año 2014 lleva su nombre.

Sobrevivir al azar de Mauthausen

Marcelino Bilbao salió con vida de los experimentos del ‘Doctor Muerte’, el nazi al que identificó décadas después gracias a un ejemplar de la desaparecida revista ‘Interviú’

Un reportaje de Iban Gorriti

Solo le faltó resucitar después de morir. Y es que Marcelino Bilbao fue un hombre corriente, pero un superviviente desde el día en que nació. A este hijo de Alonsotegi le contaron que sus padres biológicos le abandonaron en el río Cadagua y que sobrevivió gracias a una persona que le halló tras oír sus sollozos. La familia López-Iglesias, con 21 hijos, lo adoptó.

Salió adelante, también, siendo adolescente y trabajando en condiciones precarias, lo que le despertó la sensibilidad por lo social, por el marxismo, primeramente abrazado a las Juventudes Socialistas Unificadas. Llegó el golpe de Estado de 1936 derivado en guerra y perduró en su fin de vivir. La CNT puso en sus manos su primer fusil y ascendió a teniente del batallón Isaac Puente. Sorteó la muerte también como testigo del bombardeo de Gernika y en la batalla del Ebro, condecorado con la Medalla al Valor.

Tras cruzar la muga en 1939, acabó con sus huesos en campos de concentración de Francia (Saint-Cyprien, Argelès-Su-Mer y Gurs) y, a continuación, en los de exterminio de Mauthausen y su anejo de Ebensee, en Austria. Sobrevivió, incluso, a la inoculación de veneno -benceno- en su corazón, experimento maquiavélico del conocido como Doctor Muerte, apropiado alias de Aribert Heim. Su otro apodo era El carnicero de Mauthausen. De hecho, el nazi fue acusado de torturar y matar a más de 300 prisioneros con los que practicó inenarrables experimentos médicos.

Marcelino también los sufrió, pero su pequeño cuerpo sobrevivió una vez más a semanas de experimentos como cobayas humanas. Un libro publicado esta semana lo difunde a dos voces: en primera persona, por el protagonista, y contextualizado por su sobrino nieto, el historiador Etxahun Galparsoro (Donostia, 1980).

El vizcaino fallecido en 2014 evoca en las 400 páginas del volumen cómo siete presos de los 30 que hicieron frente a los experimentos mortales siguieron con vida: «Cuatro españoles y tres rusos. En Mauthausen ocurrían este tipo de cosas terroríficas», testimonia Marcelino en la publicación. «Mi tío abuelo», continúa Galparsoro, «sí fue un superviviente, pero sobrevivió a aquel azar. En Mauthausen tuvo a su favor que jugaban bien a fútbol y por ello los presos alemanes le daban comida. Además, se unió a una red clandestina de contrabando de presos alemanes. Y por último, también se integró en la organización de una Red de Resistencia. Esos tres factores le ayudaron a sobrevivir, pero recordemos que allí todo era al azar y punto. Entraban para morir».

Bilbao no conocía el nombre real de aquel sádico nazi. Lo supo décadas después. Le puso cara de una forma anecdótica. «Lo identificó viendo una revista Interviú sobre nazis con empresas de armas en Alicante», explica Etxahun. De pronto, el superviviente vio la foto del Doctor Muerte y dijo a su familia que fue aquel quien le inyectaba veneno en su corazón.

Galparsoro, por su parte, trata de quitar todo resquicio de épica, a pesar de que la vida de Bilbao es de inusitado guion de película, toda ella, cada uno de sus días. «Sí, para una película valdría», asiente. Incluso para un segundo libro. «Lo tengo escrito en un cajón», apostilla quien ha tenido en cuenta que la editorial Crítica del grupo Planeta lo publique el 16 de enero, centenario del nacimiento del antifascista. Además, el 25 de enero se pone a la venta, aniversario de su fallecimiento. «Y el 27 de enero se celebrará el 75 de la liberación de Auschwitz, con la apertura de los campos», agrega desde Madrid, donde lo presenta estos días bajo el título Bilbao en Mauthausen, memorias de supervivencia de un deportado vasco.

