Fábrica de San Mamés de Busturia: lujo y arte en la mesa

Busturia acogió a partir de 1842 y por espacio de veinte años la primera fábrica vasca de vajillas, que surtió al mercado local de estos productos siguiendo una moda importada de Inglaterra

Un reportaje de Marian Álvarez
Imágenes Colección Euskal Museoa-Museo Vasco

LA comida ha sido una necesidad y una constante para la humanidad desde el principio de los tiempos. La manera de comer, sin embargo, y al menos en lo que a las sociedades occidentales respecta, ha ido variando a lo largo de la historia, al compás de los gustos y las modas de cada época, y alcanzando cada vez mayores niveles de refinamiento y exquisitez.

Comer se fue convirtiendo en un acto social, en un elemento de ostentación, que llevó incluso a la creación de una estancia dedicada en exclusiva a ello, el comedor; porque hasta fines del siglo XVIII las comidas se hacían sobre mesas pequeñas desmontables o plegables que se colocaban en las salas o salones. De ahí la expresión poner la mesa. Estos nuevos comedores se revisten de sedas, papeles pintados, espejos, pinturas, esculturas… y armarios. Armarios para contener todos los elementos necesarios para el servicio y adorno de las mesas: manteles, cuberterías, cristalerías, vajillas… Unas vajillas compuestas por cientos de piezas, que más allá de los inexcusables platos y fuentes, ofrecían salseras, esparragueras, hueveras, soperas, legumbreras, ensaladeras, juegos de té, café y chocolate, enfriaderas, fruteros, centros de mesa y adornos…

 

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Fabricadas en plata y porcelana, eran patrimonio exclusivo de la realeza y la nobleza, un signo de distinción social, muestra y reflejo de un estatus de poder y, en tanto tal, un lujo codiciado por una clase burguesa cada vez más potente y con mayor poder adquisitivo que ansiaba recrear y copiar los usos y maneras aristocráticas en todas las facetas de la vida.

La dificultad de hacer frente a los elevados costes de estas vajillas llevó a la búsqueda y creación de sucedáneos que recordaran e imitaran su aspecto, sus formas y decoraciones. Nacieron así, en un primer momento, las vajillas de loza común, las talaveras, conformadas por piezas de barro a las que se les aplicaba una cubierta de esmalte blanco que después se pintaba a mano con pinceles de colores. Esta propuesta hubo de competir, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, con la denominada loza fina, para la que se emplearon arcillas cada vez más blancas que eran cubiertas con barnices transparentes y a las que a las tradicionales decoraciones pintadas, se añadieron las mecánicas, a base de estampaciones o impresiones.

Serán estas últimas las que terminarán por imponerse y hacer fortuna, extendiéndose su uso, ya en el siglo XX, a todos los estratos sociales. Con origen en Inglaterra, en la factoría de Wedgwood, los servicios de mesa de loza fina, conocidos como china opaca, porcelana opaca o media porcelana por su parecido cada vez mayor con los de porcelana, pronto saltaron al continente, donde se multiplicaron las manufacturas destinadas a su fabricación, en una moda que, hacia la mitad de la centuria del XIX, alcanzó también a nuestras tierras vascas. En efecto, la Fábrica de San Mamés en Busturia (Bizkaia) y la Fábrica de Belarra y Cia. en Igantzi-Yanci (Navarra) se constituyeron como la muy digna representación vasca de una producción cerámica que tuvo en las manufacturas de Sargadelos y La Cartuja (Pickman) a sus protagonistas más sobresalientes dentro del territorio peninsular. Dedicaremos hoy nuestra atención a la primera de ellas, porque primera fue en el tiempo su creación, y dejaremos para una futura ocasión el análisis de la segunda.

Antigua tejera La Fábrica de Loza de San Mamés se crea en 1842 en el extremo noreste de la anteiglesia de Busturia, junto a la ría de Gernika, con base en las instalaciones de una antigua tejera. En la constitución de la empresa intervienen algunas de las familias más pudientes de la zona, entre las que destacan los Chirapozu y los Bulucua, emparentados por matrimonio, propietarios de molinos y ferrerías y con capitales acumulados producto de explotaciones mineras en la América colonial. A ellos se sumaron algunos inversores bilbainos, como Ambrosio Orbegozo, miembro de una saga comercial de gran solvencia que, con preclara visión, invirtió sus riquezas en los nacientes proyectos industriales y en los instrumentos financieros de gestión, convirtiéndose en socio fundador y primer director-gerente del Banco de Bilbao.

