Vitoria, 3 de marzo de 1976: jaque a la democracia

En la transición del franquismo a la democracia, los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Vitoria, que se cobraron cinco vidas, fueron un aviso de que la inercia represora no cesaría tan fácilmente

Imagen Zaramaga2

Un reportaje de Mikelats Ardanaz

Vitoria 3 de marzo de 1976. A las 17.00 horas es convocada una asamblea de trabajadores en la iglesia de San Francisco. La iglesia se halla abarrotada y rodeada de policía y manifestantes. El párroco impide la entrada de las fuerzas del orden en ella. Pero la Policía procede a desalojar el recinto eclesiástico.

-Se puede figurar, después de tirar 1.000 tiros y romper toda la iglesia de San Francisco, pues ya me comentará cómo está todo. (cambio).

-(…) ¡Muchas gracias! Eh, ¡Buen servicio!

-Dile a Salinas que hemos contribuido a la paliza más grande de la historia. Cambio.

-(…) tengo dos secciones y media paralizadas, la otra media tiene todavía unos poquitos… o sea aquí ha habido una masacre. Cambio.

-De acuerdo, de acuerdo. Cambio.

-Muy bien… pero de verdad, una masacre.

Es una parte de la transcripción de la cinta que un ciudadano vitoriano pudo grabar a la frecuencia modulada de la Policía la tarde del 3 de marzo de 1976. Vitoria “la ciudad donde nunca pasa nada”, según José Antonio Zarzalejos, enviado gubernamental a Vitoria, llevaba desde comienzos de año sumergida en un continuum de reivindicaciones laborales y huelgas que concluyeron aquella tarde con la muerte de cinco trabajadores y centenares de heridos.

Recién comenzado el nuevo año dieron inicio las negociaciones para la renovación de los convenios colectivos en las diferentes empresas vitorianas y con ello, las discrepancias. Los problemas en cuanto al tema de la renovación de los convenios comenzaron en Forjas Alavesas, pero pronto pasaron a Mevosa, Aranzábal, Gabilondo, Ugao y Orbegozo entre otros. Si bien al principio, la negociación la hacía cada empresa por su cuenta, vista la constante negativa de patronal y empresarios y visto que las consignas eran similares, unificaron la lucha y dieron paso a una movilización conjunta. Lo que se reivindicaba era un aumento salarial a 6.000 pesetas, semana laboral de 40 o 42 horas más media hora para el almuerzo, jubilación con sueldo completo y el 100% del salario en caso de enfermedad o accidente.

Tras los primeros fracasos en las negociaciones se decide salir a la calle; manifestaciones y huelgas serán las nuevas armas de reivindicación y presión que usarán los trabajadores para tratar de que se cumplan sus proclamas. Así, tras dos meses de lucha, numerosos detenidos y muchas horas de trabajo perdidas, se convoca una huelga general, que afectaría a toda la capital alavesa, para la jornada del 3 de marzo. Se buscaba paralizar la ciudad entera para así presionar para que, por un lado, las condiciones fueran aceptadas y para que, por el otro, los detenidos por manifestaciones fueran liberados. Debemos recordar que a pesar de que Franco ya había muerto, la Ley de Asociación no estaba vigente y la huelga era un recurso ilegal.

A las 10 de la mañana, tras las pertinentes reuniones de cada empresa, se decide salir a la calle a invitar a los demás vitorianos a unirse a la lucha. Es una huelga que se sigue de forma masiva. Sin embargo, las manifestaciones son rápidamente reprimidas por la Policía que trata de tomar la ciudad para mantener el orden. Para las 17.00 había sido convocada una asamblea conjunta en la iglesia de San Francisco, en el barrio de Zamacola. La selección de este emplazamiento no es algo casual ya que tanto trabajadores como Policía sabían que desde la firma del Concordato con el Vaticano II en 1953 los recintos eclesiásticos eran territorios en los que el Estado no poseía autoridad, y por tanto, salvo que tuviera la orden eclesiástica pertinente la asamblea se podría realizar a resguardo de la Policía. O eso creían al menos, porque los agentes, siendo conscientes de que no podían entrar, decidieron romper las ventanas y disparar al interior botes de humo, gases lacrimógenos, pelotas de goma y balas. El gentío que se encontraba en la abarrotada iglesia trató de salir como podía de aquel recinto en el que a duras penas se podía respirar, pero se encontraron en el exterior con las fuerzas del orden que no dudaron en usar toda la fuerza de la que disponían. Tal y como describe uno de los mandos policiales, en la citada transcripción, “esto es una batalla campal (…) es la guerra en pleno, se nos está terminando la munición, las granadas, y nos están liando a piedras”. De fondo de esta conversación se distinguen disparos de metralleta, gritos y bocinas de coches, que mediante el pañuelo blanco que ponían en las ventanillas señalaban que acudían a los hospitales a trasladar a los centenares de heridos.