El triángulo rojo El ensayo también narra la existencia de los triángulos invertidos rojos que obligaban a portar a los alemanes presos en el campo. Como el que desde hace años viste el hoy ministro de Consumo, el comunista Alberto Garzón. Marcelino portaba el azul con una S, de español apátrida. «Fue muy importante la labor de quienes llevaban triángulo rojo, eran alemanes arios que ayudaban al resto de aquel escalafón que seguían por orden los triángulos verdes, los negros, azules… Y al final de todos, los soviéticos considerados subhumanos y los judíos, que no eran raza humana», cita el autor.

Aquellos rojos, presos políticos, fueron víctimas del proceso que vivió Europa en el que hubo una ruptura con el viejo orden. Así lo estima Galparsoro: «Estos alemanes querían la democracia, como ocurrió con la Segunda República. Y de ahí surgieron primero el fascismo y luego el nazismo. Eran presos con conciencia que ayudaron a personas como Marcelino. Es el antifascismo puro y quien no se incluye ahí se retrata por sí mismo. Es como si les molestara que existan los Derechos Humanos», antepone el donostiarra, técnico en el centro de documentación Lazkaoko Beneditarren Fundazioa.

Su tío abuelo, aquel miliciano del Euzko Gudarostea -«así lo califica el BOE de la época», defiende Galparsoro- fue el preso número 4.628 del campo de la muerte, todo un superviviente hasta hace cinco años, cuando murió. «Sobrevivió -concluye- a su infancia y juventud por su dureza, porque era de acero, sin embargo eso no valía en Mauthausen, allí sobrevivió al azar que imperaba».

El miliciano del presidente

Alejandro del Amo, soldado del batallón Meabe, es la única persona a la que un presidente español, Pedro Sánchez, ha recibido antes de una sesión de control en el Congreso de los Diputados

Un reportaje de Iban Gorriti

Enrique, Julián, Quico y Alejandro fueron cuatro hermanos que ante el golpe de Estado de 1936 decidieron salir a encararse a aquellos militares sublevados y sus fieles. Lo hicieron divididos en dos batallones socialistas. El benjamín del cuarteto aún vive. Suma 99 años. Aquel julio que truncó la democracia republicana acababa de cumplir 16 veranos. Hoy, 83 calendarios después, narra orgulloso que ha conocido a Pedro Sánchez, investido esta semana presidente del Gobierno español.

Sin tramarlo, además, el de Sestao y residente en Barakaldo ha hecho historia. Meses atrás, ocurrió el encuentro y protagonizó el único caso en el que un presidente español ha atendido a un particular de forma oficial minutos antes de una sesión de control en el Congreso de los Diputados. También visitó el Senado.

Alejandro del Amo lanzó un consejo al jefe del Gobierno. “Le dije, a estos, a los fachis, ni pan ni agua. Antes de que te peguen leña, pégales tú”, le trató de persuadir. Sánchez esbozó una sonrisa y tuvo a bien responderle con una pregunta: “¿Crees que es tan fácil?, me dijo”.

Jandro (como todos le conocen) pudo llegar a fotografiarse con el presidente gracias al proyecto Último deseo de la Fundación Miranda que regenta la residencia en la que vive en Barakaldo. “El presidente se portó muy bien. Me gustó y me regalaron una corbata, una Constitución española, una taza…”, agradece quien nació el 9 de julio de 1920 en Sestao y tuvo cinco hermanos.

Tres fueron varones y dos mujeres. Los seis nacieron del matrimonio formado por Felipe del Amo, de Guadalajara, y María Benito, de Errenteria. El 18 de julio, Alejandro estaba de romería en Barakaldo. “Vinieron alguaciles que nos ordenaron ir a casa porque recuerdo que decían que había jaleo”, aporta. Los cuatro hermanos, simpatizantes socialistas, se alistaron voluntarios a dos batallones. “El hermano mayor, Enrique, me llevó a mí con él, de asistente. Yo sería el más pequeño del batallón Meabe, de las JSU. De hecho, mi hermano fue capitán del Meabe II y más adelante teniente coronel de la República. Mis tres hermanos pasaron, incluso, por la academia militar”, retiene orgulloso.

Julián (“nacido como Nemesio”) y Francisco militaron en el Indalecio Prieto, segundo de UGT. “Nunca me he afiliado, pero siempre he sido simpatizante del PSOE, y de la casa del Pueblo de Sestao”, argumenta. Del Amo matiza que fue el último en incorporarse al frente. “Fui más tarde porque me encargué de poner a salvo a mis padres, en casa de unos amigos en Putxeta (Abanto-Zierbena)”, asevera.