Si autóctonos fueron los capitales, autóctonas fueron también, en su mayoría, las materias primas empleadas para su puesta en marcha, obtenidas a través de la explotación de los ricos y excelentes yacimientos de arcillas blancas del entorno próximo (Kanala, Kortezubi, Murueta, Forua, Lumo…), aunque no faltaron las importaciones de tierras, entre otras de la zona de Ezpeleta, en Iparralde. Hombres y mujeres de la zona, junto con aprendices procedentes de la Santa Casa de Misericordia de Bilbao, donde desde antiguo funcionaba una fábrica de loza destinada a dar formación y oficio a los jóvenes acogidos, constituyeron el grueso de la mano de obra no cualificada. La responsabilidad técnica, sin embargo, recayó en manos foráneas, contratándose a expertos franceses con probada experiencia en la fabricación y decoración de la media porcelana, a quienes se encomendó la dirección y el control de la producción durante los primeros años de vida de la empresa.

Con todos estos mimbres y con una dedicación fundamentalmente orientada hacia el mercado local y territorial más próximo, la producción de la Fábrica de San Mamés se centró básicamente en piezas de carácter utilitario, vajillas y servicios de lavabo y tocador, cuyas formas, muy similares a las de las fábricas peninsulares contemporáneas, respondían fielmente a los modelos de origen inglés de moda en la época.

En cuanto a los decorados, Busturia produjo piezas en blanco, sin decorar, y piezas pintadas a mano, con especial predilección en este caso por las combinaciones de colores azul cobalto y oro. Pero serán las piezas decoradas con estampaciones, la auténtica moda del momento, las que le proporcionarán su marchamo distintivo. Al contrario de los minimalistas gustos actuales, las tendencias decimonónicas venían definidas por una suerte de horror vacui que llevaba a cubrir toda la superficie de las piezas con escenas y cenefas de corte clasicista, romántico, exótico o realista, fruto unas de la imaginación de los artistas, inspiradas otras en ilustraciones de libros y periódicos de la época. El procedimiento de la estampación (aplicación sobre la pieza en bizcocho de un papel especial con el motivo estampado y entintado con pigmento cerámico) permitía, además de múltiples combinaciones entre escenas y cenefas, una producción seriada y uniformizada que redujo los tiempos y los costes y propició, en consecuencia, un aumento de la producción y una merma en los precios de comercialización.

En consonancia con los gustos de la época, Busturia aplicará a sus vajillas variadas escenas figurativas de carácter romántico y pintoresco y distintas decoraciones de tipo floral, aunque serán fundamentalmente dos los que podríamos denominar sus decorados estrella, aquellos que permiten identificar sin género de dudas la producción de esta manufactura: un alfombrado de pequeñas florecillas silvestres (usualmente conocido como hojas de perejil) y una escena de paisaje y edificaciones con ciertas reminiscencias chinescas que presenta en primer término a un grupo de personajes con dos mulas (comúnmente denominado Muleros). Estampado siempre en color azul el primero, la aplicación del segundo ofrece sin embargo una mayor variedad cromática, desde el negro (en número mayoritario), hasta el azul, pasando por marrones y verdes, y combinados todos ellos con una buena variedad de cenefas.