Cinco muertos El saldo más triste, las cinco personas que aquella fatídica tarde del 3 de marzo de 1976 perdieron la vida a manos de las fuerzas del orden. Un cuerpo de seguridad que no dudó en mostrar y demostrar que aun habiendo muerto Franco, la larga sombra del franquismo seguía muy presente y que si bien, en teoría, se había dado inicio a ese periodo conocido como Transición a la Democracia, el camino que habría que recorrer para llegar a ella iba a ser largo, duro y, por desgracia, sangriento.

Las calles que aquella tarde se tiñeron de rojo, pasados dos días se vistieron de negro para acoger al gentío que asistió al funeral celebrado por los fallecidos. Bajo la atenta y desafiante mirada de la Policía, la tensa calma que caracterizó aquel periodo se fusionó con el dolor de aquellos ciudadanos que ni tan siquiera pudieron reclamar responsabilidades políticas ni policiales. Aunque el auditor militar que llevaba el caso consideró que los hechos producidos por la Policía Armada “eran constitutivos de un delito de homicidio, conforme con el artículo 407 del Código Penal” al no haber podido determinar quiénes fueron los autores concretos de los disparos, el sumario fue sobreseído. Al igual que también quedaron impunes los responsables políticos, como el entonces gobernador civil que emitió la orden de desalojo, Rafael Ladin Vicuña; el ejecutor del mando operativo de la dotación policial, Jesús Quintana Saracibar; el que fuera ministro de Gobernación, Manuel Fraga Iribarne, o el entonces ministro de Relaciones Sindicales, Rodolfo Martín Villa.

Si bien es cierto que penalmente hablando en aquel momento no hubo justicia, posteriormente, de la mano de la Asociación de Víctimas del 3 de Marzo se reabrió el caso y el Gobierno vasco concedió la condición de víctimas a los fallecidos. Recientemente, la jueza argentina María Servini reabrió el caso para esclarecer los sucesos.

Repercusión política La tarde del 3 de marzo de 1976, poco antes de que la Policía desalojara la iglesia, se reunía la Comisión Mixta Gobierno-Consejo Nacional para tratar el proyecto de Ley de Asociaciones Políticas. Estaban en aquella reunión, entre otros, Alfonso Osorio (ministro de la Presidencia), Adolfo Suárez (como ministro de la Gobernación, sustituyendo a Manuel Fraga que se encontraba en Alemania), Rodolfo Martín Villa (ministro Relaciones Sindicales) y el propio Arias Navarro (presidente de Gobierno). Terminada la reunión, con la batalla de Vitoria en marcha, Adolfo Suárez, como ministro de Gobernación en funciones, acudió al despacho para tomar el mando de la situación. Poco tuvo que hacer, salvo enviar un nuevo mando operativo a la ciudad y disuadir a un desbordado y dubitativo Arias Navarro de decretar el estado de excepción en la capital alavesa; que lejos de mejorar la situación, haría ver que el nuevo Gobierno no era capaz de mantener el orden en el país.

Este hecho no quedó como una simple anécdota, no al menos para uno de los personajes clave y determinante de este periodo, el rey Juan Carlos. Este pronto comenzó a juzgar la actuación de los personajes que se encargarían de llevar el rumbo de la nueva política y por ello, cuando tuvo ocasión de hablar con el ministro Osorio, de gran confianza para el monarca, no dudó en preguntarle por la actuación de Adolfo Suárez. Osorio, como ya lo hicieran otros ministros, resaltó la buena actuación del que entonces era ministro Secretario General del Movimiento, destacando además su capacidad de liderazgo en una situación tan complicada como la de aquellas jornadas.

