Javier Brosa, el gudari vasco-mexicano del Batallón Gernika

JAVIER BROSA FUE UNO DE LOS GUDARIS DEL BATALLÓN GERNIKA QUE CONTRIBUYERON A LA DERROTA DE LAS TROPAS NAZIS EN LA COSTA DEL MÉDOC. DESDE MÉXICO RECUERDA AQUELLOS DÍAS

FRANCK DOLOSOR LADUCHE

UNA de la rutinas diarias del donostiarra Javier Brosa, de 94 años, es ir paseando cada mañana hasta la empresa Electro Donosti SA que fundó en México DF. Brosa emigró a América tras la Segunda Guerra Mundial buscando, como tantos otros, asentarse lejos de su tierra natal, aplastada bajo el peso del franquismo. La victoria aliada en Europa no iba a suponer la caída de la dictadura y para Brosa, que combatió en el Batallón Gernika en Francia, como para tantos otros, la esperanza del regreso había terminado.

Nacido en Donostia a finales de 1925, Brosa recuerda con detalle el combate de la Pointe de Grave, en el Médoc, que permitió liberar la entrada del puerto de Burdeos, un paso más hacia el fin de la ocupación nazi en Francia.

Con motivo del 75 aniversario del armisticio, firmado el 8 de mayo de 1945, lo que tampoco olvida Brosa es que el final de una de las mayores tragedias para la humanidad no supuso el final de la dictadura franquista y de la represión en Euskadi.

Miembros del Batallón Gernika, cuya lucha fue ensalzada por el general Charles de Gaulle.

En 1944, el ambiente en Gipuzkoa se le hacía irrespirable al Javier Brosa de 19 años, obligado a seguir los cursos ordenados por la Falange. Ese año decidió escapar junto con dos amigos, Jesús Blanco Urteaga y Vicente Aizpurua Zubizarreta. Los tres cogieron una pequeña lancha y desde el puerto donostiarra atravesaron de noche los kilómetros que les separaban del fuerte de Zokoa en Lapurdi.

«Al llegar allí algunos vecinos nos hicieron gestos para que anduviésemos con mucho cuidado porque toda la costa estaba llena de minas flotantes, desde Hendaia hasta el norte de Francia. Tuvimos la suerte de que ninguno de los tres hiciera estallar alguna de estas minas. Allí nos acogieron y nos pusieron en contacto con las autoridades vascas, que también estaban en el exilio. En aquel momento, estaban creando una brigada para ayudar a los aliados y luchar contra los alemanes. Pensaban que luego los aliados ayudarían para derrocar a Franco». Tras enrolarse en la nueva brigada recalaron en Pau. «Pasamos unos días en Pau con miembros de la Unión Nacional de guerrilleros Españoles, pero luego el irundarra Kepa Ordoki nos propuso participar en la unidad que estaba creando bajo la supervisión del Gobierno vasco y del lehendakari José Antonio Agirre».

Algo más de un centenar de gudaris de Nafarroa, Bizkaia, Araba y Gipuzkoa fueron trasladados de Pau a Burdeos, entre ellos el propio Javier Brosa, Víctor Goñi, natural de Zirauki, o Antonio Arrizabalaga, de Ondarroa, respectivamente tíos abuelos del pelotari Juan Martínez de Irujo y del futbolista Kepa Arrizabalaga. Su primera misión fue proteger depósitos de combustible durante unos días. A partir del 14 de abril de 1945, la única unidad militar vasca que luchó en la Segunda Guerra Mundial fue enviada a la estratégica comarca de Pointe de Grave, donde algo más de cuatro mil alemanes se habían atrincherado en las decenas de búnkers que jalonaban la costa. El llamado Muro del Atlántico fue construido por prisioneros y trabajadores forzados para defender la costa entre Noruega y el Bidasoa de ataques aliados.

REGIMIENTO MIXTO

La unidad de gudaris, denominada Gernika, se integró en el Octavo Regimiento Mixto Marroquí Extranjero dirigido por el comandante polaco Jan Chodzko. Así, ocho años después del bombardeo que sufrió la villa vizcaina y que los historiadores califican de ensayo general de la Segunda Guerra Mundial, el Batallón Gernika participó en uno de los últimos combates contra el nazismo.

Javier Brosa relata que nada más empezar el combate, a mediados del mes de abril de 1945, un mortero cayó de repente cerca de dos gudaris que caminaban a su lado en la zona denominada Cota 40: Antón Múgica y Félix Iglesias, que fallecieron en el acto. «Los cuerpos estaban totalmente deshechos y los enterramos como pudimos. No murieron por pisar una mina, fue por morteros. Pasamos un miedo terrible». Natural de Villaba y de 32 años, Iglesias estaba casado y tenía dos hijos, mientras el donostiarra Múgica no había todavía cumplido los veinte años.

El día después, los gudaris Juan José Jausoro y Antonio Lizarralde se sumaron a la lista de víctimas mortales del Batallón Gernika. Naturales de Alonsotegi y Durango, tenían respectivamente 32 y 37 años. Una veintena de gudaris también resultaron heridos durante estas primeras escaramuzas. Pocos días antes de que comenzara el combate, el gudari Prudencio Orbiz, natural de Ordizia, perdió la vida cuando realizaban maniobras. Los restos mortales de los cinco soldados vascos fallecidos en el Médoc reposan en el cementerio militar de Rétaud, en Charente Maritime.

«En vez de ir siempre por los pinares, tuvimos que subir por las playas hacia el norte, hasta Soulac», recuerda Brosa. «En ocasiones, los alemanes se rendían y salían de los búnkers al grito de ‘Yo, polaco’. Tras cuatro años de ocupación y de vulnerar los derechos fundamentales, temían represalias por parte de los franceses y fingían ser prisioneros polacos». En los recuerdos de Brosa hay incluso lugar para los momentos de ocio que compartieron: «Un día el cantante irundarra Luis Mariano vino para ofrecer un recital y animar a las tropas».