Medio millar catalogadas Han sido estas piezas estampadas las que en mayor número han llegado hasta nosotros, aunque no puede afirmarse que ellas constituyeran el grueso de las fabricadas. Lamentablemente poco sabemos sobre las cifras de la empresa, sus volúmenes de producción y ventas, y a ello tampoco ayuda que sólo una parte de las piezas allí fabricadas fuesen marcadas con sellos que certificaran su origen. La similitud de sus formas con las de otras manufacturas contemporáneas hace que resulte difícil adscribir a nuestra fábrica productos no definidos por las marcas o las series decorativas clásicas, encontrándonos así con que no llegan al medio millar las piezas catalogadas en la actualidad conservadas en colecciones públicas y privadas. La corta vida de la fábrica fue otro factor que hubo de contribuir a esta escasez de vestigios. Efectivamente, en 1863, veinte años después de su fundación, la Estadística Territorial informaba que la Fábrica de Loza de San Mamés propiedad de Orbegozo y socios estaba paralizada, manteniéndose sólo en funcionamiento en el que fuera su domicilio, una tejera. De aquella espléndida iniciativa, hoy historia para recordar, nos han quedado algunos de sus hermosos resultados… Platos, fuentes, jarras, jofainas… que nos hablan de una empresa pionera en el campo de las industrias artísticas en el País Vasco y, una vez más, de una sociedad y unos hombres de negocios atentos a las coyunturas y tendencias sociales y económicas del momento, a las que se sumaron y de las que participaron intensamente. Las salas del Museo Vasco de Bilbao y algunas de las pinturas de José María Ucelay, descendiente y último morador del palacio de la familia Chirapozu (primitiva sede administrativa de la empresa), nos brindan hoy el placer de recordarla y la oportunidad de disfrutar del arte y lujo con que se vestían las mesas burguesas de hace ciento cincuenta años.

Derecho, Historia y Nacionalismo vascos: Ildefonso de Gurrutxaga

Fiscal superior durante el Gobierno de Agirre, Ildefonso de Gurrutxaga administró justicia y profundizó en la historia vasca

Un reportaje de Luis de Guezala

El pasado día 3 de diciembre se cumplió el cuarenta aniversario del fallecimiento en Donostia de Ildefonso de Gurrutxaga y Ansola, quien fuera un destacado abertzale, abogado e historiador guipuzcoano. Había nacido en Azpeitia al comenzar el siglo XX, un 22 de agosto de 1902. Estudió Derecho en la Universidad de Deusto y allí conoció a otros jóvenes de su generación que acabarían siendo destacados líderes del naciente nacionalismo vasco como José Antonio de Agirre. Su compromiso con la política se produjo en 1930, en el contexto de la reunificación de Aberri y Comunión Nacionalista Vasca que refundarían un nuevo Partido Nacionalista Vasco al cual se afilió, poco antes de la proclamación de la II República española.

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Al comenzar la guerra provocada por una sublevación militar contra la República y constituirse, en octubre de 1936, el primer Gobierno vasco, fue nombrado fiscal superior de Euskadi, al haber quedado la Justicia como una atribución exclusiva del Gobierno autónomo. Desempeñó este cargo acorde con la mentalidad que predominaba en el Gobierno presidido por Agirre, procurando moderar, humanizar y civilizar una situación terrible en la que tendían a prevalecer los odios y los actos criminales. Como dijera Manuel de Irujo, la guerra es la negación del derecho, y la labor para los hombres de leyes, más aún con la responsabilidad encomendada a Ildefonso de Gurrutxaga, resultaba extremadamente difícil en el contexto bélico. Como él mismo definiría, la justicia aplicada desde el Gobierno vasco fue “justicia enérgica, pero sin crueldad, ponderada y humana, pero sin impunismo”. Se mantuvieron las garantías procesales en juicios públicos, con jueces, magistrados y fiscales profesionales, a los que pudieron asistir personalidades y corresponsales extranjeros, y no hubo restricciones para la defensa de los acusados, asistidos por los abogados más notables de Bilbao. El lehendakari Agirre, asesorado por una Comisión de Justicia, decretó además algunos indultos.

Los juicios en los que se condenaron a algunos acusados de traición o espionaje a la pena capital tuvieron lugar en los cuatro primeros meses del Gobierno vasco. Esta rápida y fundamentada actuación de la justicia vasca fue, en opinión de Gurrutxaga, efectiva y suficiente para atemorizar y contener a los adversarios y tranquilizar a los leales. Perdida la guerra en Euskadi, continuó trabajando como magistrado para Manuel de Irujo, nacionalista vasco ministro de Justicia del Gobierno republicano, en Ciudad Real, Alicante y Tarragona. Después marchó al exilio en Francia, desde donde acabó viajando a Argentina, en el vapor Alsina, que zarpó de Marsella en enero de 1941.