A continuación, el sufrimiento, aunque todos acabarían volviendo. Los cuatro. “En mi caso, hice de todo. Coger el fusil también. Recuerdo que resistiendo en Artxanda, nos dijeron que estaba el presidente Aguirre. Que había venido con un mosquetón a tal cota que no recuerdo. Quería que no bajásemos, que había que morir allí, pero nos retiramos. Fuimos a la estación de La Robla mientras bombardeaban los puentes…”, opina quien aquellos días aprendía esperanto.

Estando en Santander y viendo que los barcos prometidos no llegaban a exiliarles, le dieron un recado. “Vete a casa andando, pero antes córtate el pantalón de miliciano y no te entregues”, le dictaminaron y obedeció. “Salí a las nueve de la mañana de Santander y llegué a Sestao al día siguiente a las cinco de la tarde. No podía pararme ni tomar un tren… Nada. Incluso, no ir por donde hubiera gente. Por esa razón, no conservo fotos vestido de miliciano”, lamenta quien se aferra a su caja de cartón llena de instantáneas y recortes.

Sobrevivir al terror Sus hermanos continuaron en el frente. En los días de Artxanda, mientras él y su hermano Enrique frenaban a los franquistas, Julián caía herido por una bomba en Pagasarri. “En una ambulancia le trasladaron al entonces Asilo San Eloy de Barakaldo, que de forma paradójica está a unos metros de esta residencia en la que vivo. De aquí me llevaron al Hospital de Torrelavega y Enrique vino sa cuidarme. ¡Menudo abrazo me dio al verme! Me pedía que no le cortaran la pierna, pero estaba ya con gangrena”, silencia apenado.

A renglón seguido, narra su peor recuerdo vivido en días de guerra. “Fue cuando me dijeron que un amigo mío había muerto sobre la carretera por la andábamos. Volví corriendo atrás y al verle sin vida, lo aparté a la cuneta. Dije: A éste, fachis, no le aplastáis con vuestros vehículos”.

Acabada aquella pesadilla, los seis hermanos rehicieron como pudieron su vida durante el terror del franquismo. “Ahora quedamos vivos mi hermana Margari y yo. Marcelina también murió”, recopila y rememora otra despedida, la de su esposa, Asun. “Fue una pena. No le puse esquela ni hicimos funeral ni nada. ¿Para qué?”. Lo que no cuenta es que fallecida su mujer, se entregó en alma a cuidar a personas que sufrían la soledad en hospitales. Él mismo iniciaba conversación a quien veía solo en una habitación e iba a visitarle con una periodicidad. Utilizaba excusas como: “¿Me dejé un paraguas en esta habitación?” o “soy amigo de uno de tu pueblo”.

Y es que el miliciano Del Amo se considera a sí mismo como hombre de concordia. “Juntos, poniendo de nuestra parte y viviendo en paz, podemos hacer un mundo mejor”, valora, pero no baja la guardia. “Yo no les perdono lo que nos hicieron, ahora bien que nunca jamás vuelva a ocurrir. Me gusta empezar frases con nunca jamás…”, asiente.

Ahora espera a junio. A regresar al homenaje a los batallones del Euzkadiko Gudarostea que se oficia en la escultura de La Huella, en Artxanda. “Allí resistimos. Allí estuve yo y espero ir el próximo junio, aunque el gudari Moreno, con el que siempre estaba, ha muerto”, concluye uno de los últimos combatientes vivos del Ejército vasco de 1936.

El hombre del sombrero de fieltro

La prensa nacionalista valoró la figura del lehendakari Jesés María Leizaola en su retorno hace hoy 40 años como un referente de sacrificio y dignidad por una patria

Un reportaje de Iban Gorriti

Quienes han estudiado la figura del lehendakari Leizaola valoran que fue el hombre del PNV que se quedaba hasta el final cuando el resto de la ciudadanía ya había buscado destino a salvo: exilio o vuelta al hogar. En esa circunstancia, él resistía. Lo vivió en Bilbao ante la inminente ocupación franquista de la villa y lo repitió en París, a pesar del aliento exterminador de los nazis. Esperó, asimismo, con la serenidad que le caracterizaba al día de retorno a Euskadi sur: el 15 de diciembre de 1979.