El rey se fijó y vio en aquellos días la figura que sería la pieza visible del cambio de gobierno que conduciría a la democracia: Adolfo Suárez. El Gobierno de Arias Navarro, el primero de la Monarquía, se hallaba desbordado por las continuas pugnas políticas, crisis económica y conflictividad laboral y por ello cada paso que daba se analizaba con minuciosidad. Sin embargo, se vio que los pasos que daban iban en dirección contraria adonde se dirigía la política nacional. Debemos recordar que las huelgas del 3 de marzo no solo suponen un punto de inflexión en una tendencia huelguística en alza, sino que también es el trimestre con mayores movilizaciones y mayor conflictividad laboral, con más de 17.000 huelgas.

Los trabajadores gasteiztarras con la lucha de esos escasos tres meses demostraron que la organización sindical impuesta por el franquismo estaba obsoleta y que una nueva y diferente forma de organización y representación laboral era posible, viable y efectiva. Dejaron claro también que el pueblo quería participar en la vida política y que a partir de ese momento sería pieza fundamental del juego político. Hicieron ver además que los métodos y formas utilizadas por la Policía, y los mandos recibidos, seguían siendo iguales que en el periodo precedente, dejando ver que la larga sombra del franquismo seguía muy viva y habría de ser apagada con la luz de la democracia. Con todo, se vio que, el primer Gobierno de la Monarquía, y en especial su presidente Arias Navarro, era incapaz de liderar un país que reclamaba el cambio y no la continuidad del legado franquista.

Celebrados los funerales, aprobada una nueva ley sobre la regulación del derecho de asociación política y celebradas las pertinentes reuniones, los trabajadores volvieron a sus puestos de trabajo. Mientras que unos ficharon en sus puestos habituales, Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda lo harían en el libro de la historia, en las páginas negras del sombrío capítulo de la Transición.

Detectores de nuestra memoria histórica

Un grupo de buscadores de metales participa en un proyecto arqueológico foral para el estudio de la guerra civil.

Un reportaje de Iban Gorriti.

Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).
Guerra Parte del grupo que prospecciona montes con detectores de metal, en el exterior del cementerio de Muxika. (Foto: I. Gorriti).

UN grupo de amigos con forma desde hace más de una década un equipo que hace prospecciones por nuestros montes con detectores de metales. Han hallado numeroso material que aporta información a la memoria histórica. Hoy son noticia porque van a formar parte activa de la iniciativa de la Diputación Foral de Bizkaia Proyecto arqueológico para el estudio de la Guerra Civil (1936-1939) en Bizkaia a partir de materiales metálicos recuperados.

Son una decena de amigos, la mayoría de Bizkaia y algunos de Gipuzkoa. Algunos suman más de doce años de experiencia en la búsqueda con detectores de metales. Sus edades van desde la veintena hasta la cincuentena. “Nuestro campo de trabajo es la Guerra Civil desde el interés histórico, la investigación histórica”, explican a DEIA, lunas atrás, durante una prospección sin contraprestación económica en la que ayudaron a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en Muxika. No constituidos como colectivo, han cedido parte de sus hallazgos al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. “Otros los regalamos a Aranzadi si nos los piden… Los usamos sobre todo para exposiciones en municipios como Ugao, Elorrio, Oñati… Cuando una asociación relacionada con la memoria histórica quiere montar una pequeña exposición, se lo cedemos, y la parte que es munición siempre está vacía, descargada. Porque queremos dejar claro que aparte de obuses y granadas, también salen bayonetas, insignias, plaquitas, cazos, platos, balas, no son solo cosas que explotan, que es lo que aparece en los medios. De forma paradójica, los obuses y granadas son lo que menos aparece”, matizan.

Según inciden, con los detectores de metales lo que más se encuentran enterrado en las líneas del frente de las montañas son balas: “Solo viéndolas ya sabes el calibre, el arma que la disparaba, el año de fabricación, qué bando la podía tener e investigando el mes de fabricación. Todo el recorrido que hizo ese envío de cargamento hasta estallar a Euskadi”. En su quehacer, han dado con elementos muy curiosos. “De la guerra ruso-japonesa de primeros de 1900 llegaron materiales de guerra dando mil vueltas a Euskadi. Los rusos se lo cogieron a los chinos o japoneses y de allí fueron a Polonia y, de pronto, te lo encuentras en un monte vasco”, enfatizan.