Artículos y estudios históricos En Buenos Aires colaboró con la Delegación del Gobierno vasco y trabajó como administrador y redactor de su periódico Euzko Deya. También colaboró con Tierra Vasca con el seudónimo de Iñigo de Uranga. En 1943 fue uno de los fundadores del Instituto Americano de Estudios Vascos junto a otros destacados miembros de la comunidad vasca en Argentina como Justo Garate, Isaac López de Mendizabal, Andrés Mª de Irujo, Bonifacio de Ataun o Pedro de Basaldua. En el Boletín de este Instituto, del que fue secretario general, escribió numerosos artículos muy destacables sobre historia y cultura vascas. Fue además, como afiliado de EAJ/PNV, miembro de Acción Vasca de la Argentina, y socio del centro Laurak Bat, del que llegó a ser secretario, vicepresidente y presidente el último año de su estancia en Argentina. De carácter tranquilo y hasta parsimonioso, destacó por su espíritu comprensivo y apaciguador, no haciendo diferencias con otros exiliados de distintas ideologías políticas.

Su dedicación a los estudios históricos durante el exilio en Argentina fue cada vez mayor. Coincidió con José Antonio de Agirre en la idea de la necesidad de la realización de una Historia vasca. Mantuvieron entre ambos una activa y abundante correspondencia sobre esta cuestión a la que Agirre se dedicó en los últimos años de su vida, con el asesoramiento y colaboración de Gurrutxaga. Este también se encargó de realizar un capítulo de esa Historia sobre la época romana, así como sobre otros temas que formarían parte de un primer volumen desde los orígenes hasta el siglo XIII.

En 1959 regresó a Euskadi, pasando a residir en Donibane Lohizune, donde ya había vivido tras el final de la guerra. Este retorno pudo deberse, entre otras razones, a la petición del lehendakari Agirre de que colaborara más directamente en su proyecto histórico. Así lo sugiere la historiadora María Luisa San Miguel, que ha investigado sobre la figura de Ildefonso de Gurrutxaga y editado la reedición de algunas de sus obras con los títulos Reflexiones sobre mi país y Aprendamos nuestra historia. Es posible que también se le encomendara la presidencia de Sabindiar Ba-tza, ya que este mismo año regresó a Bilbao de su destierro en Iparralde Javier de Gortazar, que había sido hasta entonces presidente de esta institución, constituida en 1950 con el objetivo principal de reunir y publicar las obras completas de Sabino Arana.

El fallecimiento de José Antonio Agirre en 1960, que fue una terrible e inesperada pérdida para todos los abertzales, supuso sin duda un gran golpe para Gurrutxaga. Perdía no solo al lehendakari sino también al amigo y al intelectual con el que había compartido su proyecto histórico.

En 1965 Sabindiar Batza publicó, con motivo del centenario de su nacimiento, las obras completas de Sabino Arana, siendo Ildefonso de Gurrutxaga su presidente, responsabilidad que no abandonaría hasta su muerte.

Críticas a Otazu Al final de su vida conoció el inicio del desarrollo de una nueva historiografía españolista, que tenía como principal novedad su metodología marxista, y que, por lo demás, coincidía con la tradicional negación desde el nacionalismo español de la existencia de una nación vasca con una historia e identidad propias. Una de las primeras publicaciones de esta corriente fue la monografía de Alfonso Otazu titulada expresivamente El ‘igualitarismo’ vasco: mito y realidad, con la que pretendía demostrar que los ordenamientos forales vascos que se habían distinguido por establecer la igualdad jurídica de todos los habitantes de los territorios en los que se aplicaban no eran sino mitos o invenciones del nacionalismo vasco.

Posiblemente la última aportación de Iñigo de Uranga pudo ser una crítica a esta obra y a sus tesis, publicada en el número de Alderdi fechado en agosto-octubre de 1974. En ella Gurrutxaga razonaba, entre otras cosas, que a pesar del esfuerzo de Otazu en resaltar las desigualdades económicas y sociales que pudo haber en el pasado en el País Vasco, que estas existieran no convertía la hidalguía universal en un mito. También opinaba que hubiera sido interesante que se hubiera esforzado igualmente en comparar estas desigualdades con las de otras partes. Cosa que, sin duda, estaba muy lejos del ánimo de Otazu, atisbando que los resultados no le hubieran satisfecho.