Los simpatizantes del PNV se volcaron en el recibimiento de Leizaola, de quien se decía que era “el hombre que resistía hasta el final”. Foto: DEIA

La prensa nacionalista de la época se hizo eco del momento histórico con suplementos especiales. Tanto el periódico DEIA como la entonces revista Euzkadi. El lehendakari zarra retornaba tras 15.000 días de exilio, es decir, 43 años y nueve semanas. Continuando con cifras, el donostiarra recordaba que tenía 40 años cuando dejó Hegoalde y Aguirre, 32. “Fue el último en salir y el último en regresar”, le reconocía en los medios Mikel Isasi, consejero del Gobierno de Euskadi en el exilio.

Leizaola ansiaba con resignación el momento para volver a disfrutar de lo cotidiano. “Pronto llegará el día en que podré volver y pasear tranquilamente por donde quiera”, admitía en una entrevista concedida a este diario. Y la jornada llegó.

El entonces aeropuerto de Sondika se quedó pequeño para absorber a miles de vascos que “se estrujaron con el lehendakari”. Y hubo también a quien molestó su reaparición e intentó boicotearla. Así, se debió desalojar el aeródromo por una falsa amenaza de bomba. La hemeroteca cita otras curiosidades como que el avión en el que viajaba Jordi Pujol (Convergència i Unió) dio vueltas sobre la pista y volvió a Catalunya. Argumentaron que las condiciones de aterrizaje eran desfavorables, al tiempo que otros aparatos sí tomaban tierra.

Carlos Garaikoetxea aplaudió el retorno de Leizaola y valoró su persona con una reflexión: “No se suele echar en falta a la persona que nunca ha estado”. Hacía referencia a aquel hombre que nació el 7 de septiembre de 1896 en la Bella Easo y que moriría el 16 de marzo de 1989, hace ahora 30 años, tan solo una década después de su regreso. Señalaba al abogado y político del PNV guipuzcoano, al segundo lehendakari del Gobierno de Euskadi en el exilio tras la muerte repentina de José Antonio Aguirre.

A su recibimiento en Sondika le siguieron los homenajes en el histórico San Mamés, en el emblemático Hotel Carlton, en la casa de Juntas de Gernika. La mente de Leizaola, por otro lado, conocía con ojos abiertos la, para él, nueva Bizkaia. “Si hubiese sabido que un cargo me iba a durar lo que ha durado, hubiese puesto muchos obstáculos. Estaba mejor de segundo, porque, por ejemplo, podía estudiar”, anteponía tan solo en pensamiento y aseguraba no haber perdido el tiempo para seguir creciendo en sapiencia, otra seña de su talante. “En París, iba a la Biblioteca Nacional a investigar. Ahí está el documento más antiguo que se conoce donde está escrito la palabra vascones”, manifestaba a la revista Euzkadi quien con anterioridad había sido Ministro de Justicia de Aguirre.

El socialista Ramón Rubial se mostró más distante en la respuesta que la publicación Euzkadi solicitó a diferentes autoridades. De los consultados, fue el único que no quiso hacer una semblanza sobre Leizaola. Sin embargo, sí le reconoció una cualidad: “Aparte de su consideración ideológica, es un hombre profundamente humano”.

A 180 grados, Arantzazu Ametzaga dedicaba un extenso artículo de opinión sobre su figura bajo el título Al Gobierno de Euzkadi lo han sostenido los patriotas vascos. Leizaola se sentía tal. Aquí un ejemplo: “No he estado siempre exiliado porque a una tierra vasca -por Iparralde- he podido acudir en libertad. Eso ha hecho que nunca me haya sentido fuera de la patria”. A renglón seguido de esta entrevista, el histórico Manuel de Irujo analizaba que “ahora empieza la vida normal”, o eso ansiaba el navarro.