Los detectores de este colectivo dieron con la carcasa de un obús japonés, de la citada guerra ruso-japonesa, que aterrizó en Euskal Herria y, como no tenían adaptador porque no habían llegado espoletas japonesas, le hicieron uno aquí. “Tiene entonces -subrayan- un vaso japonés, con un adaptador vasco y una espoleta francesa. ¡Eso es algo que en ningún museo del mundo vas a encontrar!”. A la pregunta de dónde lo conservan, señalan que “está pendiente de ser llevado al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. Ahora se está limpiando”.

En cambio, el grupo no almacena munición. “Yo tengo una colección de balas, pero está controlada por la Guardia Civil. Tienes que pasar unos controles. Luego hay otras cosas que no se pueden coleccionar”, explica uno de los prospectores. Otro agrega que “cada año tienes que dar cuenta de las altas y bajas en la Guardia Civil. Y para vaciar un cartucho o bala, lo hace cualquier cazador”.

Legado Estos amigos son pioneros en el uso de detectores. “No hay nadie con más de diez años de experiencia con detectores por aquí. Además, nosotros todo lo que encontramos lo vamos identificando”. Colaboraciones como la que tuvo lugar días atrás con la Sociedad de Ciencias Aranzadi se llevan a cabo “sin contraprestación económica, dependiendo del tiempo que tengamos. Tan solo nos solemos poner su camiseta. Casi siempre venimos un montón”, apostillan, y van más allá en su discurso: “que la gente no piense que solo vamos buscando bombas y cosas de esas… A nosotros nos emociona encontrar un tintero, un cazo, un katilu lleno de agujeros, eso nos gusta…”, matizan.

“Mira, la pieza más chula que he encontrado fue una chapita con un número y un agujero, que se supo que pertenecía a un miliciano del batallón Dragones. Y ni la tengo ya, se la di a la familia, porque ese número puso nombre a unos huesos”. Respecto a si este variado material se puede vender, a si existe un mercado para estas reliquias, valoran que “hay gente que lo hace en internet. Hay mercado, pero nunca vendemos. Como mucho cambiamos insignias. Lo que tiene una parte emocional no la cambias. El Ejército vasco fue derrotado, no guardaban insignias, pormiedo. En Santoña las tiraban al río. Hallamos insignias inéditas y hacemos réplicas”.

Estos estudiosos de los temas de la Guerra Civil estiman que hay episodios por analizar. “Queda por estudiar la microhistoria: de dónde sale la munición, insignias, calzado, el armamento vasco… Hasta que no encuentras el primer ejemplar en el monte, es inédito. Más interesante que la pieza es la información que te aporta, que se desconocía”.

Historia y memoria: El caso de Iñaki Errazti

La memoria histórica la construyen personas como Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que hoy tiene 88 años y que ha dedicado mucho tiempo, esfuerzo e ilusión a obtener información sobre la Guerra Civil y sus protagonistas, entre ellos su tío Vicente, gudari del batallón ‘Muñatones’.

Un reportaje de Eduardo Jauregi Fotografías de Iñaki Errazti y Sabino Arana Fundazioa.

La inscripción de ' Joseba Tellitu'  provocó la curiosidad de Errazti.
La inscripción de ‘ Joseba Tellitu’ provocó la curiosidad de Errazti.

Terminamos este curso de Historia de los vascos con un relato con el que queremos mostrar una de las muchas -y positivas- repercusiones que suelen tener los artículos que publicamos cada semana. Y nada mejor para ello que conocer el ejemplo de Iñaki Errazti.

El artículo publicado en DEIA en diciembre de 2013, sobre el batzoki en la cárcel de Larrinaga durante los años 30 del pasado siglo, sorprendió gratamente a Iñaki Errazti, un vecino de Barakaldo que a sus 88 años desprende una vitalidad y optimismo envidiables, además de contar con una memoria prodigiosa.

Y sé que le gustó lo que en aquel texto se contaba porque su lectura le impulsó a acercarse hasta nuestro Archivo, para conocernos y contarnos sus vivencias de niño, ligadas en algunos momentos de su vida a la cárcel de Larrinaga. No vino con las manos vacías. Junto a sus relatos y proyectos de investigación, nos entregó una reproducción fotográfica de 1934 en la que aparece con 8 años acompañando a su tío Vicente Errazti y unos amigos, dirigiéndose a ese penal a visitar a compañeros nacionalistas encarcelados.