Gurrutxaga concluía su artículo anunciando su continuación en el siguiente número de Alderdi, pero esta continuación nunca llegaría. Padecía un cáncer de estómago que avanzó muy rápidamente. Ya muy grave fue trasladado a la clínica de la Esperanza en San Sebastián, donde falleció el 3 de diciembre.

Ildefonso de Gurrutxaga nunca vio terminar la dictadura franquista que había condicionado tan terriblemente su existencia. Como tantos otros abertzales. Teodoro de Agirre y Lekube había muerto en octubre. Y, también en diciembre de 1974, fallecieron Lucio de Artetxe, José María de Lasarte y Antonio Ruiz de Azua Ogoñope. Para todos ellos y tantos otros, luchadores toda su vida por la causa de la libertad vasca, que nos dejaron sin poder volver a ver ondear libremente su propia bandera sobre su propia tierra, sea hoy, cuarenta años después, nuestra admiración y nuestro recuerdo. Agur eta ohore.

Atzokoan finkatuz, gaur biharkoa bultzatu

Hace 110 años el PNV creó el primer Archivo-Biblioteca General Nacionalista, que hoy sigue creciendo

Un reportaje de Eduardo Jauregi

LA necesidad de conservar nuestra memoria e historia para el futuro y garantizar así nuestra supervivencia no es una idea que haya surgido últimamente; ni siquiera a finales de los años 80, la recién creada Fundación Sabino Arana fue la primera entidad en abordar este compromiso con el nacionalismo vasco. Pretendió -y lo consiguió- poner en valor y reactivar nuevamente una iniciativa surgida nada más comenzar el siglo XX.

Al año de fallecer Sabino Arana Goiri, el delegado y máxima autoridad del Partido Nacionalista Vasco, Ángel de Zabala Ozamiz-Tremoya, firmó un artículo publicado en el semanario Patria, el 5 de noviembre de 1904, en el que anunciaba la creación de un Archivo-Biblioteca General Nacionalista.

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Aludiendo a la fidelidad, el patriotismo, a la “pertenencia a un partido serio”, y a la necesidad de una cada vez mayor organización del mismo -“sin organización (siquiera sea ella mediana) no es posible avanzar sino muy paulatina e imperfectamente”- se transmite la idea útil y conveniente de fundar “un Archivo-Biblioteca general, que pueda servir para la mejor conservación, guarda y custodia oficial de todos cuantos documentos, así manuscritos como impresos, puedan interesar al Nacionalismo Vasco”. Su primer responsable sería Félix de Pertika y Matzo.

Con ello se quería evitar que por causas como “la desidia o el abandono, instrumentos de gran valor científico y libros llenos de profundas sabidurías y provechosas enseñanzas, se perdieran para siempre por falta de Bibliotecas oficiales que les dispensaran una benévola acogida en un apartado rincón de sus estanterías”. O que les ocurriera lo mismo a los documentos y toda clase de escritos concernientes al PNV, “tan caros y tan útiles a él y a sus adeptos”.

Así, el llamamiento del delegado del Partido se concretaba en la obligación de que, a partir de aquel momento, se remitiera al recién creado Archivo-Biblioteca General:

“1) Por la Administración del semanario Patria: a) Tres colecciones completas de los periódicos Bizkaitarra, Baserritarra, El Correo Vasco y La Patria; b) Tres ejemplares de cada número de Patria, de los ya publicados, y de los demás, a medida que vayan viendo la luz de la imprenta; c) Uno o más ejemplares, caso de poseerlos, de Lecciones de Ortografía del Euzkera bizkaino, Umiaren Lenengo Aizkidia, Etimologías euzkerikas, Análisis y corrección del Pater Noster del Euzkera bizkaino, El Partido Carlista y los Fueros Vasco-Nabarros, Bizkaya por su independencia, y demás obras de Arana Goiri´tar Sabin.

2) Por los administradores de las demás revistas o publicaciones nacionalistas, tres ejemplares de cada número de las mismas: Euzkadi, de Bilbao, Irrintzi y La Baskonia, de Buenos Aires, y El Euskalduna, de La Habana.