Los editoriales por su regreso se sucedían día sí y otro también. “Leizaola es un líder fiel a sus ideas, honesto, sobrio en su estilo y sacrificado en sus actuaciones”. A su llegada al Hotel Carlton, que fue sede del Gobierno vasco, Mikel Isasi le ensalzaba esa labor de ser el hombre que se quedaba hasta el final. “No quería nunca irse. Quiso quedarse en Bilbao más o menos camuflado. Lo convencieron a última hora. Y después con la ocupación nazi de Francia se quedó en Tarbes en días de persecución alemana en busca de Aguirre y de detención de Companys. Siempre ha tenido confianza ante los problemas”.

Y esa confianza fue reconocida y agradecida en cada párrafo de los medios jeltzales. “Con la vuelta del lehendakari, Euzkadi recupera su dignidad histórica”, publicaba Euzkadi en su especial, divulgación que costaba 30 pesetas en aquel 1979. Y, sobre todo, una persona se emocionaba al escribir sobre la figura del docto, sosegado, antimarxista, defensor de los derechos humanos, Leizaola. Era el capitán de gudaris del batallón Saseta y comandante del ejército republicano en Catalunya, Joseba Elosegi. “Vuelve un hombre de gran relieve, intelectual y patriótico, situado en las antípodas de la frivolidad. Mantuvo el difícil equilibrio de la justicia. No fue hombre de guerra, pero siempre un curioso de la estrategia militar”, diferenciaba quien se quemó a lo bonzo contra Franco. “Siempre tuvo la esperanza de defender la capital. Tuvo que rendirse aun no queriéndolo, tanto en Bilbao como en París”, apostillaba quien veía un paralelismo entre el sombrero de fieltro que distinguía a Leizaola y su patria, Euzkadi.

“Su sombrero simboliza alcurnia y ruina, perseverancia y austeridad. Como Euzkadi, un viejo pueblo ruinoso en su estructura, pero orgulloso de su ser, y esperanzado en el logro de su identidad”, reflexionaba. Elosegi afrontaba de este modo la txanpa final de su argumento: “Al terminar ahora su labor ante los suyos, entrega el testigo de su relevo, como símbolo de su buen hacer. Encontrará el calor que le ha faltado tras su sacrificio y dignidad. Son demasiados años para esperar en la oscuridad, en la privación, en la tristeza. Como su sombrero de fieltro”.

“Con toda la masa encefálica fuera”

El jesuita Alfonso Moreno, confesor de ejecutados, relata en su diario de 1937 cómo fusilaron los franquistas al poeta ‘Lauxeta’ y, al día siguiente, al Consejero Espinosa y Aguirre, capitán de Artillería .

Iban Gorriti

En días en los que Durango vive la capitalidad de la cultura euskaldun con su Azoka, cada año alguien cita a Lauaxeta, poeta y periodista vizcaino que murió asesinado por las tropas franquistas el 25 de junio de 1937. Fue fusilado tras visitar el 29 de abril la bombardeada Gernika junto a corresponsales de guerra galos de La Petite Gironde. Capturado, fue sometido a consejo de guerra, condenado a muerte y finalmente ejecutado en el cementerio gasteiztarra de Santa Isabel. A modo de cuenta atrás, el Gobierno Provisional de Euzkadi hizo todo lo posible por canjear al nacido en Laukiz en 1905 por otro prisionero sin éxito.

Esteban Urkiaga Basaraz, ‘Lauaxeta’ (segundo por la izquierda), fue fusilado por los franquistas el 25 de junio de 1937.Foto: Fundación Sabino Arana

El PNV conserva once páginas de diario “de un padre de la Compañía de Jesús, confesor de condenados a muerte y testigo presencial de ejecuciones”. En ellas, narra en primera persona los últimos segundos con vida de Esteban Urkiaga Basaraz, Lauaxeta, la brutalidad del impacto de la bala franquista. “Con toda la masa encefálica fuera”, llega a dejar impreso el sacerdote el mismo 25 de junio de hace 82 años.

Pero ¿quién fue el autor de este breviario no firmado? Consultados al respecto historiadores, valoran que puede ser “José María Lacoume o el Padre Moreno”, ambos ignacianos. “Puede que este texto corresponda a uno de ellos”, valoran desde Sabino Arana Fundazioa. El histórico jeltzale Iñaki Anasagasti, se decanta por “el Padre Moreno”, confesor de condenados a muerte en Gasteiz. Tras comparar los textos, queda claro que es el de Alfonso Moreno, cura con quien Urkiaga coincidió en días de seminario burgalés. “A los 21 años pasó a Oña, a completar sus estudios, que abandonaría al de dos años, en 1928, sin que los motivos que le llevaron a tomar la decisión resulten claros. Lo que sí sabemos es que en Oña conoció a uno de los hombres más importantes de su vida, el Padre Moreno, que reaparecería en su vida en las circunstancias más dramáticas”, según queda impreso en el proyecto Ehungarrenean hamaika, disco de homenaje a Lauaxeta (Gaztelupeko Hotsak, 2005).