Sus recuerdos son imborrables. Con una claridad de visión como si de ayer se tratase, Iñaki nos contó cómo llevaban vino a los amigos presos en Larrinaga (porque en aquellos años llevaban a la gente a punta pala a la cárcel, decía…) y traspasaban el caldo mediante la goma de las lavativas que en toda casa había, por entre el enrejado que separaba a los reclusos de los familiares y amigos en la estancia que existía para las visitas. Incluso les pasaban las monedas de dos reales -de plata, las más pequeñas-, forzando la malla metálica, para que pudieran comprar algo en el economato de la cárcel. Sin embargo, los recuerdos más duros y trágicos de la cárcel de Larrinaga llegarían tres años más tarde, cuando iba al penal a llevar a su tío Vicente Errazti comida en las cestas que se utilizaban habitualmente.

Capitán Errazti Vicente Errazti fue durante la guerra capitán de la compañía Salaberri del batallón Muñatones. Le visitó un día en Elgeta, antes de que el batallón se retirara a principios de marzo del 37, acompañando a su madre, y pudo ver la línea del frente desde una de las trincheras que cortaban la carretera, camino de Bergara. Aquel día no se dio ni un solo disparo, aunque los soldados sublevados se encontraban a pocos metros de distancia y se les veía fácilmente haciendo incursiones de ida y vuelta desde sus posiciones a los caseríos más cercanos.

Iñaki estuvo muy ligado a su tío. Nunca olvidará el culatazo que se llevó y que él presenció desde la carretera, en frente del actual batzoki de Burtzeña, cuando le vio detenido dentro de un camión, procedente de Laredo, camino de Bilbao. Al reconocerlo y saludarle efusivamente con los brazos en alto, provocó el amago del saludo de su tío que se cortó rápidamente con un fuerte golpe por parte del militar que tenía a su lado.

Luego vendrían las visitas casi diarias a la cárcel de Larrinaga ya que le condenaron a muerte. Al igual que la mayoría de los familiares que visitaban a los presos en la cárcel para llevarles comida, todos hacían el mismo itinerario: entrar por la puerta metálica y lateral de la cárcel y dejar en el suelo del patio la cesta con una nota indicando para quién era. Al día siguiente se recogía la cesta vacía y se dejaba la llena. En esas idas y venidas a la cárcel, lo primero que había que hacer era leer la nota que ponían en la parte exterior del muro de la cárcel con el nombre de los asesinados el día anterior… ¡Era lo más terrible! Unos días la lista podría contener 20, 30 o 5 nombres… “Si antes de llegar a la cárcel -nos explicaba Iñaki- te cruzabas con alguien que bajaba con dos cestas en las manos y la cara llena de lágrimas y rota de dolor, ya se sabía lo que le había ocurrido”.

Iñaki recuerda especialmente las navidades del 37, cuando se corrió la voz de que había llegado a Bilbao el verdugo de Burgos. Entonces, si bien en el patio de la cárcel de Larrinaga se ajusticiaba a un número de presos determinado mediante garrote vil, todos los días salían en camiones para Derio muchos más hombres que iban a ser fusilados en los muros de cementerio. Iñaki tuvo la suerte de no ver nunca el nombre de su tío en ninguna lista.

Alguna vez incluso entró dentro del penal, a la misma sala de visitas donde pocos años antes había estado. Sin embargo, las diferencias en tres años eran más que notables: el número tanto de visitantes a un lado de la separación como de presos al otro, se había multiplicado mucho (al menos por 10 en el lado de los presos); y había un pasillo central de separación entre las dos zonas por donde se paseaban los guardias con, no una, sino dos rejas a cada lado. No había, por tanto, posibilidad de pasar nada de un lado al otro, y el griterío era ensordecedor.

Como indicaba al principio de este artículo, la lectura sobre el batzoki de la cárcel de Larrinaga -que Iñaki no conocía seguramente por su corta edad en aquellos años- hizo aflorar todos estos recuerdos y su voluntad de transmitirlos.

Las vivencias del pasado de Iñaki Errazti han estado muy unidas, desde siempre, con la figura de su tío, la guerra, etc. Y fue de una manera casual, leyendo una entrevista en DEIA, a José Ramón Garai, miembro de Intxorta 1937 kultur taldea y responsable del nuevo Centro sobre el frente en Elgeta, lo que le ha llevado a investigar una historia personal durante los últimos años que todavía hoy en día no ha finalizado por completo.