3) Por todo nacionalista que posea dos o más ejemplares de un mismo libro escrito y publicado de doctrinas nacionalistas, uno de ellos, a lo menos.

4) Por todo autor o editor nacionalista, tres ejemplares impresos del libro, folleto, artículo, composición poética o musical, y en general de toda publicación nueva de que sea autor o editor, cualesquiera que sean su carácter y su denominación, debiéndose incluir en este caso o número el Himno Nacional.

5) Por las Juntas Directivas o de Gobierno de Batzokis, cada año un ejemplar impreso de las listas de los socios.

6) Por quienes los reciban o los tengan recibidos, los autógrafos de las personalidades del Partido y los demás documentos que entrañen cierta importancia, presente o futura, para el mismo.

7) Por las autoridades, Comisiones y Academias del Nacionalismo, existentes o por existir, los documentos oficiales que en cumplimiento de su deber redacten, tales como reglamentos, instrucciones, decretos, actas, memorias, balances, presupuestos, recibos, proyectos, conferencias, discursos, peticiones, credenciales, planos, circulares, listas, oficios, comunicaciones, escrituras, pactos, dictámenes, inscripciones, etcétera”.

Mirando al futuro La sensibilidad hacia la protección del patrimonio documental del aquel joven Partido Nacionalista Vasco quedaba de manifiesto en estas palabras. Pero como se ve, no solo importaba conservar el presente; las menciones al futuro demuestran lo avanzado de su pensamiento de cara a los años venideros, jóvenes generaciones, etc., así como la diferenciación entre los materiales que forman parte de una Biblioteca (todo lo que se publica y por lo tanto, en general, hay más de un ejemplar: periódicos, revistas, libros…) y los documentos de Archivo (originales únicos que se crean en cumplimiento de un deber, es decir, tienen un origen orgánico y/o funcional y son prueba de una actividad desarrollada).

Es significativo, por otro lado, que gracias al texto anterior sepamos de la existencia de una publicación que desconocíamos (Euskalduna, de La Habana) y de la que hoy no tenemos noticia de que se conserve ningún ejemplar.

En la actualidad es casi imposible llegar a conocer en su totalidad la repercusión que tuvo el llamamiento de la dirección del Partido Nacionalista Vasco y cómo evolucionó el Archivo -Biblioteca General Nacionalista desde su creación. Pero lo cierto es que su mensaje no cayó en saco roto. A lo largo de los años se fueron recibiendo y conservando no solo los materiales citados sino los nuevos números de las publicaciones y documentos que se fueron generando en las décadas posteriores: Aberris, Euzkadis, Eusko Deyas, Informes, correspondencia del Secretariado General Vasco, y un largo etc. La documentación originada por la actividad política, económica y social del nacionalismo vasco se concentró -al igual que hoy en día- en las sedes locales y territoriales de la organización y en manos de particulares -archivos privados- estrechamente vinculados con el partido y que siempre demostraron tener una mayor vocación hacia la conservación de la historia para el futuro.

Sin embargo, el estallido de la guerra en el verano de 1936 provocó la ruptura de aquel proceso natural iniciado años antes. Con la confrontación bélica y el triunfo del franquismo, comenzó otro proceso en relación al patrimonio documental: destrucción, expolio, dispersión, persecución, exilio y clandestinidad. La dictadura provocó que la situación de los fondos documentales del Nacionalismo vasco, una vez iniciada la transición a la democracia a finales de los años 70, fuera caótica, en relación a su localización geográfica, difusión, conocimiento y accesibilidad.

Como ya hemos comentado en otras ocasiones, la Fundación Sabino Arana (1988) en estrecha colaboración con el Partido Nacionalista Vasco, quiso cambiar radicalmente aquella situación con la creación del Archivo del Nacionalismo Vasco. Y lo primero que hizo fue recuperar todo el patrimonio documental -herencia de lo solicitado en el llamamiento de 1904- que permanecía semioculto en muy diversas ubicaciones, tanto de Iparralde como de Hegoalde, para reunirlo en unas nuevas instalaciones.

El Archivo, como no podía ser de otra manera, respetó la clasificación original de las series de documentación histórica localizadas (decenas de volúmenes de periódicos encuadernados, revistas, monografías, y fondos de Archivo) y estableció inmediatamente las bases para la creación de un Archivo, Biblioteca y Hemeroteca donde conservar, reunir, organizar y difundir tales materiales.