En total, en la batalla de Pointe de Grave murieron 400 combatientes aliados y 680 alemanes. 850 miembros de la Brigada Carnot resultaron heridos y 3.500 soldados alemanes fueron capturados. Según Brosa, la aportación del Batallón Gernika fue humilde pero refleja la voluntad de los vascos de defender la democracia y la libertad y de luchar contra el totalitarismo y el fascismo, tanto en Euskadi como en cualquier parte del mundo. Finalizado el combate, el general Charles de Gaulle se trasladó al Médoc, donde agradeció expresamente la participación de los gudaris. Tras un saludo a la ikurriña, afirmó ante el comandante Ordoki que Francia nunca olvidaría el esfuerzo y el sacrificio que habían realizado los vascos. Setenta y cinco años más tarde, Javier Brosa recuerda perfectamente que, días después de la visita del jefe de la resistencia francesa, el Batallón Gernika desfiló por las calles de Burdeos ante una multitud que celebraba por todo lo alto el final de la Segunda Guerra Mundial y la victoria de los aliados.

«El lehendakari José Antonio Aguirre también nos visitó en dos ocasiones. Era muy cercano. Nuestro comandante Kepa Ordoki también era un hombre estupendo porque siempre se interesaba y preocupaba por nosotros. Éramos jóvenes y él era una buena persona, valerosa y con gran experiencia en la guerra civil, nunca se quedaba atrás. Siempre iba con su ayudante Carlos Igiñiz, quien fue el que colocó la ikurriña en el último búnker que cayó. Nosotros siempre íbamos con ellos. Al terminar la guerra tomamos un descanso en Xiberta, en Angelu, y luego nos fuimos de vacaciones a Bretaña porque allí vivían los parientes de un gudari».

A PARÍS 

Cuando Brosa regresó a Euskal Herria le llamaron para participar en una misión secreta que implicaba vivir y entrenar en la capital francesa. «Allí esperamos un camión militar y nos llevaron al castillo Rotschild, en Cernay la Ville, a unos 30 kilómetros de París. No era la casa Arzak, pero no pasamos hambre porque tenían comida y pan blanco baguette, mejor que el pan negro que había entonces en Gipuzkoa».

Junto con otros 113 vascos y bajo la supervisión del jeltzale Primitivo Abad, Brosa recibió entrenamiento militar por parte de algunos de los mejores miembros del Ejército norteamericano. La misión consistía en crear el embrión de la Ertzaintza y formar a un centenar de hombres que a su vez pudieran formar posteriormente cada uno a otros cincuenta agentes. El objetivo era doble: primero derrocar a Franco y luego garantizar la seguridad interna en Euskadi. «Entrenamos y aprendimos mucho y era muy gratificante», señala Brosa. No obstante, con el comienzo de la Guerra fría y tras la muerte del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, su sucesor Harry Truman prefirió abortar la operación. Después de la masacre de la Segunda Guerra Mundial, en la que perdieron la vida sesenta millones de personas, los aliados optaron por dejar en el poder a Franco. Tal vez porque consideraban que le podían controlar y, sobre todo, porque tampoco les gustaba la alternativa a su régimen dictatorial.

La desmovilización total y definitiva del Batallón Gernika en septiembre de 1945, supuso un duro golpe para los gudaris que ayudaron a los aliados. Finalmente, tuvieron que afincarse en localidades de Iparralde, cerca de la muga, a la espera de la caída de Franco. Durante varios meses Javier Brosa trabajó en los talleres de Garona en la construcción de barcos fluviales y más tarde se trasladó a Nueva York con varios vascos.

«Subimos al barco como polizones, algunas personas nos atendían bien, pero al final nos encontraron y tuvimos que trabajar para el responsable de la embarcación. Pasamos controles en Ellis Island y el centro vasco de México nos pagó el viaje para ir hasta ahí, en 1947. El embajador de México nos dio permiso para vivir ahí legalmente. Volví a Euskal Herria en 1978».

Javier Brosa y Miguel Arroyo son actualmente los dos últimos supervivientes del Batallón Gernika. Nacido en Burgos en 1924, Arroyo, que pasó su infancia en Bilbao antes de exiliarse en Francia y alistarse en la brigada dirigida por Ordoki, reside hoy en día en Angelu, cerca del puerto de Baiona.

Javier Brosa, que ha vivido gran parte de su vida en México, se siente plenamente integrado en su país de adopción. En las últimas décadas, ha podido volver a Euskadi en veinticinco ocasiones para pasar estancias de tres meses cada verano. En los últimos años, sin embargo, no ha podido volver a casa por los problemas de salud de su mujer, una republicana catalana con la que vivió durante sesenta y dos años y que falleció en 2019.

Cada semana, se reúne con sus hijos y nietos para comer y ver juntos los partidos de su equipo favorito: la Real Sociedad. Desde México tres generaciones cantan ante el televisor Txuri urdin, txuri urdin maitea, y en ocasiones, la derrota de su equipo del alma se convierte en un auténtico drama. Con el paso de los años, no ha perdido ni su afición por el fútbol ni su sentido del humor. Javier Brosa no es creyente, pero cuando alguien se dirige a él llamándole señor contesta irremediablemente que «el Señor está en el cielo».

«No creo que vuelva a ir a San Sebastián, porque no me apetece meterme en un avión durante doce horas. Se me hace pesado y todos mis amigos han muerto». Brosa, que tiene claro que su último aliento será en México, está muy orgulloso de su familia, de la empresa que creó, y de haber sido gudari del Batallón Gernika.

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