Detalles sobre Elgeta. En aquella entrevista le sorprendió enormemente que no se citara en la relación de batallones que estuvieron en Elgeta el nombre del batallón Muñatones (cuando él había estado allí, con ellos, y con su tío que era capitán de una de las compañías). Su interés por corregir este dato y hacer merecida justicia para con quienes allí estuvieron dando la vida por Euskadi, hizo que regresara de nuevo a aquel escenario y se pusiera en contacto con los organizadores de aquella iniciativa. Con ellos mantuvo varias entrevistas. Su memoria fotográfica, y reveladora, volvió una vez más a sorprender a los responsables del centro, dándoles información de cómo estaba Elgeta aquel día que lo visitó un día de invierno del 37: dónde estaban las cocinas donde se preparaba la comida para los soldados (que no bajaban a comer, sino que se las subían a la línea del frente), el lugar donde permanecía un rústico quitanieves, las trincheras, los desniveles del suelo (corregidos en los años 60), etc. etc.

Recorriendo la localidad, llamó poderosamente su atención la grabación de dos cruces y el nombre de JOSEBA TELLITU – MUÑATONES en una de las piedras exteriores que forman parte de la pared de una vivienda situada junto a la carretera. ¿Quién sería aquel Joseba Tellitu? Parecía obvio que fuera algún gudari del señalado batallón. Pero… ¿le habría conocido su tío (fallecido en 1988)? ¿Por qué aparecía su nombre grabado en piedra?, ¿fue alguien importante? A partir de aquel momento, la localización de esta placa mortuoria hizo que Iñaki Errazti dedicara su tiempo en averiguar quién fue Joseba Tellitu y obtener respuesta a sus muchas preguntas. En Barakaldo -localidad de Iñaki Errazti- hay muchos habitantes apellidados Tellitu. Preguntó a sus amistades, familia y vecinos; se acercó al Ayuntamiento y al registro de defunciones; y allí encontró los primeros datos, algunos reveladores, pero otros contradictorios. Según la partida de defunción existente en el Registro, Joseba Tellitu, natural de Barakaldo, y casado, falleció en Igorre, en abril de 1937. Según los datos que maneja Errazti, el batallón Muñatones abandonó la posición de Elgeta el 4 de marzo, pero bien podría ser que este gudari, quizá inicialmente herido, fuera trasladado al hospital de sangre que hubo en Igorre y falleciera allí. Sin embargo, como las crónicas hablan de un fallecido ese día 4 de marzo, Errazti intuye que fue Tellitu y que la información del registro es errónea.

En busca de descendientes. En la partida de defunción aparecía un dato que inquietó aún más a nuestro investigador particular y que le animó a seguir tirando del hilo. Si bien el referenciado no tenía hijos cuando falleció, su mujer -Gloria Aranzamendi Atxa- constaba que estaba encinta. Ante esto, ¿viviría el hijo de aquel gudari? ¿Podría encontrarse con él, conocerle y contarle sus informaciones? Había que saber primero si la mujer de Tellitu vivía y fuera ella o su hijo los que podrían recibir la historia que quería contarles Iñaki.

Nuevas investigaciones en registros, preguntando aquí y allá, casi casi puerta por puerta, dieron sus resultados. Iñaki contactó con Miren, una sobrina de Gloria, quien le confirmó que el hijo de su tía, que llevó el mismo nombre que su padre, falleció a los tres años de edad. Esta desgracia le causó una fuerte depresión. Sin embargo, con el tiempo se recuperó, volvió a casarse pero ya no tuvo más hijos. Trabajó en la Margen Derecha, en una casa durante muchos años, pero lamentablemente falleció a finales de los años 90. Con esta noticia la búsqueda de familiares directos del gudari Joseba Tellitu se cerraba de golpe. Pero las ganas de Iñaki Errazti por conservar nuestra memoria, transmitir ese pasado a los presentes, herederos o familiares cercanos (hermano/as, cuñado/as,…) del gudari Tellitu siguen animándole a continuar con esa actividad de bucear en nuestra historia, y recabar información, aunque solo sea una historia particular y anónima, como lo han sido las de los miles de gudaris que lucharon en la guerra.