Pero nuestra acometida no se limitó a esta vasta labor con la documentación ya existente. Recuperando el espíritu del mensaje de Ángel de Zabala, desde la dirección de la Fundación se hizo un nuevo llamamiento al PNV, a particulares y entidades, para volver a provocar la necesidad de conservar nuestra memoria, nuestra historia. Y enviando al Archivo del Nacionalismo ejemplares de las publicaciones que se editan, la documentación que ya no presenta un valor o uso administrativo pero sí histórico (correspondencia, informes, actas…) o incluso aquellos documentos privados que forman parte de nuestra historia familiar y personal (fotografías, carnés, etc.), contribuimos poderosamente a ello.

Donaciones Es necesario establecer con las organizaciones más asentadas procesos vinculados de producción documental-conservación, casi casi automatizados. Y la informática que impregna nuestras vidas y en muchos casos nos puede desbordar con la facilidad de multicopiar cualquier documento, nos puede y debe ayudar a mecanizar inteligentemente estos procesos. Desde sus inicios, el Archivo del Nacionalismo ha recibido más de 1.560 donaciones de particulares. En los último meses, entre otras, documentación personal de Miguel Olaskoaga Mitxelena (1937-1982), Monica Lecunberri (1939-1943), Clandestinidad en Donostia (1948- 1951) o testimonios de gudaris de Gogoan Sestao Elkartea.

Nuestro centro se enorgullece de ser la continuación de aquel primer Archivo-Biblioteca General Nacionalista de principios del siglo XX, del Secretariado General Vasco de los años 30, o del Instituto sabiniano-Sabindiar Batza de 1950 nacido en el exilio. Todos tuvieron la misma finalidad: recuperar y conservar el patrimonio documental del nacionalismo vasco. El Archivo y Museo de Sabino Arana Fundazioa siguen sus principios e incluso van más allá y los amplia interesándose por todo documento relacionado con lo vasco y la historia contemporánea y moderna de Euskadi (desde el punto de vista político y social principalmente) independientemente del soporte en el que esté reunido (papel, fotografía, libro, cinta de casete, revista, DVD, película, objeto de museo, etc.).

El lema de nuestra Fundación, Atzokoan finkatuz, gaur biharkoa bultzatu, recoge la idea que motivó, ahora hace más de 100 años, la creación de un Archivo. Como dijera Jesús Insausti Uzturre en su inauguración, todos quedaremos, de alguna manera, con nuestros éxitos y fracasos, grandezas y miserias, en estos viejos papeles… En un Archivo que sigue creciendo gracias a las donaciones de organizaciones y particulares y que sigue el camino emprendido por Ángel de Zabala en 1904.

Las mentiras del ‘Sierra Aránzazu’

Se cumplen 50 años de un ataque anticastrista a un barco vasco en el que asesinaron a tres tripulantes

Un reportaje de Iban Gorriti

El hermano de uno de los asesinados en el barco Sierra Aránzazu continúa reivindicando 50 años después que el episodio histórico sufrido por el mercante vasco a 70 millas de Cuba “se silenció y se ha olvidado” y va más allá en su denuncia: “¡Y peor, se ha tergiversado!”.

Pero, ¿qué ocurrió aquel 13 de septiembre de 1964 en el enclave centroamericano hace precisos 50 años? El buque Sierra Aránzazu era un mercante de la compañía vasca Marítimia del Norte que transportaba con destino La Habana material general, sobre todo alimentos. El gobierno de Estados Unidos ya aplicaba al la isla antillana el aún existente bloqueo económico. Sin embargo, a las 13.00 horas de aquel mediodía, un avión de la Navy estadounidense sobrevoló el buque.

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Imagen del ‘Sierra Aránzazu’ que se dirigía a La Habana cuando fue atacado. Fotos: Tiscali

A las 19.50, una lancha con desconocidos se acercó al barco y confirmó alumbrando el nombre del flotante que era el Sierra Aránzazu. Pasados diez minutos, dos lanchas, una a babor y otra a estribor, ametrallaron el navío. Tanto disparo acabó con la vida -no en el momento- de tres tripulantes: el capitán Pedro Ibargurengoitia, natural de Plentzia; el segundo de puente Francisco Javier Cabeldo, de Vigo, y el tercer maquinista, José Vaquero Iglesias.