El testimonio del confesor, sin duda, es espeluznante. El autor da comienzo a la página de aquel 25 de junio “con el mal sabor de boca de la ejecución de Esteban Urquiaga”. A continuación, enumera cómo se sentía el poeta, aún sabiendo que iba a ser asesinado. “Sereno y cristianísimo, plenamente sumergido en la apacible dulcedumbre de nuestra fe bien sentida y gustada a través del Nuevo Testamento, rumiado cotidianamente en la lentitud de las horas de cárcel, Jesús, vida, Jesús el único (repetía con frecuencia)”.

Recordemos que Esteban se formó precisamente con los jesuitas en Durango y Loiola. Tras Oña abandonó su noviciado, y se dedicó al periodismo, a la literatura y al euskera. Se afilió al PNV, organización en la que se hizo cargo de diversas publicaciones como el diario Euzkadi.

El análisis del confesor continúa. “Luego, a las 5 y media, los cuadros de costumbre; mientras hablaba con mi crucifijo, tiernamente emocionado por lo solemne del momento…”. Es el momento en el que fija su vista en el horror: “Toda la masa encefálica fuera”. El confesor le quita las medallas que Lauaxeta portaba consigo, recoge el Cristo del suelo del paredón y “el rosario con el que ha muerto”.

A continuación, a modo de despedida de aquel inolvidable viernes, apostilla cuatro entrecomillados que hacen prever que son algunas de las últimas frases pronunciadas por el periodista que en 1930 ganó el Primer Día de la Poesía con la obra Maitale kutuna. “Si he de pecar, quiero más morir ahora”. “Muero contento porque muero con Jesús”. “Confío plenamente en la Virgen”. “Dios… mi padre”.

Al día siguiente, el confesor vivió otra ejecución también en Gasteiz. “Cada fusilamiento lleva sus notas típicas diversificantes, apenas hay dos iguales. El de hoy, completamente nuevo: nada menos que el Ministro del Gobierno Provisional de Euzkadi, Alfredo Espinosa, del Departamento de Sanidad y Don José Aguirre, capitán de Artillería”, narra, añadiendo que fueron apresados gracias al piloto republicano traidor Yanguas, aviador “vendido” con quien viajaban de Francia a Bilbao y aterrizó en Zarautz.

“Carguen. Apunten. Viva España. Fuego. Dos cuerpos se desploman. Extremaunción”, detalla y aporta una paradoja que pone la piel de gallina. “Lo que es la vida. El sargento que hace seis años y aún menos le había hecho la guardia a Espinosa, cuando este era Gobernador Civil de Burgos, hoy lo va a fusilar. El guardia lo comentó ayer con el mismo Espinosa”, consejero bilbaino por el partido Unión Republicana.

El confesor asegura que tanto Espinosa como Aguirre le piden que quieren escribir todo lo que puedan antes de ser asesinados por los franquistas. De hecho, acabado el papel, el propio jesuita se ofrece a ir a por más. “Necesitan escribir. Es preciso aplazar la ejecución. Como máximo hasta las 5 y media. Se acaba el papel. Protestan. Voy yo, por favor, a buscar a la Residencia. Me lo agradecen mucho”.

De ese tiempo de escritura, a día de hoy se conservan frases dirigidas por Espinosa a su amigo el lehendakari Aguirre como la siguiente: “Mis pobres hijos, háblales, cuando sean mayores, de su padre y diles que les he querido con toda mi alma y que sigan mi ejemplo, que quieran a su Pueblo como yo le quise y si puedes consolar a mi pobre mujer, tú que tienes talento hazlo, pues pensando en ella, se desgarra mi alma. Ayer creo que fusilaron a Lauaxeta, otro mártir más. Hay muchos condenados a muerte”, le precisa. Fue enterrado en una fosa común.