Habla a DEIA el hermano de este último, Julio, originario de Villablino -provincia de León- y residente en Oviedo. “Han silenciado, olvidado y tergiversado lo que pasó. Se ha mantenido la mentira, la versión dominante, falsificada. No fueron los castristas quienes atacaron al mercante como se difundió al mundo, sino los anticastristas. Hemos demostrado con documentos desclasificados que fueron miembros del Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR) financiados por la CIA, dirigido por Manuel Artime”.

El ataque acabó en tragedia al impactar tiros y cañonazos contra el casco y el puente del buque. Desmembraron la chimenea y originaron un incendio, así como hirieron a parte de la tripulación. A tres de muerte. En los primeros momentos, sus tripulantes trataron de quitar agua haciendo uso de zapatos y platos. No fue suficiente y los heridos leves arriaron un bote salvavidas al que subió una veintena de hombres. Los dos marineros más graves murieron desangrados en aquella barquichuela agujereada a la deriva. Entre ellos, el hermano de Julio Vaquero, José, de 23 años, con un impacto de bala que le perforó el abdomen.

El capitán vizcaino Junto a él, también falleció asesinado Pedro Ibargurengoitia, el capitán vizcaino, herido “por una bala explosiva”, mantiene Julio. Francisco Javier Cabello, el segundo oficial por su parte, también resultó herido de gravedad y perdió la vida horas más tarde de ser rescatados por un barco de bandera holandesa. “Mi hermano falleció en el bote salvavidas”, lamenta Julio.

La mala noticia tardó en llegar a las familias de los asesinados “tres o cuatro días”. El leonés rememora que la repatriación de los tripulantes se llevó a cabo en dos tandas. El primero, fue en un avión que trasladó a aquellos no heridos de gravedad. Aconteció el 17 de septiembre. Y el 19, aterrizaron en Barajas, los que habían sido heridos con más gravedad, “tratados en Puerto Rico, y con los ataúdes de los tres asesinados”, entre ellos el capitán vasco. “Pedro Ibargurengoitia se mantuvo aún herido de muerte, dando órdenes hasta el final. Fue una gran persona y un buen marino”, valora

José Vaquero encontró la inesperada muerte a los 23 años. “Mi hermano era un hombre muy inteligente, un estudiante espléndido que había hecho Marina y se preparaba para dejar el Sierra Aránzazu y continuar sus estudios, en esta ocasión de Medicina”, explica Julio, historiador y catedrático.

Mentiras desmontadas Con el tiempo, el MRR asumió la autoría del embate, no sin antes argumentar “con mentiras desmontadas por nosotros” que no acertaron el objetivo: no iban a por el Sierra Aránzazu, sino a por el Sierra Maestra, buque referente de la flota cubana, cinco veces mayor que el mercante vasco. Trataron de justificar que anochecía y que el nombre Sierra les confundió. Sin embargo, el Sierra Maestra -“como bien sabían los estadounidenses”- había atravesado el canal de Panamá una semana antes con destino China.

La familia Vaquero llegó a investigar documentos desclasificados de la CIA que detallan que el sistema de comunicaciones de las lanchas del MRR había sido facilitado. Este legajo, como curiosidad, contiene también la documentación sobre el asesinato de John Fitgerald Kennedy, presidente de EE.UU. asesinado el 22 de noviembre de 1963.

“Acabamos hartos de que se mantuvieran las mentiras del Sierra Aránzazu. Además, lo hacían de forma intencionada. Pero lo desmontamos”, valora orgulloso y da a conocer que en un documento de la Agencia Central de Inteligencia quedó para la historia que un miembro cubano del MRR, informó desde París de que un radiooperador informó de las coordenadas del Sierra Aránzazu el día de los asesinatos.

Julio concluye: “Durante medio siglo este vandálico acto de terrorismo de Estado se ha mantenido oculto con la connivencia del Gobierno español franquista de aquel tiempo tras un espeso e interesado manto de silencio”.